Partida Rol por web

Precariedad

.Jueves 25 Abril 1996

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06/05/2010, 00:05
Ywen Roth

Y por lo visto ya estaba todo dicho de momento, asunto zanjado. Punto y pelota… Autoritario y posicionado sobre un escalón por encima de ella a dedo alzado. La inglesa achicó ligeramente los ojos, mientras se aguantaba las ganas de recomendarle un uso bastante más grosero de su índice. Antes de que su interlocutor desapareciera, ni margen le había quedado para rechistar. Claro que, dadas las circunstancias, quizás fuera mejor guardarse la saliva para sí. Como guste… - se lo imaginó a esas alturas caminando ya sobre el pasillo del piso superior hacia su dormitorio, generando alargadas sombras sobre paredes y suelo, envuelto en ocres de luz de gas - el “señorito”… Aún así, prefería la transparencia al fingido comedimiento.

Eso sí, esperaba que la ducha obrase milagros en él, arrastrando con ella parte de la temperatura de su carácter. Sí, puede ser que la allí presente inevitablemente emplease parte de su estancia “revoloteando” bajo aquellos muros, pero podía estar tranquilo, ya que la intuición que albergaba de momento era la de que iba a ser lo más lejos posible de su persona. Por cierto, hablando de “limitarse cada cual a sus funciones”, se preguntó en qué momento exacto aquel individuo había decidido asumir el cargo de su consejero de urbanidad. Sí, también era tan sólo por dejar las “cosas claras”.

Resopló con suavidad, relajándose, estaba resultando un día extraño, y desfrunció el ceño, que se le había curvado por propia iniciativa, arrugándose y haciendo alarde de una desmedida independencia. Mientras que simultáneamente se reprendía a sí misma, lamentándose y desprendiéndose de inmediato de aquella repentina severidad, que la invadía en ocasiones, en favor del entendimiento. La realidad era que en el fondo era enemiga acérrima de las primeras impresiones y, en consecuencia, prefería esperar al consabido después, aunque con el género masculino no podía evitar hallarse siempre a la defensiva. Todavía estaba por toparse con el primero de su especie que tuviera en cuenta realmente lo que ella deseaba, quería saber o consideraba, fuera aparte del ámbito de sus conocimientos de profesión.

Aquel tipo se mostraba agitado interiormente, contrariado en extremo por alguna razón que quizás estuviera aún más allá de la súbita pérdida de un padre y que, sumado precisamente a ese hecho, parecía crisparle los nervios. No, no aparentaba ser un hombre acostumbrado a ir manchado de un lugar a otro, ni tampoco al que le gustase que las cosas se le escaparan de las manos. ¿Se le habrían escapado?

Continuaba con la vista alzada, aunque ya no se podía decir que estuviera observando algo, sino más bien ganando profundidad, pero perdiendo el rumbo, mientras meditaba en algunos de los términos de aquella conversación. Mirsad parecía estar lleno de reproches hacia su padre y entre ellos a Ywen, sobre todo, le había llamado uno la atención: “era un obseso del arte, eso sí que era una enfermedad, se pasó toda su vida recolectando obras, a veces sin importarle cómo...” que respondía perfectamente a una íntima pregunta suya bastante anterior... Sí, él también le había vendido el alma al diablo.

Se giró, iniciando la andadura de nuevo sin prisa, mientras buscaba a Dejan, “el hombre para todo sin palabras”, tenía un par de preguntas para él. De pronto sonrió, recuperando el humor. Curiosamente, de los dos habitantes de aquella fortaleza que hasta aquel momento conocía, con uno empezaba a no apetecerle conversar y con el otro literalmente no podía.

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06/05/2010, 13:28
Director

Dacijaj. Jueves 25 - Abril - 1996, 15:41. Casa Misimovic.

No había nadie en la entrada, ni rastro de Dejan ni del abogado, tampoco había conocido aún al cuarto, tras la llegada de Mirsad y ella misma, cuarto habitante de la casa, la mujer que hacía funciones de ama de llaves, así que disfrutó de unos minutos de tranquilidad y silencio. Sólo se oía el rumor del gas que proporcionaban la iluminación, los siglos retrocedieron a velocidad de vértigo, las lámparas se convirtieron en candelabros, desaparecieron las estatuas, que se convirtieron en dos vistosos mayordomos que se afanaban en atender a la gente que, de pronto, rodeaba a la historiadora.

Hombres y mujeres charlaban en una lengua desconocidad, sus trajes era propios del renacimiento, y una inmensa lámpara de araña gobernó el salón, pero por encima de todo, destacaba una imponente figura que la observaba desde lo alto de la escalera. Elegante jubón de seda negra que realzaba los poderosos pectorales del portador, anchas mangas con filos bordados en azul celeste, del mismo color que las agujetas que las sujetaban. El escote dejaba entrever una camisa blanca, y un colgante, grande, rematado con un medallón plateado. Calzas también de color negro, con las filigranas que la adornaban del mismo tono azul, a juego.

El sonido de una puerta que se abría a sus espaldas la sobresaltó, y la figura de Dejan apareció en el umbral, estaba sólo, por supuesto, la ensoñación se había desvanecido. Acarreaba dos maletas, una gris, grande, con apariencia de estar repleta, y otra del mismo color, más pequeña y ligera. Sostenía una en cada mano, y caminaba por el vestíbulo, pero se detuvo en cuanto vio a Ywen allí plantada, sin soltar los bultos.

 

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06/05/2010, 22:38
Ywen Roth

Aquel tipo de ejercicio mental era habitual en ella.
Dar rienda suelta a la creatividad disfrazada de conocimiento e imaginarse cómo habían sido en otra época emplazamientos como aquel.
Ese tipo de método le era usual y cercano.
Era como bucear en el pasado.
No era la primera vez.
No, no lo era.
Y, sin embargo, se hallaba confundida, incapaz de discernir entre la realidad tangible y la ficticia.
Porque esta vez era distinto.
¡Oh, sí! Lo era.
Ella no lo había iniciado… y resultaba escalofriantemente auténtico.
Todos y cada uno de los detalles.
Hasta el último.
Casi se podía decir que la envolvían.
Desde allí, sobre las escaleras. Un hombre la miraba.
¿La miraba? Sí, él la veía, como si en verdad ambos participaran en un encuentro atemporal.
No distinguía bien sus facciones, pero de algún modo parecían compartir aquel momento.
No, no era lo mismo.
Ella no lo había provocado.
Aquel entorno la había engullido sin más.
Era imposible.
Disparatado, irracional, ilógico.

