Partida Rol por web

Precariedad

.Viernes 26 Abril 1996

Cargando editor
18/02/2011, 18:18
Mirsad Misimovic

Mirsad la observaba fascinado mientras hablaba, no mostraba
signos de sorpresa ante las palabras que Ywen iba encadenando con una firmeza
sorprendente al entender el contenido de las mismas, al contrario, en su rostro
se reflejó un inapropiado gesto de calma que lo hizo rejuvenece algunos años.
Pero sus inquietos ojos refulgieron una vez más, esta vez avivados por la luz
del fuego, y tiraron del ahora lánguido cuerpo del serbio, que con una
sorprendente velocidad, gateo hasta situarse a la altura de las rodillas de la
británica. Posó ambas manos sobre ellas, dejando un ligero rastro de humedad
sobre el pantalón que vestía, usándolas simbólicamente como punto de apoyo y
quedó por encima de ella, con una sonrisa displicente.

Me alivia saber que
no soy el único que lo ha visto, o tal vez debería estar aterrado ante la
posibilidad de que mi locura pueda ser tan real como el dolor que hace unos
instantes sentías.

Acorralada en el sillón, los cristalinos ojos de la doctora
parpadearon pesadamente de manera inevitable, una ligera bruma se extendió por
su mente, y lenta pero inexorablemente el paisaje fue cambiando a su alrededor.
Seguía en el mismo sitio, pero la única luz provenía de la chimenea, que junto
con el resto del mobiliario había retrocedido por lo menos hasta lo que, una
experta como Ywen, catalogaría como estilo renacentista. Mirsad seguía de pie
en el mismo sitio, sus ropas tampoco había cambiado, pero el verde de su iris
se había intensificado, y la sonrisa se había tornado burlona.

Puedes verme porque
soy lo que habita en tu interior desde que me descubriste aquella mañana donde
ella te dejó, porque la conozco, y a través de ella, te conozco a ti.

Un ramalazo de intenso dolor recorrió el brazo de Ywen,
sumiéndola de nuevo en un embriagador sopor, acunada por la voz de Mirsad,
ahora diferente, mucho más suave, pero llena de apremio huye, tu no deberías estar aquí… gritos,
gritos de una mujer joven, cada vez más fuertes y mezclados con aullidos de
puro terror

… pero lo estas

Abrió los ojos, estaba sola, en el sillón del pequeño salón,
pero un grito ahogado volvió a escucharse en algún lugar no demasiado lejano
del castillo. 

Cargando editor
23/02/2011, 22:29
Ywen Roth

Ella…

Pronombre personal sujeto… tercera persona del singular. Femenino. Cuatro letras, formadas por una consonante repetida y dos vocales.

Ni tú ni yo… sino ella.

¿A quién se estaba refiriendo? En su propia historia tan sólo existían dos ellas que le importaran, que le pertenecieran y a las que pertenecía más allá de las barreras espacio corporales. Una había decidido dejar de compartirlo todo por propia voluntad largo tiempo atrás. Con la otra, sin embargo, lo seguía compartiendo todo, incluso aquello que formaba parte de ese silencio construido con lo que no se contaba, pero se sabía.

Ellas…

Pronombre personal sujeto… tercera persona del plural. Creando una línea continua generacional. Después de mi… tú y luego aún se sumaba otra más. Anne, Ywen y Grace.

No tenía ni la menor idea de si él se estaba refiriendo a alguna de aquellas dos “ellas”. De ser así, de la primera ya no deseaba saber nada. Era demasiado tarde. Era materialmente imposible recuperar la inexistencia de contacto.

De la segunda… A la segunda… Por la segunda… y entorno a la segunda había girado su tiempo durante los últimos dieciséis años.

No. No podía estar refiriéndose a ninguna de “sus” ellas. Tenía que ser otra. Una propia de él. De su maldito universo. ¿O estaba equivocada y en realidad sí podía? La imagen de la primera de “sus ellas” se fijó en su retina acunada por las palabras del escultor: “Puedes verme porque soy lo que habita en tu interior desde que me descubriste aquella mañana donde ella te dejó, porque la conozco, y a través de ella, te conozco a ti…” Ese no era Mirsad. ¿O sí lo era y en realidad no le conocía?

“No te preocupes… todo saldrá bien…” Las últimas palabras de Anne habían sido tan sólo una mentira. “Me voy con él…” Por primera vez se planteó abiertamente la posibilidad de que en verdad su madre nunca hubiera tenido nublado el juicio, más bien al contrario.

Cuando uno abría una ventana, ¿permitía conscientemente que se mezclaran dos realidades? Cuando alguien saltaba al vacío atravesándola, ¿escapaba o afrontaba un destino? ¿Qué marcaba exactamente la frontera? ¿Qué se hallaba más enrarecido… el interior o el exterior? ¿Qué estaba exactamente en ruinas?

¿Qué habitaba en su interior? No era miedo, ni era desesperación, no era simplemente dolor ni tampoco soledad, sino una verdad, su verdad.

Imagen hospedada en la web

Yo…

Pronombre personal sujeto… primera persona del singular. Había un salto al vacío que este “yo” jamás tenía intención de realizar. Independientemente de la existencia o ausencia de cordura. No, no tenía porqué repetirse siempre la misma historia. Era aburrido e inconcluso.

Y… no, no iba a dejar otra muñeca rota de cuencas vacías atrás, acurrucada como un despojo en la esquina de una habitación mortecina.

Volvía a dolerle el brazo y entonces miró su reloj, ¿se había quedado dormida? ¿En serio? No recordaba haber visto a Mirsad abandonando la sala y, sin embargo, sí recordaba estar harta de que le repitieran la misma historia. ¿Qué era toda aquella cháchara en la que se veía imbuida cada tanto sobre huir y sobre si ella no debía estar allí, aunque lo estuviera? ¿Por qué diantres habían solicitado entonces su presencia en aquella casa? Odiaba a Zvjezdan por haberse muerto antes de poder responderle y a Mirsad por negarse a darle una mera pista al respecto. Desde que había llegado a aquella fortaleza no había obtenido ni una sola respuesta y no era que se sintiera perdida, nadie podía perderse si en primer lugar ni siquiera había hallado camino alguno. ¡Ah!... Y, por supuesto, que se marchaba de regreso a su casa con los suyos cuanto antes, pero no porque estuviera huyendo, Ywen no sabía escabullirse, no lo había hecho ni una sola vez a lo largo de toda su vida, sino porque a esas alturas estaba más que saturada de acertijos absurdos a los que empezaba a comprender que no les iba a encontrar respuesta, de manera que ya no tenía sentido permanecer allí.

De hecho, se levantó y optó por comprobar a través de la ventana si el tiempo atmosférico le permitía largarse al hotel del pueblo de inmediato, mientras escuchaba un grito sin saber muy bien si procedía de “esta” realidad o de la “otra”, pero siendo consciente de que si pertenecía a ésta, había que ayudar como fuera a alguien. Había sonado cerca, demasiado cerca. El recuerdo del dolor reciente le invadía la memoria, como avisándole de lo que podría regresar, mientras esa misma mano tiraba del cordón que llamaba al mayordomo, para después salir con rapidez hacia el pasillo a su encuentro, descendiendo hacia el piso inferior.

