Ambos hombres se movieron con profesionalidad a través de la oscuridad, parapetándose en los árboles que bordeaban el camino hacia la casa. El deán alcanzó la puerta principal y llamó a ella golpeando con el picaporte que, en aquellas horas de la noche, resonaba como las campanas que llaman a muertos en la iglesia.
Hubo un largo momento de tenso silencio que a ambos hombres se les antojo eterno antes de que se escuchase el ruido de un cerrojo al ser descorrido. El deán retrocedió un par de pasos como amedrentado por el movimiento que él mismo había provocado con su llamada. Castelo y Pardo, a escasos veinte metros del umbral, veían como aquella sombra dolorida dudaba mientras la puerta se abría.
Y entonces les deslumbró la luz. Una luz tan fuerte que podría pensarse que dentro de aquella casa hubiera un faro. Una luz cegadora que hizo que ambos hombres tuvieran que taparse los ojos con el dorso de las manos, refugiándose todavía más tras el tronco de los árboles para que aquel repentino amanecer en la oscuridad no los delatase.
Escucharon entonces una voz que, pese a ser apenas un susurro, sonaba tan clara como si fueran ellos quienes estuviesen en la posición del deán y no a veinte metros de distancia:
- ¿Cómo osas acudir a nosotros sin ser convocado?
El hombrecillo murmuró una respuesta lloriqueante que los detectives no pudieron descifrar. Por toda respuesta la luz amainó un poco, lo suficiente como para que ambos vieran como el deán entraba en la casa cerrando la puerta tras él.
Sin estar seguros de que era lo que habían visto Castelo y Pardo avanzaron, más dubitativos, hasta alcanzar el umbral. Como buenos profesionales se mantuvieron apartados del punto de fuga de las ventanas. Arrimaron la cabeza a la puerta y nuevamente escucharon aquella voz diáfana que parecía hablar directamente desde sus corazones en lugar de estar al otro lado de una puerta.
- Habéis fracasado en cada una de las misiones que se os ha encomendado y tenéis la osadía de acudir aquí en busca de perdón. ¡El perdón es para los dignos de corazón! ¡El único perdón posible lo obtendréis por el sacrificio!
El balbuceo de Lustres era casi inaudible.
- ¿Cómo decís? ¡Habéis dejado en manos de un comodín a Leviatán! ¿No os habéis hecho lo que os encomendamos? ¡Maldito necio! Todo esto no es más que una trampa. ¡Os ha usado para llegar hasta nosotros!
En ese momento un viento fúnebre, helado, atravesó la espalda de ambos policías. Alarmados por algún tipo de miedo ancestral ambos se giraron. Allí, al fondo del camino, había una figura embutida en un viejo gabán negro. Ambos reconocieron a Leviatán pero ¿no estaba custodiado en la comisaría? Se dieron cuenta de algo extraño también. Alrededor del hombre se concentraba la oscuridad. Igual que antes la luz del interior de la casa los había cegado ahora la oscuridad se condensaba alrededor de aquella figura como si en realidad fuera ella quien emitiese todas las sombras del mundo. Era un espectáculo antinatural, aterrador, que no permitía siquiera distinguir los rasgos de aquella figura irreal.
¡En pleno cliffhanger y justo en esas me atrapó el trabajo! Creo que ya he salido del bache... continuemos ;)
Castello todavía sorprendido por la luminosidad se preparó para ingresar a la viviendo y antes de intentar utilizar la fuerza acercó la mano al picaporte, deseoso de verificar si la puerta estaba abierta. Sin embargo, las palabras que escucho lo hicieron detenerse antes de tocarlo
Mirando a su compañero meneó la cabeza. La idea de que el Deán fuera sacrificado por sus propios superiores excedía lo que el había imaginado. Todo en su interior lo impulsaba a adentrarse en la casa y salvarle la vida a ese infeliz y obtener la información respecto todo lo que no sabían, sin embargo, al escuchar que, ¿serían "los hijos del amanecer"?, sabían que era una trampa, y que habían seguido a Lustres lo hizo detenerse un momento buscando la forma de dialogar con Óscar sin que sus palabras fueran escuchadas.
Sin embargo, al girar la cabeza y ver a Leviatán rodeado y arropado por las sombras se dio cuenta que "los hijos" no sabían que eran ellos quienes los habían seguido, estaban esperando a Leviatán.
