Partida Rol por web

Enrielle parpadeó varias veces. Destensó la cuerda poco a poco y bajó el arco. Le dolían los músculos de mantener la tensión.

—Esto es peor que si hubieran entrado. — escupió al fuego — Kyliana, ya que eres invisible y tienes unos ojitos que ven en la oscuridad, ¿sales a echar un vistazo a ver si hay algo por ahí? Te puedo cubrir, pero necesitaré luz.

Son numerosas las opciones que barajo acerca de la identidad de lo que acercha fuera y ninguna de ellas me aconseja abandonar la limitada seguridad de este refugio.

Podrían no ser más que fauna autóctona que haya olido nuestro rastro y crea que puede encontrar comida entre los restos que dejemos. En ese caso, nuestro temor sería totalmente infundado pues se habrán marchado al ver que no pueden entrar.

Otra alternativa totalmente plausible sería que en el exterior acechasen cazadores de alguna raza inteligente y con intenciones aviesas. Si ese fuera el caso, han sido advertidos por mis compañeros de que estamos dispuestos a defender caras nuestras vidas y seguramente se hayan replanteado sus opciones. Bien marcharse en busca de refuerzos, bien esperar a que salgamos tarde o temprano para atacarnos donde puedan valerse de su más que probable superioridad numérica.

Cabría la posibilidad de que fueran tumularios de escarcha, pero reconozco que eso es más una esperanza personal que una opción realista.

Y la alternativa de que sean criaturas civilizadas, no hostiles y que hablen nuestro idioma, está prácticamente descartada también o habrían respondido a las amenazas de mis compañeros tratando de aclarar sus intenciones.

- Si, voy a ver... - Respondió Kyliana a Enrielle. - Pero antes... 

Kyliana agarró uno de los virotes de su ballesta. Virotes que por otra parte no solía utilizar para absolutamente nada. Se conentró agarrando aquella saeta con ambas manos e imploró a su dios. 

- ¡Oh Chemosh, ilumina este virote! - Le pidió. 

El virote se iluminó por artes divinas y acto seguido la goblin se lo entregó a Enrielle. Ya tenía su foco de luz y ahora le tocaba a ella echar un vistazo ahí afuera. Miró a todo el mundo esperando a que le dieran el visto bueno cuando estuvieran preparados y se encaminó hasta la puerta, abriendo lentamente y algo alejada de la rendija para evitar flechazos indiscriminados o algo peor. Cuando tuvo el espacio suficiente para salir al exterior, no lo dudó...

Al resplandor anaranjado de la chimenea se solapa con un sobrenatural brillo verdoso que atestigua que la plegaria de la sacerdotisa goblin ha sido escuchada.

Sin embargo, la fuente de luz es tan invisible como aquella que la ha invocado y, tras unos segundos ofreciéndosela a Enrielle sin que ella se dé cuenta, Kyliana termina enganchándola del cinturón de la legionaria.

A continuación, se acerca a la puerta, esperando la confirmación de sus compañeros de que puede abrirla. Pero ésta tampoco se produce porque ninguno de ellos sabe dónde está, ni que espera por ellos. 

Poniendo los ojos en blanco con frustración porque sus estúpidos compañeros que no puedan verla, la sacerdotisa termina abriendo la puerta con cautela esperando la repentina irrupción de algo o una lluvia de proyectiles. Cuando ninguna de las dos cosas se produce, se escabulle por la rendija abierta.

Fuera la noche es gélida y nigérrima. Ni siquiera su aguda visión goblin le permite ver más allá de unos pocos metros alrededor del refugio y allí no se ve a nadie.

Un momento después Enrielle sale tras ella, trayendo consigo la antinatural luz verdosa y convirtiéndose en un blanco perfecto para cualquiera que pretenda disparar desde la oscuridad. Pero nadie lo hace.

El virote encantado ilumina la zona, permitiendo a Kyliana detectar a dos grandes figuras humanoides que ahora miran en dirección al refugio a unos treinta o cuarenta metros de él.