Cargando editor
17/03/2011, 11:25
Director

No era en absoluto compasivo el tiempo con Ywen, la nieve
seguía azotando, implacable, a la vetusta casa. Tampoco fue excesivo el momento
que la doctora se demoró cara al exterior. Se movió con presteza escaleras
abajo mientras el silencio era el único que había acudido al reclamo de su
oportuna llamada.

Enfiló decidida el largo pasillo que desembocaba en el
despacho de Misimovic, pues sus sentidos la condujeron hasta allá. Y parece que
acertaron, pues al final del mismo, de espaldas a la puerta, un sencillo vestido
florado retrocedía apresuradamente. Se dio la vuelta, pero con la mala fortuna
que sus pies se enredaron, haciéndola caer de una manera algo ridícula.

No se levantó, sino que se quedó arrodillada, las manos
cubriendo unos sollozos desesperanzados.

La doctora, de pie en el umbral de la puerta más alejada de
la joven serbia, sólo acertaba a ver una puerta abierta tras ella, sin ninguna
pista del motivo que causaba el estado de Dunja.

 

Cargando editor
21/03/2011, 21:00
Ywen Roth

Atrapada dentro de aquella especie de mausoleo atemporal. Sin más. Ésa era su situación y parecía irreparable.

Un pájaro se hubiera dado de cabezadas contra el cristal y hubiera acabado atravesándolo sin pensárselo dos veces, vivo o muerto, independientemente de la inclemencia que hubieran ejercido sobre él el tiempo atmosférico o el miedo, prevaleciendo siempre por encima de todo el deseo de alzarse libremente, pero ella no era un animal que se movía tan solo por instintos básicos, lo que en aquel preciso instante resultaba ser una verdadera lástima.

Se preguntó si en el fondo lo hubiera preferido.

Nadie acudía a su encuentro, algo que ella ya había anticipado, y por un centenar de razones internas la situación se hizo cargo de sus intenciones, liderándola y obligándola como siempre a enfrentarla, tirando con fuerza de la cuerda que la unía a una realidad que la enjaulaba una vez más. Mientras avanzaba, no paraba de preguntarse si aquello no acabaría resultando una forma como otra cualquiera de atravesar precisamente esas mismas rejas. Aunque el principal problema quizás fuese que se hallaba tan confusa que no lograba percibir si hacia donde se apresuraba, era hacia el interior o hacia el exterior de aquella celda improvisada.

De una u otra forma, sus pasos la encaminaron hacia el despacho del antiguo propietario, antes de llegar al cual se frenó en seco con idea de observar la nueva escena. Alguien necesitaba ayuda, ¿Dunja? ¿O alguien que se hallaba en el lugar donde ésta clavaba la mirada?

Un parpadeo y el ayer se abrió pasó de golpe.

Un golpe duro y seco… llanto… en sus oídos y en su rostro… un cuerpo desestabilizándose… chocando contra el suelo… odio, dolor, remordimiento y juramentos internos de venganza… baldosas de piedra, dura y fría, atemporal y en ese momento por ello injusta… me encantaría pintarte así… perdida y humillada… así me gustas… un eco de palabras apenas perceptibles… una cascada de sonidos emitidos en un tiempo aún más inclemente si cabe… someterse por otro ser humano y mentir… mentir hasta encontrar la puerta entreabierta de la jaula… la palma de sus manos helada… frías la rodillas… había caído sobre el suelo… al menos se equivocaba en una cosa… no, jamás... ella no estaba perdida…

De pronto, de su escena mental nada quedaba, salvo sus ojos, secos por haber permanecido abiertos hasta que al fin otro parpadeo irrefrenable los había hecho regresar de ese otro lado de su espejo interno, que durante unos segundos le había resultado aún más inhóspito que éste, que se hallaba ante la vista.

Era otra la que yacía sobre el suelo en una situación distinta.

Justo entonces se aproximó con presteza a la muchacha y la ayudó con rapidez a alzarse sobre el suelo:

- ¿Qué sucede, Dunja? - Ahora sí, ahora podía observar el entorno. Momentos antes hubiera sido incapaz de verlo.

Cargando editor
28/03/2011, 12:54
Dunja

Sus dedos traspasaron la delgada tela de su florido vestido
al ayudarla a incorporarse. La piel estaba helada, el pequeño cuerpo de Dunja
se estremecía al ritmo de irregulares sollozos que interrumpían el sempiterno
silencio de la casa. Alzó el rostro para mirar a la mujer que le hablaba con
calma. Puro contraste con el resto de su cuerpo, las mejillas coloreadas
desprendían un febril calor, gruesas lágrimas las refrescaban deslizándose suavemente
hasta la comisura de sus labios temblorosos, y el marrón de sus iris se había
vuelto más oscuro e intenso, y unas pequeñas y bonitas manchas de color miel
destacaron en ellos. Se agarró a Ywen con unos dedos que por un breve momento
amenazaron con traspasar su piel, y escondió la cara en su hombro, huyendo de
lo que había visto.

La puerta del despacho estaba abierta, y una gran cantidad
de papeles esparcidos por el suelo acudí a una llamada del despacho del señor Maisimovic Dunja
susurraba en su oído, no del todo entendible lo que le decía
fuertes ruidos desde el principio del
pasillo,
la puerta estaba abierta y él…
un sollozo más fuerte y una respiración
forzada sentado en su silla miraba al vacio la doctora vio la silla con
sus propios ojos, elegante y altiva detrás del desordenado escritorio no sé
si me vio, no sé si veía algo, pero sacó un
cuchillo
 
unas manchas espesas, de color
rojizo, salpicaban el blanco y amarillento de algunos de los documentos que
descansaban sobre la mesa y se cortó el cuello, sin dudarlo pero no había ni rastro de
ningún cuerpo en aquella habitación.

Un brillo fugaz atrajo la atención de Ywen hacia el suelo,
junto a la pata del escritorio, donde, parcialmente oculta tras ella, el filo
de una antigua daga reflejaba discontinuamente la oscilante luz de un
candelabro.

Como si hubiera estado enfadado por ser olvidado, el dolor
en su brazo despertó con brusquedad, dejando claro que no la había abandonado.

 

- Tiradas (1)
Cargando editor
02/04/2011, 16:20
Ywen Roth

No había manera de evadirse de aquellas sacudidas de dolor que avanzaban por su brazo de forma ocasional y que la anclaban a la hiriente realidad más allá de lo soportable. Aún así, mantenía a la muchacha sujeta y, después de escucharla, su mano se crispó ligeramente sobre la tela que cubría su antebrazo. Apretó simultáneamente la mandíbula y aguantó el tirón interno con dureza, porque no era el momento de mostrar debilidad y porque no iba a permitir que la ansiedad la venciera, a pesar de no poder evitar el repentino temblor de pulso de su mano dolorida. Si había algo que le sobraba, eso era coraje, de manera que simplemente se trataba de apoyarse en él una vez más.

Y, sin embargo, sus labios la traicionaban repitiendo un mantra interno desprovisto de sonido. Tres términos acallados en su garganta. ¡Otra vez no... otra vez no!...

En palabras de Dunja: “Miraba al vacío… no sé si me vio, no sé si veía algo…” ¿Cómo podía tener su pasado tantos puntos en común con su presente? A esas alturas le resultaba indistinto el modo, daba igual referirse al hecho de cortarse el cuello o al de arrojarse por un balcón.