Todo en su mente lo impulsaba a asociar la luz con el bien y la oscuridad con el mal, sin embargo, lo cierto era que "los hijos" eran quienes hablaban de sacrificios y Leviatán nunca había alzado, que ellos supieran, una mano sobre nadie. De hecho se había entregado sin resistencia.
LA situación era ridícula. Contra todos sus instintos estaba dispuesto a confiar más en la oscuridad que en la luz. Y probablemente ni siquiera eso. Finalmente optó por lo más lógico, tocando a su compañero por el brazo le hizo señas que lo acompase mientras daba un par de pasos atrás.
Su arma seguía en su mano, pero no apuntaba ni a la puerta ni a Leviatán. Con su mano libre le hizo señas al Oscuro que tenía el paso libre. Ya entraría tras él, no sabía si para apoyarlo o abatirlo, pero no tenía información para actuar antes de que pasara nada. Aunque quizás después fuera demasiado tarde.
Resumiendo, que se den entre ellos mientras nosotros miramos. Ya elegiremos bando (si hace falta) cuando alguien nos ataque, o según lo que veamos
La figura de Leviatán avanzó de manera extraña hacia la casa, como si fuera una marioneta dirigida por una fuerza exterior. A medida que se acercaba los dos policías se dieron cuenta de que iba con los ojos en blanco, como poseído. A estas alturas la cosa estaba saliéndose de toda explicación lógica y, siguiendo un instinto vital de supervivencia, Castelo se apartó del camino de aquella figura oscura. Pardo no tuvo que pensarlo dos veces antes de apartarse.
Y eso fue lo que le salvó la vida.
Porque en el momento en que se apartaban la parte frontal de la casa se vino abajo con una explosión de luz. Ambos detectives rodaron por el suelo cuesta abajo mientras veían, en medio de los trompicones, como una figura luminosa salía del interior.
Era un anciano que, al igual que Leviatán, parecía más una marioneta que una persona. Y en claro reflejo a su oponente la luz lo rodeaba como una entidad viva. De hecho en el punto donde las sombras de uno y las luces del otro se encontraban parecía como si dos reptiles luchasen por el espacio.
- ¡Ahora muestras tu verdadero rostro! - afirmó el anciano con una voz que seguía sonando más en sus cabezas que a través del aire - ¡Osas enfrentarte a tu Destierro!
- Nuestro Destierro, querrás decir, mi viejo compañero.- contestó la figura oscura con voz similar que en nada se parecía a la de Leviatán - Te recuerdo que tú, al igual que yo, estás en esta Mentira abandonado a tu suerte, esperando una llamada que nunca llegará.
- ¡Estamos aquí para vigilarte y proteger a la humanidad!
- ¡Estáis aquí para mantener en la ignorancia a los nuevos dioses! ¿Te has preguntado que quizás el tuyo haya desaparecido finalmente? ¿Hace cuanto que no hablas con él?
- ¡Blasfemo! ¡Sólo intentas embaucarme! ¡Rechazaste la Gracia y quieres que los demás caigamos contigo!
- ¡Estúpido! ¡No rechacé gracia alguna! Quise la justicia para aquellos que tratáis como mero ganado y ahora estoy más cerca de conseguirlo que nunca.
Las luces y sombras se debatían en una violenta danza mientras ambas figuras permanecían inmóviles, una frente a la otra. En el cielo se formaban terribles nubes de tormenta y un viento huracanado soplaba desde el mar. En medio de todo el caos los policías podían ver al deán tirado entre los escombros de la casa. Se arrastraba sobre su propia sangre intentándose alejar de aquellas dos némesis enfrentadas.
Salvo que Figaro opine lo contrario, creo que este es un buen momento para seguir mirando sin participar ;-)
Según lo que diga Fígaro sigo o no. Yo de todos modos iré narrando con 'pausas' y ahí vosotros me decís si intervenís o no. En los videojuegos odio las cinemáticas que no me dejan hacer nada durante más de unos minutos, así que intento no hacer lo mismo en las partidas :D
Pardo respiraba azoradamente. El arma se mantenía firme al final de sus dos manos... casi a punto para disparar en cualquier momento. La única cuestión era, ¿a quién? La luz contra la oscuridad era demasiado para un poli de provincias. Aquello era la puñetera Costa da Morte y no un NUeva York sombrío y postapocalíptico. ¿Cómo encajar aquello? EL pecho del detective subía y bajaba mecido por el compás de las olas que rompían violentamente contra el mordiente a apenas unas decenas de metros de distancia.