Jadeó, como si realmente estuviera realizando un esfuerzo físico, cuando a su espalda la puerta impactó sobre sí misma, y dio un respingo, mientras en tan sólo un parpadeo todo volvía a ser… ¿real? ¿Normal? Sí… Apretó los labios con fuerza, encaró a Dejan que avanzaba con ambas manos ocupadas y respiró hondo, estaba alterada e irónicamente justo el renacimiento había sido una época calificable de muchas formas… menos relajada. Ahora era el “hombre sin palabras” el que enfrentaba su mirada y de golpe se sintió cansada. Cansada y absurdamente aturdida. Un lugar nuevo, un largo viaje, encuentros inesperados, situaciones sorprendentes, tensión acumulada y fatiga. No había probado bocado desde el desayuno. Eso era, sí, eso y sus ansias de conocimiento y de inmediato comenzó a ejercer el acostumbrado férreo control sobre sí misma.

- Creo que necesito un té... – murmuró de súbito para sí, porque lo necesitaba. Acto seguido, sonrió levemente, aunque hubo algo perturbador en aquel gesto cordial, y añadió ahora en un tono de voz más habitual – y un teléfono, si es que lo hay… - tomando las riendas, cada vez menos desorientada, la dosis justa de aplomo realizando su función. Entonces se dio cuenta de que le estaba entorpeciendo en sus tareas – Discúlpeme, por favor, no deseo interrumpirle, no se preocupe, indagaré por mí misma… - Y cuando justo parecía que había llegado el momento de marcharse, contrariamente a lo esperado continuó – Me estaba preguntando si en algún lugar guardaban una crónica de la historia de este enclave… – Sí, definitivamente eso también lo necesitaba. Distraerse, o mejor dicho, centrarse. Cuando el interlocutor de uno era mudo quizás no fuera muy aconsejable excederse en la petición de información, pero la mujer que Dejan tenía delante no creía en absoluto en los estereotipos y dudaba de que aquel hombre tuviera, a pesar de todo, problemas de comunicación. De hecho, a Ywen el silencio siempre le había parecido infinitamente más elocuente que una conversación.

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10/05/2010, 13:26
Dejan

El mayordomo prestaba atención a la boca de Ywen mientras hablaba, en un par de ocasiones, frunció el ceño, y se esforzó en mirar aún con más fijeza sus labios. No le daba tiempo a responder entre una pregunta y otra, y eso dificultaba la comunicación.

Avanzó un poco hacia la parte derecha del vestíbulo,  dejó junto a la pared ambas maletas, perfectamente alineadas, estiró su chaleco y se giró hacia la mujer, con su mano derecha alzada, cerrada como si sujetara algo, entre su oreja y su boca. Negó con la cabeza, y con la otra mano, señaló la puerta que conducia al exterior.

Luego, la invitó con otro gesto, a seguirlo, y la llevó por el lado izquierdo de la escalera, donde abrió una puerta, que desembocó en un largo pasillo, una hilera de ventanas, cuadradas y no excesivamente grandes, ocupaban la pared lateral, a la izquierda, no tenían rejas, pero si unas pesadas contraventanas de madera oscura, ahora mismo abiertas.

En la otra pared, lámparas del mismo estilo que en el resto de la casa, y ya casi al final, un pequeño cuadro que quedaba algo rídiculo debido a la longitud de la misma. Fondo de color amarillo claro, un cristo de ojos grandes caminaba seguro sobre las aguas verdosas de un lago, pies descalzos, pequeños y alargados, una ajustada túnica blanca y brazos extendidos de manera acogedora.

Pero Dejan continuó hasta llegar al extremo del corredor, por la única puerta que había, puso su mano en el dorado picaporte y la empujó con cierta dificultad, penetrando en la habitación que se extendía delante de ellos. Una brisa de aire helado azotó el rostro de la doctora, acompañada de un fuerte olor a madera, y uno a humedad, mucho más suave que el anterior. Sus ojos le mostraron por fin el lugar al que Dejan la había traído.

Una amplía biblioteca, sin duda, las paredes estaban cubiertas por altas estanterías que llegaban al techo, de la misma madera oscura que dominaba la decoración, su gran mayoría, llenas con libros protegidos por cristal. El centro de la habitación, estaba prácticamente diáfano, exceptuando dos sillones orejeros, y una sencilla mesa de hierro forjado, culminada por un tablero de madera perfectamente pulido, todo ello sobre una gruesa alfombra granate.

Tres ventales, altos y estrechos, daban luz natural al lugar, y uno de ellos, fue el motivo de que el mayordomo acelerara sus pasos en su dirección, pues se encontraba abierto de par en par, y los cortinajes de color marfil, ondeaba regularmente, aunque sin demasiada fuerza. Algún pequeño rastro de nieve caía en el suelo de piedra. Una vez cerrada la ventana, Dejan volvió a dirigirse a la doctora, imitando el gesto de alguien que bebe de una taza, y le indicó que esperará, con la mano extendida.Esperó hasta saber que Ywen estaba de acuerdo con la propuesta.

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11/05/2010, 20:54
Ywen Roth

De todos los “Cristos caminantes sobre aguas”, el preferido de Ywen no tenía nada que ver con el que se reflejaba sobre aquel lienzo de finales del renacimiento que tenía ante sus ojos. Éste, que se hallaba representado dentro de una composición armónica y llena de detalles, carecía todavía de la fuerza de expresividad del barroco, aunque ya hubiera perdido el toque primitivo e ingenuo del inicio del renacimiento. Y, sin embargo, el otro, ese que valoraba sobre el resto, ese que acudía ahora a su retina, se debatía y avanzaba sobre aguas tempestuosas, caminaba dando la espalda al observador con un brazo alzado al frente y el otro pegado al cuerpo, ocultaba su rostro a un mundo que quedaba atrás para encarar un destino a esas alturas ya inevitable. La misma escena sacra. Nada que ver una con otra. Hermosas ambas.

Al fin alcanzaron la puerta e Ywen atravesó el umbral pasando a formar parte etimológicamente de una “caja” de “libros”, transformándose en uno más de aquellos pájaros enjaulados en madera oscura, los cuales, perdida largo tiempo atrás la esencia de volar, permanecían bajo el control de la férrea mano del tiempo, su propietario real.

Aire. Un golpe de frío.

[Caminar con las manos ocupadas, con los sentimientos adormecidos, con el entendimiento atareado… sosteniendo físicamente, vagando interiormente, investigando mentalmente… y en demasiadas ocasiones huyendo de sí misma. Pasado y presente.

Imagen hospedada en la web

Todo lo inaudito del devenir humano, su aliento vital, quizás incluso medido en versos, contenido en ellos… doblegando baldas hirientemente. ¿Pesaban? ¿Le pesaban?]

Frío y nieve licuada sobre la piedra.

Amaba el arte y había entregado su vida al estudio del mismo, sólo que había consentido que ambos se convirtieran en un “refugio”. Cerró los ojos brevemente, conteniendo así de manera radical la autocrítica de nuevo. ¿Acaso tenía algo de malo?

