Partida Rol por web

Asalto 6

líder tsatshar 26

Damrod 23 (sin arco)

Gerald 15

Ranas terribles 14

Tsathsar 10

Slaad rojo 9

Harold 3 (desarmado)

El sacerdote al ver a los enemigos casi derrotados avanza hasta colocarse entre los suyos gritando algún tipo de arenga, retrasa acción tras moverse atento a cualquier movimiento sorprendente del enemigo.

La suerte por fin le sonreía al semigigante quien descarga su enorme espada imbuida con una aura blanca sobre una de las ranas cuando está pretendía saltar a atacarle golpeándola con un movimiento horizontal y con tal fuerza que le corta las dos patas superiores y el pecho. Los nervios de la rana hace que su cadaver siga pataleando tendido en el suelo regando en este sus vísceras, Gerald sonríe ante tal hermosa escena y nota un atisbo de miedo en los ojos grandes y viscosos del sacerdote de la inmundicia.

La batalla estaba lejos de acabar pero un enemigo menos les daba algo de oxígeno, le preocupaban sus compañeros pero no podía hacer mucho para ayudarlos ahora y menos en las condiciones en las que estaba. Un leve frío se apoderaba de la cueva, ese frío reconfortante tan característico de Harold que llenaba de nuevas energías al semigigante, sus heridas no se habían cerrado pero se sentía menos cansado y con más fuerzas.

Aún necesitaba eliminar a la otra rana que bloqueaba el camino de sus compañeros y debía hacerlo rápido porque esa enorme rana rojiza ya les había dado alcance y aquel que lo había invocado se encontraba en medio de ellos, así que no podía dejarles más problemas. Mira la situación tan peligrosa en la que se encontraban esta estupida rana tiene que caer ya.

lo que más le fastidiaba a Gerald de todo esto era que no eran enemigos fuertes, no eran competencia contra ellos, eran simplemente basura que servían para ensangrentar sus armas, sin embargo se las habían arreglado para hacerlos retroceder y hasta para pensar en huir de ellos, cosa que le hacía hervir la sangre apretando con excesiva fuerza su espada.

Las cosas se habían torcido demasiado rápido. No estaban preparados. O se habían confiado. Fuera como fuera, estaban heridos, en desventaja numérica y casi rodeados. La batalla no iba bien.

Escuchó, tras él a Gerald acabar con uno de aquellos anfibios. Cuando lograba golpear, algo moría. El semigigante no desenvainaba su espadón si no era para derramar sangre. Sin embargo, lo había visto antes, la sangre le cubría por entero, y no aguantaría una réplica certera.

Harold, junto a él, era el baluarte de siempre. Con diferencia, era quien mejor estaba, y no era por pura suerte. El enorme zarpazo de aquél monstruo rojo habría partido en dos a cualquiera, pero no a él. El clérigo resistía con fuego helado en sus ojos, la punta de un iceberg en medio del mar de Caos que se extendía alrededor.

Damrod, en cambio, sabía que no duraría mucho. Las últimas heridas le habían dejado con un pie en la tumba, que en ese caso iba a ser un enfangado suelo, dónde el barro se tragaría poco a poco los huesos que dejaran aquellas criaturas después de devorar su cadáver. La perspectiva no le agradaba en absoluto. Debía hacer algo. Debían acabar con el clérigo y su mascota, pero ellos no iban a poder. No así.

—Maldito engendro del Caos. —Poco específico—. Si quieres que tu señor Arioco consiga lo que tienen estos cobardes... —Eso, sin duda, era más concreto. Y con suerte, si morían, al menos el sacerdote de Pyaray estaría sobre aviso. Si su final daba pie a una guerra civil allí abajo, habría servido para algo. Esperaba que la sombra que habían puesto tras ellos llegara a la misma conclusión.—. ¡Ayúdanos a matar a sus esbirros!

No confiaba para nada en que aquél ser invisible, pero tampoco le costaba, en esos momentos, sonar desesperado. Lo estaba. Habría pedido auxilia incluso a un demonio si hubiera aparecido por allí. Al fin y al cabo, los problemas era mejor afrontarlos de uno en uno. Él, por ejemplo, tenía varios justo delante, y no veía ninguna buena manera de lidiar con ellos.

Sin su arco e incapaz de recuperarlo, se veía indefenso. Lo primero que tenía que hacer era retroceder, armarse, y volver a atacar. Y para ello debía evitar a aquellos mutantes, principalmente el slaad. Debía ponerse fuera de su alcance.

Con un gesto rápido, amagó un giro para, en un suspiro, cambiar el peso del cuerpo y dar un paso atrás. Quebró, se agachó bajo las armas del hombre anfibio, y salió tras él para seguir hacia la pared. En un suspiro, se había alejado de ambos, estaba contra la pared y tenía su enorme espadón en la mano. Ahora ya podía hacer algo.

