Partida Rol por web

Pues todos los hombres y elfos, con la cabeza tan alto en las nubes, nuevamente demuestran los dichos de su madre: A la sangre les cuesta llegar allí arriba. Y por lo tanto no piensan tanto como deberían.

Till guiña el ojo al enano, esperando que él comprenda y no se enfade; que los deje molestarse entre ellos. Los altos podrán enojarse rápidamente, pero los enanos llevan un horno en el estómago, y las llamas alimentan su furia con rapidez.

Pestañeó y se dió cuenta entonces del amplio semicírculo a su alrededor en la mesa. Era una lucha, una batalla; sus manos y boca contra los sirvientes que intentaban reponer los manjares y bebida. Una batalla que estaba perdiendo, por supuesto: no estaba de ánimo. Era un pequeño inútil, y ahora hablaban de Dol Guldur. LA Dol Guldur.

Se estremeció.

Esperó a que se calmaran. En una expedición así realmente él era inútil como un niño... solo serviría para llevar carga por el camino.

Colocó las manos sobre la mesa reposando sobre ellas el peso de su cuerpo. Su mirada se cruzó con la de Till y el mediano pudo comprobar cuán ciertas eran sus sospechas sobre el humor de Anar y su pueblo. El rostro del enano enfurecía por momentos, transmitía sin duda su ferviente lucha interior, el enorme esfuerzo de autocontrol.

Después habló Borgil. Anar tomó aire profundamente y, poco después habló dirigiéndose a Huinen.

—Si de verdad necesitáis mi ayuda, maese Huinen, con mucho gusto ofrezco mi arma por tu causa... pero no acepto limosnas —dijo dirigiendo un instante la mirada enfurecida hacia Arien—. Maese Borgil ha hablado por mi con mucho tino y por mi parte puede seguir haciéndolo. Esperaré fuera a que me transmitan su decisión, buen Huinen.

Se levantó de la mesa y caminó al exterior. No sabía muy bien hacia donde tenía que dirigirse pero sí sabía que de quedarse ahí las cosas acabarían como ninguno querían que acabara.

¡Ah!. Como mejoraba el ambiente en la sala.
Tras las atronadoras palabras de Borgil correspondiendo a nuestra queridisima dama, y la demostración de contención por parte de nuestro maese Enano, yo, palmeo la espalda de Emeldur pues por un instante, parecía algo pálido y no precisamente a causa de las circustancias.
Y al hacer el gesto de ofrecerle una buena jarra de hidromiel, no parece que pueda paladearla.
Tras encogerme de hombros, me limito a echar un nuevo vistazo a la compañera de nuestro anfitrión y de nuevo, enseñándole los dientes, aporto a sus agudas palabras.
¿Os habéis fijado mi Dama?
Y señalo con el pulgar en dirección a Maese Enano antes de que termine por abandonar la sala.
Acabáis de recibir una lección de educacion por parte de Maese enano. Os lo aclaro por si no os hubierais percatado.
Tras decir esto, soy yo el que se levanta de la mesa. Y esta vez, inclino levemente la cabeza ante Borgil y prosigo.
Mi parecer sobre nuestra nueva misión, ya lo he dejado claro. Tengo la sensacion de que ya no puedo aportar nada mas a esta interesante charla.
Mi mirada recorre todos los rostros de los presentes, evitando perder el tiempo un ápice siquiera en el de la dama, y despidiendome de nuestro amable anfitrión, yo también me encamino hacia la puerta.
Pero claro, no puedo evitar echar un ultimo vistazo hacia atrás para descubrir, a mi pobre jarra allí abandonada y sola. Algo inaceptable teniendo en cuenta los buenos ratos que hemos pasado.
Por tanto, en presencia de todos, la agarro. Me dirijo al barril de hidromiel, la relleno, le meto otro trago de los mios y sin limpiarme pues no hace falta, la alzo levisimamente en dirección a la dama mientras mi rostro vuelve a enseñar los dientes.
Y ya con la grata compañía de mi jarra, y de lo que queda dentro de ella, al fin abandono el salón.

Huinen ha contemplado sin pestañear el intercambio de invectivas, más o menos veladas, y al finalizar éste hace un gesto aburrido al sirviente que tiene a su lado para que le rellene la copa.

Con eso termina la velada, y al día siguiente Ringlin os reúne para el desayuno.

