Partida Rol por web

Sherlock Holmes by Night.

London by Night - Toma de Contacto - Escena 1.

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01/10/2012, 23:10
Tona
Sólo para el director

Ministry of Sound. El cadaver de Lestrade...Los ojos de Tona se abrieron como platos mientras el papel desaparecia entre sus dedos, junto con la luz de los edificios, deshecho como su esperanza de pasar una buena noche. Alzó la vista al cielo para ver la enorme tromba de agua que caía sobre ellos, golpeando el suelo sin clemencia. El mundo se había compinchado para crear la perfecta noche trágica, pero si ella podía evitarlo, iba a tener que buscarse otro cadaver para rematar la función.

Lestrade. Sintió que la mano le temblaba. Sherlock había muerto, y decían que Moriarty también. ¿Cual era la opción más lógica a seguir, si estuvieses eliminado a los grandes genios del moviento "Sherlock"? Si no iban a por Watson, estaba claro que el siguiente en la lista era el comisario. Apretó los dientes. Alguien estaba detrás de todo esto y esta vez iba a por alguien a quién conocía. No se podía considerar un amigo cercano, pero Tona había aprendido a vivir en una cómoda simbiosis con el comisario, y no iba a dejar que se acabase así de rapido.

Un rayo rasgó el cielo sacando a Tona de su ensimismamiento, que se acercó al hombre con nerviosismo. No tenía tiempo que perder, asi que más le valía explicar las cosas rápido sin que el anciano pasase a dudar de su estabilidad mental. Sería complicado pero no le quedaba más remedio que intentarlo.

- Mi nombre es Tona. dijo, con la acuciante necesidad de presentarse a sabiendas del follón en el que iba a meter al pobre hombre, que seguramente se viera arrastrado por su compasión. No tiene porque invitarme a su casa, en serio- movió algo las manos, entre asustada y quitandole hierro al atropello, lo que hacia un conjunto un poco raro- pero necesito su ayuda. He cambiado de opinión con el sitio... Se giró hacía el hombre, con la preocupación mrcada en la cara, que junto con el agua le daba un aspecto aún más doliente. Se que es un poco raro, pero necesito ir a una discoteca. Un amigo mio está en peligro. Se guardó la entrada como buenamente pudo en el bolsillo. Lo cierto es que no sabía muy bien que decir: entre vagabundos todo era más facil. Planteabas un problema, si alguien tenía una solución te la ofrecía. Así de facil...Pero ahora todo contaba para que aquel hombre no la mirase con gesto extrañado y decidiese que mejor se iba con su coche a otra parte, concretamente a su casa con su hija soltera y su nieta, a cenar caliente y contento. Para que luego dijeran que ya no había estamentos...

- Se que todo es un poco incoherente y se pensará que solo soy una indigente loca pero...juntó las manos, como si estuviera rezando, en parte para pedirle al hombre y en parte para pedirle a Dios que hubiese suerte y aquel viejecito le creyese. Por favor, dejeme hacer una llamada a la policia. Si después sigue queriendo ayudarme pese a todo se lo agradeceré, pero no le pediré nada más.

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01/10/2012, 23:33
Ellen Crosby

La mujer siguió la mano de Emma, buscando el teléfono. Bingo. Ahí estaba, pegado a la pared al lado de la barra, tal y como la atractiva joven le había indicado. Lo cierto es que Ellen sintió cierta envidia. Ella de joven también había trabajado de camarera, pero no había tenido la suerte de gozar de la belleza física que la morena tenía. Ella, pálida y lánguida por la naturaleza su actual trabajo y su estilo de vida, estaba ligeramente marchita y desanimada en cuanto a la vida. Algo que la lluvia constante y el escaso sol atenuaban. Si aún le diese la luz de la estrella en la piel cuando iba al trabajo... pero ni eso.

Se levantó del taburete y con paso dubitativo se acercó al teléfono. Levantó un dedo, dispuesta a marcar un número de teléfono, pero entonces arrugó el entrecejo. Y nada. Lo arrugó un poco más. Y nada. Miró a la chica, a Emma, con la frustración grabada en el rostro.

- ¿Cuál era el número de la policía?- preguntó con voz temblorosa, cual recién nacida que había aprendido a hablar por arte de magia. Era imposible que un adulto no supiese el número de emergencias. Era 999, para todo. Policía, bomberos, emergencias... el mismo número. Una operadora filtraba después las llamadas. No acordarse de ese número era todo un mérito, pura ciencia ficción. Pero la chica parecía ir totalmente en serio. Si le estaba gastando una broma fingía bastante bien.

Su ropa, todo sea dicho, no sólo estaba seca, sino limpia. Ella no sólo no parecía herida, no sólo parecía paciente, sino que parecía en paz, serena. Estaba tranquila, y reaccionaba de forma vaga a los estímulos. Parecía sacada de una película.

Plantó sus ojos marrones como el café en Emma, y la miró como a una hija había pasado muchos años lejos de casa. Tantos que ni la reconocía, y dudaba de si la conocía o no.

¡¡¡!!!

Esa mujer ya había estado antes en el local. Un par de veces. No era una cliente habitual, pero desde luego era una mujer alegre, las pocas veces que vino se pidió un café cortada a temperatura de magma volcánica. Se tomaba la vida con humor, y era funcionaria en el ayuntamiento de Londres. Algo relacionado con números.

¡Con números! Y no se sabía ni el teléfono de emergencias de su ciudad.

Tonta Emma por no haberse acordado antes, y tonta Ellen por parecer una inepta total.

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02/10/2012, 00:20
Emma Swan

Fue entonces cuando Emma se preocupó de verdad. Aquella mujer definitivamente no estaba bien. Parecía ida y definitivamente se comportaba como si hubiese perdido la memoria. Emma no sabía que hacer. ¿Le recordaba el número? ¿De qué serviría si probablemente no se acordase ni por qué quería llamar?

Decidio acercarse a ella y colgar el teléfono. No se preocupe, yo lo hago. ¿Le importaría decirme el motivo? No quería sonar impertinente, pero no acaba de fiarse de esa señora. Tenía pinta de no saber que hacer ni que decir. Sólo faltaría que llamase a la policía para una llamada falsa. Y si registraban el número que se topasen con el del bar. Si no es algo muy urgente, yo puedo ayudarla... Se ofreció.

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02/10/2012, 00:35
Administrador

La lluvia se intensificó, y no poco. Si ya caminando se había salpicado a sí misma con más de un charco al pisar, lo que era una lluvia se convirtió en una auténtica noche Londinense. Nadie en su sano juicio abandonaría el calor y la calefacción de su hogar por una lluvia así. Se oían truenos incluso, y no uno ni dos. A lo lejos, un par de rayos golpearon antenas de repetición, o tomas de tierra, o vete a saber qué. La cuestión es que las luces de los edificios afectados se apagaron como luciérnagas demasiado viejas para seguir respirando.

