Partida Rol por web

Las aguas eran poco profundas pero la corriente era fuerte para un río tan pequeño. Lo más peligroso eran los troncos que de vez en cuando, de un modo errático y sin aviso surcaban esas aguas. Si uno de ellos chocaba con algún miembro del grupo...era probable que se rompiera algún hueso con el impacto.

Hay una aldea al otro lado -dijo Alice- Villacampo o...

Campovilla -interrumpió la septa.

Sí, Campovilla. Hay una posada donde hacen las mejores judías blancas del Valle. Podríamos refugiarnos y quitarnos todo este barro.

No quedaba más opción que cruzar el crecido riachuelo. Si se quedaban allí, sin refugio, serían presa fácil para cualquier asaltador de caminos o salvaje de las montañas que quisiera agredirles.

-Bien, iré yo primero para saber si es seguro cruzar el riachuelo. - Armen comprobó cual era el mejor tramo para cruzar las aguas, sabía que si iba montado encima del caballo este podría tropezar o acabar lanzándolo si se asustaba. Así que la mejor opción era cruzar las aguas bravas a pie y tirando de las riendas del equino.

Se quitó la armadura y la puso sobre la montura, usó una cuerda para asegurarla. Había oído hablar de lo cruentas que eran las batallas en el mar y de como la mayoría de los muertos acaban ahogados por el peso de su armadura. No quería que le pasara eso en un triste riachuelo si era arrastrado corriente abajo por las aguas.

-Después os lanzaré una cuerda que ataré al otro lado para que os sea más seguro cruzar.- Si el temía por su integridad más temía por la de las mujeres.

Comenzó a andar con paso lento pero firme sobre las aguas, intentando balancear su cuerpo de modo que las violentas sacudidas de la corriente no le hicieran perder el equilibrio. Al tiempo tiraba de las riendas del animal, que en un primer lugar se resistía a entrar en la violencia y turbulenta agua, pero que a base de empujones y palabras tranquilizadoras de su amo logró entrar en razón y cruzar con él.

Armen cruzó el río, con cautela y vigilando bien dónde pisaba. Aún así cedió ante las resbaladizas piedras de la corriente, cayendo torpemente. Nada serio. Se incorporó y recorrió el camino restante. Al llegar al otro lado ató la cuerda a un árbol, mientras lo hacía le pareció escuchar algo entre el follaje pero no había sido nada. La cuerda quedó bien afianzada, y los demás empezaron a cruzar el riachuelo.

Ser Armen -gritó Ser Adam desde el otro lado, a más de cuarenta metros- , se ve una columna de humo tras esos árboles. ¿Ve algún pueblo?

Armen se giró. Nada podía ver desde donde estaba sólo vegetación y barro.

El resbalón hizo que se le mojaran las flechas y acabara un poco más empapado de lo que esperaba, pero no fue nada serio. -Tened cuidado con las rocas, son resbaladizas de narices...

Ató la cuerda a un árbol y se la lanzó a Ser Adgam para que los demás pudieran pasar con mayor seguridad que él y esperó a que pasaran. Miró en la dirección que le indicaba Ser Addam mas no vio nada entre tanta vegetación.

-No veo nada.

Tanto Alice como la septa resbalaron al cruzar. Por fortuna nada le ocurrió al bebé, salvo mojarse un poco sus diminutos brazos. Ser Adam pasó sin ningún problema el riachuelo. Una vez al otro lado tuvieron que volver a lidiar con el barro. El caballero errante recogió la cuerda mientras los demás reanudaban la marcha.

¿A qué distancia está Campovilla? -preguntó Ser Adam.

No más de media legua, respondieron.

¿Quién gobierna en ella?

Es villa real. El rey Robert Baratheon es su señor.

-¿Quién gobierna en su nombre?- Preguntó Armen. Por mucho que fuera villa real alguien tendría que dirigirla mientras Robert Baratheon estaba fuera, lo que sin duda era la totalidad del tiempo.