- ¿Te refieres a Mirsad? – Preguntó horrorizada y al mismo tiempo insegura, ya que, aunque tratara de ocultarlo, no tenía claro a qué Misimovic se estaba refiriendo, si a éste, al de hacía varios siglos o a cualquier otro. Entonces penetró en la habitación preparada para lo peor, pero sin soltar a la muchacha, ya que no albergaba la menor intención de abandonarla bajo aquellas circunstancias en medio de un pasillo. ¿Sería demasiado tarde para el serbio? Porque no se podía referir a ningún otro, ¿O sí? Aceleró el paso - ¡¡¿Mirsad?!! – Había alzado ligeramente el tono de voz, con el corazón latiéndole por duplicado por culpa de la situación en sí misma y de sus implicaciones, buscando al escultor con la mirada por todo el despacho al no haberlo encontrado en ninguna parte hasta el momento.

Acto seguido, desvió de nuevo la mirada hacia Dunja y frunció el ceño, no por incredulidad o desdén, sino más bien por todo lo contrario, la creía a ciencia cierta y ni por asomo dudaba de las palabras de la muchacha. Justo entonces, entrecerró los ojos durante una fracción de segundo. Tranquila, tranquila… calma… Para reabrirlos posteriormente con renovada fuerza.

Siéntate aquí y dame uno momento - Habló con suavidad, tratando de calmarla también a ella, aunque para entonces a la inglesa ya no sólo le temblaba la mano contaminada por la resina. La ayudó con delicadeza a sentarse en la primera silla al alcance dentro del despacho y, sin tocar nada, teniendo cuidado incluso de donde ponía el pie, se aproximó a la parte interior del escritorio, avanzando con premura y observando el entorno con cierta desconfianza, como si esperara la llegada de un momento a otro del consabido susto que acompañaba normalmente a la película de terror de turno. A su vez, se permitió echar un vistazo al contenido de los papeles y a la daga, intentando descifrar si podían ser la causa de todo aquel desaguisado, o lo que era lo mismo, indagando en las piezas de aquel puzle extremadamente retorcido. Aunque no osó tocarlos, la sangre que los marcaba, la mantenía paralizada en tal sentido.

…Y, de repente, un rostro le vino a la memoria y no pudo evitar gritar su nombre: - ¡¡¡Dejan, por favor!!!– ¿Dónde se metía últimamente aquel hombre cuando se le necesitaba?

Cargando editor
18/04/2011, 19:12
Director

El grito de la británica sobresalto a la nerviosa muchacha, la cual se había sentado en una de las sobrias sillas destinadas a los visitantes del despacho del difunto coleccionista. Seguía derramando alguna lágrima, y procuraba no apartar la vista de la doctora, puesto que prefería evitar el sangriento escritorio.

Una notable cantidad de sangre había formado un pequeño charco justo delante de la silla en la que la serbia afirmaba que hace unos instantes descansaba Misimovic, había también varios papeles con rastros del viscoso líquido. En la silla y en el suelo también había sangre, se veía más oscura que la de la parte de arriba de la mesa, y el fluido vital también goteaba de la antigua arma. El rastro no iba a ningún sitio, y tampoco había ningún cuerpo del que se pudiera afirmar que provenía el desangramiento. Se confirmaba la primera impresión que Ywen había tenido desde el exterior del despacho.

En medio del caos de papeles, y sin recibir respuesta alguna a su llamada, se fijó en folio en especial, era el único que estaba encarado con la silla, y podía leerse con claridad sin tener que tocarlo. Reconoció la delicada y pulcra letra, eran los mismos trazos que la habían conducido a este pequeño pueblo perdido de Serbia.

Siempre he querido alejarte de todo esto, siempre he querido mantenerte a salvo, desde que Dragic murió, supe que algo extraño estaba sucediendo, por eso te separé de mi lado, por eso te he añorado desde entonces mi niño, y ahora estoy seguro de que no volveré a verte.

Seguro que te has enfadado por ocultarte lo de tu hermanastra, y llevas razón, tu nunca quisiste a su madre, lo entiendo, creías que era ella la que te apartó de mi lado, pero siempre fui yo que nos separó, siempre fui yo, él mismo que creía que podría controlarlo todo, poner a salvo a esta familia de una vez por todas. Por eso le he llamado, para que os conozcáis, para que por fin todo lo que queda de la familia pueda reunirse, para que por fin todo lo que queda de la familia, desaparezca, por nuestro bien, por el bien de todos, por el bien de nuestro pueblo.

Tu lo viste aquel día, yo lo he visto todos los días de mi vida, ahora no tengo ninguna duda de que siempre ha estado conmigo, de que siempre me ha llevado de la mano, de que mis intereses sólo eran los suyos, y ahora me he decidido por fin a hacerle frente.

He encontrado algo que quizás me ayude a detenerlo, pero es algo antiguo, algo que no soy capaz de comprender, algo tan conocido y obvio que no puedo aceptarlo. He descubierto a Dios, he descubierto que existe el bien y el mal, que hay vida más allá de la muerte, y que cuando llega el momento, todo se confunde, y solo me queda aferrarme a la bendecida cruz que me guiará a intentar evitar lo que tanto tiempo llevo promoviendo, creía que sin saberlo, pero con pesar he de admitir que me seducía la idea de ser un libertador, debo evitar que la guerra nos sacuda de nuevo.

He pedido ayuda a viejos amigos, pero casi todos me han tachado de loco, por lo que he tenido que mentir y arrastrar al infierno a personas inocentes para que me ayuden en este complicado dilema del que ansío salir victorioso. Me han dicho que la extranjera ha sufrido mucho, que es capaz de adentrase en el mundo oscuro, no son sus conocimientos lo que anhelo, sino su alma.

Pero aún venciendo, sólo se retrasaría lo inevitable, somos una puerta abierta a nuestro mundo, una que debe cerrase para siempre…

Te quiero hijo mío, dile a mi nieta que me perdone, y a ti te pido lo mismo.

Cargando editor
23/04/2011, 12:27
Ywen Roth

"O Fortuna, como la luna cambiante, siempre creciendo y decreciendo; detestable vida primero oprimes y luego alivias a tu antojo; pobreza y poder derrites como el hielo.

Destino monstruoso y vacío, tu rueda da vueltas, perverso, vano es el bienestar y siempre se disuelve en nada, sombrío y velado me mortificas a mi también; ahora por el juego traigo mi espalda desnuda para tu villanía.

El Destino está contra mí en la salud y la virtud, empujado y lastrado, siempre esclavizado. A esta hora sin demora toca las cuerdas vibrantes; puesto que el Destino derrota al más fuerte, ¡llorad todos conmigo!"

Frente al significado de este poema latino, Ywen, por su parte, a lo largo de toda su vida se había aferrado por convicción a cuatro consabidos versos de William Ernest Henley:

"No importa cuán estrecha sea la senda, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma."

Y ella lo era. No había mucho más que añadir.

¿”Me han dicho que la extranjera ha sufrido mucho, que es capaz de adentrase en el mundo oscuro, no son sus conocimientos lo que anhelo, sino su alma”? ¿Ah, sí? ¿De verdad? ¡Había que jorobarse! Sí, jorobarse… y además de una manera absoluta y completamente literal. Esa era una de las razones por las que no creía en la suerte, ni el destino, ni en Dios, al menos hasta que alguno de esos términos no fuera científicamente demostrable.

