Partida Rol por web

El samurái que seguía acosando a la pareja de viajeros se rió con fuerza al escuchar las palabras de Akari.

- ¡Que tú vas a pelear conmigo! -atinó a decir entre las risas estúpidas.

Sacó su wakizashi de la funda y jugueteó con él en su mano derecha. El metal brilló, y la joven que se cubría tras el hombre rollizo emitió un leve grito, asustada. Tanto Akari como Yuki sintieron una enorme vergüenza ajena, pues ningún samurái que lo fuera de verdad hubiese desenfudado una de sus armas como si fuera un simple cuchillo de cocina.

- Vale, pues vayamos fuera nosotros también -continuó-. Esto va a ser divertido.

Los cuatro contendientes salieron una vez más al exterior. Yuki estaba armada con su naginata, y los samuráis con sus respectivos daisho. Akari no tenía su bastón... pero tampoco lo necesitaba para defenderse. Aunque un samurái era un rival peligroso, y más si no tenía honor como ese. ¿Dónde estaba Juzoh cuando se le necesitaba?

Los guerreros se colocaron frente a las dos chicas, mientras el hombre gordo salía también fuera y se ponía al lado de Akari.

- Si de verdad hay que pelear, no pelearéis solas -dijo.

El hombre era una mole de tamaño impresionante... pero no parecía muy habituado al combate. Aunque ya había quedado muy claro que valor no le faltaba.

El samurái de la mirada cruel se sonrió al ver al trío de rivales que él y su compañero tenían delante.

- Esto es absurdo -rió entre dientes-. Pero supongo que vosotros os lo habéis buscado. Os daremos vuestro merecido, y si después de todo alguno sobrevive, lo pasará muy bien con nosotros en las mazmorras del castillo de Otsu. Después de todo, no nos costará mucho haceros pasar por unos alborotadores...

Hizo una leve reverencia, más en actitud burlesca que respetuosa, y llevó la mano a la empuñadura de su katana.

- ¿Empezamos?

Para proteger a los inocentes del abuso de poder y a castigar aquellos que usan con malas artes las enseñanzas de los antiguos sabios. Por eso luchan. Nada más disponerse para el combate, junta sus manos rápidamente y se concentra en invocar a su shikigami para el ataque. La falta de su bastón y de sus sellos le hacen imposible luchar de otra forma. Pero tendrá que buscar una forma de continuar ya que Konshuu usará todo su poder y desaparecerá tras el ataque.

-¡Konchuu! ¡Aparece!

Nadie de los presentes, salvo Akari, estaba preparado para lo que ocurrió a continuación.

Mientras la pequeña hacía el sello ritual de invocación, tan antiguo que nadie recordaba su origen, un círculo de luz se formó detrás de ella. Fue creciendo y creciendo, llegando a tener casi el diámetro de la altura de Akari, y de pronto lanzó un destello tan intenso como la luz del sol. Cegados y atemorizados, los dos samuráis no pudieron avanzar.

Ante el asombro total de Yuki y los demás, un insecto artrópodo inmenso, más ancho que un oso de montaña y tan largo como una anaconda, surgió rugiendo del círculo y agitando sus cientos de patas. Era de color azulado, semitransparente y refulgía como las setas fosforescentes que a veces se encuentran en las cavernas. Pero nadie tuvo mucho tiempo de admirarse con la fantasmagórica aparición, que se lanzó como una mole contra el atónito samurái que se había burlado de Akari. Lo derribó de un golpe con su morro, y luego lo pisoteó con toda su longitud, mientras su compañero no podía hacer otra cosa que contemplar la escena aterrado mientras se tapaba los oídos, ensordecido por el rugido de Konchuu.

Finalmente, el enorme miriápodo abrió otro círculo de luz similar al que había aparecido detrás de Akari, y se desvaneció por él. El círculo se disipó con un leve destello y todo quedó en silencio.

El samurái que quedaba en pie perdió todo el porte jactancioso que había exhibido sólo unos instantes antes. Su katana, que había tenido tiempo de desenfundar, cayó al suelo y el metal repiqueteó. Su compañero estaba en el suelo, inmóvil, después de que un gigantesco espíritu insectoide le pasara por encima con toda su longitud.

