Partida Rol por web

Moriya ni siquiera prestó atención a los movimientos de los demás miembros del grupo. Se concentró en hacer su parte, atacando los puntos más vulnerables de la defensa de Kouryu. Pero su arma ni siquiera se acercaba al objetivo...

Hibiki también se concentraba con toda su atención en hostigar al ser contra el que luchaban, buscando fisuras en su técnica defensiva. Pero por más que se esforzaba, no conseguía darle. Aunque era consciente de que mientras lo mantuvieran así de ocupado, al menos ganaban tiempo para que sus compañeros más poderosos pudieran hacer algo...

Hay muchas cosas en ese lugar que intentan distraerla. Puede sentir que su hermano está en peligro y que su vida se escapa de sus manos, pero no puede dejar lo que está haciendo. Sus cánticos intentan alcanzar a los dioses, intenta que penetren en el interior de Kouryu. Ni siquiera escucha a Kaede, o Seiryu, porque debe tener los cinco sentidos en el cuerpo de su enemigo.

Con los brazos aun extendidos hacia Kouryu, su voz va ganando fuerza y se va alzando entre el ruido de la batalla. Si lo consigue, quizá pueda cambiar el curso de ese combate.

Concentrada al máximo en sus ensalmos para conseguir el apoyo de los espíritus, Akari no se permitió pensar en nada más. Y sus esfuerzos comenzaron a dar fruto, porque de algún lugar cercano le llegó una voz, débil y atenuada, como si alguien le hablase desde el fondo de un profundo pozo.

—Su arma... —decía aquella voz que le resultaba tan familiar—. Su poder... su arma...

Akari se esforzó por hacer memoria mientras trataba de no perder la concentración. Pero la voz sonaba tan distante que no lograba identificar a quién pertenecía, aunque estaba segura de haberla escuchado antes.

Kagami no perdió el tiempo, y haciendo un esfuerzo ímprobo, ocupó el lugar que Kaede había dejado para proteger a Akari. No podían permitir darle el menor respiro a Kouryu. Si le dejaban una vía de escape, morirían todos.

Descargó un golpe contra su enemigo, pero estaba tan débil que a Kouryu le bastó un leve toque para bloquearlo.

Tratando de sincronizarse al máximo con Kagami, Amano volvió al ataque y lanzó una estocada descendente. Sorprendentemente, consiguió traspasar la defensa del enorme ser y su hoja llegó incluso a herirle. No fue grave... pero al menos aquello dejaba claro que era posible que un simple humano hiciese mella en la técnica de Kouryu.

—¡Ja! Toma eso...

Juzoh se sentía cada vez peor, pero se negaba a rendirse. Por el rabillo del ojo, mientras jadeaba, se dio cuenta de que incluso Amano había logrado acertar con su ataque. Él no iba a ser menos, así que una vez más sacó fuerzas de flaqueza y atacó con su tetsubo. Pero una vez más, falló su objetivo...

La Dama alzó la naginata para atacar de nuevo a su rival, pero algo pareció detenerla. Al fin y al cabo, no dejaba de ser Yuki, y Kouryu no dejaba de ser Gaisei, su padre. Por mucho que sus personalidades fuesen diferentes cuando estaban convertidos, eran ellos mismos. Además, en la cabaña había comprendido que estaban conectados de algún modo. Gaisei había logrado entrar en ella después de su despertar como ser espiritual. Había entrado en ella siendo el dragón, pero hablando como Gaisei, recordándola que ella era la nieve, el temple, no la tormenta violenta. Quizás ella pudiese hacer lo mismo.

En lugar de atacar, La Dama dio un paso atrás, tratando de concentrarse hasta que, en su cabeza, resonó aquella voz infantil. Aquella pequeña niña rusa llamada Alina le había dado un magatama y se había aparecido junto a su padre. No sabía quien era, pero recordaba lo que le había dicho. 

