Partida Rol por web

Buark supo que estaba llegando cuando empezó a ver carrozas, coches de caballos, reflejos brillantes y escuchar eso que los humanos llamaban inapropiadamente música y que no era nada parecido a los conciertos de bongos, gongs, campanas y cuernos de su tierra natal, instrumentos que eran lo único que verdaderamente merecía el nombre de Múzica.

Desenrrolló el fardo y lo extendió con reverencia, poniendo cuidado incluso, en que el borde no tocara el suelo embarrado. No prestó mucha atención al polvillo rojizo que se desprendió de las manchas más viejas de sangre coagulada. Aquello era, el mayor honor que ningún orco podía vestir;  no era otro que el legendario estandarte del equipo de los Malazpulgaz de Orcalejoz, entregado, según la leyenda, a los jugadores por el propio Entrenador en persona. El dibujo en sí no era claramente visible y estaba claro que no estaba nuevo, quizás ni siquiera nunca lo hubiera estado y eso, dejando a un lado las manchas de sangre, barro, desgarrones y mordiscos diversos (el equipo había pasado épocas muy malas).

Con reverencia se lo echó sobre los hombros como una túnica¹, lo cerró con la hebilla de su cinturón y se colocó el casco, que en el último momento había decido traerse.

Se alegro de ver llegar a Napi. No era tan listo como Buark, pero tenía de vez en cuando buenas ideas. Así se dio cuenta, que a Grok le faltaba la máscara. ¿Cómo podía habérsele olvidado? Después de tanto esfuerzo eligiendo el disfraz adecuado casi lo estropea olvidándose de la careta. Y aquí demostró Napi su valor. Improviso una máscara para el trol y se la sujeto lo mejor que pudo al cráneo.

–¡Urgh!– fue todo lo que dijo Grok cuando el goblin le clavó la tapa del tonel. Un pinchazo, como la picadura de un mosquito, nada más –. ¿Me keda bien?– preguntó el trol en un ramalazo narcisista.

Recordando la razón que les había llevado allí, no esperó a la respuesta, si no que avanzó haciendo un gesto al goblin para que le siguiera.
–¿Bamoz?

El palacio del duque da a una plaza principal, bastante grande enmedio de la cual hay una ostentosa fuente de agua cristalina. Varios carros y carrozas voltean la plaza, paran delante de la puerta del palacio, baja un ujier, abre la portezuela y un galán o una bella dama, bajan del carro y se dirigen ufanosos a palacio.

El palacio es una gran mole de piedra de tres pisos con un pomposo acceso con escalinata de piedra. De su interior, a través de sus coloridas cristaleras. El resto de la plaza está bastante oscura. Un par de grandes moles (ogros) se encuentran apostados a lado y lado de la puerta principal.

Napi camina decidido hacia la puerta principal, alejándose al máximo de esa horrorosa fuente de asquerosa agua. Colocándose bien la calabaza, se acerca a los ogros.

Ya ha llegado el alma de la fiezta

Rezando para que ninguno de los ogros tenga ganas de sopa de calabaza, comienza a caminar entre ellos dando zancadas con mucha confianza. 

– Ezpera Napi, ke no beo nada – llamó a su compañero, intentando no perder su pista. Con aquella mascara improvisada clavada en su cabezota, estaba medio ciego. Prueba de ello eran los arboles que había derribado de camino a la mansión, tras chocar contra ellos.

– ¿Hemoz llegado? Huelo komida. Komida rika.

Mientras decía esto y siguiendo más bien las instrucciones de su olfato, se acercaba peligrosamente a una de las cristaleras del piso inferior.

Buark conocía las buenas costumbres. Tenía modales. Quizás fuera porque era un orco listo. Quizás porque el equipo siempre se movía por las provincias más civilizadas del Imperio, donde los partidos no acababan, al menos no siempre, en una batalla campal con incendio y saqueo incluidos como ocurría cuando se jugaba en los túneles skaven o con los elfos oscuros.