El extraño hombre situado al lado de la pequeña Sophie ni se inmutó. Aquel hombre de ignota edad, al lado de la adolescente, con su siniestro y misterioso porte y su arisca actitud era cuanto menos, indeseable. Parecía llevar un equipo y actitud cuanto menos, peculiares, lo cual se acentuaba con su característico olor a tierra fresca y sus excusas nada baratas pero no por ello capaces de engañar a la féerica.

El teléfono, a salvo a duras penas bajo el paraguas de la chica,iluminó un breve espacio del aire, dejando ver su contenido.

"Hari Seldon, father of psychohistory in The Foundation Trilogy, bet-sellers of Asimov, found the way to predict with probabilities the actions of individual persons. I'm trying to clear up Sherlock's death. I'll keep informing."

"Adam Lawrence. 23:05."

Hari Seldon, el padre de la psicohistoria en la trilogía de la Fundación, best-sellers de Asimov, encontró la manera de predecir con probabilidades las acciones de personas individuales. Estoy tratando de esclarecer la muerte de Sherlock. Seguiré informando.

Eso decía el mensaje. Adam Lawrence debía de estar trabajando allá donde estuviese. Sino no hubiese enviado un mensaje así. No había citado a Sophie, ni había hecho personal el mensaje. Quizás se lo hubiese enviado a algunas más de sus jóvenes promesas. Conociéndole, podría haberlo hecho aunque el mensaje fuese personal, cambiando los nombres. Lo había hecho solamente por alardear, estaba claro. Debía estar ahí, en pleno proceso de ebullición mental, y tras un pequeño hallazgo se le habría encendido alguna bombillita, o varias, y decidió darle a conocer sus chicos su nuevo proyecto. Segurísimo, vamos. Pero al menos le había dado una excusa a Sophie para descentrar su atención de ese hombre, y el proyecto era la mar de interesante. Adam siempre se había mostrado excéntrico con la muerte de Sherlock, y nunca se había decantado por ninguno de los dos bandos. Ni vivo ni muerto. Conociendo al detective cualquiera de las dos era viable. Pero parecía estar trabajando en ello, amparándose en una idea que obviamente no podría decir en voz alta. Si decía que se había basado en una novela de ciencia ficción para realizar un proyecto de investigación en secreto, su carrera podría sufrir un pequeño revés. Pero Adam siempre había estado a favor de los métodos ortodoxos. Le podía el afán de poder e información. De ahí sus jóvenes seguidores, que tan valioso parasitismo reportaban en ambos sentidos de la relación. Ese hombre se cobraba sus favores, y viceversa. En el fondo no era un mal trato, aunque algunos podrían verlo con malos ojos.

El hombre de que se hacía pasar por médico al lado de Sophie tan sólo pudo esbozar una risilla baja ante su comentario, casi como la tos de un enfermo terminal en su última sonrisa. Parecía haberle hecho gracia que la chica pidiese permiso, y eso podía ser bueno o malo, en función del por qué. Apretaba su maletín con fuerza a través del guante.

Y arriba, en la placa de metal azul, con letras grandes, se leía el nombre de la calle en la que acababan de entrar. Doblaron la esquina. A un par de manzanas estaba la casa de Sophie. Fantástico. Pero el extraño, lejos de cambiar de rumbo, giró a la par que la chica. No pareció haberlo hecho después. No parecía seguirla. Iba en esa misma dirección. Simplemente. Aún quedaban un par de manzanas, pero es que iban en la misma dirección, y ese hombre no parecía el típico señor que se quería tener cerca mientras abrías la puerta de tu casa.

Sophie aún sostenía el teléfono en una mano y el paraguas en la otra. Sus gafas estaban en su funda, dentro del bolsillo exterior del macuto que llevaba echado a hombros.

Tic Tac

Tic Tac

Era la mente de la pequeña, clamando como el reloj de cuco del salón a las seis de la mañana.

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02/10/2012, 00:41
Administrador

El móvil de Arthur estaba en el suelo, tirado boca abajo. La luz salía de la minúscula linterna, iluminando brevemente el aire hasta perderse antes de llegar al techo. Podía entreverse la sombra del padre, arqueado hacia delante como un jorobado en Notre Dame, París. Salvo un suave aspirar en los labios del hombre, nada más se escuchaba.

Candice, a tientas, intentó alcanzar al padre, con éxito. Todo seguía a oscuras, pues la luz se había extinguido y no parecía querer volver por el momento. Un pie de la chica pisó algo de cerámica. Un trozo, concretamente. Volvió a pisar a tientas, apartando varios trozos más. Se había roto algo.

- Se me ha caído un jarrón mientras buscaba- dijo el padre con voz grave, baja-. Me he cortado, eso es todo.

Oh, ese jarrón. Mejor, era horrible. Se había dado un golpe tiempo atrás, así que tenía una parte resquebrajada, y cortaba. Arthur debía haberlo golpeado por error, cortándose en el proceso de tirarlo al suelo. De ahí el dolor. Cortarse con cerámica duele, y más si es en la palma de la mano, como era el caso de Arthur.

- Has... ¿has encontrado las velas? No nos vendría mal un poco luz- añadió intentando recuperar la compostura mientras se arrodillaba, recogiendo su teléfono para luego erguirse y apuntar con la luz a la mano.

Era un corte superficial, con apenas sangre, pero tenía que escocer. No vendría mal limpiarla con alcohol y vendarla, ya que ese hombre se ganaba la vida con las manos. No debía permitirse un deterioro de su instrumento, por temporal que fuese. Pero el padre no pareció reparar en ese detalle. Le preocupaba más conseguir luz.

Y no era para menos. No se veía más que la lucecita de la linterna, y los cristales del exterior. De vez en cuando algún relámpago surcaba el cielo, iluminando algo por un instante, pero eso era todo. Apenas se distinguían las siluetas de los objetos más grandes, como para buscar velas.

- Quizás, si subimos los toldos entra algo más de luz- añadió Arthur, pues acababa de ocurrírsele la idea.

Una, de repente, mala idea.

Comenzó a llover con más intensidad, bastante más. Demasiada.

El sonido del agua en la calle se hizo más potente, y la cantidad de relámpagos aumentó exponencialmente. Seguía siendo algo normal para ser Londres, pero era lluvia abundante, y debía haber más de dos y más de tres edificios sin luz. Esos malditos rayos...