Existían bibliotecas que albergaban todo tipo de conocimientos, unas diseñadas para uso comunitario y otras, como aquella, con un alma específica. Ordenado por siglos, se abarcaba allí parte del corazón del pensamiento humano y su expresión artística, comprendiendo las muy diversas facetas del arte, tanto estética como comunicativamente. Desde su posición, leyó alguno de los títulos cuidadosamente encuadernados que conformaban aquel tesoro pedagógico, religioso, académico, literario, además de ornamental… y se sintió íntimamente partícipe de aquel seductor encarcelamiento.

Desvió la mirada hacia Dejan, observando minuciosamente cada uno de sus gestos y sonriendo simultáneamente a sabiendas de que efectivamente ambos se habían entendido perfectamente, alcanzando un nivel de comprensión sencillo y sorprendentemente bastante gratificante. Asintió y se giró, enmudecida a su vez, dirigiéndose después hacia una zona temporal precisa de las estanterías, apartando el cristal protector y deslizando sus dedos sobre el lomo de los tomos a modo de advertencia, mientras percibía con intensidad ese olor común que en ella se unía dolorosamente a toda una vida de redención y escogía uno. De pronto, Ywen albergaba una inquietud concreta… la de conocer el devenir histórico de aquella fortaleza.

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13/05/2010, 09:47
Director

La doctora comienza su búsqueda, lenta y minuciosa, deteniéndose en varios volúmenes con hermosos grabados, recreándose en las fuertes y duraderas encuadernaciones, suaves cubiertas de piel, resistentes a los pasos de los siglos. El tiempo vuela, seducida por aquella variopinta cantidad de volúmenes, dificultando su concentración en alguno en concreto, encontrando siempre un punto de interés a cualquier ejemplar que cayera que sus manos rozaran.

Dejan volvió a aparecer, sostenía una pequeña bandeja de plata sobre la que descansaba una solitaria taza de porcelena color marfi, un elegante azucarero del mismo tono, y por último, una jarra un poco más grande, llena de leche caliente. Hizo una ligera inclinación de cabeza en dirección a la única mesa de la estancia, y fue allí donde depositó lo que tenía en sus manos. Interrogó gestualmente a Ywen sobre sus preferencias a la hora de tomar aquel humeante té, por su aroma, dedujo enseguida que se trataba de la variante negra de la infusión.

El cielo se había oscurecido aún más, y el viento había recrudecido su azote, la tormente no tenía visos de mejorar. Dejan, fue entonces hasta un pequeño juego de poleas que se ocultaba tras uno de los cortinajes, y con un suave chirrido, comenzó a bajar del techo una pesada lámpara de madera, circular, que hasta ahora le había pasado desaperciba, tenía doce velas apagadas de color rojo colocadas a lo largo de su circunferencia. El mayordomo las encendió, y luego volvió a accionar el sencillo mecanismo, la luz alumbró el centro de la habitación, principalmente la mesa y los sillones, algo que, sin duda, agradeció la improvisada exploradora de libros. Se despidió de nuevo el silencioso personaje, señalando un cordel de terciopelo junto a la puerta, y luego señalando su propio cuerpo.

Dacijaj. Jueves 25 - Abril - 1996, 18:18. Casa Misimovic.Biblioteca

Pudo entonces Ywen volver a su tarea, no sin antes descubrir en un rincón, una escalera de madera, no muy alta, que le permitiría acceder a los lugares más altos con una mayor comodidad. Aún tardó un rato más en dar lo que había estado buscando, pero finalmente lo consiguió. Un libro no muy grande, titulado Las Fortalezas, siglo XVIII, autor anónimo, una recopilación de viejos escritos, cual, se hacía referencia a los lugares más inaccesibles durante la Edad Media, fortalezas nunca conquistadas.

Dazhijäj Mäizhimovich, el cruce de caminos.

El idioma, latín durante casi todo el libro, cambia en este punto, seguramente se trate de algún dialecto serbio antiguo, y a Ywen, le cuesta comprenderlo en su totalidad, pero, su intelecto rápidamente empieza a encontrar significado a las desconocidas palabras.

Dazhijäj era considerado el paso más importante para atravesar los balcanes durante el final del periodo bizantino, alcanzando su máximo esplendor debido a la gran afluencia de viajeros entre ambos lados del vasto imperio. Fue objeto de numerosos ataques, pero siempre fueron rachazados, amparándose en la fortaleza de los señores del pueblo, los Mäizhimovich, que los defendió durante casi cien años. La noble casa emergió tras la llegada al poder de Constantino, siendo Gracjiel Mäizhimovich su más notable represante durante esta época. El texto continuaba, haciendo referencia a varios sistemas defensivos, que en su momento fueron innovaciones. Pero no había mucho más, aunque por las descripciones, Ywen casi podía asegurar que se trataba del mismo edificio en el que ella se encontraba ahora mismo, por lo menos la estructura original.

Espero que después, lo coloques todo tal y como estaba.

La voz Mirsad sacó a la doctora de su lectura, no le había oido entrar, y la miraba apoyado con desgana en una de las estanterias cercenas a la puerta. Se había cambiado de ropa, y usaba ahora unos pantalones de color negro y un jersey del mismo color, de lana gorda. Al verlo, Ywen fue consciente de que su propio cuerpo estaba quedándose helado.

Una buena cantidad de libros se repartían entre la mesa central, el sillón libre, y los peldaños de la escalerita, no era consciente de haber sacado tantos, pero conociéndose, tampoco era para nada descabellado.

- Tiradas (2)
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15/05/2010, 23:20
Ywen Roth

¿Mäizhimovich?... Frunció el ceño, apretando los labios con fuerza, para acabar relajando el gesto rápidamente, generando la ilusión repentina de que tan pronto como había aparecido se había disipado. Justo entonces la voz de Mirsad le llegó como un latigazo, sobresaltándola visiblemente y obligándola a dar físicamente un respingo. Completamente concentrada en su tarea, Ywen había logrado desprenderse una vez más de la casi ineludible percepción espacio temporal, hecho al que cabía añadir que por alguna razón absurda, ya que se hallaba en la casa de aquel hombre e iban a compartir techo durante algunos días, era la última persona a la que esperaba toparse allí plantada.

Alzó la vista del libro inmediatamente: - Por supuesto… - ¿Mirsad estaba bromeando? ¿Simplemente buscaba la manera de romper el hielo para entregarle cuanto antes la llave? ¿Volvía a reprenderla? ¿O realmente estaba acostumbrado a adiestrar comportamientos? En cierta medida algo parecido era lo que aquel tipo había hecho antes y, de ser así, aquella jornada empezaba a transformarse en el “día internacional de tomarse la libertad de juzgarla abiertamente”, comenzando a primera hora con que si era terca, después con que si no tenía importancia esto o aquello, con que se limitara a sus funciones y, por último, con que recogiera sus juguetes antes de acostarse - Vaya… - se rió de manera espontánea tras aquella última regresión a la infancia, mientras observaba con detenimiento su entorno y su rostro ganaba con aquel gesto, en consecuencia, una expresividad y una viveza que la prudencia le restaba en ocasiones – no sé qué tienen las bibliotecas que, aunque me hiele de frío en ellas, me hacen sentirme como en casa – acto seguido, se frotó ligeramente las manos después de haberles insuflado su aliento. Su tono también era alegre, estaba claro que el tiempo empleado en aquella “caja de libros” le había mejorado el ánimo, más aún cuando tenía la satisfacción de haber encontrado al menos en parte lo que buscaba.

