Partida Rol por web

Algo, una sombra amorfa, no definida como el espectro al que se acababa de enfrentar, trató de asaltar a Klort en la estancia del altar pero no tenía la fuerza suficiente como para causarle daño real, aun así un zarcillo dentado le alcanzó en el hombro causándole una herida superficial. Logró alcanzar el umbral de la tienda cuando aquella cosa se consumió en el aire, por sí misma, puede que camino de alguna otra mansión, en algún otro mundo, enfrentándose a otro Klort, puede que más fuerte, que termine con aquella cosa, o más débil, condenado a perecer bajo su ataque...

-A.. ayuda. Ayuda-a trompicones, valiéndose más de su propia voluntad de vivir que de su fortaleza física y con una nueva herida que añadir a su salud, Klort se adentró en la tienda, prácticamente desplomándose sobre el cacharro que tintineaba como una campanilla-por Dios Santo, ayuda-imploró-pagaré lo qu-,ah, lo que haga falta.

Al borde de la inconsciencia, por no decir muerte, el joven alcanzó el ventanuco del tendero, que se había vuelto a materializar e la sala que ya visitara, dejando caer las monedas que había arrancado de su bolsón tan pronto como se libró de aquella criatura a medio formar que le atacó en el camino. El peculiar tendero fue capaz de comprender su necesidad y tomó los frascos de poción que aún tenía en su poder, cobrándose en silencio su precio, peor devolviendo al moribundo estudiante aquellas piezas de plata que sobraban.

- Sin duda has tenido suerte de encontrarme antes de ser tan malherido. Estas son mis últimas unidades, espero que las pongas a buen uso, ya sea sobreviviendo para huir de este lugar, que parece venirte grande, o para llenar mis humildes arcas.-  Comentó no sin sarcasmo el tendero.

Apenas escuchó al tipejo hablar, apenas alcanzó uno de los viales lo abrió tirando del corcho que cubría la boquilla y vació el contenido en su boca como si fuese un pobre idiota perdido en el desierto y hubiese encontrado un charco en un oasis. Resopló, se limpió la babilla y restos de poción con el antebrazo y miró con ojos turbios los viales restantes y al condescendiente tendero.

-Como si yo hubiese elegido-a él no se le quedaba grande, le habían trapicheado la existencia y despertado en un infierno donde había fantasmas, ratas a dos patas, tenderos impertinentes y mecanismos que funcionaban con sangre.

Solo quedaba una moneda abandonada esperando a regresar a su bolsillo. Todo su capital perdido. No, perdido no, invertido en comprarle tiempo. Ojalá fuese suficiente con ello. Barrió la moneda aplastándola bajo su mano y la guardó en el mismo sitio donde había metido los tintineantes viales que le restablecían la vitalidad. Dio la espalda al mostrador y arrastró los pies, más por agotamiento mental que físico, hacia la sala de la pirámide. Regresaría hacia el sur, al Claustro, lo cruzaría y continuaría hacia el sur.

Tras recomponerse como pudo y dejando al tendero con un palmo de narices, volviendo a desaparecer al fondo de la sala una vez más, Klort puso rumbo al sur, siempre al sur hasta dar con alguna sala en la que no hubiese estado. No encontró criaturas a medio formar, extraños homínidos ataviados con ropajes que les eran impropios o espectros en su deambular. Finalmente alcanzó el punto donde su aventura había comenzado y encaró el umbral de la siguiente sala...

Frente a él una nueva estancia cuadrada, fue cruzar su umbral y una reja cayó a su espalda antes de que pudiese ver algo que se movía desde el fondo de la sala: algo que se despegó de la pared, algo gris con grumos amarillentos cayendo por lo que parecía ser su faz. Parecía ser un no muerto vistiendo las ropas de un noble, caminaba hacia él amenazándolo con el hueso roto que sobresalía donde debería de haber estado su mano derecha. Era lento, torpe y apestoso, peor parecía tener una misión: ensartar a aquel intruso en su propia osamenta.

-No, maldita sea-pero sí, en esa sala había un nuevo horror. No solo un nuevo horror sino un nuevo horror y su salida estaba bloqueada por una verja metálica como si aquello fuese un lugar recóndito del jardín y quisiesen evitar que el perro escapase de los terrenos. -Nononono-Levantó la varita mientras retrocedía, la reja se clavó en su espalda y Klort veía, cómo una vez más, la varita le fallaba en el intento de proteger su propia vida-oh, dios, nononono-un nuevo aspaviento. Un nuevo fracaso.