Se pusieron en marcha en seguida, algo mojados y con algún golpe leve de los resbalones, pero sanos y salvos y con el bebe en perfecto estado. Mientras esperaba a los demás, Armen se había vuelto a poner su armadura y, una vez cruzaron, desató la cuerda del árbol en que estaba atada y la recogió en su equipo.

Armen quería saber si la columna de humo de la que le había hablado Ser Addam era del pueblo o de algún campamento, no quería tener más encontronazos como el del día anterior. Esperaba ansioso el cruzar los árboles para que le facilitaran la visión del terreno.

Un ganadero. Tienen una especie de asamblea de pueblo de los ciudadanos más ricos y entre ellos se elige al alcalde. No es una mala idea.

El camino seguía siendo barro, y gotas de agua caían desde los árboles. Encontraron una solitaria sandalia de esparto enterrada en el barro. Como ya había sido lo habitual en el día les costó mucho avanzar por aquel camino y ya era mediatarde cuando divisaron, a media legua una aldea: Campovilla. 

Era un conjunto de treinta edificios, de adobe y madera, algo de piedra aquí y allá. Una cerca de madera rodeaba el pueblo, sin duda para evitar que el ganado escapase, no era ninguna defensa frente a ataques. De algunas de sus chimeneas se elevaba el humo de fuegos. Los campos de las inmediaciones estaban anegados y en ellos, hundidos hasta las rodillas se veían algunos campesinos.

Que extraña idea aquella de que el pueblo careciera de un gobernante fijo. Armen se preguntó que pasaría cuando el gobierno cambiara de mano, tal vez unos no estuvieran de acuerdo con lo echos por otros y cambiaran la manera de dirigir el pueblo. Para los habitantes debía ser una locura cambiar de señor constantemente.

Para él la vida resultaba más sencilla si había un señor al que dirigirse y un castillo en que refugiarse y alguien que lo dirigiera, siendo caballero si no te gustaba estar al servicio podía exiliarte a la vida errante como había hecho él. Era curioso el caso de esa aldea, y le costaba imaginarlo.

Iba pensando en ello mientras se acercaban a Campovilla.

Mientras recorrían el embarrado y húmedo camino fueron observados por los campesinos, que aprovechaban la distracción para descansar de sus tareas. El sol empezaba a descender por el oeste, oculto tras las nubes y a su espalda, pero aún quedaban un par de horas de luz. Pocas para seguir adelante, lo mejor sería descansar en la aldea. Muy poco habían avanzado en el día de hoy.

En el pueblo también les observaron, forasteros. Los forasteros siempre atraen miradas. Una mujer despellejaba tres conejos colgados de su despensa mientras un chico acarreaba unos pesados cubos de agua. Otras dos mujeres cargaban leña y piedras. Un hombre anciano, carpintero, estaba cortando maderas de pequeño tamaño mientras un hombre más joven, tal vez su hijo, martilleaba clavos en lo que parecía un eje de un carro. Había un septo construido en piedra, y allí fue donde Gala quiso ir.

¿Qué harán ustedes, caballeros?

Armen hizo caso omiso de las miradas que los observaban. Era natural y ya estaba acostumbrado a ello. Cuando un caballero llegaba a un pueblo siempre se levantaba esa especie de expectación. Ya que no todos los días ocurría algo así, era una curiosidad más, algo que rompía sus rutinas.

Armen saludó con gestos de cabeza a quienes les saludaban. No estaba de más devolver algún saludo que otro y mostrar amabilidad. La amabilidad abría más puertas que la fuerza bruta e ir con exigencias no solía funcionar casi nunca, por muy caballero que fueras.

Armen descabalgó en cuanto llegaron al pueblo y fue andando durante ese tramo con el caballo cogido por las riendas. Quería descansar sus posaderas de tanto trote y de la incomodidad de la silla de montar. Se preguntó se tendrían posada, y luego recordó que la sed todavía le estaba martilleando. No quería beber mientras estuvieran en aquella misión así que asintió a las palabras de la septa.

-No estaría bien separarnos. Creo que debemos permanecer juntos. ¿Qué opináis vos Ser Addam?