Las dos ranas terribles fallan sus respectivos mordiscos a los dos inquisidores, por una vez parece que la suerte les comienza a acompañar.

El Tsathar con una sonrisa malévola en la cara al ver acorralado al extranjero, salta sobre el cayendo con sus dos garras y su mordico, pero la defensa de Damrod es tremenda, consigue que ninguno de los ataques llegue a herirle.

El Slaad entra en furia, sus ojos velados por la cercanía del olor a la sangre ataca con furia, pero todos los ataques resbalan sobre la armadura de Harold sin llegar a traspasar sus defensas, la criatura grita con furia por no conseguir quitar la concha que recubre a esta próxima comida.

Al lanzar aquel conjuro, se había arriesgado. Había puesto las vidas de sus compañeros por delante de la suya propia, y había dejado su seguridad en manos de su dios. Así debía de ser, y no de otra manera: Aengrist protege a sus heraldos, y sus heraldos protegen a los demás. Allí, frente a aquel enorme engendro de otro plano armado con cuchillas, Harold dejó la defensa para lanzar la magia que sanaría algo las heridas de sus compañeros, aunque fuese de forma temporal. Notó las energías renovadas, al ver que Gerald se alejaba un poco más de la muerte, y alzó el escudo.
Y, como no podía ser de otra forma, la armadura resistió. El escudo desvió los ataques. Así debía de ser: Harold protegía a sus compañeros, y Aengrist protegía a Harold. Sus garras resbalaron por el acero del Norte, e inmediatamente el clérigo echó la mano a la bolsa del cinto y esparció un puñado de plata por el suelo.
-Por la Santa Ley de Aengrist, aleja de mí el mal, aleja de mí el caos. Limpia la inmundicia, purga la maldad. Tú que destierras a los demonios de la noche, protégeme señor.
Inmediatamente la plata brilló, destellando azul como si ardiera en fuegofrío, elevándose en el aire como una cortina de pura luz plateada, envolviéndole. Al segundo siguiente, una barrera transparente pero visible se había formado alrededor del clérigo, rematada por las sagradas runas de la Ley que aparecían y desaparecían en su superficie. En cuanto el enfurecido slaad tratara de alcanzarle, su misma esencia caótica que le daba fuerza sería su perdición, pues no podría atravesar la sagrada barrera.
Harold alzó el puño acorazado, brillando con el conjuro de luz.
-¡No temáis, compañeros! ¡La Ley nos sostiene! ¡Damrod, acaba con los tsathar! ¡Gerald, las ranas! Yo me encargo de este hereje inmundo.

El hechizo de plegaria invocado por el sacerdote Tsathar se desvanece restando un poco del potencial mágico del enemigo y el Tsathar 2 recupera la consciencia.

Asalto 7

líder tsatshar 26

Damrod 23 (sin arco)

Gerald 15

Ranas terribles 14

Tsathsar 10

Slaad rojo 9

Harold 3 (desarmado)

El sacerdote salta 10 pies hasta caer sobre Gerald, entre sus manos la extraña punta de su Kukri brillante, llena de runas, el arma penetra entre las defensas del semigigante, se adentra en la carne de este y de refilón rasga ligeramente una arteria sin llegar a cortarla por milímetros. Tras el estallido de dolor, la semihumana rana muerde con una fuerza legendaria el hombro de Gerald clavando sus agudos dientes, el dolor, la sangre derramada, es demasiado para el inquisidor el cual cae moribundo al suelo. Si no recibe ayuda en breve este lugar infecto será su tumba.

Los ojos del sacerdote pasan del miedo al enojo en fracciones de segundos y de un salto llega al lado de Gerald atravesando sus defensas y clavando el arma en su costado derecho; el dolor es inconmensurable tanto así que cae con su rodilla izquierda al suelo apoyándose con su espada aferrándose a ella con su mano derecha y con ojos llenos de furia les ruge a sus enemigos mostrando sus colmillos ante su inminente muerte.

Había aguantado hasta donde sus fuerzas le habían permitido pero las heridas del combate anterior ya le estaban cobrando factura y por más que intentó no logró ponerse en pie. Vivió y gozó de una buena vida, muchas aventuras dignas de contar de generación en generación, innumerables enemigos encontraron su final ante el filo y el poder aplastante de su espada, nunca antes había fallado una misión junto a sus compañeros es más les consideraban el brazo derecho de la inquisición, la rama más poderosa y confiable  que podían tener pero hoy caía uno de sus pilares.

su vida pasa ante sus ojos y sonríe ante su muerte mientras la rana clava sus colmillos en la carne ya desgarrada de su hombro, el dolor dejó de ser un problema al igual que el bochorno, el hambre y la fatiga, ya nada importaba, ya nada tenía sentido, su mano derecha flaquea dejando caer su espada que retumba como campanas fúnebres, su otra rodilla cae como roble sobre el suelo húmedo y mohoso de la cueva seguido por todo el peso de sus músculos ya flácidos y sin fuerzas, sus ojos se cierran lentamente ante el enorme peso de sus párpados  y mas que exhalar su último aliento, lo escupe sobre el sacerdote antes que su cuello dejara desplomar su cabeza hacia delante.

