Partida Rol por web

- ¡Espléndida demolición! ¡Vamos allá! -dijo exultante Tangtang llevándose el cañón de plasma contra el pecho y arrancando en energético esprintar hacia los cascotes- ¡Así ha sido calculado! ¡Jajajajajá!

La adrenalina debía estar envenenando su organismo a todos los niveles pues, a su edad, las atrocidades que estaba haciendo no eran para nada recomendables pero la Omnissiah estaba con él, convirtiendo su cuerpo en un motor a toda máquina.

Algo se removió en el interior de Kord cuando vio semejante horror. Esa cosa, maldita fuese su alma tres veces, hasta después de muerta resultaba odiosa. Fuesen lo que fuesen, y él no quería saberlo, tenía que mantener los ojos abiertos, quién sabía cuántos más habría sueltos por esos túneles.

- Deberíamos largarnos de aquí lo antes posible, equipo, no me apetece quedarme a esperar la siguiente oleada.

Dicho esto, recargó su fusil y se preparó para marchar en cuanto el Tempestor diese la orden.

El momento había llegado y ya estaba todo decidido. Nereida se giró en redondo para ver como la marabunta de hombres y mujeres de la legión penal en la que formaba parte iban inundando el paso completamente enloquecidos por las drogas de combate que solían usar para poder superar los peores estragos y situaciones; momentos que el resto de soldados dificilmente podrían afrontar. 

Las hienas eran el peor ejemplo de la guardia imperial. Criminales, asesinos, timadores, ladrones; en definitiva, de la peor calaña. A pesar de ello, a pesar de estar obligados a morir por las gentes de bien que vertebraban los otros regimientos, los penales iban a afrontar una dura misión, un trabajo suicida que pocos estarían dispuestos a afrontar. Para ella, eso era valor, un valor que merecía respeto en momentos como aquel; pues bien sabe el Emperador que podrían girarse y destriparla para liberarse del yugo del comisariado, pero no, ahí estaban avanzando. 

Nereida se posicionó entre varios grupos de penales. Se caló la gorra y su mirada se afiló mientras iba girando la cabeza de un lado a otro observando sus rostros, decididos y furiosos, idos y coléricos. Tenía que aprovechar la situación y así iba a hacer. 

¡MUJERES Y HOMBRES DE LAS LEGIONES PENALES! ¡HIENAS OS LLAMAN! ¡Y COMO HIENAS APRENDERÁN A TEMEROS LOS ENEMIGOS DEL EMPERADOR! ¡SAQUEMOS A ESA ESCORIA QUE NOS TRATA DE FRENAR CON SUS ARMAS DESPROVISTAS DE FE! ¡ERRADIQUEMOS SU VERGÜENZA! ¡EXTERMINEMOS A LOS TRAIDORES QUE UN DÍA DECIDIERON DAR LA ESPALDA A SUS HERMANOS! - alzó la espada en alto, visible para todos, aguantando el momento para dar la orden de carga - ¡QUE NOS TEMAN! ¡QUE NOS TEMAN! - repitió - ¡QUE TEMAN EL RUGIDO DE MILES DE HIENAS DEVORANDO SUS CORAZONES! ¡A LA CAAAAARGA! ¡RUGID CONMIGO! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH! - y ahí fue la comisaría. Corriendo junto y detrás de los penales, espoleando la carga y manteniéndose entre ellos para velar por la disciplina; que fuera lo que el emperador dictara en su infinita sabiduría.

Orrin observó la cabeza mutada con horror y unas náuseas que por poco no es capaz de contener, evitando respirar hondo a sabiendas de que aquello solo le llenaría más con el repulsivo hedor del ser. Aquella... Cosa era atroz. Incluso para los estándares del mal, era una visión dantesca. Sin embargo debía alejar aquellos pensamientos de su cabeza con cualquier cosa, y por suerte sus ojos fueron más rápidos que su cerebro, detectando algo. Una marca. 

Observó la incisión con suspicacia, aunque no supo indicar de qué se trataba.

-¿Doctora, sargento? Quizás quieran echar un vistazo a este malnacido. 

