Partida Rol por web

Aaren se movió con destreza hacia la zona más baja donde terminaba la elevación por la cual iban a cargar los del grupo de flanqueo. Cada paso le acercaba a la pared vertical de la gran meseta, y a su izquierda se escuchaba el incesante y estruendoso sonido de la multitud orca. Por suerte, entre él y el enemigo se hallaba la colina, pero además el fuerte viento había levantado una enorme nube de polvo y arena a los pies de la meseta.

Miró atrás, y comprobó que aún veía a Hasgon. El guerrero de Girithlin había encendido ya la flecha incendiaria, y esperaba la señal de Aaren.

Entonces por fin llegó al punto que había indicado Hasgon. Subió un poco apoyándose en unas piedras, y aún agachado para no ser visto, se asomó con cuidado. Primero vio la pared de roca de la Loma y la parte de la entrada hacia el Paso. Pudo ver también algunos exploradores orcos en posición detrás de unas rocas. Pero no vio defensores.

Los remolinos de aire eran constantes, e incluso dificultaban la respiración. Aaren vio ahora mejor a los murciélagos en lo alto, sobrevolando la hoguera en la meseta al otro lado del desfiladero. También vio parte de la hueste orca, y en el centro de la misma lo que parecía un grupo de mando. Vio a varios Uruk-Hai y un gran estandarte, y orcos mejor equipados a su alrededor.

Entonces algo captó su atención. En la meseta, vio de repente movimiento de hombres. Salieron de la nada, al menos cinco.

-¡Acabemos con esas ratas con alas!

Se escuchó el grito de hombre que los que los lideraba. Y una andanada de flechas volaron hacia los murciélagos. Y siguieron disparando con gran puntería, y corriendo hacia ellos. Uno tras otro aquellas asquerosas criaturas cayeron, y los murciélagos que aún seguían vivos atacaron ahora a los que les estaban disparando.

¡Era el momento! Los murciélagos no estaban vigilando. Pero cuando miró atrás para avisar a Hasgon, Aaren vio algo que le heló el corazón. Cinco exploradores orcos se movían ahora en dirección a la posición de Aaren. Se dirigían a la pared de la meseta, ligeros de armadura y con un equipo básico de escalada. Era cuestión de tiempo que le vieran. Detrás, a lo lejos, estaba Hasgon mirando desesperado a Aaren y a los orcos. Nada pudo haber hecho para avisarle, y necesitaba saber si disparaba la flecha o no.

-Gustoso acepto la apuesta, Agnor, dijo Aelloth. -Si eso significa que llego a pagarte, o cobrar la moneda cuando todo esto acabe.

Estrechó la mano del guerrero norteño para sellar la apuesta. Habían compartido un largo camino desde Sil Auressë, donde Aelloth había sido prisionero y Agnor un aspirante a sargento. Ahora en sus manos descansaban en gran medida las esperanzas de supervivencia de la aldea.

Partículas de polvo suspendido ascendían lentamente elevando la temperatura y dificultando la visión.

Cuando aquellos hombres surgieron de entre la nube de arena como un espejismo y empezaron a atacar a los vampiros, supe que había llegado el momento. Me disponía a dar la señal a Hasgon cuando descubrí a los 5 exploradores Orcos que se acercaban al desfiladero. La luz del día y el polvo me mantenían oculto a sus ojos por el momento, pero solo era cuestión de tiempo que nos vieran.

Entonces el pánico se apoderó de mi por unos instantes. La vida de muchas personas se encontraba en mis manos...lo que decidiese entonces podría significar la muerte o la vida para cada uno de ellos, incluido Theon.

Tras meditarlo solo unos segundos, bajé mi brazo para avisar a Hasgon de que debía dar la señal y con ello dí comienzo a la carga de grupo de flanqueo.

Acto seguido llamé la atención de Cathael e indiqué ambos con un gesto lo que debíamos hacer mientras empuñaba mi arco y elegía mi primera victima. Debíamos ser rápidos y certeros, no podíamos permitir que ninguno de aquellos exploradores huyesen...de ello dependía la misión. Con suerte podríamos deshacernos de alguno de ellos antes de que supiesen desde donde les atacaban.