Si Dios existía de veras, estaba deseando encararle para decirle lo mucho que su figura se asemejaba para ella a la de un monstruo o a la de una pesadilla, a la de un sádico que se mantenía en su lado del tablero de ajedrez de brazos cruzados observando cómo caían sus peones. ¿Cómo rezarle? ¿Cómo adorarle? ¿Por qué no odiarle?

El alma, lo que daba aliento al hombre, esa parte inmortal del ser humano que parecía constituir su esencia, intangible e irremediablemente abstracta, esa parte entrañable de uno mismo que sentía, se abatía, se partía, se caía, se echaba por la boca e incluso en algunas ocasiones a la espalda. Unos la tenían, otros no y, entre estos últimos, los había que sin pensárselo dos veces se la habían vendido al mismísimo diablo.

De manera que la extranjera había sufrido mucho, era capaz de adentrarse en el mundo oscuro e incluso se anhelaba su alma. ¿Ah, sí? ¿De verdad? Pues bien, su “alma” era suya y la británica tenía toda la intención de hacer con ella lo que le viniera en gana. Aunque una cosa le empezaba a quedar clara, si había alguna puerta que cerrar, ya podía suceder pronto, porque tenía la impresión de que el mundo bajo sus pies se tambaleaba miserablemente y sobre él aún caminaban personas que le importaban lo suficiente como para arriesgarse a cerrarla con sus propias manos.

Parecía que todos los hombres con los que tenía el disgusto de toparse, cojeaban del mismo pie, ese que les llevaba a mostrase obscenamente presuntuosos sobre el dominio, la manipulación y el poder que ejercían sobre el resto. ¡Vaya “suerte” la suya! ¿No?

¿Sarcasmo? Sí. A toneladas. Por cierto, a cerca del bien y el mal, mejor no hablar, portaba toda una diserción sobre el tema tatuada sobre y bajo su propia piel.

De aquel papel, que más bien parecía una última voluntad, le quedaban muchos cabos sueltos, puesto que era confuso en extremo y de no ser por sus recientes experiencias en el interior de aquella maldita fortaleza, de la que parecía no hallar manera de marcharse, hubiera jurado que provenía de alguien que en sus últimos días había perdido el juicio. Hoy en día y, visto lo visto, se planteaba otro tipo bien distinto de cuestiones: ¿A quién o a qué había que detener? ¿Al ancestro de los Misimovic o a qué? ¿Qué había encontrado que pudiera detenerlo? ¿Se refería a Dios? ¿Quizás a la estatua del subsótano o a otra cosa? Deseaba con todas sus fuerzas que no se estuviera refiriendo al primero, al Creador, porque entonces “iban dados”. Aunque había que reconocer abiertamente que la principal incógnita no dejaba de ser otra que el cómo.

- ¡¿Dónde demonios se habrá metido este hombre?! – Masculló contrariada y en voz alta. ¿Ahora resultaba que aparte de mudo se había vuelto sordo? Dejan tenía que saber mucho más de lo que daba a entender. ¡Oh, sí! ¡Por supuesto que sí! ¿Iba a tener que salir a buscarlo a él también? ¿Habría sufrido algún percance? Encontró con la vista el consabido cordón de aviso que se hallaba en todas y cada una de las habitaciones y tiró de él repetidas veces como indicativo de la urgencia, mientras decidía por el momento no preguntarse ni una vez más dónde diantres se encontraba el supuesto cadáver de Mirsad.

Y ahora sí, ahora intentó buscar más pistas sobre todo aquello, fuera invención o realidad, entre papeles y por todo aquel despacho, estanterías, paredes, escritorio, con sumo cuidado y sin liarla lo suficiente de cara a la posible aparición de la policía, porque sí, había que hacer algo al respecto, pero… ¿exactamente el qué? O al menos había que encontrar una forma de salir indemne de todo aquel sinsentido, sin perder por el camino la tan sobrestimada cordura.

Y, sí… otra vez el silencio la revistió de nuevo interna y externamente con esa sincera ausencia tan suya, tan propia de él, que a la vez contradictoriamente conseguía emitir tanto ruido que obligaba a su abnegada audiencia a apercibirse irremediablemente de él y de su presente ausencia, cual crío malcriado ávido de atención.

Cargando editor
03/05/2011, 13:15
Director

Dunja se sobresaltó cuando Ywen alzó la voz, la joven seguía
sentada en el mismo sitio en el que fue “colocada”. Miraba a la doctora,
centrándose en ella, intentando ignorar lo que tenía a su alrededor, intentando
espaciar las furtivas miradas que iban de la sangre del escritorio, a la sangre
del suelo. Lo había visto, lo había hecho sin dudarlo, y era eso lo que la
asustaba, lo que le impedía levantarse y ayudar en lo que fuera que estuviera
haciendo aquella mujer que había tenido la entereza de preocuparse por ella.

La observó mientras recorría la habitación, mientras se
afanaba en examinar con pulcritud y orden los pocos objetos y muebles que
decoraban la estancia.

No había rastro de sangre que fuera más allá de la silla, y
aunque el color de la alfombra podía dificultar el encontrarlo, se aseguró de
que terminaba en ese pequeño círculo. La caja fuerte había sido cerrada, pero
sobre ella descansaban un libro que Ywen no recordaba haber visto antes. Se
acercó a ellos bajo la vigilante mirada de la virgen del cuadro.

Vieja encuadernación en piel negra, desgastada, y un título
escrito en serbio, pero no el serbio actual y que más o menos dominaba la
académica, en sobrios caracteres blancos. La traducción que le dio en su cabeza
fue algo así como El Cruce de Caminos. No había nada más en la portada. Era
grande, del tamaño de un A-3, y su grosor también era considerable. Parecía
antiguo, y por la experiencia de Ywen podía afirmar que, como poco, había visto
un par de siglos, y sin embargo presentaba un decente estado de conservación.

No había mucho más que examinar en aquella estancia, que
carecía de más muebles, y salvo el mosaico, lo único que le quedaba era la
puerta que daba a la sala donde el señor Misimovic guardaba las preciosas obras
de arte, la cual también estaba cerrada.

Señora…

Un femenino susurro hizo que se diera la vuelta, la joven
sirvienta había llamado su atención debido a la presencia de otra persona en el
despacho.

El mayordomo echó un vistazo general a la estancia, para
luego centrarse en los azules ojos de la británica. Parecía cansado. 

- Tiradas (2)
Cargando editor
15/05/2011, 21:11
Ywen Roth

Cruce de caminos… Tres palabras clave que mezclaban históricamente antiguas supersticiones con modernas leyendas urbanas.

Apretó la mandíbula con fuerza y todos los rasgos de su rostro se endurecieron al unísono, generando una apariencia fuerte que se asemejaba mucho más a lo que ella era realmente que el frágil y sutil contorno de su rostro relajado; aquella fortaleza, aquella fiereza la definían mucho mejor de lo que ella misma hubiera osado hacerlo nunca.

Cruce de caminos… Sí, ese lugar exacto en que el demonio esperaba a que dieran las doce para concederte tu deseo más preciado a cambio de tu alma. En resumen, nada más y nada menos que una puerta abierta a un futuro infierno. Un lugar parecido a aquel en que el músico estadounidense Robert Johnson, según constaba la leyenda, había entregado su alma al diablo para beneficio de los amantes del blues y su guitarra. Sin embargo, Ywen había aprendido a llamar a las cosas por su nombre y en el caso de Johnson obviamente no se trataba de ninguna transacción maléfica, sino de verdadera habilidad y práctica.