Los baños comenzaron a burbujear. El agua ascendía por las cañerías, ya que los desagües no daban de sí. El alcantarillado debía de estar algo lleno. Aunque en aquella casa no era algo del todo extraño. Cuando llovía demasiado, unos veinte días al año, la cocina y los baños burbujeaban. Pero nunca había sido nada preocupante. Nunca les había salido agua por ninguna parte, y el sonido parecía ser el de siempre.

Salir afuera con ese clima iba a ser una odisea. De hacerlo lo mejor sería ponerse, como mínimo, un chubasquero, y darse prisa. También podían comprobarse los baños, aunque no parecía en absoluto necesario. O curar la mano de Arthur, por si acaso, ya que no tenía pinta de querer infectase. La cuarta de las opciones más obvias era buscar luz. Velas, o alguna linternita. Hasta un ordenador portátil valdría, u otro teléfono móvil. Candice debía de tener el suyo en su cuarto.

El sonido del agua estrellándose contra los cristales de la casa se hizo cada vez más potente. Como granizase iban a tener un pequeño problema. Eso añadía una quinta posibilidad obvia, bajar las persianas. Pero claro, eso sumiría en la oscuridad total a la casa.

¿Cuánto tardaría en volver la luz? Porque desde luego aquella situación no era del todo entretenida, y más teniendo en cuenta de donde venía Candice. Arrancada de las garras de la némesis de Morfeo.

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04/10/2012, 14:13
Iain McGrogan
Sólo para el director

Iain estaba empapado, y las ropas mojadas empezaban a ser molestas. En el camión, bajo sus pies, se había formado un charco de agua, y el asiento, aunque era de cuero, también estaba empapado.

Iba pensando en una buena ducha caliente y en su cama cuando de pronto aquella sombra se cruzó en su camino. En ese momento, sus instintos más básicos se activaron. Como a cámara lenta Iain vio como aquella persona se abalanzaba sobre su camión. Rápidamente echó su pie al freno y lo pisó hasta el fondo, esperando que, incluso con aquella lluvia, el camión se detuviera a tiempo. Al menos ahora ya estaba vacío, lo que suponía menos tiempo de frenada.

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04/10/2012, 23:29
Candice Bradley

La situación era, cuanto menos, desagradable. Candice se puso algo nerviosa mientras negaba con la cabeza.

- No, no he encontrado las velas. Pero deberíamos conseguir algo de luz, y luego curarte ese corte tan feo. 

Apretó los labios en una mueca que mostraba algo de tensión. Tomó a su padre por la muñeca de la mano no herida y tiró un poco de él, de vuelta a su habitación. 

- En mi habitación tengo mi teléfono móvil, nos servirá para iluminar esto un poco mientras te curo el corte y buscamos las velas. 

Candice andaba tanteando las paredes y los muebles para no tropezar en la oscuridad, mientras maldecía en sus pensamientos aquello que tanto le gustaba y que tanto odiaba de Londres: la lluvia. De pequeña siempre se había escondido en casa cuando llovía mucho. Le gustaba la idea de refugiarse en su fortaleza inexpugnable, donde nada podía alcanzarla. Ahora su casa se había convertido en una trampa para ratones. 

Suspiró cuando creyó haber encontrado las escaleras, justo por donde había bajado al recibidor. Aquella pesadilla todavía le inspiraba algo de miedo pero... ¡qué demonios! Llevaba a su padre de la mano, estaba segura. 

- Al menos - comenzó, divertida - ya tenemos una excusa para deshacernos de ese jarrón. 

Trataba de aliviar un poco la tensión que ella misma sentía. El humor era siempre una salida rápida.

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05/10/2012, 03:41
Edmund Young

 

El rubiales captó la indirecta, por suerte. Se alejó simulando desinterés, intentando hacer ver que no le importaba haber perdido a su presa, a su preciosa, rubia e inigualable presa. Falló estrepitosamente. No podía ser de otra manera. ¿Quién podría salir airoso del desplante de Dawn?

- Menos mal - le gritó al oído a su preciosa afrodita - No tenía ganas de "bailar" con ese tío.

Dawn sacó a relucir la ausencia del gigante pelirrojo. Así que no era el único que echaba de menos a Greg.

Le parecía haberlo visto en la barra, pero no estaba seguro de que fuera él. Extrañamente - o quizá no tanto - la discoteca estaba repleta de gigantones de metro noventa musculados y con el pelo entre castaño claro, pelirrojo y rubio, que se confundían a la perfección en el ambiente oscuro y las luces de colores.

De todas formas, Dawn había dado debida cuenta de su vaso de 15 libras. Y con una sonrisa en los labios, nada menos. La miró, frunciendo el entrecejo de forma cómica, con un enfado exagerado.

- Señorita, eso valía mucho, mucho más que un beso. - dijo, con sorna - ¿Cómo piensa usted compensarme? Vayamos a la barra, creo que he visto a Greg allí antes. Tiene usted hasta que lleguemos para pensar una solución.

Empezó a arrastrar a su chica por el recinto, con las mismas dificultades de antes, solo que ahora era ella la que llevaba el vaso, y por tanto la que se tenía que preocupar por su estabilidad. A medio camino se le ocurrió algo.

Ese inspector Lestrade, si es que era él, le intrigaba. ¿Qué demonios hacía allí? ¿Porque alguien de su posición estaba en una discoteca? ¿Porque en esta discoteca, la misma que él? ¿Es que no había hurgado suficiente en su vida con dos interrogatorios? Y no es que Edmund fuera egocéntrico. Sabía que fuera lo que fuese lo que traía al Inspector allí, las posibilidades de que tuviera algo que ver con él eran menos que mínimas. Pero es normal que cada uno se preocupe por su parte, su implicación en cada asunto, por pequeña que fuese. Y, ¿Que cojones? Tenía curiosidad.

Para cuando llegaron a la barra ya tenía una idea. Pidió otro vaso de lo mismo, dejando que Dawn se quedase con el otro, ya que le había cogido cariño y le iba a pedir un favor. Volvió a buscar a Greg por los alrededores, donde creía que lo había visto anteriormente. Le preocupaba un poco no saber dónde estaba, pero no tenía por qué haberle pasado nada. Y él tenía curiosidad por esa situación excepcional...

- Escucha, Dawn - le volvió a gritar en la oreja. No era un modo muy agradable de pedirle favores a la gente, pero donde estaban era la única forma de comunicarse, a parte de la emisión de feromonas y bailes erótico-simiescos - Ya he pensado con que quiero que me compenses. ¿Me ayudarías a cotillear un poco? Alguien que conozco se ha metido en uno de los VIPs... ¿Podemos ir allí a pegar disimuladamente la oreja en la puerta?