Sin perder un instante, Hasgon tensó el arco todo lo que dio y apuntó al cielo. Soltó la flecha, y la observó un instante como ésta dibujaba una parábola llameante por el cielo mientras volaba en dirección noreste.

Luego sin perder un momento más, hizo señas a Cathael para que se acercara a caballo hasta su posición. Hasgon a su vez se movió a pie para seguir los orcos por la retaguardia. Estaban en inferioridad, pero tenían que intentarlo.

Desde su escondite, Aaren vio la flecha incendiaria. Pero ninguno de los orcos del grupo de exploradores parecía inmutarse. Siguieron avanzando hacia la posición de Aaren, y detrás de ellos Hasgon les seguía a una distancia prudencial. Cathael se encontraba más lejos, pero venía a caballo así que en poco tiempo se uniría.

Aaren preparó la flecha envenenada. Detrás de él, los defensores acabaron los murciélagos restantes. La atención de los orcos se centraba en la meseta. Los minutos que restaban para la llegada de la carga principal y la de flanqueo se iban a hacer largos, pero al mismo tiempo, ya era irreversible. Nada los iba a detener ahora.

Mi gesto se torció en una mueca contenida mientras seguía con los ojos la flecha incendiaria de Hasgon. Atravesó la gasa de polvo que lo cubría todo con un leve silbido y se demoró unos instantes en lo alto, suspendida entre las nubes bajas que atravesaban la meseta antes de caer en dirección hacia donde el grupo de flanqueo se encontraba. Ambos contuvimos la respiración sin apartar la mirada de los exploradores Orcos y dimos gracias en silencio a los Dioses al no apreciar un cambio en la conducta del enemigo.

No estaba seguro de haber actuado correctamente. Tal vez si me hubiera agazapado entre las rocas pudiese haberme mantenido oculto a sus ojos durante un tiempo, pero tarde o temprano me verían y me conducirían con el resto de la Hueste, si no me mataban de inmediato. En tal caso quizás hubiese ganado algo de tiempo para el grupo que debía cargar desde el costado, o por el contrario mi presencia podría haber propiciado que se extendiese la voz de alarma antes de tiempo y que cualquier intento de emboscada resultase en un fracaso.

En cualquier caso, la decisión había sido tomada y la maquinaria estaba en marcha, no había vuelta atrás.

El grupo de Agnor se pondría en camino al ver la flecha incendiaria y hasta entonces cada segundo que pudiésemos ganar resultaría vital para el éxito del ataque.
Dí un paso atrás hasta pegar mi espalda en el desfiladero para ocultar mi presencia intentando fundirme lo más posible con el entorno.
Acaricié la pluma de la flecha untada con el veneno orco y tensé mi arco hasta que la resistencia de la cuerda hizo que mis bíceps vibrasen temblorosos.
Los dientes atenazaron la lengua en un rictus nervioso. A través del tul de arenas observaba fijamente a Hasgon mientras los Orcos avanzaban en mi dirección...sabía que en cuanto yo soltase mi flecha, Hasgon haría lo propio, de modo que espere unos instantes más...solo un poco más pensaba. En aquello al menos habíamos tenido suerte. Los exploradores habían quedado entre dos frentes, además de verse sorprendidos, entre la arena y el sol, seguramente se sentirían bastante desorientados a la hora de averiguar desde donde les venían las flechas. En cualquier momento oiríamos en la lejanía el sonido de los cascos al galope de la carga principal, sus ecos treparían por las colinas que se elevaban entre la hueste y mis espaldas, y entonces, las posibles voces de los exploradores se ahogarían bajo el griterío de la batalla.
Uno de los exploradores había subido ya el pequeño terraplén que conducía hasta mi posición de modo que fue a ese a quien dirigí mi primera flecha. En caso de huida el resto tardarían más en subir la pendiente y rodear la colina, lo que me daría cierto margen para cortarles el paso.
En realidad mi posición resultaba bastante vulnerable. En cuanto los Orcos me localizasen, vendrían a por mí y con una hueste a mis espaldas no tendría donde esconderme. Con algo de suerte, mi precaria posición sería también mi gran baza. Probablemente los Orcos no esperasen que nadie se hubiese acercado tanto como para atacarles desde allí y era previsible que su mirada se girase hacia el este en primer lugar.
Cuando ya no pude esperar más y sentí que las voces delos orcos se aproximaban más de lo recomendable, solté la pluma y la dejé volar para acto seguido tensar una nueva flecha sobre el arco mientras me agazapaba nuevamente contra la pared del acantilado.