Siguiendo las indicaciones del Entrenador, hinchó el pecho y se acercó a la entrada principal con grandes pasos recubiertos de notable dignidad y una nada despreciable cantidad de barro del campo de entrenamiento.

- Buark, llamado Un ojo, portavoz de los Malazpulgaz de Orcalejoz - dijo Buark mirando al frente, sin fijar la vista en los que guardaban la entrada, como había visto hacer a los nobles humanos emperifollados que le precedieron y que ha diferencia de los que sí que le habían visto, no habían salido horrorizados al hacerlo.

- Zi, zi claro Entrenador - murmuró Buark hablando para sí y respondiendo a aquella voz que sólo él parecía oir - aqui eztá la invitación - y enseñó la cartulina dorada a los guardas, sin soltar, que uno nunca se puede fiar de humanos y gente asi.

Por su lado, Grok se acerca cautelosamente a los ventanales del palacio. La plaza está algo oscurecido, la cual cosa permite que avance con seguridad hasta su destino. Paso a paso, y a pesar de su gran tamaño, el troll llega a un ventanal, mira al interior y allí ve la gran fiesta: luz a raudales iluminando gente bien vestida, la nobleza del Imperio pasea, se pavonea y se siente henchida ante el resto de la aristocracia imperial. Una banda de música parece tocar desde el fondo de la sala una marcha que nadie parece escuchar. Y en primera fila, cerca del ventanal desde el que obserba Gork, una mesa repleta de ponche. Y justo allí, sirviéndose un buen trago, una oronda señora levanta la vista, ve el rostro berrugoso de Gork y parece lanzar un grito justo en el momento en que cae desmayada.

Y en la puerta de entrada Buark intenta hablar con los ogros de seguridad. Visten anchos trajes de color negro, hechos a medida. Tienen cara de malas pulgas y un extraño aparato sobresale de una de sus orejas. Recogen la targeta de Buark, se miran con cara de circunstancias, miran a Buark, miran la targeta y vuelta a empezar.

- Zeñorez, zupongo que no zaben leer, zi me permiten - dijo Buark echando mano a la dorada tarjeta y acercándosela a la nariz. Entrecerró el ojo bueno y siguiendo las indicaciones del Entrenador en su oído leyó en voz alta su versión del texto. Versión que a decir verdad, le encumbraba a lo más alto del escalafón social. Pues, vestido con la bandera, no era él, un sucio y humilde orco el que se presentaba, sino el espíritu mismo del equipo*.

Al que por tanto, todos debían honores. Lo correcto no era sino abrirle paso y anunciarle a todos los presentes. O al menos eso es lo que acabó transmitiendo Buark empleando más o menos las mismas palabras.

*Un equipo sucio, humilde y orco.

- Muy bien, muy bien. Adelante zeñorez.

En un principio los ogros se miran con cara de desconcierto pero dadas las señas de la invitación deciden que no pueden evitaros el paso. Uno de ellos, el que parece que sabe hablar, se ajusta el nudo de la corbata y os deja pasar. Quizás solo ronronean pero, al traspasar la puerta principal, os parece oir unos cuchicheos por parte del tipo de la corbata.

- Eztoz noblez humanoz cada vez zon máz raroz, cada año que paza, invitan a un grupo de pallazoz máz dezconcertante. ¿Haz vizto la cara del renazuajo? En fin, voy a zeguirlez a ver zi ze van a perder.

El interior del palacio es todo lujo. Grandes guirnaldas por todas partes, boles repletos de ponche, lujo y ostentosidad. Toda la nobleza imperial reunida bajo un mismo techo bebiendo y comiendo para celebrar el próximo encuentro deportivo, la final de la Copa que debe celebrarse en pocas hora.

Napi va directo y sin dudarlo a la zona donde mas gente haya, colocándose en el centro y levantando los brazos y dando gritos

Ya ha llegado la eztrella, no preocuparze máz. Que empieze la fiezta!