Os pido disculpas por el comportamiento de Arien de ayer noche, dice. Como habéis podido ver, su carácter es... especial.

Me encarga mi señor Huinen que os explique el alcance de su encargo, del cual deberéis rendir informe a Radagast, una vez de vuelta en Rhosgobel. No se trata de llevar a cabo una expedición formal, sino de detectar signos de ocupación reciente, por lo que deberéis dirigiros a la base de la colina (en realidad, es un cono volcánico) desde el sur, en busca de una formación rocosa muy particular [os entrega un dibujo], bajo la cual encontraréis un pasaje subterráneo. Lleva hasta el interior del cono, pero fuera de la fortaleza, en un lugar desde el que se puede divisar bien su entrada. Allí, bien ocultos, deberíais dejar este objeto [os entrega lo que parece una piedra volcánica], de forma que su parte plana apunte hacia la entrada. Luego podéis volver por el mismo camino, y regresar a Rhosgobel.

¿Preguntas?

La respuesta de nuestro compañero enano no se hizo esperar, pero dentro de lo que cabe fue bastante comedida, o eso me pareció a mí.

Menalcar hace un gesto con su jarra de hidromiel, aunque no acabo de pillarle el concepto pues yo ya tenía mi propia jarra lo que hago es chocar la mía con la suya en señal de agradecimiento y tras eso le doy un buen trago.

La velada termina sin más incidentes y a la mañana siguiente nos reúne Ringlin.

Suspiré, había que meterse en la misma boca del lobo, con los escalofríos que me producía ese lugar, no cabía más que confiar en que todo fuese bien, pues parecía que habían muchas posibilidades de que algo se torciese.

- No hay dudas por mi parte, pondré todo mi empeño en cumplir ese cometido.

Entro en la sala en donde nos espera Ringlin para desayunar y también, para detallarnos los parámetros de la misión y lo primero que sale de mi garganta, es un sonido cavernoso a modo de saludo.
Agito la cabeza mientras me masajeo las sienes y al fin, ya mas espabilado, presto toda mi atención.
La explicacion de Ringlin concluye. Y como era de esperar, no se escucha ninguna voz que muestre dudas. Por tanto, tras la intervebncion de Emeldur, hago un gesto para que alguno de los mios, se ocupe de custodiar la piedra en cuestión que nos ofrece.
Pues nunca se sabe cuando, en medio de un combate, puedo tener la feliz idea de usar lo primero que tenga a mano a modo de proyectil.
Y mientras sonrío levisimamente, pues no puedo evitar imaginarme la escena, digo.
Así que una misión de infiltración y reconocimiento. Ninguna objeción por mi parte desde luego. Tratare por todos los medios de ser todo lo sigiloso que pueda.
No obstante, tras mirar a los mios, mi vista se detiene primero en nuestro compañero Mediano y finalmente, en Borgil.
Me temo que, en esta ocasión, vosotros sois los mas aptos para el cometido. Creo que que a nosotros tres...
Y hago un gesto que abarca tanto a Emeldur como a Maese Enano.
Nos tocara el cometido de escolta ante todo. Y en cuanto a eso, podéis estar tranquilos. Digamos que, si en el curso del quid de la misión, somos descubiertos, esos hipotéticos enemigos solo podrán acercarse por encima de mi cadáver. Y no, no creo ser presa fácil no.

El Mediano aceptó la piedra que Menelcar tendía, guardándola en su bandolera. Procuraremos que llegue al lugar que se destina, Maese Ringlin, dice al elfo. Nada más hay que decir, pues el hombre ha tomado el relevo de hablar por todos. En lo personal, nada le molesta quedar en segundo plano. O tercero.

Así pues prepara sus petates para el viaje, nuevamente.

Quizás Borgil era el más indicado para portar la piedra que presumía mágica, o tal vez el mediano como finalmente hizo, que el objeto más valioso lo portara el menos de nosotros no era mala estrategia.

Hicimos los petates y tras agradecer la hospitalidad que se nos había concedido nos pusimos en marcha de nuevo.

Con los preparativos concluidos y con las instrucciones ya sabidas, nada nos retenia ya en la casa del vidente Huinen.
Por tanto, no tardamos demasiado en partir y dejarla atrás. Y tras unos pocos pasos, fuimos engullidos por la espesura. Y yo, nuevamente en la retaguardia del grupo con el hacha al hombro y muy atento a los lados y al tramo de senda que quedaba detras de nosotros intentaba, de nuevo, no estamparme demasiado ni contra el suelo ni contra los troncos de los arboles.