El humo de las granadas hizo torcer el gesto a Deastre. ¿Significaba esto que tendría que acercarse para disparar? Era un riesgo considerable, hasta ahora le habían protegido los cuerpos de la masa, pero no quería arriesgarse a que algun oficial enemigo con media neurona decidiera sacar el fuego de mortero. Lo que necesitaba era cobertura. Echó un ojo por el campo de batalla. Iba a tener que usar una de esas torres, tendría que jugarsela a que no estuvieran llenas de explosivos. Al fin y al cabo, si lo estuvieran ya habrían explotado.

Eran unas torres bastante altas y varias hordas intentaban subir al mismo tiempo. Si se metía por las escaleras podía llegar antes de que bajaran o no, mejor no arriesgarse. Se colocó detrás de la torre, protegido por el parapeto, y sacó su pistola gancho. Hora de trepar.

El gancho se asentó firmamente, pero le resbalaron los pies al intentar subir. No tenía el día.

Campeador avanzó a medida que concentraba el fuego sobre el muro, sin embargo por mucho fuego que concentrase sobre el enemigo los múltiples cascotes y los restos de humo le hicieron fallar cualquier blanco posible. Empezaba a enfadarse por la frustración de un momento a otro saldría corriendo para escalar los cascotes, cuando llegara a la cima no dejaría ni un enemigo en pie.

Morsov se acercó corriendo al ruinoso muro observándolo desde abajo y preguntándose en su mente como diablos subir sin acabar rodando por los suelos en el intento. Intentó elevarse unos cuantos metros pero los residuos de concreto no le dejaban ni siquiera finalizar su ascenso. Maldijo, para luego ponerse a pensar en una solución rápidamente antes de llevar a cabo nuevas instrucciones.

—Este es el sargento Yngvarson para el Grupo de Ataque Centro. Iniciamos el avance a través de la brecha de forma ordenada. Oficial Seker, solicito que mueva a sus tiradores, con la compañía de los psíquicos autorizados, a las almenas adyacentes a la brecha. Vuestra prioridad es el fuego de supresión contra el enemigo en la maquinaria de defensa y la eliminación de la infantería pesada en la segunda linea de muros —sin los cyclops los zapadores tendrían que abrir agujeros en las siguientes almenas con sus propios medios, pero para ello primero tendrían que eliminar la resistencia que los esperaba desde lo alto—. Don Ynestrillas, necesito a vuestras tropas en la retaguardia mientras que mis hombres, con ayuda del 112° de Drafeliv abrimos el paso para los francotiradores del 18°. Realizad una última salva de lanzagranadas antes de ascender una vez el camino esté despejado, y descargad todo vuestro potencial sobre lo alto del segundo muro mientras que nosotros abriremos el paso hacia la siguiente brecha.

El sargento pegó un tremendo grito en su lengua nativa, arreando a los demás zapadores que se iban acercando a la montaña de escombros. Luego continuó hablando.

—La prioridad está en adueñarnos del macrocañón y eliminar las baterías del enemigo. Con suerte, esto nos facilitará la posibilidad de un segundo ataque aéreo de nuestros hermanos de Krieg. Los defensores enemigos no tendrán ninguna oportunidad una vez hayamos ascendido los muros. Corto.

Miró por encima del hombro, docenas de artilleros varangianos intercambiaban miradas sobre el sargento y sobre la montaña de ferrocemento. Como sabuesos ansiosos por ir a coger su premio. Morsov levantó su espada sierra para captar la atención de sus hombres y empezó a hablar.

—¡Hombres de Varangia...! —cogió aire, lo iba a necesitar— ¡¿...Quien de ustedes quiere conocer a la muerte?!

Los zapadores recordaron el discurso anterior del sargento antes de arribar al campo de batalla. Amargo, directo, carente de pasión. Ninguno levantó sus armas con júbilo en aquel momento. Pero esta vez era diferente; solo una colina de chamuscados ladrillos rotos les separaba de la batalla. Con ansia levantaron las escopetas y se las chocaron contra el pecho, con determinación acomodaban sus hachas-bayonetas y con animosidad desafiaban al enemigo que los esperaba en lo alto de la muralla.

Era lo que el sargento necesitaba. El coraje de sus propios hombres.