“I went to the crossroad,
fell down on my knees…
I went to the crossroad,
fell down on my knees…
Asked the Lord above:
"Have mercy, save poor Bob, if you please"…

Tarareaba mentalmente de Cross Road Blues del mismo artista sin emitir sonido alguno, el blues del cruce de caminos, e inmediatamente su perfil se relajó de nuevo, mientras una semi sonrisa inconscientemente irónica dulcificaba sus facciones de golpe, remarcando claramente su frontera privada entre realidad y quimera.

Cruce de caminos… Sí, ese lugar exacto al que tantas leyendas africanas hacían referencia y en el que el cristianismo había erigido cruces de piedra a lo largo de los siglos durante el Medievo para proteger al caminante de perderse “por el camino” o quién sabe si de realizar una mala elección en sí misma.

¿Era tan incómodo para algunos creer simplemente en la eterna capacidad del ser humano para equivocarse y elegir erróneamente? Respiró hondo, contuvo el aire durante unos segundos y luego lo soltó con suavidad, echándole simultáneamente un vistazo en profundidad a las páginas de aquel tomo que suponía el único hallazgo interesante en toda aquella sala.

Cruce de caminos… Había quienes creían que las personas dejaban rastros de energía, ¿cuánta deambularía según ellos entonces en un lugar de paso como aquel? Sí, los había que pensaban en exceso, que inventaban sin necesidad alguna de pruebas.

Del libro, que sin duda hacía referencia al enclave y a la fortaleza en la que se hallaban, alzó la mirada tras el “Señora” nacido de los labios de Dunja que le llevó a arquear una ceja ante la presencia del mayordomo.

-¡Hombre, Dejan! Será mejor que tome asiento usted también, - parecía cansado - hágame el favor… - a Ywen aún le restaba algún que otro átomo de ironía y de sarcasmo con el que aderezar el tono de sus palabras, mientras señalaba a otro de los sillones tapizados – Verá, es que lo va a necesitar, ya que aquí Dunja – apretó el hombro de la muchacha con suavidad para infundirle ánimo y confianza - está a punto de relatarle los últimos acontecimientos de la jornada… - No había nada en su rostro o en su forma de tratar a ninguno de los dos que fuera irrespetuosa, más bien todo lo contrario. Sencillamente era que no podía evitar su ascendencia inglesa, ese subyacente humor negro que en alguna que otra ocasión la había llevado a poder optar al título de “Hija de la Gran Bretaña”. Esta vez no, por supuesto. Su rostro mostraba seriedad, preocupación y dolor por lo recientemente acontecido. Una vez que la muchacha hubo terminado su relato volvió a ojear el libro mientras murmuraba – Y ahora si encuentra usted un papel y algo con lo que escribir – el hombre estaba agotado y ella en aquellos instantes no tenía la cabeza como para andar jugando a “adivinar películas”- y me relata en él sin rodeos todo lo que usted sepa sobre lo que está pasando o ha pasado en esta fortaleza o con sus dueños se lo agradeceré infinitamente… - Entonces alzó la vista del libro, que iba a continuar leyendo en breve, y clavó la mirada en él – y no… no admito un “no tengo ni la menor idea”… - No deseaba que fueran palabras duras, de manera que, abandonando su posición, se acercó a él y las facciones de Ywen reflejaron franqueza y profundo respeto por el hombre que tenía ante sus ojos – No es que desconfíe de usted, es que empiezo a temer por los aquí presentes o al menos por su estabilidad psíquica…

Cargando editor
19/05/2011, 16:49
Dejan

El rostro del serbio era el mismo de siempre, era imposible interpretar
si el desgarrador relato que la joven, entre algún que otro sollozo, se esforzó
en contar de nuevo, le había afectado de alguna manera.

Apenas había mirado a Dunja mientras hablaba, sus ojos
habían vuelto a recorrer la estancia, esta vez mucho más minuciosamente, para
terminar donde empezaron el recorrido, los ojos de la británica. Había hecho
caso omiso sobre la sugerencia de tomar asiento, y transcurridos unos segundos
desde que la voz de Dunja se apagara, se acercó a ella y la miró con dureza. La
joven se encogió un poco en la antigua silla.

Dejan comenzó a mover los labios…

El señor Misimovic se
encuentra descansando en su habitación, vengo de allí en estos momentos, y
puedo asegurarles que estaba vivo y con aparente buena salud en el momento en
el que abandoné la estancia. Salvo por un profundo corte en una de sus manos
que él mismo se había tratado

Al principio lo chocó la voz que tenía el mayordomo, puesto
que de espaldas, no vio en primera instancia, que era la propia Dunja quien
hacía de improvisada intérprete de las palabras que dibujaban los labios del
hombre.

Así que no se que
habrá visto o habrá creído ver nuestra joven Dunja
pronunció su propio
nombre con apenas un hilillo de voz.

Con respecto a lo que
ha sucedido antes, tiene una sencilla explicación, hace unos treinta años un
terremoto sacudió con dureza a la fortaleza. Este es un lugar antiguo, y de vez
en cuando,  algunas pequeñas sacudidas
nos muestran huellas de su pasado.
Los labios de Dejan siguieron
moviéndose, pero Dunja calló, y el rostro del mayordomo se ensombreció, y
volvió a repetir aquello que fuera que dijo anteriormente, más despacio.

Y le rogaría, señora,
que si tiene usted preguntas sobre la casa se la pregunte al dueño, pues yo no
soy quien para hablarle sobre ella. Discúlpeme si parezco brusco.

Busco una vez más el rostro de la doctora, ojalá pudiera
contarle más, pero las costumbres de una vida no se perdían en cinco minutos. 

Cargando editor
23/05/2011, 22:27
Ywen Roth

- ¿Qué si tengo preguntas sobre la casa se las haga al dueño? - Una risa de baja intensidad en forma de estertor irónico avanzó por su garganta, abandonando al fin sus labios de forma espontánea, suave pero atrevida - ¿De verdad cree que eso no lo he hecho ya y en más de una ocasión? Lo que sucede es que el susodicho dueño de esta fortaleza no sólo esquiva las preguntas sobre el tema, sino que obvia las consiguientes respuestas de manera absoluta y completamente literal – sus cejas se curvaron, denostando certeza – y la aquí presente, haciendo alarde de una ingenuidad sin límites, pensaba, por lo visto erróneamente, que usted tendría la amabilidad y la clemencia de responderle… - hizo una pausa, dejando traslucir su decepción en el tono de voz – pero está claro que dentro de esta mansión cada uno se toma su rol muy en serio, tan en serio que no se duda en ponerlo por encima del bienestar de sus habitantes o huéspedes… - tragó saliva y se apartó de él en cierta medida defraudada - Lamento de veras haberme equivocado también con usted… - alzó la mirada hacia a él con tristeza manifiesta, porque de verdad que lo lamentaba abiertamente – eso sí que no me lo esperaba y disculpe a su vez si yo también le parezco brusca, pero me da la impresión de que no sólo el lugar y sus fantasmas, sino que también algunos de sus habitantes juegan conmigo.