Su pierna derecha, cruzada sobre la izquierda, había dejado de balancearse, cerró el libro que estaba ojeando, dejándolo sobre la mesa, y se levantó, comenzando con la tediosa labor de reestructurar aquel relativo desorden, sonriendo abiertamente ante una imagen mental de sí misma almacenada tres décadas atrás en su retina, la de una niña que recogía su dormitorio compartido en el Rosall College de Lancashire, armada con un par de coletas, e intentando por todos los medios al menos “parecer” obediente. Escenas recurrentes a lo largo de su existencia.

- Me preguntaba si heredasteis la fortaleza o la adquirió tu padre – Le estaba tuteando ella también, cambiando educadamente de registro al que su interlocutor acababa de utilizar. ¿Volvía a hallarse fuera de sus funciones? ¿O quizás esta vez sorprendentemente podrían conversar? Aquel metro sesenta y pico de airosa británica, revestida con un pantalón de tweed negro y un original jersey ajustado de cuello barco granate oscuro, se acercó a la escalera de mano y ascendió por ella despacio, apoyándose en el asidero y demostrando en el corto trayecto que la separaba del suelo que no se encontraba cómoda sobre aquel artilugio. Se giró hacia él y añadió sin pensarlo – Por favor, ¿podrías acercarme – cuantas menos veces seguidas tuviera que ascender y descender por aquellos endebles peldaños, mejor que mejor - ese par de ahí… los encuadernados en verde oscuro? – Señaló dos tomos que se hallaban uno sobre otro cerca de la posición del escultor y fue sorprendente, porque no había hecho más que pedírselo espontáneamente y ya se estaba arrepintiendo. No era un tipo que se le antojara muy colaborador, lo veía más bien capaz de limitarse simplemente a tirar del cordelillo que atraía a Dejan o sugerirle directamente que dejara aquello para más tarde.

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18/05/2010, 16:57
Mirsad Misimovic

Dejan la observaba con expresión inquieta, de vez en cuando desvíaba los ojos hacia la ventana, pero enseguida regresaban a la doctora.

¿Habría sido así mi madre? ¿Había compartido la pasión que mi padre sentía por los objetos antiguos? ¿Esa adoración por el pasado que le impedía vivir en el presente? ¿O tal vez fuera una de esas incautas jovencitas cautivadas por el encanto y el dinero del elegante señor Misimovic? Ese perfecto caballero que tantas veces le habían recordado que era.

Prefiero no saberlo.

No se movió cuando Ywen le solicitó ayuda, ni siquiera hice el gesto de acercarse a los libros, los brazos seguían cruzados sobre su pecho.

¿Y a salto de que te preguntabas tal cosa? ¿Acaso también también mi padre te pidió que la valorarás? Había cierta agresivada latente en sus palabras Perteneció a nuestra familia desde su construcción, supongo que eso le dará más valor, pues pienso deshacerme de todo esto de una maldita vez abrió los brazos, para abarcar la estancia.

Es posible que le encuentres encanto, que aprecies lo que hay caminó hasta la ventana, y cerró de golpe las cortinas de la más próxima a ellos, pero cuando llevas aquí un tiempo, te das cuenta de que nada es real, de que son las estutuas, los cuadros, los que te observan a ti, en lugar de tu a ellos dio un par de pasos hacia el centro de la habitación, y apoyó las manos en el respaldo de la butaca.

Y creéme pronto sabrás de lo que hablo, pues me acaba de informar Dunja de que han aislado el pueblo debido a la tormenta

Pronunció estas palabras con rejocijo, incluso se permitió una sonrisa inconclusa mirando a la doctora, y recogió los libros que le había pedido, llevándosolos hasta donde ella estaba, y tendiéndoselos de uno e uno.

 

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20/05/2010, 01:26
Ywen Roth

Para cuando Mirsad le tendió el primero de los libros, Ywen ya había perdido toda esperanza de que se los acercara y, de hecho, había comenzado a hacer mención de moverse para recogerlos ella misma, aún así en última instancia hubo de contenerse, ya que al parecer el actual señor de la fortaleza había decidido entregárselos. Eso sí, no sin antes ponerse a la defensiva de una manera que comenzaba a convertirse en habitual. Le daba la impresión de que aquel hombre se sentía atacado de continuo, independientemente de lo que se hiciera, y para protegerse utilizaba la consabida táctica de primero embestir él.

No tenía muy claro lo que había tras aquellos ojos intensos, tras aquella mirada preñada de desasosiego, pero hubiera jurado que Mirsad sobrellevaba una guerra interna de una manera tan contundente y real que resultaba espeluznante. Incluso hubiera afirmado que no la libraba tan sólo contra sí mismo, sino que abarcaba también en ella al resto del planeta.

- Simplemente conversaba… - le aclaró, ya que él no parecía haberse percatado de ese hecho inofensivo, y aceptó con un suave movimiento de su mano diestra el tomo que el escultor le brindaba en primer lugar – me gusta conocer la historia de los lugares en los que me hallo, lo que ha sido de ellos a lo largo del tiempo, y no sólo cuando forma parte de mi trabajo, sino porque a nivel personal me interesa, despierta mi curiosidad… - Siento decepcionarte… justo entonces se giró, dándole la espalda, y colocó el volumen en su lugar – el hecho de que yo personalmente aprecie este lugar y su contenido o no, es otra cuestión bien distinta, que en el fondo radica tan sólo en la importancia que cada persona les otorgue… - le encaró de nuevo y recibió de sus manos el segundo de los ejemplares – al fin y al cabo en realidad no son más que lugares y objetos y, más allá de la valoración artística que se les pueda dar, se halla lo que signifiquen o no para el que los mira…- se volvió de nuevo y, encajadas ya perfectamente las piezas en el puzzle, descendió de la escalera de mano, sujetándose con firmeza al asidero, hasta poder liberarse de ambos y emplazarlos en otro punto concreto en el espacio.

Esta vez no cometió el mismo error anterior, tomó todos los libros de la zona que ahora iba a completar de un golpe y los colocó sobre la parte superior de los peldaños antes de retomar el ascenso por última vez, con idea de acabar de un plumazo con todos los que debían colocarse en ese otro lado de la estancia en la parte superior.