Acabó la frase con un corto beso en los labios de la chica, de nuevo. Más breve y menos intenso, pero no menos cariñoso, y se quedó mirando a la chica, con una sonrisa en la boca y las cejas enarcadas en una expresión divertida.

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05/10/2012, 22:36
Administrador

Candice consiguió alcanzar su dormitorio sin dificultad. Al doblar la esquina del mismo se golpeó en el pie, pero al llevar las zapatillas de estar por casa y haberse andado con cuidado no se hizo daño. Su teléfono brillaba en lo oscuridad, al tiempo que vibraba, alejándose de la mejilla de noche paso a paso y amenazando con caer. Era lo que pasaba cuando se tenía el teléfono en modo silencio para dormir.

- La verdad es que tienes razón sobre el jarrón- concedió el padre a sus espaldas, dejándose hacer. No estaba mal que, para variar, su niña le cuidase a él. Hacer el rol de protector acaba siendo cansado, y más para un hombre como Arthur, acostumbrado a dejarle su espacio a la gente.

Mientras tanto, Candice desbloqueó el teléfono y vio que tenía un mensaje nuevo y ninguna llamada. Debía haber estado vibrando por esa razón, pues. Según la hora del reloj eran las 23:06

"Hari Seldon, father of psychohistory in The Foundation Trilogy, bet-sellers of Asimov, found the way to predict with probabilities the actions of individual persons. I'm trying to clear up Sherlock's death. I'll keep informing."

"Adam Lawrence. 23:05."

Hari Seldon, el padre de la psicohistoria en la trilogía de la Fundación, best-sellers de Asimov, encontró la manera de predecir con probabilidades las acciones de personas individuales. Estoy tratando de esclarecer la muerte de Sherlock. Seguiré informando.

Eso decía el mensaje. Adam Lawrence debía de estar trabajando allá donde estuviese. Sino no hubiese enviado un mensaje así. No había citado a Candice, ni había hecho personal el mensaje. Quizás se lo hubiese enviado a algunas más de sus jóvenes promesas. Conociéndole, podría haberlo hecho aunque el mensaje fuese personal, cambiando los nombres. Lo había hecho solamente por alardear, estaba claro. Debía estar ahí, en pleno proceso de ebullición mental, y tras un pequeño hallazgo se le habría encendido alguna bombillita, o varias, y decidió darle a conocer sus chicos su nuevo proyecto. Segurísimo, vamos. Pero al menos le había dado una excusa a Candice para tener algo más en lo que pensar, como si no tuviese ya bastante, y el proyecto era la mar de interesante. Adam siempre se había mostrado excéntrico con la muerte de Sherlock, y nunca se había decantado por ninguno de los dos bandos. Ni vivo ni muerto. Conociendo al detective cualquiera de las dos era viable. Pero parecía estar trabajando en ello, amparándose en una idea que obviamente no podría decir en voz alta. Si decía que se había basado en una novela de ciencia ficción para realizar un proyecto de investigación en secreto, su carrera podría sufrir un pequeño revés. Pero Adam siempre había estado a favor de los métodos ortodoxos. Le podía el afán de poder e información. De ahí sus jóvenes seguidores, que tan valioso parasitismo reportaban en ambos sentidos de la relación. Ese hombre se cobraba sus favores, y viceversa. En el fondo no era un mal trato, aunque algunos podrían verlo con malos ojos.

A espaldas de la universitaria, Arthur volvió a hablar.

- ¿Es Sophie, cariño?- preguntó, sin saber muy bien cuál de todos sus amigos, si es que era alguno, podría ser- Juraría haberla visto mientras volvía a casa, aunque no estaba seguro de que fuese ella, así que no me acerqué a mirar.

Ni se le pasó por la cabeza que fuese algún novio o mentor. Para Arthur, Candice seguía siendo una niña en esos aspectos, al menos, mientras no viese lo contrario. Aceptaría de buen grado que su hijita se hiciese mayor, pero prefería no pensar en eso si no veía razones para evitarlo. El pensar que con veintiún años su hija aún seguía siendo una persona inocente era un consuelo para su alma.

- La verdad es que esto comienza a escocer un poco- confesó al fin mientras se sujetaba la mano herida. Era un rasguño menor, pero no se había molestado en ponerla bajo el grifo, por lo que todavía podía sentir la porcelana rajándole como si fuese papel.

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05/10/2012, 23:27
Administrador

El vehículo de Iain resopló y chirrió cual anciana en pleno trote forzado. Había tanta lluvia que frenar aquella mole era una tarea considerablemente difícil. Las ruedas patinaban sobre el agua como si fuese una pista de patinaje sobre hielo, y el vehículo comenzaba a desplazarse lateralmente ante el repentino bloqueo de las ruedas.

Así pues, se movió hacia delante, siguiendo la trayectoria del inconsciente transeúnte que pasaba por ahí en medio de una forma bastante desafortunada. Inevitablemente, Iain hizo lo que buenamente pudo con sus capacidades de conducción, pero no fue suficiente. Consiguió no embestir de lleno a aquel inocente y hacerlo puré bajo las ruedas de aquel tanque sin orugas, pero fue imposible no golpearle. Con el canto del morro, golpeándolo con el final del parabrisas y con uno de los faros, el golpe sacudió a la sombra que circulaba a pie, lanzándola por los aires en dirección a la oscuridad. Pegó un par de vueltas de campana y aterrizó boca abajo, tragándose la carretera como si hubiese caído del cielo.

Mientras tanto, la esquina trasera del vehículo del repartidor golpeó algo duro con un sonido sordo. A través del retrovisor podía verse como el lomo del vehículo había acabado de frenar con la ayuda de una inocente farola. La misma, por suerte, no parecía haberse abollado, como mucho se abría arañado por arriba y por abajo, pero nada más. El vehículo, en cambio, probablemente tuviese a esas dos alturas un pequeño bollo, y la pintura quizás estuviese teñida de negro o gris metal. No era un daño severo, pero sí una molestia suficiente como para revelar que Iain no era un conductor perfecto. Y sólo faltaba tener que gastar el sueldo en chapa y pintura, como si sobrase.

La sombra, en el suelo, se revolvió, viva pero dolida, apoyando las rodillas en el suelo e intentando hacer un amago de incorporarse. Llevaba capucha, una prolongación de lo que debía ser una sudadera negra, gruesa. Sus vaqueros, calados tanto o más como la parte superior de la ropa, también tenían un tono oscuro, confundible ante la noche.

Era un inocente, sí, pero, ¿a qué clase de hombre con instinto de supervivencia se le ocurre cruzar la calzada sin mirar en plena noche? ¡Y a la carrera! Desde luego Iain, dentro de su asiento como conductor, no tenía toda la culpa de aquel incidente.