Abrazó el antiguo tomo, como acunándolo. No le había gustado la dureza con la que Dejan había mirado a la muchacha, el típico gesto de reproche teñido de desagrado totalmente inmerecido y altamente grabado en el recuerdo de la británica, procedente de una memoria que debiera haberse transformado en lejana. Dunja se había empequeñecido de golpe e Ywen se había visto a sí misma en otra época e incluso a un retazo de Grace. Siempre había alguien donde menos te lo esperabas que se creía con todo el derecho a hacerte creer que no eras nadie, valiéndose de ese resentimiento en la mirada, de ese deje en la comisura de los labios.

De nuevo sobre ella, a través del tiempo y la distancia. De nuevo sobre otra. De nuevo ante sus ojos.

Apretó el libro con fuerza, nudillos blanquecinos más por la tensión del recuerdo que por la presión ejercida sobre un objeto que en verdad ni siquiera estaba tocando, que yacía medio envuelto en el chal que le cubría los hombros, resguardándola del frío.

- Dunja… - Otra vez una mano sobre el hombro de la muchacha, asegurándole un respaldo – ¿eres tan amable de guiarme hacia la cocina? – Apartó la mano, la extendió y se la tendió, animándola a asirla como ayuda para la sollozante muchacha a la hora de alzarse de la silla – Tengo mucho que leer esta noche, de manera que necesito un té y un poco de compañía… - esto último era mentira, pero le daba la impresión de que la que realmente la necesitaba era la joven, a la que sonrió abiertamente – me lo haría yo misma para no molestarte a estas horas, pero lo único que consigue uno en una cocina ajena es ponerla patas arriba… - esperó a la serbia con la comprensión reflejada en el rostro, con el entendimiento de alguien que se había sentido durante muchos años pequeña, insignificante, torpe, poco valiosa. Estaba claro que la británica no iba a admitir un “no” por repuesta, ya que buscaba el alivio en los gestos de Dunja y no iba cejar en su empeño hasta ver su rostro relajarse apropiadamente - ¿Qué te parece si vamos? – Frunció el ceño aún sonriendo amablemente - ¿Te gusta el té? - Tal vez pudieran compartirlo.

Se giró entonces hacia Dejan, mientras aguardaba – Por cierto, me alegro de que el actual señor Misimovic se encuentre en perfecto estado… - Hombres que se creían "en la obligación de", "con derecho a", "en posición de", que albergaban secretos y que incluso los manipulaban quizás sin darse cuenta de que en realidad no eran más que simplemente eso… hombres. Apretó la mandíbula con fiereza, esperando simultáneamente el movimiento de la muchacha.

Cargando editor
26/05/2011, 11:16
Dejan

Era evidente para el
mayordomo que aquella mujer lo suficientemente pretenciosa como para querer
imponerse en un lugar que no le correspondía. Le había dado una explicación,
pero como no le gustó, se limitó a ignorarla, sin más. No se daba cuenta de lo
reciente de la muerte de un hombre admirable como el señor Misimovic, e era
incapaz de ver el dolor ajeno.

Cada uno tenía su
propia historia, pero estaba seguro de que nadie la iba contando por ahí al
primer desconocido con el que se cruzaba.

El brazo del
mayordomo se alargó para agarrar el de la joven serbia cuando esta se disponía
a seguir a la doctora Roth, no aprobaba su comportamiento, ni tampoco que
utilizara a Dunja, pero eso no era asunto suyo, por lo menos no en estos
momentos. Aún así había reglas que no podía saltarse.

El mayordomo volvió
a mover los labios una vez que había conseguido la atención de la chica, esta
se vio obligada a ejercer de intérprete una vez más.

Dice que no podemos ir a la cocina, que es la parte más inestable de la
casa
la joven se permitió un ligero respiro en su compungido rostro pero yo en mi habitación también tengo algo
de té, si a usted no le importa, puedo preparárselo allí
en cuanto habló se
giró de nuevo hacia el mayordomo, que volvía a parecer viejo y cansado. Este
asintió, quizás fuera mejor que estuvieran juntas.

Dunja, algo más
alegre, busco en la mirada de Ywen la confirmación a su proposición.

 

Cargando editor
31/05/2011, 23:07
Ywen Roth

¡Fantástico! ¡Ahora iba a resultar que aquella fortaleza apenas se tenía en pie! ¿Qué no era segura la parte de la cocina? Le dieron ganas de preguntar si había algún lugar consistente allí dentro, porque a ella lo que más alarmante le resultaba no era la inestabilidad de la cocina, sino la de sus fantasmas de pasado y de presente. Ni siquiera miró al mayordomo de nuevo. No decir toda la verdad era mentir, aunque en realidad no era eso lo que mantenía su mirada apartada de él. Había otra cosa más convincente distrayéndola.

Una chispa, sutil e indecisa, incluso se hubiera podido creer en un primer momento que efímera, se columpiaba insolente sobre el iris de la muchacha. Era la primera vez que Dunja mostraba alegría de aquel modo. Sí, en cierta forma sonreía, aunque no lo hiciera con la boca, sino de manera elocuente con sus ojos. El lenguaje era universal y claro e iluminaba indirectamente su rostro. Ahora de gesto distinto, porque ya no reflejaba dolor.

Los labios de la doctora se curvaron hacia arriba suavemente, conformando a su vez una respuesta directa, demostrando en realidad que el té bien poco le importaba, lo que venía buscando era precisamente aquello… verla tranquila. Sí, Ywen sonreía tenuemente.

- Me parece una excelente idea… - pero el grito de la muchacha que aún resonaba en sus oídos, su expresión anterior y su miedo de hacía escasos minutos, no le permitían a la británica abandonarla todavía. Aún necesitaba asegurarse – guíame… - asegurarse y asegurarle a la serbia que todo iba a salir bien. Los sutiles retazos de alegría que se entreveían en Dunja le tranpasaron la piel abiertamente y le mostraron un calor del que aquella mansión y sus otros habitantes parecían carecer.

“Todo va a salir bien…” una mano deslizándose por una melena pegada al cuello y al cuero cabelludo por un sudor nacido del miedo.
"Todo va a salir bien…” mentir sin mentir, no se mentía si no se podía asegurar que era incierto.
“Todo va a salir bien…” temblaban, no sólo la una, sino las dos. Las dos solas al fin.
“Todo va a salir bien... Grace...” Pequeña y frágil.
Repetido hasta la saciedad, cual letanía inconclusa y eterna.
Ni una ni dos veces, ni tres, muchas más.
No sólo por una, sino internamente por dos.
Repetido hasta poderse creer, hasta que dejara de ser mentira, hasta que se pudiera asegurar su certeza.

El libro abandonó la sala con ella. En sus brazos. En silencio. Al igual que sus pensamientos. Restringido el uno por unas gruesas pastas, atrapados los otros bajo una máscara.

Cargando editor
02/06/2011, 12:19
Dunja

Dejan decía que se
encontraba bien, pero ella estaba segura de lo que había visto, estaba segura
de que era Mirsad aquel que se había gobernado la macabra escena de la que
había sido accidental testigo. Pero lo había perdido de vista durante unos
instantes, mientras gritaba, mientras cerraba sus ojos intentando espantar la
realidad. Quizás lo había conseguido, de la misma forma que hacía huir sus
pesadillas cuando aún era una niña pequeña.

Echaba de menos a su
madre, puesto que no conocía mucho más allá de la vieja mansión, era lo único
que añoraba. Le hubiera gustado ver en persona al señor Misimovic, pero ni
siquiera se hubiera planteado nunca la posibilidad de presentarse sin ser
avisada, el antiguo señor era muy estricto para según qué cosas, se dio cuenta
de que también lo echaba de menos, y se consoló al darse cuenta de que su
afecto había sido capaz de repartirse involuntariamente.

