Partida Rol por web

—En serio, esa expresión continúa provocándome pesadillas...

—¿Belgar?—Sarkee parpadeó, luego soltó un resoplido—. ¡Benditos Paragones! El que creía que se caería hacia el cielo por no agarrarse lo suficientemente fuerte con los pies. ¿Se puede saber qué narices haces aquí arriba? Estaba segura que eras incapaz de existir fuera de la arena.

Juntó las cejas al fruncir el ceño.

—Y soy la mediana—acotó antes de girar la vista hacia Trasus y Gabrielle como quien hace un inciso—. Secundo la propuesta de cooperación, por cierto.

Gabrielle observó con desmayo cómo Kando había dado el visto bueno canino a Trasus. ¡Si era un cúmulo de injustos prejuicios que no se había molestado en conocerla para tener una opinión formada sobre ella! ¿Cómo...?

Gracias a la irrupción de Belgar se dio cuenta de que estaba envarada como si se hubiera tragado un perchero. Tenía los músculos del cuello hechos un nudo, si es que algo en la anatomía de Gabby podría considerarse digno de tal nombre. Hundió los hombros, y dejó escapar el aire que había estado conteniendo en el diafragma. Se recordó que no podía agradar a todo el mundo, y que, por lo que se dejaba entrever en su historia, tal vez había tenido un día tan horrible como el de ella. Su amiga estaba hecha pedazos en el carromato tras ella, traicionada por el hombre al que amaba, y ella no pudo hacer nada de nada.

Se esforzó en dedicar a Trasus una sonrisa. Creía firmemente en que las sonrisas tenían su propio poder curativo, no sólo para quienes las recibían, sino también para quien las ofrecía.

—Os lo agradezco, de corazón —les confesó, dedicando un levantamiento de ceja interrogante a Tal'vashoth como preguntándole qué haría él. Después le comentó a Trasus—. ¿Y quién sabe? Tal vez descubras que no soy como piensas.

Colocó las manos en los hombros de Belgar y decidió discutir de cosas menos polémicas que el sempiterno conflicto entre magos y templarios.

—Belgar me contó que era el campeón indiscutible en la Arena de Orzammar, y que mató tres ogros con las manos desnudas, ¡y no mató al cuarto porque salió corriendo! ¿Qué hay de cierto en ello, Sarkee?

Como si del principio de una escena cómica se tratase, alguien más se dejó caer desde el interior del carro. Un enano, concretamente, robusto y con cara de pocos amigos; es decir, un enano de enanos, como el pobre Park. Un luchador de la arena, y conocido de Sarkee, para mayor información.

—¿Hay alguien más ahí dentro? ¿Mi hermano? ¿Una antigua amante? ¿Un viejo amigo? —protestó el erudito—. Dicharachero y Sarkee han tenido sus reencuentros más o menos emotivos, ahora me toca a mí.

La maga había aceptado la cooperación con un gesto de alivio. Solo restaba finiquitar los reencuentros para poder ponerse en marcha, detrás de Valérica, Ayla o como quiera que se llamase. Aunque encontrar su pista no iba a ser sencillo, y al menos entre el grupo de Trasus, nadie parecía capaz de encontrar y seguir rastros.

Gabrielle viajaba sin templarios, lo cual establecía al orlesiano y el enano como sus guardianes y protectores. Posiblemente. Una pared de carne que interponer entre potenciales peligros y su persona, en cualquier caso.

—¿Cómo crees que pienso que eres? —inquirió, cuando la muchacha dijo que la convivencia durante el viaje podría hacer que la opinión de Trasus respecto a ella cambiara.

—Je, he visto a este cabeza de chorlito arrojarse ululando como un marido ultrajado y blandiendo el hacha contra tres brontos en batería. ¡Llegaron a sobrarnos los malditos filetes!—resopló Sarkee—. No le he visto enfrentarse a ogros pero me lo creo capaz de estar tan loco como arrojarse contra cuatro de esos bichos.

—¿Gracias?—carraspeó Belgar que no tenía muy claro si la descripción de lo ocurrido con los brontos pretendía remarcar halago o demencia—. Y claro que no viste lo de los ogros. Eso ocurrió en la superficie.

Se cruzó de brazos con gesto a medio camino entre enfurruñado y ofendido.

—De todos modos, ¿qué importa? Tengo entendido que por aquí no me creen...

Tal'vashoth os miraba alternativamente con aquella expresión pétrea aunque no había dicho una palabra hasta el momento en que parecisteis poneros de acuerdo en unir fuerzas para cooperar. Fué cuando os miró como si os hubiesen crecido trompas.

—Tenéis costumbres muy extrañas. Dais por sentadas las acciones de otros.

Pasados más de tres días, asumo que sigo. Nox, tienes -1 a consistencia.