- Todos nos deshacemos continuamente de cosas porque nos incomodan, porque ya no nos sirven, porque las detestamos o sencillamente porque nos da la gana… - seguía realizando su tarea de manera calmada, pero a la vez sorprendentemente precisa para alguien que era foráneo dentro de aquella biblioteca – aquello de lo que quieras desprenderte no es asunto mío ni lo juzgo… - descendió de la escalera y la apartó del todo, ya no la necesitaba – tus razones tendrás para ello… - añadió, dando por zanjado el tema y dedicándose a los pocos volúmenes que le restaban, que no eran otros que los que había que ubicar ya en la parte inferior – no te haré esperar mucho más, ahora mismo acabo… - en esta ocasión ni siquiera le miró. Si había algo que detestaba sobre manera, era sentirse un incordio y a esas alturas, con toda la agresividad subyacente en las palabras de su interlocutor hasta la fecha, ya no le quedaba ninguna duda de que para aquel hombre no era otra cosa.

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21/05/2010, 10:37
Mirsad Misimovic

Habla demasiado

Mirsad se movió por la habitación mientras Ywen terminaba la tarea que se había impuesto, abrió un libro que había cogido de una estanteria, pasó un par de hojas distraidamente mientras la inglesa continuaba con su elocuente discurso.

La cena se sirvé a las siete y media

Le dirigió una mirada condescendiente, y soltó el libro que tenía en las manos en el primer lugar que le pareció, cambió su gesto a uno mucho más desafiante, mientras caminaba de nuevo hasta acercarse a la doctora. Sus ojos se estrecharon en el escrutinio al que volvía a sometarla, sin perder un ápice de su provocador semblante.

Espero que para entonces estés más receptiva

Le apuntó con el dedo, de manera similar a como lo había hecho con anterioridad, y lo movió y par de veces, por un momento pareció que iba a añadir algo, pero se limitó a sonreir con suficiencia, y se giró dándole la espalda, buscando la salidad de la biblioteca.

Y date una ducha antes de sentarte en la mesa

Cogió el pomo de la puerta, que estaba entreabierta, y tiró de él con excesiva fuerza, haciendo que esta estuviera a punto de chocar contra la pared, pero la detuvo a tiempo, y salió con paso tranquilo, dejándola abierta.

La doctora Roth volvió a quedarse sóla en la biblioteca.

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22/05/2010, 15:21
Ywen Roth

¡Eso es lo que tú te has creído!... Aquel amago de vedette acababa de abandonar la escena en su histriónico modo habitual, que en esta ocasión hasta había resultado en cierta medida hilarante debido a la imprecisión de sus movimientos, más dispuestos a arrancar puertas de sus goznes que a simplemente abrirlas, y en consecuencia una risa en forma de suave resoplido había abordado a Ywen de manera improvisada, mientras se imaginaba a aquella aspirante a “prima donna” avanzando engreídamente por el pasillo.

Si no había expresado aquel pensamiento en voz alta, no había sido ni siquiera por educación, sino por otra razón bien distinta, la de que se había desplazado hasta allí no porque le hubiera dado la gana, sino en representación de la Universidad de Cambridge, de hecho, con aquella frase reducida estrictamente a su ámbito mental la británica no se estaba refiriendo tan sólo a la sugerencia de que se tomara una ducha o a la de que estuviera más receptiva, sino también a la de la posibilidad de compartir una cena con aquel petimetre de tres al cuarto.

Incluso se le pasó por la cabeza rehacer la maleta de nuevo y desandar el camino hasta el hotel que había visto en el pueblo, a pesar de la peligrosidad de la ventisca o de la distancia, puesto que para realizar su trabajo no tenía necesidad explícita de hospedarse en aquella mansión, sino solamente de desplazarse hasta allí durante las horas y días que necesitase, pero lo había desestimado de momento, estaba claro que una actuación semejante no favorecería en absoluto la obtención del relicario de Saint Joseph a cambio de un precio razonable. No, ciertamente no, de manera que tendría que bastarle con alejarse de él y concentrarse en terminar su trabajo lo antes posible. Por cierto, ¿cómo de incomunicados se hallarían?

En realidad había algo más, una cuestión más personal e íntima. Segundos antes, cuando el escultor la había encarado de nuevo a dedo alzado, sumado al tono agresivo precedente de marcada soberbia y latente desprecio, algunas de las tormentas más impetuosas de su pasado se habían reconstruido en su retina como si no se tratara del ayer. El tono y la forma de actuación acumulada por aquel hombre le estaban provocando tal desagrado que su mandíbula inferior se había llegado a crispar de buena gana contra la superior, dotando a su rostro de cierta fiereza inesperada.

Habían transcurrido 12 años, pero la promesa aún seguía en pie y no tenía la menor intención de empezar a romperla. No transigiría con el despotismo en ninguna de sus formas ni estadios.

Encajó el libro que estaba sosteniendo y se acercó a tirar del cordel que atraía a Dejan, o vete tú a saber si a Dunja, el caso era que tenía que arreglar aquello de algún modo razonable o se veía a sí misma caminando de propia voluntad, de ser preciso incluso en medio de la tormenta, de regreso a Dacijaj, portando sus maletas y pidiendo una entrevista con el abogado del difunto Misimovic… si es que no se congelaba por el camino. Aún así había algo que no le encajaba, ¿si tan poco receptiva le parecía y tanto le desagradaba en todos los aspectos, por qué no se limitaba a entregarle la maldita llave y a ensañarle su futuro lugar de trabajo y ya estaba?

Había dejado sin colocar tan sólo dos de los libros, uno de historia de Serbia que sujetaba en sus manos, que comenzó a ojear apoyada sobre la escalera de mano y que pretendía llevarse a la habitación para echarle un vistazo más atentamente y el que había sacado Mirsad de la estantería, soltándolo por ahí unos segundos después. Ese último no tenía la más mínima intención de recolocarlo para su ilustrísima majestad.

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25/05/2010, 09:29
Director

Ywen no oyó ningún ruido cuando tiró de aquel cordel, pero era de esperar que aquel rudimentario sistema de comunicación funcionase. El libro que había ojeado durante unos instantes, que poco antes había estado en las manos de Mirsad, era un libro de poesía antigua, sin autor, cuya edición databa de finales del XVIII.

Mientras ojeaba los libros, la doctora escuchó lo que le parecieron pasos, pero el sonido no provenía del pasillo, sino más bien de la propia habitación, aunque, al mirar a su alrededor, pudo comprobar que se encontraba totalmente sola. Entonces fue cuando otro ruido, más sordo esté, atrajo su atención, un libro había caido en el extremo opuesto de la estancia, y yacía abierto sobre el pétreo suelo.

Dejan golpeó con suavidad la puerta abierta, suficiente para hacerse oir en la silenciosa casa y sobresaltar a la inglesa, las paredes y ventanas asilaban razonablemente bien el ruido exterior. Con expresión seria, el mayordomo miró a Ywen, y luego a su alrededor, pero ningún gesto delató emoción alguna en su rostro.