En sus manos estaba decidir qué hacer. El coche, aparentemente calado tras el incidente seguía teniendo las llaves en el contacto. Pero la puerta de salida no estaba bloqueada, ni tenía por qué estarlo.

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05/10/2012, 23:54
Ellen Crosby

Ellen zarandeó la cabeza de un lado a otro, despacio, mientras meditaba con el entrecejo fruncido, como si estuviese haciendo considerables esfuerzos por recordar qué demonios había venido a hacer allí. Finalmente, compuso una sonrisa lastimera, más apoyada por la comisura derecha del labio que por la izquierda, y repiqueteó los dedos contra la mesa, triunfal.

- No, no me importa decírselo- sentenció con una voz más decidida que antes, pues acababa de acordarse de algo importante. Sesgado, pero importante- Es por la señora... Hudson- atinó a decir tras un instante de duda-. Eso, Hudson- asintió con la cabeza, intentando convencerse a sí misma-. Soy amiga suya- ladeó la cabeza, componiendo una mueca de confusión-... más o menos. Le facilité algunas cifras, varias veces, ya que el Señor Holmes le recomendó hacer algunas inversiones en los fondos públicos y quería... estar al corriente- alzó la mirada para ahondar en los ojos de Emma, con la duda grabada en las cejas. Ya no recordaba muy bien por qué estaba dando todo ese rodeo para decírselo. Decidió ir al grano del asunto, dejando la paja de lado-. Estaba volviendo a casa, de trabajar, cuando he visto a unos hombres merodeando por casa de Watson. La señora Hudson me comentó una vez... que Sherlock le dijo... que cuatro soviéticos... como armarios, estaban vigilando su casa- se encogió de hombros, incapaz de expresarse mejor ni con más convicción o seguridad, algo raro en una mujer tan alegre como Ellen-. Me pareció que encajaban en la descripción, y supuse que sería... oportuno reportarlo, aunque ahora ya no sé muy por qué.

Muchas lagunas tenía esa mujer en la cabeza. Mucha indecisión. Ella que hacía los Sudokus del periódico en dos sorbos de café y un mordisco de magdalena, hablaba con una lentitud e indecisión bastante impropia. Además, era vaga y abstracta, como si todo aquello hubiese pasado hace mucho tiempo o no lo recordarse como si acabase de pasar. ¿Estaría drogada? Parecía una mujer muy sana, siempre lo había parecido. Pero tampoco es que hubiese muchas más explicaciones lógicas. No tenía ojeras exageradas. Tenía el aspecto físico de siempre, aunque su comportamiento era distinto.

Sea como fuere, Ellen Crosby nunca había ofrecido esa parte de su personalidad, por lo que aquello era algo totalmente nuevo para Emma.

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06/10/2012, 00:55
Administrador

Aquel anciano llamado Thomas se portó bien con la vagabunda. Aunque compuso una mueca de duda y se mostró reacio aceptar sin más el cambio de planes de la chica, no hizo preguntas. Él también había sido joven, aunque no vagabundo. Por supuesto, él no era ningún asiduo de las discotecas, ni pudo haberlo sido nunca, por lo que ese mundo a sus ojos era bastante oscuro. Era de los ancianos que consideraban aquellos sitios como un foco de infección que englobaba numerosos tipos de vicio inmoral, pero aceptó. No podía negarle el favor a la accidentada. Desde luego, si aquella chiquilla hubiese sido su nieta, la hubiese acosado a preguntas, pero en aquella situación concreta no tenía la potestad para ponerse a dudar de sus intenciones.

Condujo bajo la lluvia sin demasiado prisa, pues no quería que una imprudencia al volante le costase otro accidente. Uno en una noche era bastante, y más teniendo en cuenta que hacía mucho, mucho tiempo que no tenía un accidente con el coche. Maldita su suerte. Pero tampoco fue excesivamente lento. Se dio algo de prisa para ser un anciano, e incluso aceleró un poco en algunos tramos, más o menos seguros, cuando el semáforo se ponía en ámbar. Estaba decidido a enmendar su error pagándolo con un servicio gratuito de taxista. Gratuito para Tona, pues los asientos de piloto y copiloto estaban calados de agua, y un charquito se agua turbia reposaba al fondo. Mañana ese hombre tendría que limpiar a fondo el vehículo por dentro. Suerte que el parachoques delantero estaba bien.

Finalmente llegaron a la discoteca cuando el reloj del anciano marcaba las 11:38. Si tenían que matar a Lestrade y llevarlo hasta ese sitio, o lo hacían en la propia discoteca, o en un lugar muy próximo, o podía dársele por asesinado a aquellas horas. A no ser, claro, que sus asesinos ya tuviesen transporte, lo cual era poco probable, pues, ¿para qué recoger el cadáver a la salida de una discoteca si ya tenían vehículo para "cargar con el muerto"?

La lluvia había amainado un poco, pero aún así, llovía. El anciano bajó del vehículo aparcado, quitando las llaves del contacto y cerrando su puerta. Abrió la del copiloto y colocó el paraguas para que Tona pudiese bajar sin mojarse. Era más por cortesía y buenos modales que por necesidad, pues la chica ya estaba mojada.

Estaban en la puerta principal. Y desde allí, todo fuese dicho, sería bastante difícil entrar tal y como vestía la chica. Tendría que recurrir a todo su carisma, y aún era probable que no lo consiguiese. Aunque bueno, en la puerta había dos armarios de dos metros cuadrados que tenían pinta de jugar al Arkanoid con sus pocas neuronas, así que una mujer lo tenía más fácil para entrar que un hombre. El dinero ya era otro tema, pero desde luego, ocultando los rasgos que la delataban como una indigente y enseñando curvas pegadas por el agua quizá consiguiese lobotomizarles lo suficiente para que la dejasen pasar mientras echaban espuma por la boca.

Y luego estaba la puerta trasera.

Thomas seguía al lado de Tona, esperando a ver qué hacía la chica, pues no quería marcharse dejándola ahí sin más. No después de atropellarla. Ambos tenían buenas vistas de la puerta principal y la auxiliar, situada en un lateral. Lateral en la cual, todo fuese dicho, no había rastro ni del ladrón ni de cualquier otra alma.

Uno de los dos gorilas de la puerta reparó en la presencia del vehículo apartado a una discreta distancia de su entrada, y le pegó un gruñido y un cabeceo a su compañero, indicándole la estampa. Un anciano y su nieta, calados hasta los huesos, bajando en ese lugar. No tenía ningún sentido aparente, pero claro, las apariencias engañan, y más a las cabezas huecas.

El cómo daba igual, pero que tenía que entrar en esa discoteca era una realidad. Y que no tenía ni una triste libra encima, también.