¿Por qué las sombras se le antojaban más de fiar que aquella luz centelleante? ¿Acaso esa misma aura resplandeciente no había herido... quizá de muerte al Deán? El cuerpo de Lustres se debatía metros más allá debatiéndose entre la vida y la muerte.
Había que parar aquello. No sabía cómo pero se le antojaba que un tiro podría ser la respuesta. Por primera vez en su vida ese pensamiento se había formado en su cabeza como la única verdad confiable en aquel huracán de locura irreal. Pero, una vez más, ¿a quién? ¿A quién primero? ¿Acaso no eran dos...?
- Castelo... - bramó con fuerza... como si sus palabras fueran a ser engullidas por aquel cielo amenazante - Tu a uno y yo a otro. Acabemos con esto. Dispara.
Perdón por el retraso. Semana raruna con tanto festivo (aquí en Alicante hemos tenido dos...) Ya véis... Óscar dispara si lo hacemos a la vez.
Por un momento Castello dudó si hacerle caso a su compañero o esperar.
Sin embargo eran policías. Y frente a ellos tenían a alguien (o algo) que acababa de maltratar a un ciudadano, Lustres. Es cierto que ellos acababan de hacer lo mismo, pero tenían su motivos. Y la autoridad, por lo menos moral, de hacerlo. Y ese alguien estaba ¿combatiendo? con alguien que debería estar en prisión. Por lo menos allí lo habían dejado.
Más allá de lo que decían, locuras sin sentido que ni pensaba analizar, su responsabilidad era actuar, por lo que asintió a las palabras de Pardo y levanto su reglamentaria, aferrándola firmemente con ambas manos, apuntando a donde la luz y la oscuridad luchaban
- Leviatan es el mío - le informó antes de ponerse de pie y gritar, tal como le habían enseñado, tantos años antes, en la academia - QUIETOS! POLICIA -
Lo cierto es que ni siquiera esperó a ver como reaccionaban, la situación era demasiado extraña como para darle a los extraños combatientes la oportunidad de... no sabía de qué, pero no les quería dar la oportunidad de nada.
Junto con sus palabras su indice se curvó sobre el gatillo una y otra vez. El sonido de los disparos y el aroma de la pólvora se entremezclaron en su mente mientras espera a ver que efecto habían causado los primeros dos disparos.
Y bueno, que sea lo que dios quiera (y no creo que esa sea, precisamente la mejor frase ;-)
10 puntos a disparar, no se como afecta, pero la idea es usar un par de ellos para asegurarme que cada uno de los disparos aciertan
Dispararon.
¿Qué significaba aquella lucha de luz contra oscuridad? ¿Qué se jugaba en aquella partida de ajedrez incomprensible? Lo único que ambos policías tenían claro es que aquella batalla estaba más allá de su entendimiento. Pero se jugaba en su jurisdicción. Parecía una locura aplicar un término tan terrenal a lo que sucedía pero ¿acaso no era una locura todo aquello?
Las balas atravesaron la noche. Ambos acertaron a sus objetivos porque los dos eran tiradores con experiencia, templados, bien entrenados. De ese tipo de gente que cuando tiene que usar su arma sabe como hacerlo, le guste o no. El miedo, la incomprensión y la sensación de peligro hicieron que no ahorrasen en balas. Uno, dos, tres disparos. Cada uno de ellos impactaba en los títeres manejados por aquellas energías místicas. Y como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos ambos oponentes se retorcieron de forma grotesca antes de caer al suelo.
Las dos fuerzas primordiales, Luz y Oscuridad, se elevaron entonces por encima de sus cabezas. El viento se convirtió en un huracán desaforado y la lluvia rasgó el cielo para inundar la escena. Era casi imposible ver lo que sucedía alrededor. Los rayos de la tormenta impactaban en el mar seguidos de forma casi inmediata por sus correspondientes truenos.
Y en medio de aquella vorágine los dos hombres se intentaban resguardar aproximándose a la casa, donde permanecían los tres cuerpos caídos: Leviatán, el anciano y Lustres. Al llegar allí vieron como Lustres se arrastraba hasta alcanzar al anciano para abrazar su cuerpo muerto. A pocos metros yacía Leviatán, tumbado de espaldas, mirando con ojos vacío la tormenta que lavaba las heridas de su cuerpo.
Con 10 en disparar la puntería de Castelo es perfecta. No voy a usar tiradas en esta escena porque creo que aquí el azar no está consentido, con la buena partida que habéis hecho.
- No... no... ¡No nos abandonéis!
El viento huracanado arrastraba sus palabras desesperadas.