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27/05/2010, 15:35
Ywen Roth

Alzó la vista del texto que estaba ojeando, creyendo que alguien se le acercaba eficientemente tras el tirón de cordel que había tenido lugar minutos antes, e inmediatamente un gesto de sorpresa se formó en su rostro. A pesar de la impresión que la acababa de envolver en forma de sonido leve de pasos y que había anunciado sin lugar a dudas la presencia de alguien más, allí no parecía hallarse nadie para atestiguarlo.

Su mano diestra se cerró sobre la tapa del libro, dando por concluida la lectura, mientras era testigo de un fenómeno curioso. Un libro mal colocado desertaba de su puesto, acompañándose en el proceso de una sonora pataleta. Frunció el ceño, ella no recordaba haber tocado aquella sección de la estantería, ni tampoco que lo hubiera hecho Mirsad.

Extraño… en la misma medida que todo aquel día al completo, ni más ni menos, insólito, al paso que iba igual hasta excéntrico e inevitablemente incómodo, o al menos así era cómo empezaba a sentirse ella, aunque quizás de esto último tuvieran más la culpa las personas que los emplazamientos.

Justo entonces, unos golpes en la puerta la sobresaltaron. Dejan hacía su entrada en escena y, a pesar de que su rostro no reflejara sorpresa alguna, sus ojos deambulaban por el entorno de una forma sobradamente atenta. Ywen se separó en aquel preciso momento de su apoyo, dejando así atrás la escalerilla de mano, y recogió el tomo que ahora reposaba abierto sobre la piedra en el otro extremo de la estancia antes de dirigirse al mayordomo. Lo alzó lentamente del suelo, le echó un vistazo por ver de qué diantres trataba y se giró de inmediato hacia él, encarándole.

- Me preguntaba… - sus pasos la fueron aproximando despacio hacia él – si habría algún inconveniente en que cenara en el dormitorio que se me ha asignado… - podría haberse excusado alegando que estaba cansada, que deseaba aprovechar el tiempo en alguna rutina de su trabajo o simplemente seguir leyendo, pero no tenía la menor intención de ser hipócrita, de manera que dejó la frase en el aire sin dar ninguna explicación más allá. Todo menos compartir mesa con el señor “Don Ordeno y Mando”, al menos mientras pudiera evitarlo. De esta forma, si conseguía mantener el contacto con él bajo mínimos, quizás no se deteriorase en exceso cualquier posible intento de transacción comercial en ciernes.

En esta ocasión había que reconocer que la británica se estaba preocupando por hablar más calmadamente en un intento de no atosigar a Dejan en la comprensión de sus términos: - ¿Por favor, podría usted avisarme en el momento en que el Señor Misimovic esté dispuesto y libre para mostrarme mi futuro lugar de trabajo? – Así dejaba ese hecho en manos de Mirsad, de tal manera que él siguiera creyéndose en posesión de las riendas. Sonrió y esperó sin prisa la respuesta de aquel hombre servicial y correcto en extremo.

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28/05/2010, 16:36
Dejan

Dacijaj. Jueves 25 - Abril - 1996, 18:32. Casa Misimovic.Biblioteca

Kinder- und Hausmärchen de los hermanos Grim, era el título del libro que había caído al suelo, no sabía mucho sobre ese volumen, o por lo menos, no lo recordaba en esos instantes.

Un ligero olor acre inundó sus fosas nasales, venía, sin lugar a duda de la propia bilbioteca, pero sólo duros unos breves momentos, la puerta abierta que daba al pasillo habia permitido el paso de una corriente de aire algo más fresca aún que la ya de por si fresca temperatura de la habitación.

Dejan asintió a la primera de las cuestiones planteada, firme, con las manos a la espalda. La segunda cuestión fue otro cantar, sin perder la mirada de la británica, se alisó la camisa con la mano zurda, pensativo. Ywen se percató de lo delgada que era la prenda que vestía el mayordomo, parecía de sencillo lino, y los pantalones tampoco eran especialmente gruesos, pero el hombre no parecía tener frío.

Finalmente asintió con la cabeza, pero con mucha menos seguridad que antes, no correspondió la agradable sonrisa de Ywen. A continuación, extendió los brazos en dirección a los libros que cargaba la doctora, y con una mirada interrogante, señalándose a si mismo, intentó hacerle entender algo.

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30/05/2010, 14:01
Ywen Roth

- No se preocupe, yo me encargo… - lo que uno ha trenzado por antojo, ha de tener el compromiso de destrenzarlo del mismo modo, sin cargar al resto de congéneres con el peso de sus propias cuitas. Aún sonreía cortésmente, sintiéndose en cierta medida culpable internamente al darse cuenta de que había puesto a aquel hombre en un compromiso con su segunda petición. Aún así, Dejan había asentido y la británica no dudaba de que cumpliría con su misión a ciencia cierta, fuera cual fuese la respuesta de su otro interlocutor – Muchas gracias… - una leve pausa – por todo.

Sostenía aquel volumen en alemán de los hermanos Grimm en silencio, sin saber muy bien qué cuentos concretos o leyendas estaban contenidos en él. ¿Aquellos grandes recopiladores de cuentos populares y, en consecuencia, reconocidos cuentistas, relatarían allí la Cenicienta y Blancanieves, recreando metáforas sobre los peligros del mundo a los cuales uno ha de enfrentarse y magnificando la figura del socorrido príncipe azul? Odiaba, sobre todo, esto último, debido a que la existencia de semejante individuo era una de las más decepcionantes mentiras que le hacían tragarse a una desde niña. La realidad resultaba bien distinta y, en ella, Caperucita roja al crecer se casaba con el leñador para acabar descubriendo en breve que el tipo no era otra cosa que un lobo disfrazado de oveja y verse en la obligación de tener que pegarle un tiro ella misma para poder sacarse sus destructivas garras de encima.

Esperó a que Dejan la dejara a solas y entonces se giró, recolocando aquel tomo recogido del suelo en su sitio. No era que le desagradara, pero claramente tampoco lo deseaba, además de no entender el alemán, ni estar de humor para toparse por casualidad con Rapunzel. Una cosa sí resultaba curiosa de los hermanos Grimm, la de que, a tenor popular y a lo largo de sus varias ediciones, las madres malvadas se habían tenido que transformar en madrastras y las mujeres embarazadas a base de visitas de príncipes en dulces doncellas encantadas que debían ser liberadas de torres. Y se habían visto en la obligación de efectuar aquellos sutiles retoques, porque la verdad nunca ha sido considerada educativamente apta para niños.

Se había comprometido con Dejan en dejar cada libro en su sitio y eso la llevó a recolocar incluso el libro de poesía que había pasado por las manos de Mirsad, a pesar de haber renegado desde un principio de tal función, pero a esas alturas la británica no tenía la menor intención de hacer cargar con sus propias pataletas mentales a un mayordomo, que no tenía la culpa de trabajar para un autócrata. Acto seguido, abandonó la biblioteca, cerrando con suavidad la puerta tras de sí, y una vez en el pasillo se acercó a una de las ventanas para observar detenidamente durante unos minutos el estado del clima con sus propios ojos.

