Partida Rol por web

Adiós hermano, adiós

En el septo había pocos testigos durante el funeral. La no-septa Gala, Ser Armen, Alice, Abert, Derk, el bebé...igual síq eu había bastantes testigos. Más de los que solían verse en el funeral de un mercenario. Condenado a unos palmos de tierra anónima en un lugar pocas veces señalado. Un anciano septón, quien respondía al nombre de Paul, oficiaba la ceremonia. No conocía al muerto pero habló largo rato de lo mucho que unía a los hombres la muerte.

Tras los rezos pertinentes se llevó al cadáver al exterior del edificio, justo cuando empezaba a chispear. Puede que los Siete también llorasen por él, eso dijo el septón. Un joven enterrador había terminando de cavar la tumba y en ella fue depositado el cadáver de Ser Armen. Unas últimas palabras y se le empezó a dar sepultura. Algo alejados del funeral, apoyados junto al muro que rodeaba el cementerio había dos niños vestidos con nobles ropajes observando la escena, supervisados por la mirada de un espada juramentada. Mirando hacia ellos Armen pudo ver, más atrás, el bosque de palos y tiendas que había surgido junto a la Puerta de Sangre, donde señores del Valle se habían reunido, quizá para carroñear el botín del difunto.

La ceremonia terminó y los enterradores y el septón se despidieron.

El espada juramentada de la Casa Garnett carraspeó:

Aquí termina mi viaje -comunicó- mi señor me estará esperando. Que los Siete os protejan mejor que a este pobre hombre.

-Gracias por vuestro servicio. - Respondió cortésmente Ser Armen, aunque en realidad el servicio había sido bien escaso, tan solo guiarles con un estandarte para evitar que volvieran a tomarlos por unos forajidos.

Ahora tocaba rezar para que el Desconocido guiase a Ser Addam correctamente hasta su próximo destino. Desconocía de donde procedía el caballero, pero ahora sus huesos descansarían allí, junto a la Puerta de la Sangre. Cuando terminaran el entierro la septa y él tendrían que dar el siguiente paso, y pondrían fin a aquel desaguisado que se había formado junto a la Puerta.

Ya era noche cuando abandonaron el septo, por lo que todo lo que fuesen a hacer debería esperar a la mañana siguiente. Tendrían que buscar un refugio para la noche. También Derk fue despedido, no sin antes haber sido debidamente recompensado con abundante plata. El montaraz se marchó contento y agradecido y deseó una buena vida a todos.

Quedaron la Septa Gala, Ser Armen y Alice; y el bebé, por supuesto. En las calles de la Puerta de la Sangre había una concurrida afluencia de soldados y otros siervos de las muchas casas. Con la ausencia de luz empezaron las juergas cerveceras, el vino, las comidas copiosas y la prostitución, para todo aquellos que pudieran pagar.

Hemos de encontrar un lugar donde pasar la noche, alejados de ciertos soldados. No creo que nos reconozcan, pero no habría que tentar a la suerte, dejasteis marchar a uno de ellos...

-Bajo promesa de no volver a dar problemas. -Quiso decir, pero se dio cuenta a tiempo de lo absurdo de su premisa. Al parecer aquella mujer no pararía de echarle en cara lo mismo a cada momento que tuviera oportunidad. -Si lo veo os daré la espada a ver si es tan fácil para vos. - Despachar muerte a sangre fría tan a la ligera se tornaba muy fácil cuando no tenías que clavar el filo de tu arma entre las costillas del individuo y atravesar su corazón con tus propias manos y podías delegar esa responsabilidad en otro.

-Podemos buscar una posada tranquila. -Dijo antes de que la septa pudiera responder.

Tras la oferta de dejarle la espada a la no-septa frunció el ceño.

Empiezo a dudar de vuestro coraje. Sólo os he visto luchar con aquel gatosombra, por la espalda mientras devoraba al pobre Ser Adam.

La mujer, el bebé, la ama de cría y el hombre fueron callejeando en busca de una posada decente y tranquila.

-Es fácil hablar desde vuestra posición. -Respondió el caballero encogiendo los hombros como si la opinión de la septa le importara poco y no necesitara demostrar su coraje. -Además, si recordarais un poco mejor también sabríais que maté al compañero del que dejé huir.