—¡Vamos a darle una buena impresión entonces! ¡Sesenta y dos de zapadores! ¡De frente al enemigo! ¡Por Varangia y por el trono!

Y así, cargaron ebrios de temeridad ante la inevitable matanza. El temor solo suprimido por su anhelo de gloria.

Reinhardt volvió la vista atrás para asegurarse de que el cadáver que había dejado atrás seguía enterrado en el fango, y apoyó la espalda en la pared mientras se palpaba el pecho para comprobar que todo estaba en orden donde las púas del mutante habían intentado clavársele. Un segundo después, suspiró aliviado. Por el Emperador, podría haber jurado que las malformaciones del hereje le habían atravesado de un lado al otro, pero ahora que prestaba más atención a su armadura y a los datos de su diagnosticador personal se daba cuenta de que la herida apenas había arañado la ceramita de su coraza. Con los instintos todavía disparados por el combate, no se percató de que le llamaban, y mientras se acercaba al resto de la escuadra, elevó una plegaria silenciosa a san Drusus. 

—Buen trabajo —dijo, al ver desparramados por el túnel al resto de enemigos. Orrin permanecía agachado junto a uno de ellos, y al pararse a su lado él también pudo ver qué era lo que observaba. El rostro del sargento permaneció tan impertérrito como la máscara misma que lo ocultaba. Como si no le hubiera sorprendido en absoluto, enfundó primero su pistola, y revisó después con los pocos dedos que le quedaban en una de sus manos que los dientes de su espada sierra seguían todos en su sitio—. Schulz, ya ha oido a Orrin, eche un vistazo. Pero que sea rápido. Hagen tiene razón, tenemos que seguir moviéndonos. 

Jiang Li observó como la explosión daba paso a una fortaleza ahora en ruinas, ahora era el momento de correr hacia el enemigo, y tomando el arma en las manos salió corriendo en dirección a los cascotes que formaban una pendiente hasta el enemigo, acompañada de su hermano.

Considerando que aquello estaba en marcha, Orrin volvió a echar mano del auspex. Más valía saber si el avispero se estaba moviendo, porque ellos iban a tener que recorrer media colmena. 

El auspex no estaba pensado específicamente para cartografíar, pero descifrando las lecturas de forma adecuada se podía hacer una aproximación del terreno que los rodeaba. El escaneado reveló que el túnel que llevaba hacia el norte giraba hacia la derecha, dando a un pequeño espacio más amplio que debía ser alguna sala o habitación de algún tipo, aunque no se recibían lecturas de la misma. Luego el camino seguía, giraba hacia el sur... y daba hacia el otro túnel que salía hacia el este desde donde estaban, aunque parecía que de ellos salían dos ramificaciones nuevas, con destino indeterminado.

Lamentablemente, el aparato no había descubierto en esta ocasión si habría más trampas o explosivos por el camino, siendo imposible discernir si era porque no había ninguno en el camino, o si no había logrado detectarlos.

Gabarri se había apartado para dejar salir a sus compañeros del interior de la torre y luego se coló en el interior. Algo olía raro en como el enemigo había dejado que los masacrasen. Quizá hubiese una forma de entrar desde las torres hasta la estructura principal, o quizá les hubiesen preparado alguna sorpresa. Iban a tener cientos de presos intentando destripar y mutilar a los enemigos que estaban sobre la muralla principal, no les vendrían mal un par de ojos vigilando que no estuviesen entrando de lleno en una trampa.

Una vez dentro, el soldado se tomó su tiempo en buscar cualquier cosa que estuviese fuera de lugar, alguna pantalla que le permitiese acceder a algo de información o cualquier otra cosa que pudiese serle de utilidad. 

-Uhm... Poco concluyente-rezongó Orrin, algo contrariado-creo que no hay trampas, pero no podría asegurarlo. En cuanto al camino... No lo sé. Gira hacia la derecha, el este supongo, pero no tengo claro si más adelante volverá al norte o daremos una vuelta enorme para nada. Algo más adelante hay una sala, quizás allí haya algo, no lo sé-explicó el operador, sin perder de vista las señales del aparato. 