- ¡No podemos caer en otra época de oscuridad! ¡Necesitamos vuestra luz para guiar nuestros pasos!
Se volvió hacia los dos hombres que alcanzaban el precario refugio de los muros derruidos de la casa.
- ¡INSENSATOS! - gritó desesperado - ¡Nos habéis privado de la Palabra! ¿Quién nos guiará ahora?
Puede que dicha batalla se siguiera desarrollando sobre las cabezas de aquel trío, donde se había formado una de las tormentas más terribles que jamás hubiera presenciado ninguno de ellos.
El arma del joven detective vomitó toda la violencia y la tensión que éste había acumulado en su cuerpo y en su mente durante aquella maldita noche. El característico olor del disparo inundó sus fosas nasales y sirvió como un natural anestésico a la furia que había nacido y que medrado en sus entrañas como un parásito. Aquel momento de catarsis, de abrir fuego contra aquello que, si bien simbolizaba la bondad, la luz, la verdad... a él más bien se le antojaba como alejar un mal augurio de su lado. Un fario pernicioso.
Y funcionó...
No lo habría imaginado jamás pero la cuestión era que aquellos dos títeres dejaron de bailar al son de lo que quisiera que les mantuviese en insano movimiento. Oscar no tenía esperanzas de que así sucediese pero así fue. Y por mucho que el cielo augurase que todo aquello iba a continuar... más allá... en otro plano. En este... en el mundano... en el de un policía de provincias, todo auguraba que se había acabado. Que estaban bien cerca de un final.
- ¿Y ahora...? - preguntó Pardo a su compañero sin mirarle a la vez que se acercaba al maltrecho Lustres. - ¿Qué vamos a hacer con éste...? ¿Lo arrojamos por el acantilado?
Su voz, oscura y sombría, no albergaba posible broma.
- No, no vale la pena - le comentó a su compañero. Pese a todo lo que había pasado, Castello no estaba interesado en matar al Deán, solo en asegurarse que no supiera que era ellos quien lo habían llevado a buscar a sus "superiores".
Tras pensarlo un momento le aclaró a Lustres - Palabra de qué? Y que estáis haciendo aquí? - tras una pausa de solo un momento y sin siquiera mirar a su Pardo, esperando que este le siguiera la corriente, agregó - Seguimos a ese Leviatán hasta este sitio y... bueno, las cosas no son demasiado claras, pero estabais en medio de ello. Después de haber disparado en vuestra defensa creo que lo menos que podéis hacer es explicarnos que es lo que ha pasado aquí -
Mientras la tormenta seguía rodeándolos dió un paso hacia la casa de donde había salido el anciano sin volver a enfundar su arma, tratando de hablar lo suficiente como para sacar algo en claro de Lustres - Protejámonos de la lluvia allí adentro mientras nos explicáis porque estáis aquí y en este estado - le señaló el rostro - Salisteis de esa casa antes de que... pasase lo que pasó entre Leviatán y... como decís que se llamaba el anciano? -
- Gabriel.- contestó lacónicamente el hombre - Se llamaba Gabriel.
Se había incorporado ligeramente bajo la lluvia. Parecía haber sobrevivido a una guerra y quizás así había sido. Los detectives entraron en la casa para resguardarse del vendabal seguidos del deán, que todavía miraba hacia atrás. Sobre ellos la tormenta seguía con la misma intensidad.
- Gabriel. - volvió a repetir - El mismísimo Arcángel Gabriel de la Biblia. Destinado a nuestro mundo para protegernos de las insidias del Maligno, para guiarnos en el momento del Apocalipsis. Y vosotros habéis conseguido lo imposible, habéis matado su huésped.
La casa era austera, como un monasterio. Había un hall de paredes vacías salvo por un enorme crucifijo de madera que ahora estaba tumbado en el suelo pero en otro momento había pendido encima de la mesa. Había un par de puertas que probablemente condujeran a algún pasillo interior y quizás hacia la cocina. Era una casa tradicional costera, funcional.
- Supongo que en el combate las defensas místicas... quizás... no sé.- negó con la cabeza - Por lo menos habéis hecho lo mismo con el Oponente.- se rió sin ganas - Dos malditos policías de provincia han derribado a la Luz y a la Oscuridad a tiros. Parece un mal chiste.
La tormenta azotaba inmisericorde el lugar, pero parecía ir perdiendo intensidad.
- ¿Lo oís? Sigue la eterna batalla. Quisiera pensar que fue vuestra culpa pero quizás Leviatán tuviera razón. Quizás... Él nos haya abandonado. Quizás es una batalla que nunca terminará para ninguna de las partes.