Guió a la mujer
inglesa por la casa, hacia la desconocida ala derecha. La decoración no era
diferente al resto de la casa, las esculturas y pinturas no desmerecían en
absoluto a la de los demás pasillos, y la puerta que abrió Dunja no se
distinguía en nada de la de su habitación.

La joven entró
primero, algo apurada, y rápidamente recogió algo de una silla próxima a la
entrada que se guardó en uno de los bolsillos de su vestido y con las mejillas
coloreadas se giró hacia la doctora. Pase
por favor
acompañó sus palabras con un leve gesto de su mano disculpe que haga un poco de frío, la
ventana no termina de cerrar del todo y estoy esperando a que vengan del pueblo
a arreglarla
¿quién iba a esperar semejante tormenta de nieve en esta época
tan avanzada del año?

La estancia era
amplia, no tanto como la que le habían asignado a Ywen, pero si lo bastante
como para ser un dormitorio. Una ventana grande quedaba a la derecha, bajo la
cual descansaba una mesa de madera oscura. La silla que la enfrentaba era
antigua, pero tenía pinta de estar muy usada y ser bastante confortable. No
demasiado lejos quedaba un pequeño armarito con las puertas cerradas y en el
otro extremo de la habitación la cama. Sencilla y perfectamente hecha,
culminada por elaborada colcha de lana. Entre ambos muebles había una puerta
cerrada.

Dunja se dirigió
hacia la mesa, y de debajo de la misma sacó un obsoleto hornillo de gas, y lo
colocó sobre la mesa, en la cual ya descansaba dos tazas y una cacerola de
pequeño tamaño algo abollada. La cogió y abrió la puerta, se trataba de un
baño, pero el cuerpo de la chica no permitía una mejor visión del mismo. Se
escuchó el rumor del agua saliendo del grifo, y enseguida regresó para colocar
la cacerola sobre el hornillo y encender este último. El sonido del gas se
mezcló con el de las lámparas que proporcionaban la iluminación. 

- Tiradas (1)
Cargando editor
09/06/2011, 19:20
Ywen Roth

En cierta medida, se alegró de dejar atrás a Dejan, ya que de pronto se sentía como si hubiera depositado a su favor una fianza, que a día de hoy podría ya darse por perdida, un hecho que sin lugar a dudas la aferraba aún más si cabe a su crudo escepticismo social. A pesar del tropiezo, quizás llegado el punto consiguiera recuperar su depósito a tiempo, aunque ahora mismo la británica lo dudase seriamente. Su impresión sobre el hombre sin palabras había variado de improviso, le daba la sensación de que el mayordomo estaba tan sumamente aferrado a una forma de ser de las cosas que, cuando éstas sufrían un cambio drástico, era incapaz de adaptarse a la realidad actual con la rapidez requerida, aunque esta última fuera vital.

Lamentablemente, el espacio y el tiempo eran dimensiones que acostumbraban a alardear ostensiblemente de su celeridad, albergando la mala costumbre de llevarse lo que fuera con semejante pretexto por delante. Incluida, sobre todo, la vida ajena.

Había seguido a la muchacha por el pasillo en silencio y penetró en su estancia privada cuando ésta se lo solicitó con curiosidad bien entendida y un solo gesto de asentimiento tras sus palabras. Una vez en el interior, se acercó a la ventana en un intento de reconocer la vista que saludaba cada mañana y despedía cada noche a la muchacha.

Desde allí se giró y la encaró, mientras ésta realizaba el recorrido hacia el baño.

- Te creo… - sin lugar a dudas – creo en lo que viste y, aunque Mirsad probablemente se encuentre en perfecto estado, como bien ha dicho Dejan, - podía sonar contradictorio, pero eso tampoco lo dudaba - aún así quiero que sepas, que sigo creyéndote… - porque aquella mansión tenía la endemoniada capacidad de jugar con los cinco sentidos propios y los del vecino a su antojo.

Acto seguido, cambió drásticamente de tema - ¿Necesitas ayuda? – Se sentó entonces sonriendo junto a la mesa donde se hallaban las tazas y añadió en un tono mucho más ligero y cordial – Bueno, ¿llevas mucho tiempo trabajando aquí? ¿Cómo es? – Iniciando una conversación dispuesta a relajar los ánimos tras el anterior encuentro y en absoluto buscando meterse en asuntos ajenos, sino más bien esperando disfrutar de un té en compañía agradable para luego apresurarse cuanto antes a regresar a su habitación e iniciar sin demora la lectura del tomo que la había acompañado hasta allí, alojado en aquellos instantes bajo su brazo.

Lo depositó de inmediato sobre la mesa y apoyó ambos codos sobre él, dejando caer la mano del brazo dolorido sobre el jersey que cubría su otro antebrazo, en un estado de semi reposo, de calma ante la tormenta, mientras que su otra mano sostenía su rostro, ahora ladeado. Sus ojos se permitieron el lujo entonces de revisar la estancia con más detenimiento, buscando fotos, cualquier detalle o rastro de aficiones que le dijeran algo más sobre Dunja, que la ayudaran a entablar una conversación de manera natural con ella y así colaborar de alguna forma a que ésta se relajara, aunque el pensamiento de Ywen se hallase en realidad concentrado directamente bajo sus codos en un “cruce de caminos” en el que ni el rumbo norte, ni el sur, ni el este, ni el oeste parecían sabia elección. No en vano, ahora que lo pensaba con mayor detenimiento, ¿qué diantres hacía uno si ni una brújula le podía indicar el camino, porque lo que en realidad desconocía era el destino? No supo la razón exacta pero de súbito dudó también de que las respuestas requeridas se hallasen tampoco bajo sus codos.

Cargando editor
14/06/2011, 10:25
Dunja

Dunja había sonreído
cuando recibió las palabras de ánimo y fe que en ella depositaba Ywen, pero no
contestó, demasiado avergonzada para hacerlo, no terminaba de entender porque
aquella mujer la creía cuando todo apuntaba a que lo que había visto era una
alucinación. Pero el caso es que ella estaba segura de que lo que vio fue real.
Fue horrible, demasiado como para que no hubiese pasado. Lo recordaba todo con
exactitud, la mirada decidida de Mirsad, el cuchillo introduciéndose lentamente
en la carne de su cuello, la determinación con la que aquella mano continuaba
cortando a pesar de que con cada centímetro la vida se le escapaba.

Por suerte estaba de
espaldas a ella, no quería que viera sus lágrimas, así que aprovechó para
lavarse la cara, lo que hizo que tardara más de lo habitual en contestar a las
banales preguntas que le eran planteadas.

No se preocupe señora, no necesito ayuda había preparado muchas
veces el té para ella y su madre en aquella habitación, sobre todo en la última
época, en la que apenas podía salir. La echaba de menos. Llevo prácticamente toda mi vida ------ en esta casa, mi madre siempre
trabajó para el señor Misimovic, y cuando mi madre enfermó, yo ocupé su lugar,
el señor Misimovic fue muy ------  al
permitir que me quedara
hablaba sin pesar, únicamente la nostalgia se
reflejaba en el sencillo gesto que la joven serbia lucía mientras mecánicamente
iba terminando la tarea de servir el té.