-No hubiera tenido que matar a ninguno si no fuera por que os pudo la impaciencia. - Pensó el caballero recordando como ya había logrado manejar la situación con aquellos dos soldados cuando el resto del grupo apareció y se lió todo aquel embrollo. Le pareció que la septa se estaba volviendo una desagradecida desde que descubriera su identidad, aunque lo cierto es que nunca había sido muy dada a los agradecimientos en todo ese tiempo. Se notaba en su carácter acomodado y sus trazas de noble. Armen había incluso gritado para llamar la atención del ballestero y que no le disparara a ella o al bebé, aquello podía haberle costado la vida de no ser por la robusta armadura, y sin embargo la septa decía que era un cobarde... Le daban ganas de buscar a los Tollet y contarles la identidad de la septa, y lo haría muy gustoso si no fuera por el bebé. Esa pobre criatura no tenía culpa de nada.

En estas iba pensando mientras andaba distraído sin centrarse mucho en a dónde sus pies le llevaban.

Mi posición es mejor que la vuestra, no lo negaré. Pero uno no nace siendo caballero errante, vos escogisteis ese puesto...esa...posición.

La relación era cada vez más tensa con la no-septa, Ser Armen estaba seguro de que cobraría, pero ya no se hacía ninguna ilusión de entrar al servicio de los Grafton. No con lo vivido hasta ahora.

Llegaron a una posada no muy concurrida y no muy nueva. La pared de piedra desgastadas y mal cimentada no daba imagen de muchos lujos y el suelo crujía al andar. En su interior había una multitud bebiendo, pero había muchos petates junto a las sillas. Eso, unido a la proximidad con el camino, daba idea de que muchos de los presentes estaban sólo de paso, remojando el gaznate para quitarse el polvo del camino. No había ni rastro de putas, algo extraño en un local así y con afluencia de soldados, ninguno de los Tollet gracias a los dioses.

La septa habló con el posadero o uno de sus empleados mientras Armen observó los alrededores. Había muchas armas pero se respiraba la calma. Algunos hombres apostaban a los dados o las cartas. Nada de música ni canciones. Sólo un buen ambiente, se respiraba...felicidad.

La septa ignoraba que Ser Armen todavía estaba en una posición bastante ventajosa para poder hacer peligrar la vida de la septa al menos, seguía rumiando aquella idea. Podía esconder al bebé, sólo tenía que decirle a Alice que lo llevará lejos con alguna excusa, luego delataría la autentica identidad de la septa a los Tollett para que se encargaran de ella, y por último se presentaría como salvador del legitimo heredero de los Grafton ante Lord Arryn. Aquella jugada podría darle una privilegiada posición después, y se libraría del incordio constante de aquella mujer. Si no lo hacía era por su maldito honor de caballero, aunque no negaría que estaba tentado.

De todas maneras no perdió la oportunidad de jugar la carta del desdén con ella. Si tan engreída era, y tan autosuficiente se creía que no necesitaba a un jinete libre al que trataba con tamaño desprecio, le haría sentir algo de inseguridad durante un rato, que sintiera que sin él se encontraba desprotegida.

-Voy a emborracharme. -Anunció tranquilamente. -Espero que no os topéis con soldados de los Tollet. -Añadió hacía la septa con una pequeña sonrisa. Acto seguido se fue hacía la barra y en voz baja le pidió un mosto al tabernero. No quería emborracharse en realidad, había que estar atento aquella noche, pero quería que la septa lo pensara, y suponía que su fama daría por sentado que lo que bebía era alguna bebida con graduación.

La septa agarró por el brazo a Ser Armen, con toda la fuerza que pudo. No era un mujer fuerte pero la mano apretando su músculo llegó a incomodar a Ser Armen.

Ni se os ocurra.

Bajo el brazo cuando vio que su actuación llamaba la atención de la gente. Una septa agarrando el brazo de un caballero no era algo muy habitual. Alice también se acercó a la barra y preguntó por algo de comida. Un potaje de garbanzos. Con el ruido de ambiente el niño empezó a llorar, sin que la puta lograra silenciarle.

Ser Armen miró fijamente a los ojos de la septa, con gesto serio y sin rastro alguno de esa sonrisa irónica que había mostrado apenas unos segundos antes. Luego desvió la mirada hacía el brazo que la septa le había agarrado y con cara de pocos amigos volvió a mirar a los ojos de la mujer.

-Es lo que hacen los jinetes libres. Beber. - Argumentó secamente, había remarcado la palabra libres para que entendiera que no era un vasallo de su casa ni le debía pleitesía alguna.

Cuando se libró de la presa de la septa, se giró y siguió su camino yendo hacía la barra tal y como había previsto.

La septa se quedó atrás.