Era evidente que la paliza, las explosiones y todo lo sucedido habían superado a aquel hombre. Hablaba como el espectador de una obra que hubiera terminado de repente, de forma brusca.
Ya dentro de la casa, Pardo se estremeció. El vendaval sobrenatural en forma y magnitud le había helado la sangre. ¿O era algo más que la mera climatología lo que abrumaba el cuerpo del joven detective? La cuestión era que seguía intranquilo... insatisfecho. Aún había preguntas. Probablemente siempre las habría pero ahora por lo menos había conseguido "matar" la ira a la vez que acababa con la del propio Arcángel San Gabriel.
¿San Gabriel...? Podría ser cierto. A aquellas alturas ya nada era descartable.
- ¿Y ahora...? - preguntó al aire mientras asomaba los ojos al cielo en busca del foco de aquella virulenta confrontación. - Me temo que hay demasiadas cosas que explicar. Tantas que resultará imposible plasmarlas en un informe policial. De hecho, necesitamos dos... Dos explicaciones. Una para el informe y otra para nosotros. Para entender todo esto. Para no enloquecer. O, quizá, para terminar de hacerlo.
Una mirada de soslayo al Lustres acompañó aquella última frase. Les debía una explicación. Una mínimamente convincente. Todo aquello había trascendido el plano de "lo policial" para ubicarse en algo mucho más complejo. Más humano...
Los ojos de Castelo no abandonaron al Deán mientras decía los que estaba diciendo. Y parecía estar convencido de sus palabras, lo que significaba, obviamente que se había vuelto loco. O lo estaba de antes o los golpes que había recibido lo habían alterado más de lo que el mismo creía posible
Con todo lo primero era lo primero y eso significaba explicar que hacían en ese lugar. Por más que el hombre estuviera totalmente alienado en el momento, más adelante podría atar cabos y suponer como era que habían llegado al lugar. Y no pensaba permitir eso. Deberían dar demasiadas explicaciones.
La forma de plantear el problema por parte de Óscar era buena. Solo debían "encajar" su propia realidad en lo que el Deán creyera
- Pero antes que nada, necesitamos la verdad. No nos convencisteis con vuestras explicaciones y cuando os vimos salir de esa casa y subir a ese taxi caminando como si estuvierais alcoholizado supusimos que quizás podríamos sacaros alguna información adicional. No sería la primera vez que un testigo se abre tras tomar unos tragos de más - se explicó - de cualquier manera, viendoos ahora la cara creo que lo que sufristeis no era una borrachera, me equivoco? -
Tras encogerse de hombros añadió - De cualquier manera, al seguiros probablemente os salvamos la vida. Oímos como ese... Gabriel... os quería sacrificar o algo así. No lo sé, eso, para mi gusto, no suena muy angélico que digamos -
- Y después... No lo sé. Se supone que a ese "Leviatan" ya lo habíamos arrestado. No se que como podría haber llegado aquí. Acaso vos lo citasteis o algo así? De hecho... lo conocíais? -
El veterano policía se encogió de hombros antes de agregar - Necesitamos respuestas. No quisiera que os envíen a un loquero, pero si insistís en esa historia de Arcángeles y Oscuridad, será difícil evitarlo. Lo que si tengo claro es que yo no pienso declarar que le disparé a un ángel. Solo intentamos defenderos de... lo que fuera que estaba pasando allí afuera - completó sus palabras, bajando el tono de voz al darse cuenta que, en realidad, no sabía a que, o quien, le había disparado
- Y quisiera entender que tiene que ver el maldito periodista con todo esto! - no pudo menos que exclamar al darse cuenta que, más allá de lo que había sucedido, seguían sin saber porque Crespo había muerto como había muerto.
El hombre se rió sin ganas ante la última frase de Castelo.
- Somos peones... meros peones... Crespo murió por una orden de Gabriel pero en realidad fue Leviatán quien movió las piezas para que esto sucediese. Y ahora hemos llegado al último movimiento de este juego. Negras mueven y ganan.- se rió de nuevo - ¿Pueden ver el futuro? Creí entender que todo existe a la vez. Jugamos con tanta desventaja... Crespo sabía demasiado, había atado demasiadas piezas, tenía demasiadas pruebas sobre nosotros. Pero no tantas como nos quiso hacer creer. Fue Leviatán - repitió - todo el tiempo, jugando desde las sombras.