No veo inconveniente alguno. Aunque que debemos abrevar los caballos y dejarles descansar, comer algo también nos sentará bien a todos. En verdad podemos hacer todo eso después de visitar el septo. ¿Espera encontrar ayuda de los dioses o de los septones en él? -preguntó el caballero a la septa Gala.

La ayuda de los hombres siempre ha sido inspirado por los dioses, ¿no creéis? -respondió la septa.

Dejó el bebé a Alice mientras se arreglaba la túnica y entraba en el septo. Estaba compuesto de dos sencillos edificios de piedra, el septo en sí y una segunda estructura, más pequeña, baja y estrecha, adyacente al edificio principal. Sin duda la residencia del septón. Resulto ser un hombre joven, no mayor que Armen. Moreno de piel y pelo castaño, alto, muy delgado con una fiera barba castaña que le ocultaba parte del rostro. Sus ropas estaban muy limpias, aunque se las veía modestas. El septo tampoco era abundante en riquezas.

-Así deberían ser todos los septos. -Pensó Armen, quien había visto septos con más riquezas que algún pequeño reino. Aunque le preocupaba saber que actitud tendría el septón de aquel pequeño lugar hacía ellos. Sobretodo esperaba ver su encuentro con la septa, de quien todavía dudaba si su identidad era la correcta.

Armen también quería aprovechar la ocasión para preguntarle al septón acerca de una posada en aquel lugar. Esperaba que hubiese alguna, y confiaba en que no fuera muy cara.

Septa y septón se sentaron en un banco a hablar. La mujer pedía ayuda, sin revelar detalles, toda la ayuda que el septón pudiera conseguir: caballos, provisiones, un mensaje en un cuervo y una noche de descanso. El septón reflexionó acerca de lo que aquella septa le estaba pidiendo, mucho para una aldea tan humilde como la suya.

Tuvieron diversas opiniones acerca de lo que podían pedir de este pueblo. El septón dijo que era un lugar pobre, expuesto a los ataques de los bandidos y sin ninguna protección de ningún señor. Próspero, sí, al no pagar impuestos a ninguna Casa, pero pobre al fin y al cabo.

La septa dijo que era una mujer justa y piadosa, que su señor (no pudo especificar) se lo agradecería al pueblo. Si sois una mujer justa, haced que vuestro señor nos agradezca la ayuda.

Aquello había abierto la voluntad del septón, pero no tardó en exigir ayuda de ese señor desconocido para su aldea. La septatrató de negociar las condiciones.

Mencionar una promesa de retribución había vuelto al septón más exigente, Gala frenó cómo pudo aquel aluvión de peticiones.

Finalmente el septón prometió dos caballos, alojamiento y comida para el grupo. No tenían cuervos en la aldea, por lo que no podrían enviar ningún mensaje a ese señor, pero les aportaría un guía que les acompañara en su viaje.

Todo a cambio de una solemne promesa de ayuda jurada ante los Siete. La septa se mostró satisfecha.

-Al menos hemos solucionado el tema del alojamiento. - Le dijo a Ser Addam con una sonrisa en los labios. Le había sorprendido gratamente la forma en que la septa había cerrado el trato. Obviamente aquella mujer era mucho más de lo que aparentaba, había logrado sacarle a un septón pobre y agarrado algo de caridad.

-Bueno, entonces si todo está arreglado, ¿dónde podemos dejar nuestras cosas y descansar un poco? -Más hablaba por los caballos que por él. Estaría bien que pastaran un poco y descansaran del viaje. Él no necesitaba mucho descanso de momento y quería curiosear algo por la aldea, pero si agradecería un lugar donde dejar sus cosas a buen recaudo y poder caminar un rato sin la armadura.

Pueden dejar sus cosas en el septo, dormirán aquí esta noche. Pediré algo de comer para ustedes y heno fresco para los caballos. Hay un chico en el pueblo que fue escudero hasta que su señor murió, es un buen caballerizo. Tratará bien a los animales, si les place.

El lugar en el que iban a dormir carecía de chimeneas o algún otro lugar para encender un fuego, a excepción de los candelabros, pero confiaban en no pasar frío aquella noche.