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06/10/2012, 01:24
Administrador

De vuelta en la barra, Dawn chocó deliberadamente su vaso de tubo con el de Edmund, brindando. En el proceso parte del líquido que ambos contenían se mezcló. La mujer parecía simpática, más que de normal. O bueno, quizás simpática no fuese la palabra. Ella siempre era extrovertida y sonriente. Más bien, parecía excesivamente... excedida, como si esos rasgos se hubiesen amplificado. Sus movimientos habían pasado a ser algo torpes, e incluso a Edmund en algún momento le pareció que la mujer se volvía ligeramente borrosa y más atractiva. Un hormigueo sacudió al aspirante a bombero por dentro.

Dawn, ni corta ni perezosa, se echó a reír a mandíbula batiente, en parte por la expresión final de Edmund, y en parte por el exceso de deshinibidores que tenía operando en su organismo. Agarró a Edmund por las solapas de la boca y le plantó un morreo. Cuanto tiempo estuvo así Edmund, dejándose hacer, fue algo muy relativo, pues no recordaba más que el fluir de la música y los labios de la chica. Bueno, y un poco las uñas en el pecho, pero eso con Dawn era normal, e incluso algo excitante.

En algún momento, aunque a Edmund no pareció que la chica dejase de besarle, escuchó su voz pegada en la oreja mientras le pegaba un mordisco erótico-juguetón en el lóbulo. Lo cierto es que se estaba poniendo demasiado física. Ella solía comportarse más en público, e incluso en privado. O al menos, cuando hacía esas cosas, las hacía con más maestría y clase, no con ese embotamiento que ambos parecían tener.

- ¿La oreja, decías?- atinó a escuchar Edmund. Las palabras de Dawn eran lentas, pesadas, pero pretendían ser sensuales. Todo circulaba a cámara lenta, y el entorno era una mancha borrosa.

Y los vasos de tubo, de un trago a manos entrelazadas, se vaciaron, mezclando la saliva de ambos. Edmund ya ni se acordaba de que su nueva copa la había pagado Dawn, pues en algún momento él había perdido su cartera con su DNI y su dinero, entre otras cosas. También olvidó haber perdido la cartera. Y a Dawn todas esas cosas superfluas también se le olvidaron.

Edmund empezó a tener calor, y una extraña mezcla de nauseas y erección a la vez. Pero todas las luces del techo se fundieron y la pareja se sumió en una espiral de descontrol.

Edmund apareció, tirado, sobre lo que parecía ser un alargado sofá de cuero. Aparentemente había perdido la parte superior de su ropa, y sólo le quedaba una camisa de cuadros, que no era ni suya, bastante sudada, arremangada, y abierta. Su pecho desnudo estaba perlado por las gotas de sudor, como lo estaba su frente, a la cual tenía pegado el pelo gracias a un pañuelo que llevaba convenientemente anudado a la cabeza, chafándole el cabello contra la frente. El pañuelo tampoco era suyo. Ni de Dawn, la cual reposaba tendida boca abajo en el otro sofá de cuero. Ella sí que conservaba su ropa, aunque tenía la parte superior de la ropa desencajada y tenía el sujetador desabrochado. Tenía los labios enrojecidos, como si se hubiesen desgastado en exceso. Y Edmund, todo sea dicho, también los notaba molestos. Incluso le pareció notar más sangre bailando en su boca y un pelo castaño y duro, demasiado corto y molesto para ser de su cabeza o de Dawn.

Oh Dios, a saber lo que había hecho. Sea como fuere, apenas recordaba poco más que imágenes confusas, la ensordecedora música, y un sinfín de luces. No había bebido tanto alcohol, ni de lejos, como para emborracharse de esa forma, así que probablemente le habrían drogado de alguna forma. Recordaba haber intentado mantener el control de su cuerpo y su mente, pero muy vagamente, y saltaba a la vista que no había tenido mucho éxito en su campaña.

Había una puerta entreabierta que daba a la inconfundible luz de la discoteca. Salvo eso y una pequeña luz amarilla, todo el reservado estaba a oscuras. Debía de estar ahí, pues desde la puerta se veía la barandilla del piso superior, y gente desconocida asomada, bailando.

Cómo había llegado hasta ahí y con qué permiso no lo recordaba, si bien bastante caras le sonaban familiares y ninguna estaba allí.

Sacó el móvil de su bolsillo, notando que tenía la entrepierna bastante húmeda, y descubrió que según el reloj de aquella máquina eran las 23:38.

Cuánto podía haber pasado, ¿media hora? Desde luego, según su cabeza había hecho muchas cosas, demasiadas, y ninguna estaba entre ellas. Recordaba a Dawn apremiándole para subir a los reservados, pues era el deseo del chico nosequé de ponerse y una oreja. Sin embargo... Edmund no recordaba que Dawn lo hubiese entendido bien. Él quería encontrar a Greg, y en aquellos treinta minutos no recordaba haberlo visto. Ahora sería el pelirrojo quien tendría motivos para quejarse por la ausencia de los chicos, si es que había estado buscándolos...

Dawn rodó y se cayó al suelo. El sujetador se le desencajó por un momento, dejando un pecho al aire, pero pronto volvió a quedarse panza abajo al tiempo que soltaba algo parecido a un quejido turbio.

Vaya estampa.

Edmund estaba ahí, plantado, enfocando la vista poco a poco y recuperando el control de sus músculos. Cuando fue a moverse notó un tirón en el pecho, cerca del corazón. Miró y notó como, sobre el pezón, en el pectoral izquierdo, tenía dos marcas moradas, similares a moretones. Era como una equimosis, de esas que se provocan cuando alguien succiona con fuerza rompiendo los vasos sanguíneos. Pero no estaban en el cuello, y eran dos, pequeñas y bastante juntas. Era extraño que unos labios pudiesen haber dejado marcas así, pero tampoco había muchas más opciones.

Al menos Edmund seguía teniendo el cinturón puesto y bien colocado. Eso era buena señal, pues era imposible que ni él ni Dawn lo hubiesen vuelto a poner en su sitio dado su estado. La chica ni siquiera tenía el sujetador abrochado, y Edmund tenía las mangas de adorno, desabrochadas, y un par de botones de aquella desconocida camisa reventados. Como para ponerse los pantalones del derecho y el cinturón.

Bueno, también había otra buena noticia. Dentro de lo malo estaba en los reservados. Si Lestrade no se había largado, algo probable, acceder a él no sería tan difícil como antes, aunque ahora sus pintas dejaban mucho más que desear. Desde luego, ante Edmund se abrían un sinfín de incógnitas, un panorama bastante bizarro, y una misión que tenía aspecto de querer fallar.