La flecha dejó una estela de llamas y luz a su paso por el cielo de Minhiriath. Alto voló una y detrás otra segunda, y ambas cruzaron la nube de polvo y ceniza, y desafiaron los remolinos de viento del lugar conocido como La Loma. Era la señal acordada.

En los años por llegar, los bardos iban a cantar sobre las gestas de aquel día en la batalla por el desfiladero. El nombre del Paso de la Loma hacia Sil Auressë iba a salir del ostracismo y quedarse para siempre en el recuerdo de los lugareños, pues allí desataron una tormenta roja en la hora más oscura, y allí unos pocos cargaron contra el enemigo numeroso en busca de la gloria. Allí lucharon con valor, y por ello iban a ser recordados.

En la meseta del Reino Perdido.
Los treinta heraldos del Exiliado.

El capitán vio una flecha y acto seguido la segunda. Echó un vistazo a ambos lados. A su izquierda tenía una fila de ocho, y detrás de ellos otros cuatro caballeros. Aquel flanco iba ligeramente adelantado. A su diestra, los cinco que iban a la par con Melechtor, y detrás también cuatro. Y más lejos la derecha vio a Theon y otros cinco jinetes.

-¡La hora ha llegado! ¡Es la hora de la gloria! ¡Adelante ahora! ¡Qué caiga nuestra furia sobre ellos! ¡Qué sus escudos se partan y sus lanzas se quiebren! ¡Galopad!

Dio un golpe a su montura con las espuelas, y comenzó una carrera primero a paso muy lento, pero que aumentaba la velocidad cada diez o quince pasos. No quería desbocar los caballos, y además su cometido era precisamente el de llamar la atención del enemigo. No pretendían ser un relámpago que golpeaba sin avisar desde el cielo despejado. No. Ellos eran una terrible tormenta que reunía su fuerza y anunciaba su llegada con poderosos truenos y nubes oscuras formándose.

Así que Melechtor agarró el cuerno y lo hizo sonar una única vez con fuerza en la Loma, y el eco resonó en los acantilados. Anunciaba su llegada a los enemigos y a los aliados, a las rocas y los cuatro vientos, al cielo sobre sus cabezas y al mismísimo infierno.

¡La caballería había llegado! ¡Los hombres de Echorion estaban aquí!

Altos ondeaban los ribetes en las lanzas. Veloces galopaban ya los caballos. La tormenta roja estaba de camino.

Tres veces diez armados.
Hacia la Batalla de la Loma.
Espadas, escudos y lanzas
con rojos ribetes coronados.

Como si de una divina providencia se tratara, en cuenta se pusieron en marcha vieron caer uno tras otro los murciélagos que sobrevolaban la hoguera.

-¡Los defensores de Sil Auressë luchan! ¡Certeros son sus disparos! ¡Han dado muerte a los murciélagos!, gritaron los jinetes y cada vez corrían más rápidos sus monturas. -¡Aguantad un poco más! ¡No estáis solos, ya llegamos!

La señal de las dos flechas disipó cualquier duda. ¡El ataque había comenzado! Rápidamente, el grupo de flanqueo se puso en formación de media cuña, y los jinetes comenzaron el avance hacia la posición. Iban a un paso ligero, pero sin galopar, buscando las banderas que les iban a marcar la dirección precisa, y pendientes de oír la llegada del grupo principal. Y sobre todo el cuerno de Melechtor.

De todos firme la voluntad
¡Adelante cargaron!