Se encogió de hombros:
- Diré lo que quieran que diga. Me atribuiré la muerte de Crespo si así dejan las cosas como están. Alegaré que soy el líder de una secta. ¿Qué importa? Moriré por vuestros pecados. Que apropiado.- el hombre parecía estar en otro mundo, totalmente ausente - Nunca podrán comprender la verdad. Han visto lo que sucedió ahí fuera. ¿Todavía creen que mañana se levantarán como si nada? ¿Qué encenderán la televisión y verán las noticias con la misma mirada? ¿Qué comprenderán igual que hasta ahora cada descubrimiento, cada hecho, cada suceso?
Suspiró.
- Lo echo de menos. Quisiera volver a la sencillez de no haber mirado a través del velo. Háganme caso. Sea lo que sea que creen haber visto, que piensan que han comprendido... olvídenlo. Hagan ese esfuerzo. O al menos intenten no volver a pensar en ello. Aún están a tiempo de pensar que todo esto ha sido una extraña alucinación.
El hombre en ningún momento se refirió a los hechos descritos por Castelo, como si ya no recordase la agresión o, simplemente, no le diera la menor importancia.
Castelo miró al Deán con preocupación. El hombre, evidentemente, estaba loco. Hablaba de aceptar la culpa del asesinato de Crespo y declararse líder de una secta como si esa fuera la mejor opción para el mismo. Y eso no sonaba razonable
- Quizás es que realmente sois el culpable - le espetó - Del asesinato y de todo lo demás - insistió, sin saber como interpretar todo lo que Lustres estaba diciendo
- Y queda saber donde está ese comodín del que hablasteis hace un rato con "Gabriel" - añadió antes de mirar a su compañero - Supongo que debería ir a buscar el auto para volver. Por más tormenta que haya quedarnos aquí no tiene sentido - Buscando en su cinturón sacó unas esposas y se puso a espaldas del detenido - Mejor que nos aseguremos que no quiere suicidarse, ya bastantes problemas tendremos con esos dos cadáveres, para que encima nuestro prisionero decida suicidarse. Dado todo lo que hemos visto no me extrañaría - completó
- Las manos a la espalda - declaró con su mejor tono de policía - Ya que has decidido que eres el culpable deberemos tratarse como tal -
EPÍLOGO
Las esposas cerraron algo más que las muñecas de un preso. Cerraban la locura. La trasladaban a un ámbito en el que Castelo y Pardo podían moverse con más tranquilidad. Un asesino confeso. Un caso cerrado. Un final. Luego toneladas de papeleo. Cualquier cosa para volver a una rutina a la que tercamente se aferraban.
¿Qué podrían hacer si no? ¿Creer que habían visto un combate en la Luz y las Tinieblas? ¿Qué el Arcángel Gabriel y el oponente Caído se habían enfrentado ante sus ojos? La tormenta todavía golpeaba San Andres de Teixido cuando se fueron de allí. Luego, por las noticias, supieron que había durado toda la noche pero por la mañana, como siempre, había regresado la calma. La gente de por allí ya estaba acostumbrada a estos caprichos del tiempo.
Lustres confesó todo sobre el asesinato. Como Crespo había ido estrechando un lazo sobre la secta y, viéndose acorralado, terminó con él. Arrastró en su caída a unas cuantas personalidades importantes de la curia. Al parecer los Hijos del Amanecer estaba conformada por una gran cantidad de gente poderosa pero la investigación solo llegó hasta cierto punto. Ni siquiera se formó un revuelo en la prensa. La brutalidad del asesinato - del que trascendieron todos los detalles - fue suficiente para despistar a la prensa. Era más interesante un asesino que clavaba agujas de calcetar en los ojos a sus víctimas que hurgar en los trapos sucios de una gente que se creía que eran los emisarios de Dios directos en la Tierra. Todo encajaba tan fácilmente.
La otra sorpresa fue el informe forense - que no hizo Pedro - sobre los cadáveres de San Andres de Teixido. Pese a que Castelo y Pardo afirmaban haber abierto fuego contra ambos hombres porque no atendían a razones esto desapareció de los informes y la muerte de ambos se clasificó como 'reyerta'. Que se habían matado entre ellos. Nadie quiso escuchar la versión de los agentes. Leviatán, en su fuga, había matado a un policía de la comisaría y si le habían volado la cabeza o se había matado en una pelea poco le importaba a nadie. ¿Y el viejo? Un ermitaño medio loco al que nadie echaría de menos.