El cuerpo ya sin vida de Gerald queda arrodillado en frente de la escalera, la inmensa mole de músculo que antes les había servido como escudo y espada los había abandonado dejando a su suerte a sus dos compañeros solos antes esos peligrosos enemigos.

Tras el terrible ataque del sacerdote, Gerald parece apunto de morir cuando el arma está apunto de caer, cuando las piernas del semigigante ya no le aguantan, una súbita energía curativa llega apenas unos milisegundos antes de recibir el doloroso mordisco, el sorprendido sacerdote mira como la herida crítica hecha con el kukri se cierra casi por completo, la furia parece embargar al líder enemigo.

Gerald había tenido un dejavú justo antes del salto del sacerdote, se había visto con una herida mortal en su costado, de rodillas y sin vida, derramando la poca sangre que le quedaba mientras veía a sus compañeros luchando por sus vidas. La visión se interrumpe al ver al sacerdote en sus narices ya sacando su arma de su costado dejando una horrible herida que lo dejó muy cerca de la muerte, instintivamente se lleva la mano a la herida para detener el sangrado pero al hacerlo dejó una abertura en sus defensas que aprovechó la rana para hincarle los dientes. Era el fin moriría en ese lugar ante esos anfibios.

Un fuerte frío lo hace reaccionar y ve como la herida que tenía debajo de la mano se cerraba de golpe, no era como las otras curaciones que antes había recibido de Harold, reconfortantes, casi como un arrullo, esta curación era diferente, era tosca, brusca pero sin dejar de ser efectiva, era como si su amigo le hubiese tendido la mano al borde del abismo sacándolo de allí con fuerza y sin nada de delicadeza. Con las energías renovadas y con la furia que lo caracterizaba pasó su mano de la herida a su arma y con un bramido gutural mueve su espadón en una diagonal de abajo hacia arriba, su ataque iba con tal velocidad que el sacerdote no alcanzó a reaccionar, de seguro pensó que había matado al semigigante, dejándole una importante herida a lo largo de su pecho.

Al sacerdote nunca antes lo habían herido con tal violencia así que instintivamente temiendo por su vida acercó sus brazos al cuerpo intentando proteger sus puntos vitales, se veía desorientado, con sus pensamientos en otro lado pero no bajaba su guardia sin embargo Gerald como un animal a punto de morir tenían sus sentidos enfocados en sus enemigos inmediatos percatándose de varios huecos en su defensa te haré arrepentir por todos los problemas que nos has causado.

Las cosas iban mejor, o así era para sus compañeros. El alarido de Gerald, primero un estertor de dolor y a continuación un grito de guerra salvaje, indicaban que el semigigante iba por buen camino. Un buen golpe suyo podía partir a un hombre por la mitad, como muchas veces había visto, así que ahora que podía mantenerse en pie, no dudaba de que sería un adversario terrible.

Harold, a su vez, mantenía el paso cerrado a lo peor de sus enemigos. El Slaad seguía golpeando inútil contra las defensas del inquisidor, incapaz de hacer otra cosa que no fuese, simplemente, ver como su ventaja se desvanecía lentamente. Poco podía hacer una criatura como aquella contra el poder de Aengrist.

Por desgracia, por muy bien que se llevara con su compañero, ese poder no formaba parte de ninguno de sus trucos, los cuales se habían acabado en el mismo momento en el que se había quedado atrapado contra la pared con uno de aquellos seres anfibios, prácticamente intacto y muy rabioso, frente a él. Apenas podía moverse, atacar era un acto suicida, defenderse una lenta muerte. No podía hacer otra cosa que encontrar su momento, así que esperó, buscando su oportunidad.

Que cercaaaaa

Las dos ranas consiguen morder a los inquisidores, pero por apenas milímetros no consiguen traspasar las duras armaduras que los protegen.

El Tsathar que estaba en el suelo se levanta lentamente, su cuerpo ensangrentado apenas le deja estabilizarse con fuerza. El otro intenta acabar con el escurridizo arquero ahora que este ha perdido su mortífera arma y aunque Damrod esta vez no usa piruetas ni usa su defensa total, el Tsathar parece cansado, fallando por mucho todos sus ataques.

El Slaad grita de furia mientras sus ataques no hacen nada de daño al encontrar una extraña barrera rodeando el cuerpo del clérigo que hace que sus uñas reboten y que sus colmillos intenten morder algo inmordible. Ruge de furia y rabia.

Aquél era el momento. Su enemigo, cansado o con menos tino, había dejado sus defensas expuestas. O eso le había parecido.

Poco acostumbrado a aquél enorme mandoble, sus tajos quedaron cortos y fueron fácilmente esquivados por el enemigo, que pareció burlarse de él con aquellos ojos de pez.