Pero el samurái no se entretuvo en socorrerlo. Miró con incredulidad a Akari y a Yuki, y después salió corriendo en dirección opuesta, olvidando incluso su espada. Se subió a las rocas de las que caía el agua templada del baño y se internó en lo profundo de los árboles hasta que lo perdieron de vista.

El hombre gordo había caído al suelo de culo no bien Konchuu hubo hecho su breve aparición. Sus ojos, que siempre eran unas finas rendijas, se habían abierto un poquito debido al asombro de lo que había presenciado.

- ¿Qué... qué ha sido eso...? -decía, impresionado.

Yuki, que estaba con la naginata alzada, se quedó boquiabierta ante el poder de su amiga. Sabía que era poderosa, muy poderosa, pero verla en acción era algo indescriptible. Ciertamente manejaba poderes con los que el resto de los mortales solo podía soñar. La joven tardó unos segundos en reaccionar, y cuando lo hizo, simplemente sonrió a la pequeña hechicera. Era su derecho responder al confuso cliente.

Mientras esperaba a que esta lo hiciese, recogió la katana del que ya no era su rival y se acercó a comprobar si el estúpido que se había atrevido a menospreciar a Akari seguía o no con vida.

Yuki caminó con calma hasta donde yacía el samurái que había recibido el ataque de Konchuu. Aunque estaba inmóvil, la guerrera comprobó que tenía pulso y respiraba. Tardaría en despertar, pero no sufriría daños irreversibles, aunque probablemente tendría un par de costillas rotas.

Mientras tanto, la puerta de los baños se abrió y el posadero salió al exterior, escandalizado. Detrás de él iban la esposa del hombre rollizo y Juzoh, que todavía tenía un par de granos de arroz en la comisura de los labios.

- Pero... ¿qué ha pasado aquí? -preguntó el grandullón-. ¿Qué ha sido ese rugido?

Por mucho que miraba la escena, no parecía poder explicarse lo que había ocurrido. Interrogó con la mirada a Yuki y Akari, porque estaba seguro de que se había perdido algo y las chicas no.

Por su parte, el posadero se echaba las manos a la cabeza y contemplaba el cuerpo inmóvil del samurái.

- ¡Por los kamis del lago Biwa! -exclamó desesperado-. ¿Habéis matado a un samurái de Omi en mi posada? ¡Qué va a ser de mí, el señor Ii pedirá mi cabeza!

Y se derrumbó para sollozar sobre el suelo de piedra.

–No se preocupe. Está vivo.– dijo Yuki intentando tranquilizar al posadero.– Despertará mañana, quizás algo dolorido y confuso, como si se hubiese embriagado. Y el resto de sus clientela a salvo de ellos.

La guerrera entendía que el posadero estuviese preocupado por su negocio, pero aquellos hombres habían ofendido el honor de dos de sus clientes, además de amenazarlos y acercarse con intenciones deshonestas. Tras meditarlo unos instantes desarmó también al desvanecido samurai. El uso que había dado a la espada indicaba que no era merecedor de ella, igual que su compañero, que la había dejado caer en su huida. ¿Y se llamaban a sí mismos samurais?  Aquello era una ofensa para cualquiera que hubiese tomado el camino del bushido. La joven rubia miró las dos katanas  que había posado en el suelo sin estar muy segura de que hacer con ellas. Quizás fuesen la solución al problema que planteaba el posadero.

–¿Ii-san es el señor de estos samurais?–preguntó alzando la cabeza en dirección al posadero.

La invocación la ha dejado algo cansada, pero es que no le han dejado otra. Sin su bastón ni sus sellos no puede hacer nada útil en una pelea. Y alargarla podría haber sido malo para todos ellos. Konchuu ha hecho perfectamente su trabajo y ha hecho correr al otro samurai que quedaban.

-No es nada de lo que preocuparse, señor. Los espíritus están con nosotros y nos han ayudado. Los dioses han aprobado mi oración.

En ese momento, entran tanto el posadero como su hermano.

-He tenido que invocar a Konchuu... estos dos hombres nos estaban dando problemas - le dice a su hermano.

Mira al posadero.