—Me ha dado la sensación de que me tomabas por alguien que cree en algo sólo porque muchos lo crean, sin someterlo antes al dictamen de su propia razón y conciencia —había respondido Gabby a Trasus.

Era una Hija del Círculo, eso no se lo podía quitar nadie. Pero ni era ninguna fanática obtusa, ni necesitaba demostrárselo a nadie.

—No es que no te crea, Belgar, ¡sólo quería escuchar alguna más de tus hazañas! —rió Gabby, dando así por terminada la conversación con Trasus.

Con la sonrisa aleteando aún en sus labios, dirigió una mirada levemente sorprendida a Tal'vashoth.

—¿Comparado con quién? —le preguntó a su vez.

No sabía qué le parecía más gracioso: si que un qunari dijera que sus costumbres eran las extrañas o que se sorprendiera de que ellos asumieran cosas de las demás. Al fin y al cabo, el Qun asumía el papel en el mundo de todos y cada uno de los individuos.

Gabrielle no podía estar más equivocada. Trasus creía que su razón y conciencia eran el resultado de años de adoctrinamiento por parte de la Capilla. La diferencia era fundamental. Presumía que no tomaría con caballerosidad que intentara iluminarla al respecto, así que optó por tomar la deición prudente, que consistía en guardarse la reflexión poresta vez, y mantener los labios sellados.

El amigo de Sarkee seguía empecinado en su ridícula hazaña, recordándole por un momento al petimetre Damian Delacky, que cada vez que se pasaba con la cerveza aseguraba que, durante una noche, había tomado la virginidad de la hija de Lady Deschaines, había tomado a la propia dama mientras su marido dormía, en la misma cama de matrimonio, y durante la huida, había coincidido con su madre,  quien había seducido también. Contaba la historia con tanta emoción que olvidaba salir a vaciar la vejiga, y lo hacía allí mismo, dentro de sus calzones. Ambas eran igualmente probables.

Incluso el tal’vashtoh decidió aportar a la conversación, emitiendo un extraño juicio. No podía ser de otro modo, tratándose de un kossith.

—No son costumbres —terció Trasus—. Simplemente, estamos orientando nuestra forma de proceder a la consecución de resultados. De otro modo, hubiéramos marchado cada uno por nuestro lado, refunfuñando.

Tal'vashoth miró hacia abajo para observar a Gabrielle (no por desprecio, sino porque le sacaba varias cabezas)

—Ese es justo el problema. No tiene sentido comparar dos cosas que evidentemente no son iguales—dijo encogiendo los enormes homrbos. Cuando Trasus habló, dirigió la mirada hacia él—. ¿Debo considerarme pues incluído en esas conjeturas? Sólo estáis teniendo en cuenta vuestra forma de proceder. Yo también estoy aquí.

No parecía enfadado, simplemente era como si le costara creerse algo que para él resultaba increíblemente ilógico, o raro, o algo así.

Puesto que nadie había decidido ponerse en marcha todavía, y su epifanía no parecía a punto de suceder, Trasus volvió a dejarse caer al suelo.

—¿Y qué quieres hacer? —preguntó el bardo al kossith—. Fuera cual fuese el contrato que tenías con la expedición, presumo que eres libre de él. Si no has cobrado todavía, no obstante, tendrás que buscar a los demás, o dirigirte a Val Royeaux. Me temo que no dispongo de fondos.

En un gesto más elocuente que cualquier palabra, Trasus se señaló a sí mismo. Sus bolsillos vacíos, el calcetín lleno de arena que colgaba de su cinturón, sus ropas sucias y rotas, y su petaca tristemente vacía.

—Discrepo. Lo que no tiene sentido es comparar dos cosas que son iguales, porque no se llegaría a ninguna conclusión —replicó Gabrielle a Tal'vashoth—. Sea como fuere, me gustaría que nos acompañaras. Me encantaría saber más cosas de tu cultura.

—Por eso discrepas—concordó Tal'vashtoth, encogiéndose de hombros como si acabasen de darle la razón—. Porque no somos iguales.

Sin más, miró a Trasus con una expresión más ceñuda, aunque era un ceño fruto de la meditación y no de la irritación.

—No me uní a vuestra expedición por dinero, humano. La riqueza es un propósito vacío—sentenció. Luego soltó lentamente por la nariz el aire que en algún momento debía haber estado conteniendo con una mezcla de resignación y frustración—. Necesito encontrar un propósito fuera del Qun para poder volver a ser...

Volvió a desviar loa ojos hasta Gabrielle y esta vez pareció escrutarla a ella.

—Ya no soy qunari. No tengo una cultura que enseñarte—dijo—. La sabiduría es como el hálito; lo necesitas, pero no puede dártelo otro.

En este momento hubo un silencio tan largo que pareció que no iba a decir nada más pero añadió:

—Y sólo la encuentras si la buscas. Tú eres Basalit'an, quizá encuentre un propósito siguiéndote.