Incapaz de ver tan lejos incluso con la luz mágica, la legionaria de Acero descubre frente a la entrada las huellas de un plantígrado que vienen desde el norte y que después se alejan de vuelta por donde vinieron.

—Parecen huellas de oso... — informó Enrielle agachándose brevemente. Estaba tensa. Hacía frío y sabía que era como una antorcha en mitad de la oscuridad. — Suficiente. Aquí ya no queda nada más que este maldito frío. Vamos adentro.

Enrielle empezó a retroceder con cautela hasta el interior de la casa.

─Pues llamadme loco si queréis, pero como encuentro nocturno, es de lo mejor que nos ha pasado estando por aquí, ¿verdad?

Lo mejor sería refugiarse de nuevo en la casa hasta que llegara el día, o la parte luminosa y no abrumadoramente gélida del mismo, y descansar lo que les quedaba de noche. Si volvían con amiguitos, pues ya se vería. A las malas seguro que el mago o la clérigo del dios de la muerte tendrían algún hechizo apropiado para multitudes...

La afirmación de Flechas de Muerte parece confirmar mi teoría de que un par de osos polares se nos han acercado en busca de comida.

—Yo no diría tanto como que sea lo mejor que nos ha ocurrido. Lo considero meramente anecdótico, a menos que estéis pensando en salir a cazarlos por su carne y sus abrigadas pieles. Si no, cerrad la puerta antes de que se escape el calor.

No veo a la goblin por ninguna parte, así que no sé si sigue escondida dentro o ha salido fuera. Podría averiguarlo, pero me parece un desperdicio de energía. Supongo que si se queda fuera cuando cerremos, nos lo hará saber.

Saco de nuevo mis libros de hechizo y me tumbo en mi litera. Faltan horas hasta el amanecer y prefiero aprovechar el tiempo estudiando.

- Si han sido osos y se han marchado, habré desperdiciado algunos conjuros a lo tonto. - Dijo lamentándose profundamente. - Aunque supongo que es mejor así... 

Dicho aquello fue a regresar al interior de la cabaña justo en el momento en que estaban cerrando la puerta. El golpetazo del canto contra su duro cráneo fue inevitable, pues no se lo esperaba para nada. Quien estaba cerrando la puerta se giró extrañado y al ver que no había logrado cerrar bien volvió a intentarlo, ésta vez con éxito, pues la goblin, aunque algo aturdida por el porrazo, ya había accedido al calor del interior del recinto.

- Estúpidos... - Blasfemó para sus adentros, como instantes antes cuando no lograron entender sus gestos, justo antes de salir de aquella maldita cabaña. - Estúpidos ellos... todos ellos... - Acabó concluyendo para si.

El resto de la noche y las primeras horas de la mañana transcurren sin incidentes, aunque mantenéis los turnos de guardia hasta que el sol se encuentra alto en el cielo y os sentís con ánimos de continuar vuestro viaje.

Para entonces, las huellas han sido borradas por el viento y la nieve que cae de forma incesante. Tampoco la magia del Túnica Blanca revela la presencia de enemigos en las inmediaciones, de modo que os ponéis en marcha siguiendo la dirección que os indica la brújula encantada.

Sin embargo, pronto queda claro que os está llevando hacia la colina que visteis anoche y hacia el asentamiento cada vez más visible situado en su ladera oriental.

Para cuando llega el mediodía, todos podéis ver con claridad que la propia orografía del terreno protege el flanco occidental de la población con una escarpada pendiente de hielo y el oriental por un brazo de mar que se adentra desde el norte. Una empalizada discontinua de madera con estacas afiladas limita el extremo sur del asentamiento y desde la distancia se adivina la presencia de figuras que deambulan por ella montando guardia, aunque todavía estáis demasiado lejos como para identificar de quiénes se trata.

Valiéndose una vez más de su magia, el silvanesti proyecta sus sentidos hacia adelante, anticipando lo que os aguarda si seguís avanzando hasta que no es capaz de ver más allá con sus agotadas fuerzas.