No tenía prisa, así que después desanduvo el camino de regreso hacia su cuarto sin premura, aunque por alguna razón extraña se sentía algo inquieta, mientras su cerebro repasaba una de las afirmaciones de Mirsad: “cuando llevas aquí un tiempo, te das cuenta de que nada es real, de que son las estatuas, los cuadros, los que te observan a ti, en lugar de tu a ellos”… que de pronto e inesperadamente empezaba a no serle tan ajena. Al alcanzar la habitación designada para ella en la primera planta, giró el picaporte y entró, cerrando la puerta de inmediato tras de sí. No restaba mucho rato para la cena, de manera que con la idea de hacer tiempo escogió de entre sus pertenencias uno de los libros de consulta que había traído de camino al baño, lugar en el que se descalzó para acabar regresando a la cama y tumbándose sobre ella, mirando al techo, sumida en sus pensamientos con un libro yacente sobre el regazo. Una vez allí, perdida a millas de distancia, se lamentó por no haber podido avisar a Virginia en la universidad o a su hija en Rossall de que había arribado a su destino sin problemas.

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01/06/2010, 17:35
Director

Los copos de nieve, azotados por el gélido viento se estrellaban contra el ventanal. Los cristales distaban mucho del hermetismo de las casas modernas,se escuchaba con claridad el sonido de la tormenta, y entre los bordes, un hillillo de agua se deslizaba perezoso en el interior de la habitación.

El cansancio se apoderó de la británica en cuanto sus huesos tocaron la cama, el colchón, sorprendentemente firme y cómodo. Casi sin darse cuenta, sus ojos se fueron cerrando, y el las letras que componía el libro se tornaron cada vez más borrosas, hasta que finalmente, cayó dormida.

Sus pies dejaban surcos sobre la nieve,respiraba pesadamente, estaba corriendo a traves de unfrondoso bosque, sentía su pecho palpitar, y su cabeza se negaba a mirar atrás.Al fondo,detrás de los árboles, percibía la silueta de la mansión Misimovic, y hacía allí se encaminó.

Un escalofriante alarido se escuchó a su espalda, la nieve se tornó negra, el cielo se oscureció, y los orgullosos árboles se habían retorcido en grotescas formas y la sólida piedra del edificio comenzó a desmoronarse a extraordinaria velocidad, un sonido a su espalda, alguien estaba golpeando la madera de algún árbol, de manera continua, sus zapatos no eran adecuados para caminar por la nieve, resbaló... los golpes continuaban.

Toc, Toc, sus ojos se abrieron, enfocando el hermoso díptico del techo, hasta que finalmente se percató de que alguien llamaba a su puerta de manera insistente.

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03/06/2010, 15:58
Ywen Roth

Odiaba sentirse angustiada, prefería el dolor, incluso aunque fuera con letras mayúsculas. Todo ello por culpa de la maldita y no olvidada sensación de indefensión.

Blanco bajo los pies… transformándose de pronto en su propio negativo fotográfico… ¿Qué zapatos llevaba?... ¿Eran sus zapatos?... ¿Huía hacia la salvación o de ella?... Escapaba hacia la casa… dejando atrás el aislamiento, lo desconocido… ¿O tal vez lo conocido?… Retorcido, oscuro, capaz de difuminar incluso el mundo hacia el que huía, desmoronando sus piedras una a una… oscuridad, un grito, golpes… ¿Tenía miedo… o en realidad no?... Pasos… sus pasos… cerrándose en cremallera tras ella… dejando una honda cicatriz sobre la nieve negra… un surco ensombrecido, pero coherente…

Se decía que aquellas emociones que se hallaban o habían quedado enterradas en nuestro subconsciente salían a flote en nuestros sueños, como si nuestros anhelos presentes o nuestro pasado escondido aflorasen en ellos de manera inconsciente, como si se hiciese lo que se hiciese, no se pudiera evitar que siempre estuvieran allí.

Abrió los ojos a un díptico cuyas formas distaron mucho de ser nítidas desde el inicio, aunque al final lo lograron tras un intervalo de segundos. ¿Dónde estaba? Otro breve lapso de tiempo para comprender que no se hallaba en su casa de Londres, que aquel no era su propio dormitorio, sino uno ajeno.

Golpeaban la puerta sin que voz alguna acompañase al ruido. ¿Dejan? Se alzó de la cama casi de un salto que, contrariamente a lo esperado, la desplazó hacia la ventana por el lado justamente opuesto a la entrada. Su vista se perdió a través del cristal, hacia los árboles. ¿Qué esperaba hallar? ¿Deseaba encontrarse a sí misma, encarando de frente a la Ywen que huía del bosque, generando así una paradoja?

Seguían golpeando la puerta de manera insistente. Se acercó por fin a ella, confusa, se humedeció los labios resecos y, aún descalza, la abrió. Percibía el frío de la piedra bajo las plantas de sus pies, más allá del fino algodón escocés que minutos antes había abandonado la protección de unas botas de piel en el baño. Justo entonces, se dio cuenta de que el libro que había yacido previamente sobre su vientre, ahora lo hacía bocabajo sobre el suelo. Ni siquiera había percibido ruido alguno procedente de éste al caer, ¿o sí? Cerró los ojos durante un momento, intentando recordar, para terminar por abrirlos de nuevo cortésmente, afrontando a la persona que esperaba al otro lado del umbral.

- Hola… Buenas… - No dijo un "lo siento", se le quedó enredado junto al aturdimiento. Su cabeza asentía, la mano diestra descansaba sobre el pomo, el aire del pasillo y su luz se filtraban, mezclándose con los de aquella estancia. ¿La hora de la cena? Se echó a un lado…

… Y, de pronto, lo recordó. El sonido leve del papel rasgando el aire, acompañando al libro que lo generaba en su deambular sobre la colcha y abandonándolo algo más sonoramente sobre la alfombra. Segundo ejemplar que acababa sobre el suelo en apenas unas hora.

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07/06/2010, 18:38
Mirsad Misimovic

Estaba a punto de echar la puerta abajo comentó con sarcasmo una voz que, salvo milagro, no correspondía a la del mudo mayordomo, tampoco aquellos brillantes ojos verdes que la miraban desde arriba, una sensación que se acentuó ante su ausencia de calzado pero veo que únicamente te habías quedado dormida esbozó una sonrisa e hizo un gesto hacia el pasillo, tras el cual unos pasos resonaron suavemente alejándose . A duras penas distinguió los oscuros ropajes que se perdieron en el recodo que daba a la escalera.

Entre ambos, había un mesa de servicio, como la de los hoteles, plateada y con ruedas, no era muy grande, y estaba convenientemente tapada  por una bandeja del mismo tono. Mirsad estaba apoyado en ella con ambas manos,como si fuera a empujarla, que es, lo que no tardó en hacer a los pocos instantes, soltándola de golpe.