—Fantástico, ahora es cuando a Balaena le da un soponcio. O cuando me despelleja vivo.

Tal'vashoth parecía ajeno al comentario. Simplemente añadió sin dejar de mirar a la maga desde las alturas:

—Si te sigo, ¿podré volver a ser?

A despecho de la frase, el tono estaba a años luz de sonar esperanzado. Sonaba a nada, como siempre.

La maga no supo qué contestar. La oportunidad de viajar junto a un kossith, fuera tal'vashoth o qunari, era excitante y probablemente enriquecedora. Pero mentiría si le dijera que podía asegurarle que encontraría un propósito viajando con ella, por muy basalit-an que fuera. Hundió los hombros y soltó el aire en un resoplido contrariado.

—No lo sé —admitió a regañadientes—. Encontrar un propósito fuera del Qun es algo que también debes hacer por ti mismo; nadie puede hacerlo por ti.

Lo cierto es que ella, por muy andrastiana y maga del Círculo que fuera, le podía ofrecer una montaña de dudas, y muy pocas certezas. Hubo un tiempo en el que todo era sencillo, ahora ella misma estaba hecha un lío.

Sonrió con optimismo renovado.

—Pero me gusta ayudar. Creo que se me da bien. No te puedo decir dónde debes buscar un nuevo propósito, pero puedo ayudarte a hacerlo.

¿Basalit-an? No me digas que eres tal’vashtoh porque no considerabas a todo aquel ajeno al Qun como escoria.

Buscar un propósito para vivir. Una noble empresa que casi toda persona ambiciosa llevaba a cabo en algún momento de su vida, y que todos fracasaban en mayor o menor grado. Porque la vida era simplemente el intervalo entre el nacimiento y la muerte, y no podía sino vivirse. Las actividades en las que se ocupaba ese periodo de tiempo eran simplemente distracciones.

—Si necesitáramos un propósito para vivir —intervino Trasus—, los mineros nacerían con picos en lugar de manos, los herreros con martillos, los guerreros con espadas o lanzas. Piensa en los genitales, Tal'vashtoh, no es coincidencia que sean ideales para desempeñar su función, y no sirvan para nada más. Disfruta de lo que la vida te ofrece, que no es poco.

—¿Para qué una espada si no estás dispuesto a usarla?—Tal'vashtoth volvió a encogerse de hombros—. Mi pueblo no necesita nacer con nada para ser algo. Simplemente, es.

Negó con la cabeza.

—No tener propósito es lo mismo que estar muerto—guardó un instante de silencio pensativo y entonces se giró hacia Gabrielle—. No quiero que encuentres mi propósito por mí, eso es algo que debo hacer solo. Pero es algo que sólo encontraré siguiéndote; eres basalit-an, y ya no puedo seguir a ninguno de los míos.

Sarkee resopló en ese momento. Había permanecido tan callada que casi os habíais olvidado que estaba ahí.

—Ahora que hemos terminado de filosofar... ¿qué piensas hacer con Sila?—fijó sus ojos castaños en Trasus—. Aún podría estar vivo.

Trasus se rascó la cabeza, confundido. Era el de los qunari el único pueblo que no se conformaba simplemente con ser. A todo individuo se le asignaba un rol en el Qun. No simplemente una ocupación como la entenderían otras culturas, sino un espacio en el engranaje de la sociedad que definía la totalidad de su ser. Una vez socializados en el Qun, no eran individuos, sino partes equivalentes de un todo. Cada vez entendía mejor por qué Tal'vashoth era tal'vashoth.

Trasus se miró la mano. Tres bichos diminutos saltaban entre los obstáculos esculpidos en sus palmas. Negros como la pez, con un cuerpo delgado y una bolsa henchida de sangre tras las cuatro patitas; parecía un milagro que fueran capaces de desplazarse con unos cuerpos tan desproporcionados. Creía que había abandonado los caminos de las Profundidades con menos de lo que había entrado, pero al menos se había llevado algunos ejemplares de piojos subterráneos consigo.

Mientras observaba sus parásitos, Sarkee hizo la pregunta que él había preferido mantener lejos de sus pensamientos desde el derrumbamiento.

—Entiendo que no tienes experiencia con magos veteranos —respondió, rascándose la cabeza de nuevo—. Si ha sobrevivido y ha conseguido salir, nos encontrará. Aunque podría estar herido. No creo que encontremos a nadie en la superficie capaz de abrirse paso entre todas esa tierra. Si pudiéramos ponernos en contacto con tu gente, quizás nos las arreglaríamos para convencer a las autoridades de que organizaran una expedición de búsqueda, para Sila y tu hermano Parholl.

No confiaba en que ninguno de los dos hubiera sobrevivido. De ser así, Sila ya los habría encontrado. A menos que hubiera ido directamente tras la pelirroja, que era quien tenía la cabeza del bastón que estaba buscando allí abajo.