Espera. Una de las misiones no ha fallado del todo. La chica de la barra, la del colgante blanco y bastante encariñada con Dawn y Edmund, había subido al reservado con ellos. Era amiga de la camarera con la que Greg había estado flirteando, así que ese leñador irlandés si que debía de ser su amigo. La pregunta era dónde estaba ahora. Tanto él como aquella chica.

Bueno, su cabeza de cuadros también era de un chico no identificado, que era amigo de una morena que...

Mira, recordar tanto con tan pocas neuronas jugando al Arkanoid en el cerebro vacío es muy complicado. Lo sentimos, pero el servicio de recuerdos está apagado o fuera de cobertura en este momento. Proceda a reiniciar el sistema operativo y restaurar los datos como pueda. No tiene red ni paracaídas. Manguera sí.

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06/10/2012, 03:02
Emma Swan

¿Holmes? ¿Sherlock Holmes? Preguntó anonadada, no pasó más de un segundo que susurró para ella misma: Idiota... claro que sí.. Pero de igual modo le costaba creer, aquel era un caso sin resolver y esa mujer parecia tener información.

Emma frunció el ceño. ¿Qué le ocurría? Parecía haber ingerido algun estupefaciente o haber sufrido un lavado de cerebro. Definitivamente le pasaba algo.

Creo que lo mejor es que vaya a casa y descanse... Le propuso de buena fe. Quizá había tenido un día duro en el trabajo y le había pasado factura. Lo que estaba claro, es que con esa indecisión no iba a poder convencer a la policía. Incluso a ella le costaba creer algo de lo que le había dicho.

Si quiere puedo llamar a un taxi... Le propuso de nuevo ofreciéndole su ayuda. La acompañaría ella misma, pero aún tenían que cerrar y si el taxi la llevaba justo delante de casa, no tendría mucha pérdida.

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07/10/2012, 00:24
Sophie Campbell

¿Adam Lawrence? Aquella teoría parecía interesante, incluso aunque estuviese demasiado asustada como para sopesarla detenidamente Una buena oportunidad No las palabras, por supuesto, pero sí el propio mensaje Podría decirle que es mi madre, que me espera y que está preocupada porque tardo mucho en volver...

Eso seguramente frenaría las posibles intenciones homicidas de aquel hombre -podría suponer que, si se retrasaba un poco más, su madre llamaría enseguida a la policía- pero tenía un serio inconveniente: le confirmaría sin lugar a dudas que se dirigía a su casa y que ésta se encontraba cerca, por lo que sólo tendría que seguir caminando junto a ella para averiguar dónde vivía.

Estoy desvariando se recriminó a sí misma Aunque sea un asesino, ¿por qué se tomaría tantas molestias conmigo? Sin embargo, y aunque su mente le gritaba que aquello era una exageración, sus labios se abrieron para hablar- Era una amiga -le confesó con una sonrisa- Está por aquí cerca, así que me voy a pasar a verla.

Se detuvo con forzada naturalidad, haciendo como que intentaba orientarse- Bueno, yo me voy por allí -señalando una calle lateral que había dejado atrás hacía unos cien metros- Que le vaya bien el trabajo.

La despedida sonó algo apresurada, pero la joven supuso que aquello no resultaba tan sospechoso No más que ir a visitar a una amiga con esta lluvia Sujetando el paraguas con más fuerza, Sophie volvió sobre sus pasos y se encaminó hacia la calle que había elegido, pensando en cual era la mejor manera de dar un rodeo y llegar a su casa. No por primera vez, se alegró de haber hecho aquel trabajo sobre el Londres medieval y la evolución de sus caminos hasta la actualidad, y más aún de haber empezado a memorizar un callejero en previsión a cuando empezase con la autoescuela Y mamá decía que era innecesario...

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07/10/2012, 04:33
Administrador

 

Sophie dio el rodeo sin problemas. No se encontró con sus acosadores favoritos, pues debían de haberse largado por vete a saber en qué dirección. Seguramente no sabían del paradero de Sophie, ni aquel momento ni a lo largo del día, por lo que simplemente los había encontrado por casualidad. Igual se habían ido a sus casas, pero parecía poco probable si mantenían un perfil propio de películas como La Naranja Mecánica. La delincuencia subía en Londres, y la inteligencia bajaba en todo el mundo. Unimos conceptos y tenemos un enjambre de tontitos deseando pasarlo bien a costa de los demás. Matones de instituto sin muchas luces, y menos cuando lanzan piedras a faroles y casas. Aunque bueno, eso era presuponer su comportamiento.

Sea como fuere, volviendo a la realidad, el médico con olor a tierra y aspecto glaciar, más asesino que hombre en apariencia y menos empático que un martillo, no puso objeciones a la marcha de su suculenta y pequeña feérica. Olía típicamente bien para ser humana, si bien era cierto que su el propio olor a tierra alteraba su percepción del olfato. Sonrió ante la mentira de Sophie, o al menos lo pareció, y respondió con un simple "Como siempre" a los ánimos de la chica de cara a su trabajo.

Hasta ahí todo un alivio. Calles vacías con algún paraguas ocasional. Alguna sacudida ocasional del suyo propio por el viento, mojándola ligeramente, pero consiguió su objetivo final. Llegar a casa y poner pies en polvorosa. En efecto, estaba frente a la puerta de su hogar, lúgubre en sintonía con el clima y la situación. Londres se quedaba sin hombres buenos, y la percepción de los ciudadanos sobre la realidad se volvía un poco más mortecina. Salvo para los que siempre conseguían mantener la sonrisa, una situación que aquella noche no le sucedería a la aspirante a universitaria.

Frente a la puerta de su vecina, Candice, aquel hombre, maletín en mano, se alzaba mirando hacia una ventana. Estaba muy oscuro, y sólo funcionaban las luces auxiliares de emergencia. Se debía haber ido la luz por culpa de algún rayo, tanto en casa de Sophie como de su amiga del alma. Sólo alguna vecina, astuta, había conseguido algo de luz con alguna batería. Gente precavida, acostumbrado a los diluvios y accidentes del temporal Londinense.

Conociendo a Candice y su padre, aún debían estar ambos buscando las velas, si es que tenían. La estampa de ambos en plan detective con el teléfono móvil era ligeramente graciosa, o lo hubiese sido de no ser porque una réplica exacta de su fiel y escalofriante amigo con olor a tierra se alzaba a unos metros de distancia, mirando hacia la ventana de Candice.

Podría haber sido peor, podría haber estado mirando hacia la ventana de la feérica, pero claro, que estuviese centrando su atención en casa de su mejor amiga no era una buena noticia. Y cualquiera se le acercaba a espantarle, bien podía ir a ver a su querida, la vecina de enfrente, pero la realidad era que a juzgar por la trayectoria de su porte, le interesaba mucho más el hogar de los pianistas. Fantástica noche.

