Partida Rol por web

El centro de lanzamiento
Junto a Jill y siete de los monjes, subís las escaleras en busca de Dijibri, pero por supuesto, no iba a ser fácil. Al llegar arriba ésta os está esperando en el centro de una enorme sala de control llena de ordenadores gigantes, cosas con lucecitas, una máquina de café (si es que a ese caldo nauseabundo del 2056 se le puede llamar así) y muchos técnicos con batas blancas acurrucados en sus puestos y temblando como hojas en otoño.
Media docena de soldados aparecen semiocultos y preparan sus armas. Los monjes se lanzan hacia Djibril sin dudarlo.

El cohete
A la cabina del cohete se accede por unas enormes escaleras metálicas repletas de tuberías, cables y otros elementos de suministro de una maquinaria que ni siquiera comprendéis. Aquí no hay soldados apostados, francotiradores ni misiles apuntandoos, per en cambio, tenéis a Rex Grande y Tonto sobrevolando la zona con sus poderosas alas.
-Tengo... intruzoz...¡Matar!
La enorme mole de músculos se lanza en picado sobre vosotros al tiempo que el oriental se inmola y la cocinera se transforma. Los monjes, poco peden hacer contra una criatura voladora.

Miro la bestia alada mientras se aproxima hacia nosotros y muerdo el puro ocn tal fuerza que lo parto y un trozo sale disparado hacia delante, entonces reacciono y desenfundo mi antiguo revólver que utilizo en ocasiones especiales y aprieto el gatillo encajándolo con fuerza mientras golpeo con la palma el martillo que no para de percutir una y otra vez las balas...

¡PUM!

El primer disparo intento que vaya al ojo-pezón del lado derecho. La bala sale al rojo vivo pero no estoy seguro de haberle dado bien

¡PUM!

La segunda sale con mas intención de incrustarse en el segundo ojo y esta sale arrastrando una pequeña nube de humo con mas mala intención que la anterior.

¡PUM!

La tercera apunta a una de las garras para -al menos cerrarás la mano-

¡PUM!¡PUM!

Las dos últimas quieren golpear en sendas alas cada una -ahora si que vas a caer en picado...-

Susan sólo puede concentrarse y predecir por dónde vienen los disparos. Espera no herir a nadie de los suyos, pero si quiere sobrevivir tendrá que matar a cuantos pueda, sean amigos o enemigos.

En cuanto veo a la mujer calva sé lo que debo hacer.

- ¡Deja a los monjes! ¡Acércate a la mujer para acabar con ella cuerpo a cuerpo! -le grito al chino a pleno pulmón.

Entonces me tiro hacia un lado dando volteretas y me sitúo tras unos voluminosos cuadros de mandos, apunto y disparo.

Mi primer objetivo es el arma de Djibril para dejarle el camino libre al ataque cuerpo a cuerpo del chino y desconcertarla. Después hago estallar el depósito de la máquina de café para que el agua bañe los pies de varios de los soldados ocultos, formando un charco.

Y finalmente el golpe de gracia: un disparo a los gruesos cables de las máquinas para que se suelten y electrocuten a los malos.

¡Oka-hey!

Asiento al oír el plan del indio, salto y echo a correr por encima de los aparatos electrónicos en dirección a la calva maléfica. Por el camino, invoco el poder del kung-fu y una larga silueta serpentina y nebulosa de color azul eléctrico empieza a formarse a mi alrededor. Con el poder del dragón en mis puños, doy un brinco para asirme a una de las lámparas y aprovecho la inercia para propulsarme por los aires y caer contra mi enemiga con los nudillos por delante.

-¡¡¡Iaaaaaaaaaaah!!!

Sin recuperar el aliento, doy una voltereta hacia atrás, poso los pies contra la pared durante una centésima de segundo y me propulso de nuevo contra mi oponente, dejando caer una lluvia de golpes furiosos mientras parece que un doble exacto le ataca instantes después por otro flanco. Finalmente, intento una patada de barrido, pero la calva la evita saltando ágilmente.

Contra todo pronóstico, la cocinera-monstruo resulta que también puede volar y se lanza contra Rex cuando éste desciende produciendo un enorme choque al que le suceden una serie de tortas de magnitud sobrehumana.
El oriental también flota por los aires envuelto en llamas, pero le resulta difícil acertar al monstruo con sus bolas de fuego sin darle a vuestra compañera, por lo que opta por avanzar directamente hacia la entrada de la cabina del cohete. Los monjes le siguen, ya que el combate aéreo está fuera de su alcance.
Tu disparas repetidas veces contra el monstruo, pero aunque tus disparos son certeros, puedes percibir un destello cada vez que una de tus balas alcanza a Rex, como si un campo de fuerza invisible derritiese las balas justo antes de tocarle.

-¡En-trad en e coe-te! -Grita Camila-monstruo a pesar de no tener boca con la que articular las palabras. -¡Yo e reten-dré!
Realmente te lo dice a ti, ya que los demás ya van camino de la entrada.

Lo único que pedes ver en la oscuridad del búnker son los destellos de las armas de los soldados. Aprovechando cada uno de ellos, desenfundas tus subfusiles y disparas sin descanso sobre ellos; no es fácil, pero es tu única referencia.
Los monjes y el matrimonio salvaje se lanzan a través de una lluvia de fuego en busca del cuerpo a cuerpo mientras tu giras y disparas sin parar.

Cuando todo termina las luces se encienden de nuevo. Ante tí y a tu alrededor te encuentras con la mayor carnicería que jamás hayas visto. Todos los monjes han muerto, así como una docena de soldados de los que tu has eliminado a más de la mitad. Nayira y Steve están levemente heridos, aunque la sangre que cubre sus cuerpos no es suya, sin duda, viendo el estado de los cadáveres frente a ellos. Extasiados por la sangre, se dan un beso apasionado.