Aelloth cabalgaba en medio de la formación siguiendo la estela de Agnor. A su izquierda tenía a Tarbrand. Tanto el norteño como el montaraz de Arthedain eran excelentes junetes, pero no era sencillo mantener la unidad tan compacta en los instantes previos a la carga.

Nada más terminar de soltar la segunda flecha, Hasgon comenzó a correr en dirección a Aaren. Les separaba bastante distancia, y no quiso perder tiempo. Pero antes se giró hacia Cathael que llegaba desde más atrás, y le hizo una señal rápida.

El escudero espoleó su caballo y de camino agarró las riendas de las monturas de Aaren y de Hasgon. A medida que avanzaba, vio la posición del grupo de orcos que ahora amenazaban a Aaren. Su primer impulso era cargar, pero comprendió que era prioritario asegurar la sorpresa de la carga por el flanco. Así que cumplió con lo que había señalado Hasgon,y se bajó de la montura para clavar dos lanzas en el suelo en forma de banderas en el punto señalado.

Aaren aguantó todo lo que pudo antes de disparar la flecha, y cuando finalmente la soltó vio a Hasgon a unos cien metros detrás de los orcos. El proyectil fue preciso, y le impactó en el costado desgarrando al pobre orco. Comenzó a sangrar de forma abundante.

Los otros orcos estaban confundidos, y miraron a todos los lados en busca del origen del disparo. Pero ante la duda siguieron avanzando hacia su objetivo: la pared de la meseta. Solamente uno de ellos^O3 se quedó mirando el cielo por donde había visto pasar flechas llameantes. Tenía un extraño presentimiento, pero no sabía de qué se trataba.

Mi disparo alcanzo su objetivo tal y como se cabría esperar. Había podido elegir mi blanco con antelación y me había tomado mi tiempo en apuntar para no desperdiciar mi ventaja y aprovechar la flecha paralizante. La discreción resultaba primordial, casi tanto como la presteza.
Me mantuve inmóvil los primeros instantes para evitar que los orcos asociasen mi movimiento al origen de las flechas. Podía ver ya a Hasgon avanzando a sus espaldas, pero todavía tardaría en disponer de un buen tiro con su arco. Los siguientes segundos serian cruciales y mi desempeño podría decidir el curso de aquella batalla.
Tras un momento de dudas, los exploradores siguieron avanzando hacia la meseta, se acercaban. Solo uno de ellos parecía haber percibido la señal que habíamos desatado en forma de flechas incendiarias. La idea de que aquel Orco pudiese escapar o dar la voz de alarma con un cuerno, me inquietó sobre manera, de modo que ajusté la segunda flecha escogiéndolo a él como objetivo. Una vez más, me tomé algo de tiempo para asegurar el tiro, sin embargo la acción se había desatado ya y el estado de alarma de los Orcos no me permitía recrearme en exceso. Procuré calmar el impulso de disparar precipitadamente y en cuanto vi el momento preciso, solté la segunda flecha.
Una vez más me agazapé de nuevo en la cornisa del acantilado esperando engañar la vista de los orcos, aunque no estaba seguro de conseguirlo esta vez, los Orcos se encontraban muy cerca ya, y sus ojillos maliciosos escrutaban las inmediaciones tratando de averiguar desde donde les acechaba la muerte silenciosa.

Tarbrand escuchó la apuesta del norteño y le dijo esbozando una media sonrisa:

-Yo también acepto el reto amigo Agnor, por suerte algo he aprendido de vos desde que empezamos nuestro viaje, y creo que ya estoy preparado para superar al maestro jajaja -dijo en tono cercano y distendido relajando el ambiente tenso.

Sin embargo, tras unos instantes de pausa, al fin aparecieron las flechas que indicaban "el comienzo del fin", la mente del montaraz quedó en blanco y ahora sólo se centraba en el horizonte, intentando descubrir cuál sería el panorama que se encontrarían.

No obstante, eso le pasó factura pues no prestó la atención suficiente a su montura y su cabalgadura dejó mucho que desear...