Habéis llegado a las inmediaciones de un poblado formado por chozas y tiendas de campaña hechas de pieles curtidas. Pero no es un poblado de los bárbaros de hielo como Two Forks, sino perteneciente a un clan ursoi. Los hombres-oso que probablemente os rastrearon anoche hasta vuestro refugio.

Que diferente era la nieve en Solamnia. Cuando nevaba allí, era un poco una fiesta. Los niños jugaban con la nieve. Había ciertos problemas, claro, por el peso de la nieve en los tejados y árboles, pero era poco menos que anecdótico. En algunos lugares de Solamnia no nevaba en absoluto. Allí, en el muro de hielo, la nieve era de otra naturaleza. Muerte helada, cayendo sobre tu cabeza, añadiendo peso, frío e incomodidad al avance sobre la nieve que ya había ocultado la tierra bajo tus pies, sobre la que caminabas con esfuerzo e ineficiencia. Wylas ya tenía suficiente de nieve para toda una vida. Pero no por ello iba a dejar de nevar.

La información compartida por el silvanesti sobre el emplazamiento confirma la sospecha que ya tenían: eran los ursoi, los hombres-oso los que lo habitaban.

─Puessss, ¿qué idioma deben hablar? ¿alguien puede entenderlos, hacer de traductor? Espera, espera, espera, creo que yo tenía algo de eso... Ah, no, Comprensión idiomática sólo me permitiría entenderles, no comunicarme con ellos... ─dijo apesadumbrado el solámnico, volviendo a guardar en su morral un pergamino que acababa de sacar del mismo─ En cualquier caso, ¿estamos seguros que la brújula marca hacia aquí? Bueno, eso es agua ─dijo señalando al mar─, así que supongo que hemos llegado al final de nuestro recorrido. A lo mejor lo están custodiando. O escondiendo. O significa algo para ellos. ¿Qué hacemos? ¿Nos acercamos? ¿Mandas a tus canicas voladoras a buscar indicios del portal?

Enrielle miraba de soslayo al mago. Acabó acercándose y le puso una mano en el hombro.

— Tal vez no te recuerde, pero estoy segura de que éramos buenos amigos. No paso por alto el esfuerzo que haces por ayudarnos y el precio que pagas por ello. —dio unas palmadas amistosas y se apartó.

Centró su atención en el poblado.

—Sí, la dirección es esa. Según mis cálculos puede ser que esté muy cerca ese portal, y no descarto que lo estén custodiando. Debemos investigar. Propongo un acercamiento prudente. No sabemos hasta qué punto son hostiles. Si fueron ellos los osos de anoche es posible que no lo sean, pues acabaron desistiendo sin echar la puerta abajo. Tal vez ese conjuro tuyo nos sirva, si nos logramos hacer entender por señas, o algo.

Incapaz de expandir mis sentidos más allá, los permito regresar a mi cuerpo extenuado. Si no supiera que moriría de hipotermia si lo hiciera, me dejaría caer aquí mismo sobre la nieve.

La perspectiva de enfrentarnos a una tribu de hombres-oso no me seduce. Y menos en mis actuales condiciones. Pero está claro que ellos también saben que estamos aquí. Si quieren luchar, difícilmente podrán mis compañeros escapar de ellos. U ocultarse mucho tiempo, en vista de que los lugareños cuentan con buenos rastreadores. Como mínimo, nos triplican en número.

El contacto físico de Flechas de Muerte hace que me sobresalte y pone fin a mis elucubraciones. ¿Cómo se atreve a tocarme? Sus palabras parecen amables, pero todavía puedo sentir sus disparos por la espalda si pienso en ellos. Yo no estoy tan seguro de que fuéramos amigos, ni de que vayamos a serlo en el futuro.

Sin embargo, no tengo ocasión de replicar. Una vez más, Wylas monopoliza la conversación con media docena de preguntas para las que yo tampoco tengo respuesta.