Los lanzadores de hellharrowers son vuestros, y el cohete está a salvo.

Todo se sucede muy deprisa. Los thunderhawks abren fuego sobre los monjes, ya que son los primeros blancos en aparecer mientras éstos cargan contra ellos lanzándoles patadas voladoras y haciendo llaves imposibles para dar con sus huesos contra el suelo. La calva dispara una ráfaga con un pistolón enorme, acabando con dos de ellos en un segundo hasta que Cuerno Queado le quita el arma de las manos. Es entonces cuando ella se da cuenta de quién es su verdadero enemigo. Y saca otro pistolón con el que dispara al Indio. Una ráfaga sale de su cañón, tan certera que le alcanza justo en los ojos; un disparo mortal de no ser por los espíritus protectores del Indio, que le hacen salir indemne*.
El Chino aparece de pronto de entre los monjes y le lanza una rápida sucesión de golpes mientras ella esquiva hábilmente y sigue disparando. Por algún motivo, los golpes parecen dolerle menos que a otras personas que hayáis conocido.

Djibril parece desconcertada, sobretodo cuando descubre que todos los thunderhawks han sido apaleados y electrocutados, pero a pesar de eso sonríe. O tiene un plan B o simplemente, es consciente de su superioridad.

Jill no ha parado de teclear durante todo este tiempo, agazapada en el ordenador principal d ela sala y con uno de los científicos chillones bajo sus pies. De pronto unas lucecitas se encienden por todas partes y ésta os mira.
-¡Ese trasto va a despegar! dejad lo que estéis haciendo y salgamos pitando de aquí
Dicho esto se levanta y se dirige a una de las ventanas acristaladas, dispara con su pistola destrozando el cristal y salta directamente sobre la plataforma de lanzamiento.

La coronel Djibrili borra su sonrisa cuando descubre qué estáis haciendo y se dirige a uno de los comunicadores que contactan con toda la base.
-¡A todas las unidades! ¡Los intrusos no quieren destruir el cohete sino robarlo. ¡Activad protocolo de seguridad beta! Repito ¡Protocolo de seguridad Beta! ¡¡Destruid ese trasto!!

Observo como la cocinera se engancha contra el mosntruo con un duro choque y nos ordena entrar el el cohete, en esos momentos yo no estaba para discutir, así que desenfundé mi eagle y la aguanté con una mano y comencé a disparar a diestro y sieniestro contra el enemigo.

El primer disparo apunté a un ojo pezón y esta vez el destello de su escudo invisible fué diferente, incluso juraría que le había alcanzado.

El segundo y tercero fueron para las alas rascando otra vez contra el escudo.

El cuarto iba hacia el tro ojo pezón, pero casi que la bala rebotó.

Y el último decidí que fuese para la entrepierna:

-A ver si tienes algo ahí...

Di un salto para entrar en el vehículo y me apoyé de espaldas contra una pared mientras recargaba todas las armas.

La plataforma de lanzamiento del cohete parece una discoteca del 83. Luces de alarma, sirenas, luces indicadoras, disparos, gritos... El sueño de cualquier adicto al ácido.
Yen Li y media docena de monjes ya están en el interior de la cabina y El Rubio dispara a Rex, el monstruo alado acéfalo, que está luchando en el aire contra Camila en su forma monstruosa. Ambas abominaciones lanzan chillidos desgarradores cuando se golpean y se arrancan trozos de carne.
Jill es la siguiente en aparecer, saltandod esde una de las ventanas del edificio y aterrizando en la plataforma junto a la entrada al cohete. Le siguen de cerca el Indio y el Chino.
Susan y el marimonio de animales transformados son los últimos en llegar, ascendiendo desde la parte baja de las escaleras.
Una vez estáis todos dentro, Camila trata de desembarazarse de su rival, pero éste parece dominar la situación. Jill pone en marcha el aparato que os llevará hasta la estación espacial y el interior se ilumina con cientos de lucecitas de colores.

-¡Tenemos que despegar ya! -Grita Jill desde los mandos.
-No tenemos tiempo de esperar a que Camila acabe con el monstruo. Que alguien cierre esa maldita puerta.
Por lo que parece, Jill está dispuesta a dejar a la cocinera en tierra.

Mientras meto todo tipo de balas como un loco dentro de mis tres armas muerdo con fuerza el purito que llevaba hasta tal punto que los dientes se juntaron y entonces fue cuando escuché la comunicación y aun con las manos ocupadas di una patada a la puerta para que se cerrase. Luego apoyé la espalda contra esta:

-¡Vámonos! -grité-

Nunca me ha gustado dejar a un aliado atrás, aunque soy tan consciente de la importancia de la misión como el que más. Pero tengo una ventaja, el alcance de mi rifle y mi capacidad para ver los puntos débiles de mi enemigo.

- ¡Un disparo! -grito desde la rampa de acceso al cohete- ¡Un solo disparo!

La puerta cerrada no me deja tener línea de tiro. Me asomo por un ventanuco con semblante impotente.

- ¿No me da tiempo a un disparo? -digo con carita de pena.

Miro al indio con cara de regañadientes, pero tampoco era yo quién para dejarle con una espinita clavada:

-¡¡Atento, un disparo!!

Enfundo dos pistolas y con la otra aun en la mano abro una rendija de dos palmos la puerta y en cuanto escuche el percutor de su zumbador me apoyo con todo mi peso en la puerta para cerrarla.