No había fotos en la
habitación, y cómo única decoración personalizada, un pequeño cuadro de una
abecedario bordado, firmado con las iniciales D.B. y una fecha, 21 de agosto de
1989. También descubrió junto a la mesa un costurero, con la tapa medio abierta
y que dejaba entrever varios hilos de colores variados. También había dos
libros pulcramente colocados sobre la mesita de noche, y medio oculta tras
ellos, una pequeña radio de sobremesa.

La casa es grande, y hay mucho trabajo la muchacha continuó
respondiendo a sus preguntas, hablaba despacio, eligiendo las palabras ------- Dejan me ayuda con las tareas
--------- 
suspiró, deteniendo su
charla unos segundos pero no sé qué es
lo que -------- a partir de ahora
si el nuevo señor Misimovic decidía
vender la casa, o no quería que ella estuviera allí.

La ventana daba a la
entrada principal de la casa, quedando a un par metros de altura a pesar de
encontrarse en la planta baja, debido a la extraña configuración de la
fortaleza, cuya entrada estaba llena de desniveles. O por lo menos eso intuyó
Ywen, ya que la oscuridad era prácticamente total allá fuera. La tormenta
parecía haber remitido un poco, y el viento ya no era tan feroz como antes.

La serbia colocó
delante de la doctora una humeante taza y tomó luego una para sí, olía bien, y
la chica ofreció un azucarero, probablemente de plata, con una recargada
ornamentación a base de filigranas que imitaban a una planta. Una cucharilla
del mismo material lo remataba. Ywen ocupaba la única silla, así que Dunja
corrió al baño, y volvió al instante con un pequeño taburete de madera, que
colocó junto a la mesa, quizás se estuviera tomando demasiadas libertades al
tomarse el té sentada junto a la señora, pero a la extranjera no parecía
importarle.

En el silencio que
precedió a los primeros sorbos, a ambas mujeres les pareció oír una especie de
voz, que provenía del exterior.

- ¡HEY!. ¡¡OIGA, POR FAVOR!! Una breve pausa - ¡¿SEÑOR MISIMOVIVIC?!- -
¡¿SEÑOR MISIMOVIVIC?!-
TENGO ALGO
IMPortangjouuu...-
un acceso de tos interrumpió las palabras, que se
reanudaron al cabo de unos instantes ...ALGO
IMPORTANTE PARA USTED. ES CON RESPECTO A SU PADRE.

Dunja miró a Ywen,
indecisa, tal vez para confirmar que también lo había oído, y no se estaba
volviendo loca al escuchar una voz en mitad de la noche bajo su ventana. 

Cargando editor
22/06/2011, 23:56
Ywen Roth

- ¿Hay algo más a lo que te gustaría dedicarte a parte de a lo que haces ahora? – No minusvaloraba su dedicación actual, su tono era respetuoso, simplemente ahondaba aún más. Frunció ligeramente el ceño, pensando en todo lo que aquel “no saber lo que iba a suceder a partir de ahora” podía implicar para la muchacha. Quizás no conllevase nada en absoluto y su vida continuase igual a lo largo de un inconcluso número de días, meses, años… o puede que Mirsad le pusiera un fin a lo que ella a día de hoy entendía como su existencia - ¿Posees alguna afición en tu tiempo libre? – Dunja parecía no mostrarse segura de lo que pudiera depararle el destino “a partir de ahora” e Ywen no entendía la vida sin que girase en torno a una pasión.

El ceño de la británica se aligeró súbitamente y su sonrisa se amplió de nuevo. Siempre había considerado la vida sencilla como la mejor de las existencias y mantenerla se había convertido en su meta cada amanecer desde que tenía uso de razón, pero… ¿era eso en realidad lo que la serbia había experimentado hasta la fecha? Al menos eso era lo que parecía.

Justo entonces…
Sí, tenía que ser justo entonces, cuando estaba a punto de generarse una conversación normal.
Todo terminó quedando inconcluso de nuevo.
Y aquel submundo que les concernía a ambas volvió a tambalearse.
En forma de voces que se distorsionaban a través de un cristal.

Ni siquiera algo tan sencillo como tomarse un té. Todo se complicaba dentro de aquel microsistema.

Estaba más que claro que bajo aquel techo en el que ahora yacía, la paz resultaba ser un objetivo que acababa inevitablemente siendo sobrevalorado en exceso.

En aquella prisión medieval todo lo que incluyese en el lote el hecho de estar a gusto o en buena compañía siempre resultaba aplazado para otro rato. Al menos en esta ocasión la interrupción no partía del interior del enclave, sino del exterior, aunque todavía quedaba por ver si esta nueva circunstancia suponía en sí misma una mejora o un empeoramiento de la situación.

Si había algo en aquellos instantes que escapaba a su comprensión, era el modo en que aquel individuo que de improviso estaba dando gritos a diestro y siniestro delante del portón principal había logrado llegar hasta la fortaleza en plena ventisca.

Y de pronto le dieron ganas de asomarse a la ventana para aconsejarle a aquel tipo que se escapara pitando por dónde había venido mientras aún estaba a tiempo. Antes de que la propia mansión le atrapara, o bien le engullera el mal tiempo. No en vano, regresar al pueblo era sin duda alguna un objetivo muchísimo más encomiable.

- Dame un segundo – Le dijo a la muchacha mientras le hacía un gesto con la palma de la mano, solicitándole que permaneciese sentada – voy a echar un vistazo a esas voces… – dio un último sorbo al té, casi agotado, y se acercó a la ventana a observar la escena que se desarrollaba en el exterior, a ver si le llamaba la atención lo suficiente como para abandonar aquella alcoba y acercarse a contemplar de primera mano el resultado del litigio, porque, siendo sinceros, llamar a gritos a Mirsad en plena noche no era algo en exceso aconsejable.

Cargando editor
04/07/2011, 09:27
Director
Sólo para el director
- Tiradas (1)
Cargando editor
04/07/2011, 10:01
Director

Una silueta se recortó a contraluz en la ventana, delgada, indudablemente femenina y, para sorpresa del detective, conocida. A pesar de la escasez de luz, Tasic logró reconocer los armoniosos rasgos de la mujer que había recogido gentilmente de camino al pueblo al principio del día, aunque parezca mentira, no había pasado más tiempo.
Llevaba algo en la mano que el inspector no acertó a reconocer, y no tardaron mucho en encontrarse sus miradas, algo que dejaba bien clara la agudeza visual de la británica, pues no resultaba nada fácil reconocer a nadie en medio de la negrura de la noche.


No se puede decir que no era la persona que Ywen esperaba ver, porque, a estas alturas, era difícil saber lo que pasaba por la mente de la británica, pero la realidad era que, un par de metro debajo de su ventana, se encontraba el policía que la había rescatado de aquel autobús detenido. Envuelto en un pesado abrigo abrochado casi hasta arriba, aterido de frío y resguardado en una de las marquesinas del edificio, a pesar de que el temporal parecía haberse tomado una tregua, y la nieve caía ahora grácilmente.


Era obvio que sus gritos iban dirigidos a la ventana donde ella se encontraba, tampoco había ninguna otra luz que la doctora pudiera ver desde su posición. Una campanilla resonó a sus espaldas, y con el mismo ruido que un fantasma, la joven Dunja abandonó su posición, dispuesta a acudir a la llamada.