—Desconozco qué idioma hablarán estos seres, si es que son lo suficientemente civilizados como para hablar alguno —Si así fuera, yo también podría hacer de intérprete por medio del mismo hechizo que ha mencionado, pero me temo que no sea capaz de hacerme entender y prefiero dejar que otro lleve la voz cantante. De modo que no lo menciono—. En cuanto a la brújula... no sé por qué estaba entre mis pertenencias, ni cómo llegó allí; y mucho menos, hacia dónde apunta. Sois vosotros quienes guiais esta expedición. Mis ojos tienen un alcance limitado y, a menos que nos acerquemos, no encontrarán nada que no haya visto ya desde aquí. Podría protegerme bajo un manto de invisibilidad, pero el hechizo no durará más que unos pocos minutos. De todos modos, mis huellas resultarán fácilmente visibles en la nieve. Sinceramente, no creo que acercarse a escondidas sea una posibilidad. No con esos hombres-oso montando guardia en la empalizada.

- Lo cierto es que no me apetece tampoco a mi ir a ver a esa gente. - Intervino la goblin. - Porque si tienen un poblado, se comportan como gente y si tienen un poblado, seguramente hablen. - Meditó en voz alta. - ¿Nos acercamos sin más? - Le preguntó a sus compañeros. - ¿De verdad queremos hacerlo? - Negó con la cabeza.

Kyliana no las tenía toda consigo. No sabía si seguir en dirección al poblado iba a ser su perdición o por contra, les iban a recibir con los brazos abiertos. Eso era probable, que les recibieran con las garras abiertas para darles un abrazo, pero no amistoso precisamente. Enrielle creía que podían estar cerca de su objetivo, algo que ella también pensaba.

- La estú... - No lo dijo, pero lo pensó. - Lady Coryn no dijo que el portal, Kri-Sekt dijo que se llamaba, estaba cerca de, un poblado thanoi y que a lado de ese había uno ursoi. Dijo que ambas razas eran temibles y que estaban enfrentadas. - Recordó. - También dijo que las desapariciones podían ser cosas de los hombres-morsa o los hombres-oso...  - Se llevó la mano a su imberme mentón. - ¿Qué hacemos? ¿Alguno tiene ganas de acercarse a echar un vistazo?

Enrielle miraba al cielo y calculaba otra vez murmurando y contando fala hes enguantadas, lo que era un poco complicado.

—Yo no tengo ninguna gana de acercarme, pero nos puede dar una pista de qué ha podido pasar con los magos desaparecidos. Y puede que a partir de ahí sepamos algo más que nos facilite encontrar ese portal. 

»Llevamos seis días. Es difícil calcular lo que andamos cada día sin referencias y con estas raquetas, puede ser que incluso nos hayamos pasado. Pero lo que es seguro, si lady Coryn no nos ha engañado, y no le veo motivos para hacerlo, es que debemos estar muy cerca.

Se bajó la gruesa bufanda para escupir.

—Si no nos acercamos habrá que seguir buscando desandando el camino un poco. Creo que merece la pena intentarlo. Anoche no nos atacaron, y puede que les impresione saber que estamos "trabajando" para la dragona que los gobierna.

Pensaba que sabían a dónde iban, pero está claro que están tan perdidos como yo. Eso me irrita. ¿Por qué llevamos entonces días caminando hasta aquí? ¿Para volver por donde hemos venido? ¿Para caminar erráticamente hasta agotar mi paciencia? Bien, pues están muy cerca de haberla consumido por completo.

—No tengo ningún interés en entablar una negociación con los ursoi. Como tampoco lo tenía en venir hasta aquí o en buscar ese portal vuestro. A menos, claro está, que los hombres-oso puedan proporcionarme un remedio para mi mal. No hemos encontrado a más tumularios de escarcha en nuestro camino, pero tal vez ellos sí estén atesorando sus restos para entregárselos a la dragona a la que sirven. Y, si es así, yo estoy dispuesto a pagar lo que me pidan. La alternativa es seguir vagando sin rumbo por esta tundra helada con la esperanza de que la memoria regrese a mí de forma espontánea o hasta hallar una cura semienterrada en la nieve en algún lado, pero ambas posibilidades parecen irrealistas. Hablad con los hombres-oso, o no lo hagáis. Pero yo no seguiré deambulando indefinidamente por el Límite del Glaciar, esperando a que Cryonisis se nos aparezca de nuevo reclamando un tributo que no tenemos.