"ayuda a las buenas personas a encontrar su camino"

Los ojos helados de la mujer empezaron a brillar por la humedad. Aquel ser necesitaba el magatama más que ella. Llevándose la mano al pecho se quitó el collar y lo extendió hacia su padre. Estaba allí, dentro del dragón. Podía sentirlo y quizás, tuviese una oportunidad de hablar con él. 

–Sé que estás ahí. Qué eres buena persona. Te ayudará a encontrar el camino.

Entraría dentro de Kouryu, encontraría a su padre.

Cuando Yuki, o mejor dicho la Dama, detuvo su ataque y ofreció el collar a Kouryu, este se volvió con rapidez y alzó su espada para aprovechar el descuido de aquella adversaria. De haber descargado el golpe, hubiera sido brutal... pero no lo hizo. Kouryu pareció quedarse congelado por un momento, como si algo hubiera convertido su cuerpo en piedra.

Moriya e Hibiki estaban a punto de descargar un nuevo ataque sobre Kouryu, pero se detuvieron en seco cuando observaron aquella extraña reacción. Se miraron entre sí, sin saber qué esperar, y se mantuvieron en guardia con las puntas de sus armas frente a sus rostros.

Mientras tanto, Kouryu seguía muy quieto, con las gotas de lluvia resbalando por su tocado rojizo hasta llegar a su barba. La tensión en el ambiente podía cortarse con un cuchillo...

Un viento pareció soplar en la mente de la Dama, fusionada con la de Yuki. Una brisa fría que se fue convirtiendo poco a poco en una voz lejana. Una voz conocida...

—Acaba, Yuki... —decía la voz, tenue como si viniera desde el fin del universo—. Acaba, mientras puedas...

–No– la voz de Yuki sonó débil, pero convencida–. No puedes permitir que uno de tus hijos te mate, no puedes hacernos pasar por un infierno como el del año pasado.

Yuki guardó silencio unos segundos antes de continuar. Sentía el poder del Dragón Amarillo, pero también el honor y la fuerza de su padre. 

–¿No puedes contener levantar tu arma sobre tu propio hijo? No te juzgaré...esa fuerza es demasiado poderosa, incluso para ti. Lo entiendo...No te pido que luches eternamente contra esa fuerza, tan solo un momento–. Yuki extendió la mano hacia delante; el medallón de Alina seguía entre ellos– Alguien me lo dio para que encontrase mi camino, pero solo pude aceptarlo por aquello que me enseñaste. Ahora te lo doy para que encuentres el tuyo. El de verdad, no el que ese disfraz pretende. Espero poder ayudarte a aceptarlo como tu hiciste conmigo. Nuestro camino es similar, padre... y no es agradable. Pero podemos hacerlo. Ayudemonos a llegar al otro lado. Juntos.

No sólo Kouryu se había quedado petrificado. También la Dama permanecía tan quieta como un témpano de hielo, con sus ojos cerrados y los brazos cayendo a los costados. Pero sus labios se movían, como si estuviera murmurando en sueños...

Al ver que Koryu se detenía afirmé más mi espada y me quedé a la espectativa, un guerrero hábil podría ver como iba moviendo mi pie milimetro a milimetro buscando el ángulo perfecto de dónde entrar con una estocada, pero no ataque, al parecer tanto mi padre como mi hermana, durmiendo dentro de los dos seres que teníamos enfrente se estaba conectando de alguna forma, reconociéndose y cesando su ataque, necesitaba ver que pasaría, tener fe de que haría volver a Gasei pero si no ocurría, tenía que estar preparado para ello.

-Su arma... su poder... -murmura para ella misma aunque quien esté cerca quizá pueda escucharla.

Se continúa concentrando en sus hechizos. Si consiguiese, ahora que Kouryu está más centrado en la que sea que esté haciendo la Dama, hacer que Kouryu dejase ir su arma. Seguramente, en su empuñadura se encuentran encerrados los espíritus de los guardianes derrotados.

Cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo casi sobrehumano por apartar de su mente todo lo que no tuviera que ver con aquella voz, Akari de pronto pudo recordar un rostro. Uno que había visto pocas veces en su vida, pero que era inconfundible. El maestro Okina estaba frente a ella, anciano y jovial como siempre.

—Su arma, pequeña —dijo con una voz tan tenue como antes—. Es la clave de su fuerza. Ahí es donde ha atrapado nuestro poder, el mismo que utiliza contra vosotros...

Una tortuga asomó al hombro del viejo maestro, que acarició su caparazón como si estuviera simplemente pasando el rato.

—Si podéis desarmarlo, podréis derrotarlo...

Por un momento, Kouryu alzó la vista y Yuki pudo ver su rostro con claridad. El tocado rojo seguía ahí, pero de algún modo la guerrera podía ver las facciones de su antiguo maestro, el único padre que había conocido. Y su mirada era de orgullo y tristeza.

—Ojalá fuera tan fuerte como crees, Yuki —dijo Gaisei—. Ojalá pudiera luchar contra ese destino y vencer. Pero no puedo, no sólo. El dragón no me dejará libre, me ha escogido como vehículo para extender su purificación sobre este mundo.

Miró algo a su derecha, pero Yuki no podía ver nada. Gaisei sonrió.

—Pero aún ahora no está todo perdido... Es bueno que hayáis encontrado compañeros hábiles.

Luego clavó sus ojos en su hija adoptiva y se puso serio, como Yuki recordaba que hacía cuando iba a enseñarles algo especialmente importante.

—Trataré de retener su furia tanto como pueda —dijo—. En ese tiempo, haced lo que debéis hacer. No puedo revelarte qué es, su voluntad me lo impide... pero lo sabrás. Y lo harás, estoy seguro.

Y tras decir aquello y sonreír una vez más, su imagen se desvaneció y sólo quedó la de Kouryu.

Mientras Akari se concentraba y Yuki movía los labios como diciendo algo que solo ella podía oír, Kouryu empezó a temblar, y el aire se cargó de una extraña y opresiva energía. Aquél ser sobrenatural daba la impresión de ser un volcán a punto de entrar en erupción, un huracán que amenazaba con desatarse con una furia incontrolable.

Todos los que se encontraban allí fueron conscientes de que algo estaba a punto de pasar, algo que barrería con toda oposición y arrasaría el mundo de los vivos si nada lo evitaba. Se pusieron en guardia, pero de algún modo, la mayoría sabía que aquello superaba sus poderes y que sólo podían confiar en que aquellos que tenían alguna capacidad especial hicieran lo que estuviera en su mano por frenar el cataclismo que se avecinaba.

Por un momento la guerrera estuvo a punto de decir que su padre también confiaba demasiado en ella si pensaba que sabría lo que había que hacer pero entonces cayó en cuenta. La frase que había dicho era bastante reveladora y, de alguna forma, también conectaba con lo que las leyendas decían de su destino.

–No estarás solo...– Yuki miró de nuevo el medallón y tragó saliva. Aquel no era un paso que estuviese deseosa por dar, pero tenía que hacerlo. Como cuando de pequeños intentaban escaquearse del baño o de comer cuando le tocaba cocinar a Moriya. Puede que no quisieran, pero tenían que que hacerlo. Aunque el pulpo estuviese quemado y crudo había que comerlo. La muerte era lo mismo.

– Nos enfrentaremos juntos.

Ahora solo quedaba confiar en que Akari pudiese cerrar la puerta desde allí. Si conseguía cerrarla, le daría la oportunidad de luchar junto a Gaisei contra el Dragón Amarillo. Puede que fuese una lucha eterna, o tan parecido a la eternidad que no tuviese diferencia. Puede que consiguiesen vencerlo y alcanzar la paz... o que perdiesen. Pero incluso si perdían, el Dragón Amarillo estaría encerrado para siempre.

–Hasta pronto, padre.

Esperaba que pudiese retener al dragón lo suficiente para que, entre todos, pudiesen poner el plan en marcha.