Tras eso, señala a la mujer con mas escote. Las mas escotadas siempre eran las camareras en las tabernas humanas, se había fijado por... motivos. 

Tabernera! deja de vaguear y traeme licor de zetaz, chop chop - Da un par de palmas para darle prisa y si se pone a tiro hasta una palmetada en el trasero, como solian hacer los humanos mas borrachos en las tabernas

Eztaz taberneraz... me recuerda a aquella vez en el "zerdo volador", una taberna de Altdorf, mientras firmaba mi contrato con loz reikland reaverz... 

Diversas señoras ataviadas con lucientes ornamentos parecen asustadas ante la presentación del goblin y de un grácil salto, pasan a acercarse a barbudos tipos que obserban con cierta confusión.

- Perdone chico, pero creo que la entrada del grupo de comediantes era por otra puerta. Sin embargo, supongo que la actuación debe estar a punto de empezar, ¿es así?

No, idiota, el partido ez mañana! - Napi esta dispuesto a seguir abusando verbalmente a quien le ha hecho la pregunta cuando ve que se acercan los ogros. - Eh... zi, voy a preguntarle al jefe, ahora mizmo vuelvo!

Napi se marcha como quien no quiere la cosa, colándose entre las piernas de los invitados, metiéndose por la primera puerta que encuentre.

Su olfato no le había engañado. El dulce olor de esa bebida que los humanos llaman ponche le guio hasta un perolo del tamaño de los que usaba su madre cuando hacía sopa. Además, por la reacción de la gorda que acababa de beber de él, parecía cargadito.

Grok paso sus largas piernas por el ventanal para entrar en aquel enorme salón, no sin golpearse la cabeza contra el marco en el intento, abriendo así una grieta en la pared. Llegando hasta la fuente del ponche la cogió con ambas manos y bebió un buen trago, dejándola casi vacía por completo. Viendo los restos de comida, que había dejado flotando en el liquido tras beber directamente de aquel recipiente, posiblemente nadie salvo él volvería a beber de ese ponche esta noche.

Queriendo ser agradecido por tan buen recibimiento se agacho después al lado de la oronda mujer, que se había desmayado al verle y empezó a hacerle la respiración boca a boca, como había visto hacer en ocasiones a los matasanos del equipo. Mientras intentaba reanimar a aquella señora, recordó sus buenos modales y eructo de buena gana haciendo llegar a la mujer un ventarrón de aire mezclado con todo tipo de hedores de comida aún no digerida del todo.

Buark entró en el salón a grandes pasos, o al menos todo lo grandes que podían ser dado que, como todos los orcos, era un tanto patizambo y paticorto. Envuelto por la dignidad del estandarte parecía el mismísimo Karl Franz apunto de dirigirse a las tropas.
Sonrió al ver a Nappi y a Grok ya dentro de la fiesta. Sin duda el resto del equipo estaría terminando sus disfraces y llegarían de un momento a otro, mientras M.A. recogía balones en el estadio.
Embutido de orgullo se aproximó al grupo de nobles es decir a aquellos caballeros con los mayores bigotes y una plumas de mayor tamaño y colorido.
- Zeñorez - dijo con una leve inclinación de cabeza. A fin de cuentas él era un orco de lo más educado. O al menos eso siempre decían en Orcalejoz. Lo que en términos humanos, quizás era otro cantar.

A menudo, la idea de lo que es una fiesta para un pielverde no coincide con la idea que tiene de una fiesta la alta aristocracia humana. Este era el caso de lo que estaba sucediendo en el palacete. Los invitados, con cara de circunstancias, no sabían si enfrente tenían a la feria ambulante de Dieter el mariemburgués haciendo su mejor interpretación o si, por contra, tenían delante un trío de desquiciados.

A juzgar por la situación, Gork, Buarg y Napi debían tomar una decisión rápida: ante ellos un círculo de espectantes humanos parecían amodorrados por el ponche. Detras, un duo de ogros vestidos elegantemente parecía que iban a por ellos con cara de pocos amigos.