Ywen se había apartado, así que el carrito entro despacio en la habitación, traqueteando sobre la irregular piedra, y se paró justo al bode de la alfombra.

Espero que el motivo de negarte a bajar a cenar conmigo, sea porque  compartir una cena más íntima en la habitación se encaró con Ywen, entrelazando las manos parsimoniosamente, sonrió y el gesto fiero desapareció, pero sus ojos seguían paseándose inquietos de la británica a la habitación.

No es de buena educación rechazar la invitación de tu anfitrión, y mucho menos enviar a terceros a disculparse en tu nombre.

Mirsad movió ligeramente el cuello, y luego se llevó la mano al mismo, esbozando un repentino gesto de dolor, pero enseguida recuperó la compostura.Era díficil distinguir si el serbio estaba enfadado, o por el contrario se entretenía con ella.

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08/06/2010, 01:19
Ywen Roth

¡No me lo puedo creer!... Alzó ambas cejas de golpe al ver allí plantado al último que se hubiera esperado. Si una cosa le quedó clara a Ywen en aquel preciso instante, fue que cualquier intento de solucionar aquello de un modo razonable que hubiera pergeñado, se acababa de ir al garete.

Cuestión que inevitablemente la llevó ni más ni menos que a… reírse. Tal cual y claramente sin malicia. Y no fue por no llorar, sino porque fue incapaz de contenerse, algo que dudaba que aquel hombre fuera capaz de llevar a cabo. Reírse “de” alguien… puede, pero “con” alguien o “de sí mismo”, como este último obviamente era el caso de la británica, empezaba a dudarlo seriamente, pero justamente cuando estaba sopesando esta cuestión, tuvo que tragarse literalmente sus pensamientos, ya que sorprendentemente Mirsad le demostró que por lo menos tenía la capacidad de sonreír y que ese hecho conseguía edulcorarle el rostro. Claro que… ¡vaya usted a saber por qué diantres sonreía! Por cierto, ¿le dolía el cuello? Se preguntó si ese hecho tendría algo que ver con las manchas que le habían adornado previamente.

- Me temo que te equivocas en dos cuestiones: en primer lugar, yo no he enviado a nadie a que se disculpe por mí – ladeó la cabeza ligeramente, intentando observar a Mirsad desde otra perspectiva – lamento admitir que no tenía la más mínima intención de disculparme y, en segundo, precisamente la buena educación es lo que me ha decidido a mantenerme entre estas cuatro paredes – aún sonreía y, aunque había bastante ironía en sus palabras, su tono en ningún momento era airado, sino más bien divertido, ni tampoco había en él rastro de intolerancia.

Se apartó de la puerta, se aproximó al libro que yacía bocabajo, agachándose despacio, pasó una mano sobre las páginas, alisándolas con cuidado, y lo dejó sobre la mesilla de noche una vez cerrado. Entonces se giró, encarando de nuevo a su interlocutor, mientras se quitaba el broche que adornaba su suéter granate y se recogía el pelo con él en un gesto claramente acostumbrado. No quería molestias ni cuando comía ni cuando trabajaba. Acto seguido, sus pies se desplazaron sobre la piedra gracias a la lana con suavidad, esta vez dirigiéndose hacia el carrito, y sus ojos se centraron en él.

Al alcanzarlo, alzó la tapa de la bandeja lentamente con gesto de franca curiosidad y atisbó su contenido: - ¿Y bien? ¿Entras o sales? – Se refería al hecho de que Mirsad continuaba en medio de la puerta. Acababa de decidir no discutir con él, al menos hasta después de la cena, si es que conseguía contenerse, claro estaba – Si optas por lo segundo, – eso era lo que la británica estaba convencida que aquel tipo iba a hacer, es decir, darle un par de malas contestaciones, señalarla con el dedo y dejarla con la palabra en la boca, exactamente como había demostrado placerle – ¿te parecería bien reunirnos abajo después para que me enseñes el lugar donde se encuentran las obras que he de evaluar? – apretó los labios mientras asentía con contundencia – Y si optas por entrar, estás a tiempo, por supuesto...- Ahora se refería a la bandeja.

Y, justo entonces, sin más preámbulos, le dio la espalda para encaminarse con paso silenciosamente decidido hacia el baño, de donde regresó con las manos lavadas y sujetando una de las toallas de mayor tamaño, dando por sentado que o bien el escultor ya se habría evaporado, o estaría preparado dedo en ristre armado con frases lapidarias. ¿Quizás esta vez cambiase la pose por otra más señorial al estilo del popular almirante Nelson, eternamente subido a una columna en Trafalgar Square? Era curioso lo mucho que el concepto de educación variaba entre las personas, por más que supuestamente estuviera sujeto a un canon.

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09/06/2010, 10:14
Mirsad Misimovic

Le sorprendió escucharla reír, no le pegaba, una sonrisa formal y encantadora era todo lo más a lo que podía aspirar la estirada británica podía esperar, no a esa risa fuera de lugar. Por suerte recuperó su tono sarcástico y sus engoladas palabras. Suponía que estaba lejos el día que ese mujer se planteara siquiera que podía equivocarse en algo.

Observó sus movimientos, la sencilla tortilla acompañada de una ensalada de lechuga con buen aspecto, y un generoso trozo de algún tipo de carne fría. También había una botella de agua.

Si no te gusta algo, o quieres alguna otra cosa como vino, puedes pedírsela a Dejan. Mirsad miró sin demasiado aprecio la comida que le habían servido a la doctora, se había acostumbrado a cenas mucho más excitantes.

Volvió a seguirla con la mirada, para, a continuación, entrar en la habitación. Paseó sus ojos con desgana sobre el libro que había recolocado Ywen ,luego, sus pasos le encaminaron al armario, que abrió sin reparos, echando un vistazo a las pertenencias de la londinenese. Y en esas estaba cuando ella regresó del baño, aunque no hizo ningún esfuerzo en disimular lo que estaba haciendo.

Hoy en día, a cualquier cosa le llaman obra de arte

Comentó relajadamente, mientras se giraba sin cerrar la puerta del armario.Su mirada se centró en los pies de la británica y la sonrisa volvió a aparecer en aquel rostro, aparentemente más calmado. ¿Te dijo mi padre que me expulsaron de la soborna durante el segundo año? Al contrario de lo que pudiera parecer, aquel era un recuerdo grato Me enamoré de mi profesora de fundamentos de la forma, era una mujer increíble, lo de menos era su belleza, tenía algo que me fascinaba, percibía una incotrolable pasión bajo su frío comportamiento acaricio con suavidad la puerta del armario, navegando en aquel momento con añoranza y descubrí que yo tenía toda la razón, quizás fueron los seis mejores meses de mi vida se encogió de hombros, volviendo a centrarse en Ywen una lástima que me pidiera demasiado,yo era demasiado joven.