─Sabias palabras, elfo, sabias palabras. Y a mi se me están congelando las pelotas. Otra vez. Estoy harto. Voy a hablar con ellos... ─dijo el solámnico, no muy alto pero sí muy decidido.

Con gesto decidido echó mano a su morral y de él extrajo un pergamino, que cogió con firmeza para evitar que volara, presa del gélido viento. Acto seguido se puso a canturrear en tono fuerte y rítmico las salmodias arcanas que contenía y al acabar las letras del pergamino se deshiciero en nada.

Era bien cierto que estaba harto de tanto frío y de no hacer más que encontrarse con enemigos. De las largas caminatas, que se le hacían eternas aún cuando sabía que sólo ocupaban unas pocas horas del día. Si es que a eso se le podía llamar día. Congelarse caminando y ansiar el momento en que el mago invocaría un refugio en el que entrar en calor lo suficiente para no perder ningún miembro pero no tanto como para osar quitarse algo de ropa. Cuando lograra llegar a algún sitio donde deshacerse de la ropa, seguramente podría salir de ella como una serpiente que cambia de piel...

─¡Hola! ¡Holaaaa! ¡Venimos en son de paz! ¡Refugio para unos viajeros necesitados de calor! ¡Dejadnos pasar y compartiremos nuestra comida y nuestra historia! ¡Honradnos con el calor de vuestro fuego! ¡Nos atacó un espíritu de las nieves y casi olvidamos a uno de nuestros compañeros! ¡Tal vez hemos olvidado a algún otro! ¡Ayudadnos, por favor! ¡¿Alguien habla común?!─exclamó el pícaro pico de oro acercándose a las puertas levantando las manos, para que vieran que no iba armado.

»Vinieron hasta nuestro refugio, trataron de entrar, no pudieron y volvieron por donde habían venido, sin tumbar la puerta. Y hubieran podido, seguro. Eso me sirve. No son agresivos. Al menos no mucho. Lo suficiente para sobrevivir en este entorno pero no tanto como para no colaborar entre sí. Son civilizados. Sí, y tienen empalizadas, se protegen de cosas. Hay cosas peores que ellos aquí fuera. Podemos ayudarnos mutuamente. ─pensaba para sí, tratando de convencerse a sí mismo que todo saldría bien, que al menos podía hacerlo.

—Estaré a tu lado, Wylas. — dijo Enrielle echando a andar con él.

Permaneció junto al pícaro dándole apoyo, mostrándose inofensiva, desvalida y harta del frío. Lo último no tenía que fingirlo ni adornarlo, desde luego. Llevaba el arco a la espalda, pero mostraba sus manos vacías y la cabeza algo gacha para que no pudieran interpretar peligro alguno.

También ella confiaba en que fueran lo suficientemente civilizados como para poder parlamentar. Esperaba no tener que verse obligada a matar a una buena parte de ellos. No sería la primera vez que pasara algo así.

Poco deseosos de acercaros al poblado ursoi, pero esperanzados de que ellos puedan daros alguna indicación sobre los magos desaparecidos, reemprendéis el camino hasta llegar a la empalizada más de media hora después de haberlo decidido.

La muralla de madera de unos cincuenta y cinco o sesenta metros está formada por gruesos troncos atacados entre sí con cuerdas y sembrada de estacas en su base para dificultar que nadie pueda trepar por ella. La vegetación no abunda en el Glaciar, así que o bien los lugareños han talado todos los árboles de la zona, o los han talado de en otro lugar y después los han arrastrado hasta aquí.

En cualquier caso, la empalizada está incompleta, como el mago elfo os anticipó. Carece de puertas y tiene son dos huecos de unos tres metros cada uno, por los que es posible acceder a su interior. Sin embargo, hay cuatro hombres-oso montando guardia en las tres secciones de la muralla y no cabe duda de que vuestra presencia no ha pasado desapercibida para ellos.