La criatura sobrepasó la punta de la varita del neófito y enfiló su afilado hueso hacia su cuello, rasgando piel y tendón, bajando a lo largo del mismo y cebándose en su pecho con unas cuantas puñaladas que hicieron que el cuerpo del joven descansase sobre su brazo, como si de un muñeco roto se tratase...

Su razón se nubló al igual que su vista, todo se volvió borroso aunque el dolor dejó de sentirlo tras las primera puñaladas. Después de que su carne se abriese bajo los embates de la extremidad astillada solo alcanzó a notar cómo la sangre era bombeada por su cuerpo. El pulso le latía tan fuerte en los oídos que solo escuchaba eso como un tambor.

De alguna forma (que jamás podría explicar aunque saliese con vida de aquel lugar) levantó uno de los viales que le quedaban, el líquido carmesí bailó dentro del cristal y se escurrió por la abertura que el débil tirar de los dientes de Klort abrió entre el vidrio y el corcho que lo tapaba.

Revitalizado, empujado por la cuestionable y repetida experiencia de mirar a la muerte a los ojos, extendió su varita una vez más y sus chispas saltaron hacia la criatura.

Pasmosamente de la varita surgió un explosión mayor que los haces de muerte que habían surgido en ocasiones anteriores, puede que debido a la propia necesidad e histeria de Klort. Una primera descarga voló el hombro y medio cuello del no muerto, dejando reposar su cabeza sobre un parche de cuero seco en que se había transformado su cuello. Con un segundo ademán algo más decidido, un gran fuego artificial, como los que anuncian el final de las fiestas del pueblo, salió disparado del maldito fragmento de madera, terminando de volar por los aires aquella burla decrépita a la que ya no se podía llamar cabeza.

El estudiante se apoyó en una pared, limpiando como pudo algunos fragmentos de la metralla no muerta que habían caído sobre su persona. La reja se abrió a su espalda volviendo a dejarle vía libre hacia la cámara anterior, pero ese no era su objetivo ahora. No sin cierto recelo se agachó a revisar los ropajes malolientes de brocado podre del monstruo caído, necesitaba más dinero a toda costa, pues toda pócima curativa sería poca. Para su desgracia solo logró encontrar una rata escondida entre el tejido, que salió a la fuga propulsándose con un desagradable chillido.

Su empeño le empujaba hacia el sur. A ver qué encontraba...

Continuó avanzando hasta llegar a una sala rectangular, contra la pared sur, en la que no había puerta, reposaba un polvoriento y sobredimensionado cofre, cerrado con un candado inadecuadamente pequeño, peor lo cierto era que Klort no era un maestro en las artes del latrocinio con ganzúas, así que tendría que encontrar la lave en alguna otra parte.

Se dejó caer en el suelo el tiempo que tardó su corazón en recuperar su ritmo habitual, el tiempo que tardó su mente en asimilar (o fingir que asimilaba) todo aquello. Sentía la presencia de la muerte cerca de él, esperando a tenderle su esquelética mano y llevarle consigo al otro lado del velo; se había escapado de su agarre dos veces y era consciente de que, seguramente, tentar su suerte forzando una tercera vez no le saldría especialmente bien. Incluso la Muerte tenía una paciencia que no debía ser puesta a prueba.

Se pasó una mano por la cara, retiró el sudor frío que le cubría la piel como un sudario. Repitió el gesto. Lo repitió de nuevo. Apenas había controlado el temblor de su propia mano cuando decidió volverse a poner en marcha pero aun así hizo acopio de la voluntad que le restaba y se movió. No solo se movió sino que, ¡osadía! Registró el cadáver que por poco no había acabado con él. Esperaba encontrar una llave, algo que le sirviese para la puerta pero no era él el guardián de aquel portón cerrado a cal y canto. Un roedor se movió entre la ropa y su bigotudo hocico le apuntó acusador y, dicho sea de paso, le provocó una taquicardia de la que tardó en reponerse... aunque para cuando lo hizo estaba más motivado en alejarse del olor dulzón de la podredumbre que en encontrar llave alguna. Tampoco llevaba el cadáver algún vial milagroso que le hubiese servido pero sí contaba con algunas monedas que reunió por desesperación.

Siguió su camino hacia el sur pero lo que en el sur le aguardaba no era, ni de lejos, un panorama alentador. Un nuevo cerrojo le bloqueaba el camino y los dioses antiguos y nuevos sabían que el más sencillo de los cerrojos había servido para mantener a Klort a raya. Aun así se acercó y lo intentó, incluso pensó en usar su pluma en el ojo de la cerradura pero se detuvo a tiempo de cometer un error irreparable.