Ser Armen se acercó a la barra y se encontró con el tabernero con cara de pocos amigos. A diferencia de la mayoría de los taberneros que Armen había visto aquel no era gordo, ni viejo, ni calvo, ni cualquier otro adjetivo normalmente aplicable a un tabernero. Tenía más aspecto de mercader de ciudad que de tabernero. Llevaba un anillo de plata en la mano y una fina cadena también de plata al cuello. Era muy alto, y bastante fuerte, no como un guerrero pero acostumbrado a cargar peso. Estaba sirviendo una jarra de vino para dos labriegos cuando Ser Armen llegó a la barra.

¿Qué problema tienes con esa septa?

-Ojala fuera sólo uno... -Pensó Armen mirando al curioso tabernero. Se preguntaba a cuantos labriegos habría que servir vino para conseguir semejantes joyas de plata como las que él gastaba. Trató de relajar los músculos del rostro y se forzó a sonreír al posadero mostrándose como alguien agradable y bromista. 

-Desavenencias de fe. -Respondió aumentando la sonrisa. -Nada que un buen vaso de mosto no logre pasar. -Armen lanzó una mirada en derredor y se dirigió al posadero de nuevo. -¿A que tanto revuelo?. Hacía mucho que no venía a la Puerta pero no recordaba que hubiera tanto jaleo. -Sabía perfectamente que ocurría, pero quería escuchar la opinión del posadero.

No es bueno enfadarse con la Fe, pueden susurrar en oídos maliciosos. ¿Mosto? -preguntó el tabernero cuando estaba a punto de vertir el contenido de la jarra en el vaso- Creí que los caballeros bebían vino. Mmm. Espere aquí, Ser, le traeré una botella.

El tabernero desapareció tras unas cortinas y Armen se quedó allí con su vaso vacío. Era casi el único que estaba en la barra en ese momento. Había un mozo de cuadra esperando para pedir y un montaraz demasiado ocupado haciendo marcas en la barra con una cuchilla como para beber de su jarra. En las mesas había quien perdía venados con cartas y dados y quien los ganaba. Nada de canciones ni bardos ni nada que amenizara el rato. Nada de putas, tampoco; pocas mujeres.

Aquí tiene, un mosto fresco para el caballero. -El tabernero descorchó la botella y sirvió un paso al caballero- ¿Con qué Casa está?

El posadero no respondió a la última pregunta que había formulado Armen y este no desistió en su empeño de querer saber la versión que se contaba por allí de lo que sucedía, o iba a suceder.

-Soy un jinete libre, no estoy con ninguna casa. -Respondió amablemente a la pregunta del tabernero. - Pero tal vez esto sea una buena oportunidad para alguien como yo, ¿no cree?. Tal vez pueda darme algún consejo sobre a quien acudir, y a quien no. -Fingió interés de querer unirse a una de las casas y repitió la pregunta anterior. -¿A qué se debe que haya tanto estandarte por aquí?.

Ha muerto Lord Grafton, en Puerto Gaviota y toda su familia, en Harrenhal. Hace tres de días aparecieron los Tollet con un pupilo que es sobrino de algún primo de Lord Grafton. Imagino que ve hacia dónde discurre el río, Ser. Los señores del Valle han acudido a parlamentar con Royce, y los Arryn siguen en Desembarco del Rey.

Eso empezaba a solucionar algunos interrogantes sobre lo sucedido.

Si las cosas se tuercen habrá guerra. Para un caballero es una oportunidad, para un tabernero es la ruina. Aunque si todo queda en nada y hay noches como esta -señaló el local lleno- seré un hombre feliz.

Más o menos encajaba con lo que se esperaba oír. Armen hizo rodar una moneda por la barra hasta las manos del posadero y terminó el mosto de un suave trago. - Aprovechemos el tiempo que nos queda, amigo mío. -Dijo Ser Armen. - Poned otro trago para mi seca boca y no subáis los precios por la guerra aún, puede que a fin de cuentas no haya tal y yo siga siendo un caballero pobre y vos un adinerado tabernero. -Dijo con una sonrisa. -Y guardad el vino para más adelante. Aún no he descartado del todo desobedecer las regañinas de mi querida septa.

Cuando tuvo el vaso lleno aprovechó para echar un vistazo en rededor y buscar a la septa con la mirada. Esperaba que a esas alturas ya se hubiera recogido.

No subiré los precios mientras no haya escasez -al mesonero no pareció gustarle las palabras de Ser Armen, ni sobre los precios ni sobre el adinerado tabernero.

Acudió a atender a otros clientes mientras Ser Armen buscaba a la septa con la mirada. Ni rastro de ella, en una mesa cercana un hombre acababa de tener una mano afortunada, ganando unas buenas monedas de plata a sus rivales. Pidió más vino para la mesa.