Aaren soltó de nuevo una flecha a otro de los orcos exploradores. Era la última que iba a poder disparar antes de que el enemigo llegara a la zona donde se encontraba. La flecha erró su objetivo, pasando de largo. Siguiendo el proyectil con la mirada, Aaren vio a Hasgon que ya cargaba el arco para disparar en breve. También le vio otro de los orcos.

El polvo suspendido en el aire y el ensordecedor ruido de la multitudinaria unidad orca que venía del otro lado de la pequeña colina habían logrado mantener oculta la posición de Aaren hasta ahora. Pero pronto eso iba a cambiar. En primer lugar, el orco que había sido objetivo del disparo fallido ahora se dirigía directamente hacia el escondite de Aaren, con el escudo en alto. Y lo que era incluso más preocupante, otro grupo de orcos llegaba desde el lado de la hueste principal. Eran tres, y solamente uno era un explorador. Los otros dos llevaban armadura de malla y armas más pesadas.

La pausa fue breve, pero no por ello se sintió menos impaciencia. Pero antes de que el desconcierto llegara, se observaron las estelas de humo de las flechas de fuego. ¡La señal!

– ¡Adelante, hombres de Echorion! Es la hora de demostrar nuestra valía. ¡Todo o nada!

Incitó a Atreo y empezó la marcha, un trote sincopado, primero ligero como un paseo por la pradera, pero que poco a poco iba aumentando en velocidad. Pronto seriá una auténtica carga.

– ¡En formación! ¡Atentos a las señales!

En el cielo se vio el signo que daría inicio al momento mas importante de sus vidas, todos tras una batalla imposible por defender esas tierras del oprobio de la oscuridad. El cuerno, como bien había dicho Agnor, resultaba inspirador para los aliados y atemorizador para las huestes enemigas, y el grito del Capitán tras él dio inicio a la batalla.

Los tres grupos comenzaron a cabalgar en orden, el de la derecha iba a lo último comandado por Theon. Los jinetes que iban a su lado no eran leales a Melechtor, sino a sus propios principios, que al igual que a él los llevaban a arriesgar la vida por esas personas. No estaba claro si las palabras de aquél joven los habían convencido o simplemente habían servido de excusa para que pudieran unirse a la batalla como se lo habían propuesto antes de encontrarse, pero sea cual sea el caso, se habían convertido en un grupo. Theon los veía como sus hombres, ya había protegido a Cathael como gesto hacia Caldrim, pero ahora los seis eran como un solo cuerpo, que actuaba independiente y al unísono junto al resto de la avanzada de Melechtor. Del grupo, él era el guerrero menos experimentado y a la vez llevaba la pesada carga de lograr abrirse camino al paso y proteger la vida de sus hombres, sus aciertos podían llevarlos a la victoria pero sus errores se pagaban con vidas, esa era la vida que Theon había elegido y se tomaba muy en serio esa responsabilidad.

Alzó su lanza en lo alto y golpeó el lomo de su caballo con sus botas, para dar comienzo al galope. - Ha comenzado, vayamos hacia nuestro destino - dijo mirando a Caldrim y Bakar para luego avanzar hacia el frente.

Mi segundo disparo no fue tan certero como el primero. Los Orcos se acercaban, y estaba seguro de que al que acababa de disparar, me había visto, o al menos intuía mi posición.

Sin dudarlo un instante más, dejé el arco y empuñé mi martillo. Justo cuando lo hacía pude ver un nuevo grupo de Orcos que se acercaban desde mi espalda. Había llegado el momento, la situación difícilmente podía empeorar si no era con una muerte segura.

A sabiendas de que mi única esperanza era sobrevivir hasta la llegada de Hasgon y el muchacho, me lancé en una carrera frenética hacia el Orco más cercano. Si lograba cogerlo por sorpresa y tenia suerte, quizás pudiera deshacerme de el con un golpe y afrontar al resto con ciertas garantías. De otro modo estaba perdido.
Solo la carga de Cathael desde su montura nos podría proporcionar la ventaja táctica que necesitaba imperiosamente, pero para cuando el nos alcanzase, ya podría estar muerto.

El sol golpeaba en mi espalda a medida que me acercaba a mi destino, el cálido abrazo del atardecer me reconfortó en aquellos últimos momentos.