Ahora debo avisar al alcalde de ustedes. Es un hombre amable, pero tengan cuidado. Sin duda querrá comprarles los caballos. Hace semanas que quiere comprar un palafrén o rocín, pero se le muestran esquivos. No digan que no se lo dije.

-Gracias por el aviso. - Respondió Armen. - Me parece buen lugar para pasar la noche y confió en la recomendación del muchacho. - Dijo con voz amable.

Descargó el caballo de todo el equipaje que portaban para que los cuartos traseros del animal descansaran un poco y se aliviara su peso. Una vez pudieron entrar en el septo, se quitó la armadura y las demás protecciones y las dejó junto al altar del Guerrero, le pareció lo más apropiado. Allí dejo también su arco y su espada y también el resto de su equipaje.

¿Hola? Me llamo Osmund, el septón Valar me ha dicho que viniera. Debo cuidar unos caballos.

Era un chico joven no más de quince o dieciséis años, pero grande y fuerte para su edad. Vestía un jubón de cuero rojo y botas recias, llenas de barro. Sin duda obra del diluvio que antes había caído. Tenía una herida muy leve en la frente con sangre seca. Se quitó las botas en la entrada para no llenar de barro el septo. Llevaba una hoja corta al cinto y un pequeño broquel. Caminó hacia Ser Adam y Ser Armen.

Vengo a cuidar unos caballos.

-Sí, y mas te vale que lo cuides bien. -Le dijo al muchacho con gesto serio e intimidatorio. - No me gustaría tener que decirle al Septon Valar que castigue al mozo de cuadras porque mi caballo no ha tenido suficiente heno esta noche.

Miró hacía Ser Addam y no pudo reprimir una sonrisa. Evidentemente estaba bromeando con el muchacho, tan solo quería ponerle nervioso y ver como tartamudeaba y tragaba saliva delante de los caballeros. Era algo así como una tradición, una novatada instaurada en la caballería. El propio Armen había tenido que sufrir bromase similares cuando era un paje imberbe algo más bajito que ese chaval. Realmente incluso pensaba darle una propina si realmente cuidaba bien al animal.

-Ser Addam, -dijo después, -¿me acompañaríais a visitar esta aldea mientras dejamos a las mujeres algo de intimidad?- Se volvió de nuevo hacía el muchacho con gesto serio y voz ruda. -Muchacho, ¿hay alguna taberna en este pueblo?.

Los caballos estarán bien bajo mi cuidado, hace tiempo que no veo monturas de guerra, aquí sólo tienen ganado y algún animal de tiro, nada que merezca la pena. ¿Son buenos caballos? ¿Han visto alguna batalla?

El chico parecía ansioso de batallas e historias de caballeros. Debió haber sido un duro golpe para él haber perdido a su amo.

Sí, hay dos tabernas: El descanso del septón y El cazador. Las dos sirven buen vino y carne asada, a veces, si hay suerte, también tienen pescado fresco; pero con la lluvia de esta mañana es difícil saberlo.

-Ah, la inocencia de la juventud...- Pensó el caballero. Recordaba como cuando él había sido joven también había tenido esa ansía de batallas y de matar a los que merecieran la muerte. Su espada sería tan recta y justa como la del Caballero Dragón, y todos los impíos derramarían sangre frente a ella. Podo después descubrió amargamente que no siempre los impíos están en el bando contrario y que muchas veces los que merecen la muerte son sus propios compañeros o señores.

Trató de quitar esos pensamientos de su cabeza mientras negaba con la misma. Después miró al muchacho con gesto serio. -Sí, han visto batallas. Muy a su pesar y al mío. - Todavía estaba reciente el recuerdo de su espada abriendo en canal al soldado que intentaba matar a Ser Addam. No le había temblado el pulso al hacerlo, y había tratado de no pensar en ello, pero era irremediable que le afectara de aquella manera.

Se volvió hacía su compañero. -¿Qué me decís Ser Addam?, el descanso del septón parece muy apropiado para nosotros.