Así terminaba todo. Castelo y Pardo recibieron todo tipo de condecoraciones y un ascenso. El caso fue notorio pero ambos agentes rehusaron hacer declaraciones posteriormente. Siguieron con su vida, luchando contra el crimen, convencidos de que habían hecho todo lo que se podía hacer. Su carreras los llevaron por caminos distintos y con el tiempo y la distancia ambos llegaron a creerse su versión de que lo único que había sucedido era que el líder demente de una secta había matado a un reportero entrometido. Olvidaron aquello que vieron en San Andres de Teixido. Después de todo había sido una noche demencial, de mucha tensión y la tormenta no permitía ver que había pasado. Fue fácil.
Pasaron los años.
Hasta que un día cada uno de ellos recibió una carta certificada. No tenía remite. Pero había una entrada de color negro en la que se leía en letras blancas: El Club de la Mentira con un lugar y una fecha. Un viejo teatro abandonado en una ciudad cercana aquel mismo sábado por la noche. Los fantasmas del pasado nunca desaparecen, solo esperan un momento mejor. Pero cada uno elige que hacer con ellos: ignorarlos o seguirlos hasta el final, sea cual sea.
FIN
Probablemente para cualquier otro resulte obvio decir que, al final, el sol siempre sale. Pero tras aquella noche, Óscar Pardo llegó a pensar que no sería así. Que todo lo visto y todo lo vivido harían que cambiase el curso de la vida tal y como era conocida. Quizá no ríos de lava manando del cielo, ni cohortes de serafines batiéndose en combate contra demonios y pecadores por igual. Pero sí algo diferente. Algo que se pudiese percibir quizá no por un ojo ajeno pero sí por uno que sabía que algo debía de llegar. Una catástrofe natural, un crimen de estado, el descubrimiento de una nueva enfermedad mortal y pandémica... algo.
Pero no.
Nada pasó. El resultado de aquel combate entre el Bien y el Mal que aún ardía en las retinas del detective, era un misterio. Aunque lo más seguro era aventurar que el vencedor era el mismo que venía ganando desde que el mundo era mundo ya que todo seguía igual: hambrunas, desigualdad, corrupción... El hombre estaba condenado. Directamente no quería salvarse.
Cada día que sucedió a aquella noche de tormenta en San Andrés de Teixidó pasó como cualquier otro día. Pero a cámara rápida. Cómo si el propio tiempo tuviese prisa por dejar atrás aquel suceso cuanto antes. Pardo, abotargado por el cansancio y la turbación, se vio envuelto en aquella vorágine hasta que, como el que no quiere la cosa, el calendario se había desprendido de un par de páginas en un abrir y cerrar de ojos y, casi inmediatamente después, el primer aniversario de la muerte del periodista llegó al periódico de la mañana en una pequeña reseña de no más de 8 o 10 líneas de un artículo superficial y sin gancho en una esquina de la sección de sociedad. Ya nadie se acordaba de aquello... todos estaban más preocupados por un niño desaparecido en el monte, el descenso de su equipo a segunda división o la enésima boda de la ex de un torero famoso.
Todo seguía igual. Óscar tenía mejor sueldo, un despacho propio y el respeto del Cuerpo de Policía en pleno. Y, lo mejor de todo, el absoluto convencimiento de que lo tenía por sus propios méritos. Que aquello que Leviatán había vaticinado un año atrás en su encuentro en el interior del Cine Yago eran meras escaramuzas para ganar tiempo en todo aquel lío. Que la vida era tal cual la percibe uno... que todo, de un modo u otro, tiene una explicación coherente y satisfactoria que, tanto si es la verdad como si no, te hace dormir por las noches. Y que eso es lo importante.
Años después llegó aquella carta. Óscar la abrió de manera despreocupada pero, al leer el contenido de la tarjeta, su mano inconsciente la soltó como si quemase. Aquel pedazo de cartón satinado cayó al suelo de parqué de su apartamento y allí se quedó mientras el detective corría a servirse un whisky de diez años. La mano le temblaba y no sabía por qué, pero el líquido llegó al vaso sin derramarse y de ahí, en un sólo trago, bajó por su gaznate. Aquella noche no durmió. Ni la siguiente. Ni ninguna de aquella semana. El cansancio hizo presa de su cuerpo por lo que decidió tomarse el viernes libre. Llevó el coche a limpiar, fue a cortarse el pelo y se compró un traje nuevo. La noche pasó entre efluvios de alcohol y Lexatin. Conforme amaneció el sábado decidió que quería conducir y se encaminó por la nacional 634. Le gustaba aquella carretera. Era la que tomaba cuando iba a Cantabria a visitar a la familia. Estaba libre de peajes, el paisaje era muy bonito y además solía ser muy tranquila. Y, sin saber cómo, a la altura de Villalba tomó la salida que enlazaba con la Autovía de Ferrol y que, sin comerlo ni beberlo, habría de llevarle de nuevo, por primera vez en varios años, a San Andrés de Teixidó. Aparcó el coche cerca de un mirador y se encaminó a las afueras del pueblo.