Con gusto empezaría a caminar forzando el ritmo a dondequiera que le llevaran los pies pero Huinen había sido cortés y la diplomacia que le habían enseñado guiaba las acciones de Anar. No era un enano como los que contaban las historias, de esos de mal humor y hacha fácil. Anar llevaba la batalla en la sangre pero también sabía usar la palabra y convenir lo que era oportuno en cada situación, por mucho que renegara de ello después.

Terminada la perorata de Huinen, Anar agachó la cabeza solemne dando por aceptada la encomienda y mostrándose dispuesto a partir.

—Tened por seguro mi lealtad a su causa mi señor —sentenció antes de volverse y partir.

Sin demasiados problemas, emprendéis el camino de vuelta.

Caminaban en fila. La entrada del sendero era una suerte de arco que llevaba a un túnel lóbrego formado por dos árboles inclinados, demasiado viejos y ahogados por la hiedra y los líquenes colgantes para tener más que unas pocas hojas ennegrecidas. El sendero mismo era estrecho y serpenteaba por entre los troncos. Pronto la luz de la entrada fue un pequeño agujero brillante allá atrás, y en el silencio profundo los pies parecían golpear pesadamente mientras todos los árboles se doblaban sobre ellos y escuchaban. 
Cuando se acostumbraron a la oscuridad, pudieron ver un poco, a los lados, una trémula luz de color verde oscuro. En ocasiones, un rayo de sol que alcanzaba a deslizarse por una abertura entre las hojas de allá arriba, y escapar a los enmarañados arbustos y ramas entretejidas de abajo, caía tenue y brillante ante ellos. Pero esto ocurría raras veces, y cesó pronto.

Tratando de agudizar los sentidos me adentré junto con mis compañeros en las profundidades del bosque, con el lóbrego destino de Dol Guldur, lugar que me daba mala espina.

Con el arco en la mano aunque sin sostener flecha alguno por poder avanzar con la suficiente agilidad el sufro avanzaba, prefería estar atento a hablar, y trataría de no hacerlo mucho hasta estar en terreno abierto, pero para eso aun quedaba.

Entre la poca luz que lograba filtrarse bajo el tupido dosel de ramas que nos envolvían, y mi innata capacidad para ir tropezando con la mayoría de raíces que sobresalían el suelo, avanzaba yo callado.
No por falta de ganas de soltar una maldición no. Si no para evitar descubrir al grupo con una inoportuna caída que pudiera resonar, despertando ecos, en el opresivo silencio que nos rodeaba.
Ahora bien, en cuanto a mis pensamientos personales, podrían ser definidos como particularmente creativos.
Y todos ellos sin excepción, dedicados a la salud del posible ocupante de nuestro objetivo y, también, a la de todas y cada una de las raíces que lograba encontrar en mi camino.

Al cabo de unas cuantas jornadas de viaje, sin eventos destacables, llegáis hasta las cercanías de Amon Lanc, la montaña pelada.

Desde la linde del bosque escudriñáis en vano en busca de señales de movimiento o de actividad. Sólo queda dirigiros a la base sur del cono, en busca del pasadizo que mencionara Ringlin.

Por fin llegamos a aquel extraño monte, ya lo vimos a la vuelta, pero ahora sabía que nos teníamos que acercar mucho más, era importante el sigilo y andar con cautela en extremo.

Olfateé el aire y agudicé oido y vista por lo que pudiese haber cerca – Hablad bajo ahora... - susurré

Un silencio pesado, como expectante, había dominado el ultimo tramo de nuestra marcha.
Y ahora, todos nos detenemos para atisbar, aprovechando la cobertura que nos da el follaje, nuestro objetivo actual.
Y allí, alzándose sobre un peñasco de roca, todos podemos divisar la torre de la hechiceria.
Y nada, ni siquiera el piar de un pájaro, rompe la tensa calma que parece envolvernos.
Ya se apoya mi diestra en el mango de mi hacha mientras mis ojos giran a derecha e izquierda tratando de hallar cualquier signo hostil.
Nada distingo de momento. Y cuando escucho el susurro apenas audible de Emeldur, asentí con la cabeza sin pronunciar palabra alguna.