Suspiró y miró hacia los lados. No le quedaba más remedio que escoger. Pensó en la puerta cerrada al oeste, el primer encuentro con la muerte. Decidió que probaría suerte yendo hacia el este, hacia la salida del sol. Eso debía ser una señal, nada malo podía provenir allí donde la luz nacía.

Su nuevo deambular lo había devuelto a una nueva estancia cuadrada, con una puerta hacia el este.

Aquella parecía ser la tipología predominante en aquella ala, claro que tal vez hubiese una aleatoriedad, como si alguien tirase unos dados que él no veía, que podían someter esa peculiaridad al azar. Lo mismo podría pasar con el número de salidas de cada estancia o lo que allí encontrase, pues aquel lugar no parecía regirse por reglas comunes que deberían primar en un lugar así. Como solo se topaba con criaturas sobrenaturales o no muertas no iba a exigir ver sus dormitorios o cocinas, peor aun así costaba precisar con qué motivo podía existir aquella estructura de habitaciones.

Esta nueva estancia, por ejemplo, estaba ocupada por armaduras de diversas tipologías y armas herrumbrosas rotas. ¿Qué hacía allí? ¿Habían muerto aquellos guerreros por algún encuentro como los que él había sufrido? De ser así ¿Cuál era la ominosa amenaza que allí moraba?

El incauto Klort debía de haber pensado aquello demasiado alto, pues fue respondido al instante: varias piezas de aquellas inservibles armaduras comenzaron a recomponer una figura en el centro de la sala, en una inquietante y pesadillesca progresión que dejó al estudiante ante un amago de guerrero hueco, que tomó su misma postura, como un duelista burlón preparándose para un duelo de mímica contra su adversario. Aquellos horrores no tenían fin...

Ahí estaba, mirando al duelista sin cuerpo y bizqueando al concentrarse en el extremo de su espada. No le quedaba otra. Bueno, sí, le quedaba regresar sobre sus pasos y quizás eso habría sido más sensato que lo que pretendía hacer pero... ¿y si la salida estaba al otro lado de la habitación? ¿Y si aquella armadura flotante era lo que se interponía entre él y la libertad?

-Seamos civilizados-su comentario le sonó irrisorio, absurdo, totalmente adecuado a aquella locura encerrada tras los muros de lo que se suponía una mansión. Alzó su varita pero su varita, caprichosa, se mantuvo inerte. Inútil. Ni siquiera le quedaba el consuelo de poder clavárselo en un ojo al otro.

Entonces fue aquel duelista imposible el que tomó la iniciativa, ante los fallidos ademanes de Klort. Levantó su extremidad derecha, mostrando un guantelete de falanges metálicas, oscuras, y repitiendo el histérico jesto de su desesperado adversario. Una carcajada acompañó su movimiento, pero lo inquietante es que esta venía de por encima de sus cabezas. 

Unas cuantas chispas púrpuras saltaron de aquellos dedos inexistentes, quemando la carne del hombro derecho de Klort, haciéndole daño, pero sintió que la criatura solo jugueteaba y podía haberle hecho más daño. No podía darle otra oportunidad...

Un monje le dijo una vez "la letra con sangre entra", era una forma de glorificar el aprendizaje mediante el dolor físico. Los refuerzos negativos siempre fueron una vía rápida para espolear la motivación y, aunque Klort nunca le dio crédito a ese monje, tenía razón. El dolor activó en Klort la ya familiar desesperación por vivir y cuando blandió su varita no titubeó. La madera chisporroteó iluminando un poco más aquella sala, dibujando sombras tétricas en las paredes tras las armaduras inmóviles.

Un alarido de incrédulo triunfo ascendió por su garganta en el momento en que la armadura caía aparatosamente al suelo. Ni siquiera notó el irritante dolor del sonido del metal entrechocando con piedra y más metal. Había sobrevivido una vez más aunque, en cuanto la adrenalina volvió a un nivel normal, notó el cansancio del cuerpo, la pesadez de las extremidades. Miró el vial en su bolsillo. Klort toda su vida había sido de "atesorar" cosas esperando un buen momento para usarlas... quizás debería de empezar a aprovechar su presente y usar los recursos a su alcance en el momento así que, con esa premisa en mente, arrancó el tapón del vial y lo vació en su totalidad en la boca.

Con suerte la salida está al otro lado de esa puerta.

Las ansias de Klort hicieron aflorar un mortecino pero devastador torrente de brasas de su varita. Aquello rodeó al duelista espectral y penetró a través del visor de su casco, procediendo a desgarrar las energías que lo conformaban, tirando de las partes reconocibles como extremidades como si de un muñeco infantil hecho a base de nudos se tratara.