Se sentó en el muro al borde del acantilado. ¿Qué caída habría desde aquella altura? Decían que eran los acantilados marinos más altos de Galicia. ¿O de Europa? No, de Europa no creía que fueran. Daba igual: la vista desde aquel sitio era magnífica: mar en todas las direcciones y el viento en la cara, una sensación de libertad que no tenia igual. Y, sin embargo, sabía que no era real. Que aquella sensación era sólo eso... una mera ilusión. La carta se lo había dicho... le había recordado que aquello era una cárcel y que aquella carta era la puerta de salida. Lo que hubiese fuera lo desconocía pero solo había una manera de averiguarlo.
El camino de regreso estuvo plagado de demonios. Malos pensamientos que le indicaban que rompiese en mil pedazos aquel trozo de cartón satinado y que volviese a su cómoda y bien merecida vida. ¿Por qué...? ¿Por qué esa voz en su interior no le dejaba en paz? ¿Por qué no entendía por qué tenía que saber la verdad? ¿Por qué resulta tan odiosamente apetecible ese concepto aún cuando sabes que la mentira te hace más feliz?
Aparcó el coche a una calle de distancia y anduvo hasta el cine con sus zapatos repiqueteando en el suelo adoquinado. Entró sin vacilaciones, cerró los ojos y aspiró el aroma de la decadencia como si fuese un perfume. La madera vieja y quejumbrosa y las moquetas plagadas de ácaros le devolvieron al Yago una vez más. Abrió los ojos y habló.
- ¿Leviatán...?
Parecía que todo había terminado.
Primero terminó el caso. La difícil misión que ni Castelo ni su compañero creían que podrían terminar. La de las pistas dispersas, misteriosas y, en cierta manera, místicas. Terminó como no creían que podía llegar a terminar, un par de muertos, que nadie sabía exactamente QUE eran, un loco y un caso cerrado.
Los honores y los ascensos fueron, por lo menos para Luís, el anticipo de lo que terminaría a continuación: su carrera. Lo cierto es que no pasaron más que un par de meses hasta que tomó la decisión. Lo que había pasado, lo que aún desconocía y lo obligaba a plantearse su propia cordura no lo dejaba hacer su trabajo como debía. Ya no le interesaba lo que hacía y el aumento recibido mejoró su pensión.
El viejo detective cambió de hábitos. Ya no iba todas las mañanas a la comisaría a enfrentar lo que la sociedad le tenía preparado, sino que se dirigía al campo de golf para intentar convencer a esa pequeña pelota de que debía ingresar al hoyo al que le estaba apuntando. Para su sorpresa, pronto descubrió que eso lo relajaba. Por lo menos los buenos golpes, o lo malos, dependían solo de él y no de alguien que jugara a ser Dios.
Además comenzó a leer la biblia, todos los días leía un poco y trataba de reconocer tanto a los ángeles como a los ángeles caídos y entender que es lo que hacían a lo largo del libro divino.
Lo cierto es que no consiguió demasiado. Nada de lo escrito parecía tener que ver con la tormentosa pelea en la se que había visto inmerso. A veces, muy cada tanto se planteaba a si mismo "Realmente habré matado a un ángel?" pero no tenía respuestas para eso.
A Óscar no lo vio nuevamente. Se lo cruzó un par de veces en la comisaría, antes de renunciar pero lo cierto es que ninguno de los dos quería hablar de lo que habían visto. Ni, por lo menos en el caso de Luís, pensar en ello.
Fue volviendo del campo de golf, después de una vuelta especialmente buena que encontró la tarjeta. "No pienso ir" se intentó convencer a si mismo. Pero fue inútil. Algo en el sabía que no podía faltar a la reunión que le proponían.
Pero esta vez no mataría a nadie. Ni ángel ni demonio. Solo quería entender que era lo que había pasado y quizás, como aparentemente le había pasado al periodista, en la obra de teatro tendría las respuestas.
Solo esperaba no terminar con unas agujas en los ojos...