Cuando llegamos a la nueva posición busqué con la mirada a Demet, la callada tiradora debía estar cerca, pero no la vi. Me giré en su busca para ver que uno de los trozos de la muralla había acabado con ella. Había dado su vida por el Emperador y su nombre sería recordado con honores en Esperanza de San Tabris, pero la batalla continuaba.

Fijé mi objetivo en uno de los malditos herejes que aún vivían y tras apuntar cuidadosamente, tanto Mesut como yo hicimos fuego.

Seker arrugó el ceño al escuchar a su homólogo varangiano. El había propuesto un curso de acción y el zapador otro. Sopesó las implicaciones en ello durante unos segundos. Podía hacer caso omiso, coger a sus muchachos y cargar por su lado de la brecha, seguramente tendría que romperse la garganta a voces, por no hablar de las acusaciones posteriores, el enfado de muchos y si todo salía mal podía ser hasta una ejecución sumaria. Tragándose su orgullo, finalmente decidió seguir el plan de Morsov, pues de esa manera solo se jodería él. 

Apretó con fuerza y algo de rabia el mango de su espada sierra, mientras pedía de nuevo a su cabo que abriera transmisiones.

-Recibido Varangia, subiremos detrás vuestra, corto- Fue la escueta y desapasionada respuesta a Yngvarson. Luego pidió de nuevo el cambio de canal.

-Aquí Seker para el especialista Murat, nos posicionaremos en la muralla oeste tras subir la pendiente de escombros, proporcionaremos apoyo a los zapadores y Drafelivanos desde nuestra posición, necesitamos, repito, necesitamos su potencia de fuego ahí arriba por si a algún hereje se le ocurre intentar traspasar las líneas imperiales, corto- 

Tras esto, pasó al canal del 18º y el 21º de Tabris.

-Aquí el sargento Seker para...- Se quitó de golpe el auricular cuando un pitido brutal interfirió en medio de la transmisión, parecía ser que el auricular había sufrido algún tipo de daño debido a la onda expansiva.

-¡Murat!, arregla esto, YA, parece que se ha estropeado, ¡Espabila, vamos!-

Jarl había escuchado nítidamente las palabras del sargento Yngvarson por su comunicador y se dispuso a cumplirlas. Parte de él quería seguir batiendo las murallas con sus poderes, pero bajo el fuego enemigo era mejor no pararse a discutir.

-¿¿No lo has escuchado, Snarl?? Eso pensaba. ¡¡Mueve el culo tras esos santurrones!!

+¡¡Somos psíquicos, Jarl!! ¡¡Nuestro lugar no es la primera línea!!

-Seguro que el comisariado estará encantado de escuchar tus quejas en cuanto acabe la batalla. Ahora, ¡¡a moverse!!

Otra persona seguramente habría sonreído con satisfacción al ver desaparecer entre cascotes al objetivo al que no habían logrado abatir sus disparos, pero la tecnosacerdotisa se limito a tomar nota de ello como un dato mas. 

- 01110000 01100001 01110100 01110010 11000011 10110011 01101110 00100000 01100100 01100101 01101100 01110100 01100001 -

En una repetición del patrón de avance ejecutado con anterioridad Fäguäng y C3B0 avanzaron zigzagueando hacia la muralla, junto con otros drafelivanos, manteniéndose alerta a nuevos movimientos en las murallas hasta llegar a la brecha. Allí, tras un trozo de muralla que sobresalía entre el resto de escombros, escaneo sus alrededores buscando la ruta de escalada óptima para atravesar la brecha; así como posibles contactos enemigos. La lógica dictaminaba que todos hubiesen muerto en la explosión y el derrumbamiento, pero los esclavos de los poderes ruinosos no siempre seguían las reglas de la lógica. Esa era una de sus mayores herejías y debilidades.

Las fuerzas imperiales empezaban a correr con esperanza de que los Granaderos de Tyvia cubrieran sus espaldas con una última salva. Desde su posición Onorato vio a sus hermanos de guerra correr en dirección al muro y rezó para que el Emperador los protegiera.

Esperando que Ynestrilla diera las órdenes para hacer llover, el especialista se mantuvo quieto junto al resto de los tyvianos.

Rabiah avanzó a la carrera, con su espada sierra levantada sobre su cabeza, encendida y ahogando el sonido de sus aullidos fanáticos con su amenazante sonido.