Sus fragmentos cayeron al suelo en una lenta lluvia de eslabones, cotas de malla y dispares piezas articuladas, dejando un montículo de chatarra inservible a los pies del joven (Pero una chatarra inservible que podría haberle quitado la vida sin gran esfuerzo, mediante su ridiculizante pantomima, no debemos olvidarlo).

El joven todavía notaba el regusto indefinible de su última poción disipándose en su gaznate. Allí no había cadáver por saquear y de poco le serviría lo que había en aquella sala, a no ser que pretendiese enfrentar el miedo con una cacerolada.

Sin darse demasiado tiempo para pensar, optó por seguir avanzando, recorriendo un estrecho pasillo que le llevó hasta el lateral de una sala con planta de cruz. La misma era iluminada por fuegos que bailoteaban tras siniestras vidrieras de cristales teñidos de morado oscuro.

Olía a pachuli, con ligeras notas de... MATADERO. Las manchas goteantes, ya secas, en tonos óxido parecían gritar los peligros de aquel antro, pero como en otra estancia que ya había visitado, no veía ninguna amenaza que fuese a abalanzanzarse sobre él. En el otro extremo de la estancia vio una silueta tallada en la pared, más o menos de su estatura. 

Otra ala de la sala era ocupada por una improvisada reja tras la que había comenzado a desperezarse una criatura que era incapaz de reconocer...

No se lo pensó dos veces. No quería verse las caras con aquella cosa que se movía en la penumbra. No quería verlo y punto. Quería esconderse y huir y quizás a medio camino de una cosa y la otra su mente chisporroteó con el mismo augurio fatalista con el que su varita fallaba tan a menudo porque, en lugar de darse media vuelta, se metió prácticamente a ciegas en el molde a casi tamaño real aguantando la respiración como si el mero hincharse de su pecho pudiese delatar su presencia. Incluso cerró los ojos, amparándose en el infantil y antiguo "si no lo veo no me ve".

¿Aguantaría la verja el despertar de aquella cosa?

Es posible.

¿Quería comprobarlo?

No. Para ser sinceros, no.

Al penetrar en aquel inquietante hueco Klort no sintió nada.

Hasta que fue demasiado tarde.

Una aguja descendió sobre su coronilla ensartándose en esta unos milímetros. Aquello se repitió en los lados de su mandíbula y distintos puntos de su cuerpo. Una perla de sangre en cada pequeño orificio, parecieron unirse, dando calor (y dolor) a la forma de su contorno a la vez que los ladrillos que tenía en frente parecían disolverse, dejándole pasar a una nueva estancia que parecía ser un reflejo de la anterior: planta de cruz, oscuridad, restos de olor del pachuli pero una nota más acentuada de algo que ya había olido aquella jornada. Algo que hablaba de una química de la muerte muy concreta y de un tipo muy concreto de alimaña...

En el ala norte de la cruz había un portalón cerrado con un pequeño candado y frente a él una enorme rata disecada, esta vez sin atuendo de mayordomo. Cubierta de ponzoña, excrementos y sangre le encaró con el desagradable siseo de quien trata de tomar la medida a su víctima antes de descoyuntarla por completo.

-TssAHH-un aguijonazo, un dolor más cercano a ser pinchado por una aguja de tejer que a ser picado por una avispa. A ese aguijonazo lo siguieron otros tantos que atravesaron su piel sin piedad ninguna, como abuelas pellizcando las lorzas de sus rollizos nietos... ya no había tanto crío rollizo, no allí donde él se había criado y las abuelas no solían vivir lo suficiente como para conocer a sus nietos. No, al menos, en lugares que no fuesen como aquella mansión. O similares. El pensamiento de que cada mansión en pie escondiese los terribles horrores que estaba presenciando en su búsqueda de la salida hizo que se le bajara una gota de sudor frío por la espalda hasta allí donde esta pierde el nombre.

En la bruma rojiza y cálida de su dolor, se movió tambaleante cual viejo ebrio, y dio con sus huesos en un nuevo lugar. Un nuevo horror sin duda le debía estar esperando tal y como había ocurrido en el resto de habitaciones. Aquello era un cruel laberinto de ladrillo diseñado por el más retorcido de los arquitectos.

Contempló con desazón el candado de la habitación, apenas visible por encima de una rata que le despertó (y con razón) la peor de las sensaciones. Apenas la criatura disecada inició el movimiento Klort apuntó al bicho con su varita y gritó un improperio que habría hecho sonrojar al mismísimo demonio... y que, curiosamente, funcionó mejor que cualquier agitamiento de brazo y balbuceo de palabras que hubiese hecho antes.