A estas alturas, seguramente el resto de habitantes del lugar también sepan que estáis aquí. Aunque no han salido a presentaros batalla y esa es buena señal.

Os detenéis frente a la empalizada a unos diez metros de ella, bajo la atenta mirada de los enormes guardias. Cada uno de ellos es como un oso polar bípedo, con extremidades tan gruesas que os resultaría imposible abarcar una de ellas si trataseis de abrazarla y con una estatura de más de tres metros, que parece mayor por estar subidos a una pasarela de troncos detrás de la empalizada.

Entonces, Wylas se descuelga su mochila de la espalda y extrae del pequeño bolsillo lateral izquierdo un estuche para rollos de pergamino demasiado grande como para haber estado ahí guardado. Abre el estuche y rebusca entre la veintena de pergaminos guardados en su interior uno concreto. Están anudados con cintas de dos colores distintos pero de cada una de ellas cuelga una pequeña etiqueta que el humano examina con paciencia hasta dar con el que buscaba. Lo lee en voz alta y el pergamino se convierte en ceniza entre sus dedos antes de dispersarse en el viento.

A continuación, la pareja de humanos avanzan todavía más para hacerse oír por encima de la ventisca, mientras el resto aguarda unos metros más atrás.

Cuando Wylas formula sus peticiones, los guardias de la empalizada os miran a vosotros y entre sí con más curiosidad que preocupación. Pero ninguno responde. Wylas insiste, pensando que tal vez no le hayan oído y también Enrielle prueba suerte, pero ninguno de los vigías dice nada.

Los dos humanos están a punto de darse media vuelta para reunirse con el resto de vosotros y decidir qué hacer a continuación cuando un corpulento ursoi aparece gruñendo desde detrás de la muralla de madera, ataviado con una armadura de cuero tachonado y armado con una alabarda de aspecto temible. Tan corpulento que ninguno le llega más que a la cintura.

—Los ursoi solo hablamos la lengua de los ursoi —entiendes que te dice el desconocido a pesar de que no emite otra cosa más que gruñidos—. Pero yo provengo de un clan que ha viajado más allá del Muro de Hielo y he aprendido a comprender la lengua de los hombres que viven en las Praderas de la Arena. ¿Vosotros comprendéis lo que os digo, humanos?

─Yo os entiendo, gracias a un hechizo, pero sólo podré hacerlo durante unos minutos. Después no entenderé lo que digáis, así que os pido humildemente que disculpéis las prisas, luego será mucho más difícil comunicarse: venimos de muy lejos, de las tierras cálidas del norte. Estamos buscando varias cosas: un portal muy antiguo, de piedra, probablemente enterrado en el hielo, que tiene que estar muy cerca de aquí, por lo que sabemos; a tres magos desaparecidos (nos lo han encargado, aunque no los conocemos); una cura para recuperar la memoria de nuestro compañero elfo, allí atrás, que fue atacado por un espectro helado que casi hace que nos olvidáramos de él; y refugio contra el frío. ¿Nos podéis ayudar? Colaboraríamos con vosotros en lo que pudiéramos... ─confesó el solámnico, desarmado y abriendo los brazos amigablemente.

Cuando le hablaron de "hombre-oso", suponía que serían grandes, pero no había visto un oso tan grande en su vida. Era casi como poner a un hombre encima de otro, pero mucho, muchísimo más corpulento. Resultaba intimidante. Y, sin embargo, no parecían amenazantes. Tal vez no se tomaran su presencia muy en serio. Seguramente los humanos serían para ellos poco más que una molestia, al menos no mientras no se unieran en gran número. Como las hormigas... o las serpientes. Aunque no se imaginaba hormigas o serpientes en estos lares.

Ardía en deseos de traducirle la conversación con el urso a Enrielle, pero le hizo una seña con la mano para que aguardase tranquila. La conversación iba bien, pero no disponían de mucho tiempo para llegar a algún acuerdo, así que pidió un poco más de tiempo a su compañera con una simple seña.