-Señor, no creo que nadie pueda creerles. Creerán que se han emborrachado y que han estado viendo cosas que no deberían. Quizá eso les suponga un castigo de su señor.

El posadero dejó de sollozar y gemir, pero aún parecía muy preocupado. Se frotaba las manos inquieto, como si estuviera tratando de decidir muchas cosas a la vez. Cuando intentó hablar, al principio sólo le salieron unos balbuceos.

- Bueno... yo... le atenderemos, claro...

Luego miró a Yuki, con un poco de resentimiento en su expresión.

- Yo... sé que estaban molestando a clientes... ¿Pero qué podíamos hacer? Son samuráis de Ii-sama, y son la autoridad. Si el señor de la provincia se entera de que sus subordinados han recibido este trato, tendremos muchos problemas. Su palabra siempre tendrá más peso que la nuestra.

No parecía tranquilizarle la sugerencia de Akari de que tal vez el daimyo de Omi tomaría a sus samuráis por borrachos. Claro que el posadero no había podido ver al ser fantasmal que había dado aquella paliza al guerrero desmayado.

Mientras, Juzoh se había quedado boquiabierto al escuchar las palabras de su hermana.

- ¡¿Que has invocado a Konchuu? ¿Aquí?!

Se dio una fuerte palmada en la frente, mientras apretaba los dientes.

- ¡Akari! -exclamó preocupado-. Padre se va a enfadar muchísimo si se entera. Te ha dicho miles de veces que no invoques a Konchuu salvo que no haya otro remedio. ¡Y nunca en público!

Resultaba curioso que, por una vez, fuera el gigantón el que reprendiese a Akari cuando solía ser al contrario. Aunque por la expresión de su rostro, quedaba claro que le preocupaba mucho lo que su padre pudiera pensar.

Al oír aquello, el hombre gordo se adelantó con su expresión seria habitual.

- Si es por eso, no os preocupéis -dijo-. Yo no pienso decir nada sobre el espíritu. Me tomarían por loco.

Luego se dirigió al posadero.

- Y si el señor de Omi quiere llamarme para que declare sobre el comportamiento de sus samuráis, ¡que lo haga! No me da ningún miedo denunciar a unos cobardes.

–Los samurais han recibido este trato de otros clientes sin que usted tuviese conocimiento. Se propasaron y subestimaron a quien no debían. –razonó Yuki intentando mantener la compostura. Determinado tipo de personas no eran capaces de pensar correctamente bajo estrés. Afortunadamente tenía paciencia suficiente para tratar con gente alterada sin perder ella misma los nervios... a pesar de que la propia guerrera estaba al límite y sentía que en cualquier momento explotaría si no cerraba algunos frentes. Y sin embargo, seguía abriendo otros nuevos–. Además, dado que el otro samurai parece muy veloz, creo que pronto tendremos aquí a su señor. Tenemos cierta prisa, pero no se preocupe. Hablaremos con él y su nombre y el de su posada no se verán salpicados. Se verán incluso menos salpicados que si esos cretinos se hubiesen salido con la suya. Al fin y al cabo, lo que la gente valora en las posadas es la paz y la seguridad.

Ante las palabras del hombre gordo, Yuki no pudo menos que sonreír e inclinarse ante él a modo de saludo. Aquel hombre tenía arrestos, había que reconocerlo.

–Muchas gracias, señor...– la frase murió en el aire, esperando que el hombre se presentase.

Sabe que Juzoh tiene razón con ese tema, pero también tiene que entender que el no usar a Konchuu podría haber sobrevivido a ese combate... más que nada, porque sus armas están en la habitación.

-¡Crees que no lo sé, Juzoh! 

Se encara a su hermano.

-Sé que no puedo invocar a Konchuu aquí, pero esos hombres iban a matarnos y a abusar de la joven esposa de este señor. ¡Y mi bastón y mis sellos están en la habitación! ¿¡Cómo quieres que luche!? Sé muy bien las consecuencias y acataré los castigos necesarios.

Mira al posadero. El hombre no tiene culpa de nada y solo tiene miedo.

-No se preocupe. Si sucede algo, nosotras tomaremos las responsabilidades sobre eso.