El hombre apretó su maletín y dio un paso hacia delante, frenando en seco. Se volteó hacia la derecha, comprobando que no había nadie antes de adentrarse en aquel hogar. Por lógico, lo siguiente era que mirase a la izquierda. Y si lo hacía, Sophie se quedaría atrapada entre la espada y la calle abajo.

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07/10/2012, 23:57
Sophie Campbell
Sólo para el director

¡Merde! El exabrupto resonó en una mente que no estaba acostumbrada a ellos, y que si lo usaba ahora era más por miedo que por furia Tengo que avisar... tengo que... Por un momento se quedó congelada en el sitio, paralizada ante la simple idea de que ese hombre pudiese hacerle algo a Candice, pero enseguida su faceta más fría y lógica tomó el mando.

A la izquierda La joven se lanzó hacia las escaleras más cercanas, acurrucándose en el hueco que había entre éstas y la pared Vale, creo que no me ha visto se intentó tranquilizar a sí misma, al tiempo que volvía a sacar el móvil con manos temblorosas.

Cndice ests en csa? n hombre va a llamr a tu puert !no le abras!!

Los dedos de Sophie se movieron a velocidad de vértigo para redactar el mensaje, y aunque el resultado le daba auténticas arcadas, sabía que era la manera más rápida de escribirlo Ya me preocuparé otro día de las tildes En aquel momento su amiga era lo más importante, y no dudó ni un instante al darle al botón de enviar.

Que mi profesor de literatura me perdone El pensamiento -o quizás la tensión- le arrancó una levísima risita, aunque en seguida hubo otro que le devolvió brutalmente a la realidad ¿Y si fuerza la puerta? un escalofrió le recorrió todo el cuerpo ¿Y si ni siquiera usa la puerta y entra rompiendo una de las ventanas?

Temiendo de nuevo por Candice, la joven marcó por segunda vez aquella noche el 999 y dejó su dedo justo encima de la tecla de llamar Asegúrate primero Reuniendo todo su valor, Sophie se asomó ligeramente para ver lo que hacía el hombre.

- Tiradas (1)
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08/10/2012, 12:37
Iain McGrogan
Sólo para el director

Accionó las luces de emergencia de la furgoneta, y poniéndose su gorra, que estaba tan empapada como su pelo, se quitó el cinturón y salió por la puerta.

La lluvia hacía que las farolas fueran solo unos manchones blancos, y la persona tirada en el suelo solo un borrón.

Iain se aseguró de que no vinieran más coches y se acercó hasta el herido.

-¡Oye! ¿Estás bien? - sacó su teléfono del bolsillo y marcó el número de emergencias. Agarrando el auricular con el hombró se agachó junto a la figura dispuesto a comprobar si se hallaba consciente.- Madita sea,- murmuró mientras el teléfono daba tono.- vaya nochecita...

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08/10/2012, 18:53
Tona
Sólo para el director

Ahora que los gorilas se habían percatado de su presencia, no podía avanzar directamente hasta el lateral de la discoteca. Tona se mordió el labio, pensativa. Siempre podía intentar entrar solo con el descuento, pero sabía que el teatro nunca había sido lo suyo. Siempre se había considerado una mujer de honor, pero la situación requería otros metodos que no iba a dudar en usar. El problema era que esos métodos saliesen bien.

La otra opción era, si aquello no funcionaba, buscar alguna otra forma de llegar a la discoteca.

- Lamento meterle en este lio...susurró al anciano, mientras seguía pensando. Apenas tenía tiempo...pero le daba muchísima verguenza y coraje pedirle dinero al anciano. Era la opción más rápida...¡Que demonios! Ya tendría tiempo para decirla que no si así lo consideraba Se que me ha traido hasta aquí, y que toda esta situación parece muy rara, pero un amigo mío va a meterse en problemas allí dentro y necesito poder ayudarle. Y, obviamente, no tengo ni una sola libra para la entrada...Si me lo presta, prometo devolvérselo en cuanto lo consiga. Que rabia, maldito ladrón hijo de...Aunque si no se hubiese llevado su dinero, no hubiera sabido nunca lo que iba a ocurrirle a Lestrade, pese a que cada vez tenía menos esperanzas de conseguir sacarlo de allí con vida. Soy una vagabunda, pero también soy una mujer de palabra...

De lejos esto podía parecer la escenita de una cria pidiendole dinero a su abuelo para poder entrar. Tona tenía la secreta esperanza de que, si no conseguía la urgente financiación, al menos sirviese para precamelar algo a los enormes seguratas. No estaba segura de que fuera a tener tiempo para correr y buscar un camino alternativo a la discoteca...

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09/10/2012, 19:04
Candice Bradley

El mensaje del señor Lawrence dejó a Candice muy sorprendida, pero no tenía tiempo en ese momento para preocuparse por los pasatiempos de su mentor. Aunque, sin dudad, si aquel mensaje le hubiese llegado en otro momento más apropiado habría llamado inmediatamente para enterarse de todos los detalles. Su padre intentó adivinar de quién se trataba, pero como tenía otras cosas en las que pensar simplemente asintió, sonriendo.

- Claro, pero no es nada importante - alzó un poco el móvil, para alumbrar la habitación - Será mejor que te cure ese corte, podría infectarse. 

Tomó de nuevo el brazo de su padre y avanzó por la habitación, llevándolo a la puerta. El repiqueteo de la lluvia contra la persiana la ponía algo nerviosa, era como si estuviesen bombardeando el refugio en el que se escondía. 

- Vamos - casi parecía que en aquel preciso instante los papeles se hubiesen intercambiado. Sobre ese escenario que era la vida, Candice y Arthur habían intercambiado los papeles como dos actores que deciden dar un gran vuelco a la escena. Mientras la universitaria buscaba el botiquín en le baño recordaba todas aquellas veces que se había caído cuando era pequeña. 

Su curiosidad innata la había llevado a explorar los más recónditos lugares, con resultados de lo más variopintos. Era usual que se hiciese alguna herida en las rodillas o en los brazos. Aún podía ver como si fuese ayer como aquella escena se repetía, sólo que su padre era quien le curaba las heridas, y ella la que lloraba porque escocía. Bueno, su padre no lloraba, pero se trataba de algo bastante similar. 

Candice no pudo evitar sonreír en aquel momento. Era, cuanto menos, curioso. 

- ¿Recuerdas cuando eras tú el que me curaba a mí las heridas? - dijo, casi riendo. ¡Por supuesto que lo recordaría! Seguro que incluso seguía pensando que era una pequeña princesita de cristal.