Partida Rol por web

Cedric había mirado hacia su estoque al ser imprecado por Alexei. No se había dado cuenta del gesto y no le dio importancia. Hasta estuvo a punto de devolver la puya. Afortunadamente no lo hizo, y se dijo a sí mismo que tendría que aprender a controlar sus gestos y su lengua. 

Por supuesto que no era el único que sabía usar una espada, y no tenía claro que quisiera medirse con el rubio. Lo malo de las competiciones era que siempre había una posibilidad de perder, y ese no era el juego de Cedric. ¿Desde cuando se jugaba el cuello por defender a chicas indefensas de todas formas? Haciendo caso a Gabrielle y a Lynn, respondió con voz, si cabía, aun más calmada.

—Como dice Gabrielle, no se va a atar a nadie— quizá eso hubiera sido parafrasear demasiado. —No hay necesidad de atar a nadie— se corrigió, con cierto esfuerzo.

—Responderá cuando se despierte, y si se niega o intenta algo yo seré el primero en hacer algo al respecto.

Hasta prueba de lo contrario, sin embargo, la seguiría considerando inocente. Igual que la consideraba Bethel, a pesar de ser la más reciente víctima de los desastres que rodeaban a Ayla. Cedric no esperaba ese nivel de compasión en ninguno de los presentes, mucho menos en él mismo. Desde luego Cedric no la mostraría, si descubría que Ayla había matado a la santa que había salvado su vida y que se había preocupado de ella literalmente hasta su último aliento.

—Está bien Gabby—dijo Alexei mientras se pasaba la mano por la cara cansado—. Creo que ya hemos tenido demasiadas emociones en lo que va de día. Despertadla y hablaremos.

El joven guerrero no iba a esperar a que Ayla se despertara por causas naturales, no cuando Lynn y Gabrielle podían acelerar el proceso. Pero tampoco iba a presionar a las dos chicas. Así que lo que decidió hacer fue a buscar un lugar en el campamento en el que poder sentarse a esperar, descansar y ordenar sus ideas.

—Sin que sirva de precedente, por una vez estoy de acuerdo con Trasus—rezongó Sarkee—. Y desde luego no creo que sea tan tonta como para atacarnos, sino tan lista como para escurrísenos en la cara. Otra vez. ¡Que ya van unas cuantas!

—Tomaré esta dicharachera discusión como un "sí"—suspiró Nolan, después de que su pregunta a cerca de si estabais bien quedase flagrantemente ignorada.

Refunfuñó algo en orlesiano y volvió caminado a la hoguera central en la que humeaba perezosamente un puchero, para seguir preparando lo que probablemente era la cena.

Tal'vashoth continuaba mirándoos con expresión indescifrable, analizando lo que decía cada uno. Tras varios segundos, directamente miró a Gabrielle como si fuese la única que pudiera darle la información correcta o algo así.

—¿Tratais a todos vuestros prisioneros saarebas como si fuesen reyes?—preguntó más por pura curiosidad que porque le preocupase lo más mínimo la apóstata. Claro que la sinceridad de un qunari tendía a imitar la delicadeza de un bocadillo de guijarros—. ¿Qué hacéis si se convierten en demonios? ¿O si utilizan esa magia sucia que se mete en el cerebro?

Gabrielle abrió la boca para protestar. Pero después cayó en la cuenta de que no le estaba preguntando por su actitud frente a Ayla sino por la Cedric. 

—Yo tampoco le encuentro sentido. Pregúntale a él —dijo señalando a Cedric—. Parece saber más de demonios y maleficarum que todos los demás.

Cedric miró a Gabrielle como si hubiera visto un fantasma.

—No sé nada. Solo lo que he visto.

La visión del demonio de la cólera todavía era fresca en su memoria. Tanto como el fuego ardiendo en la capilla. Miró al gigante gris con expresión vacía.

—Para mí, Ayla no es prisionera. Desde luego no mi prisionera. Y disculpa si no acepto consejo de un Qunari sobre cómo tratar a magos.

Era la primera vez que veía a uno de la raza de  Tal'Vashoth pero había leído más que suficiente. Se encogió de hombros y se sentó en una roca con la mirada fija en Ayla.

—No soy qunari, ni te he dado consejo—dijo Tal'vashtoth mirando extrañado a Cedric, como si éste acabase de afirmar algo parecido a que los cerdos volaban—. Sarebaas es sarebaas. Y seguirá siéndolo aunque no quieras.

Apartó la vista para mirar otra vez a Gabrielle. Aunque se quedó unos instantes pensativo.

—Ella es Basalit-an—concluyó finalmente en algo que parecía un pensamiento en voz alta—. Si ella desconoce el motivo, entonces prefiero no saberlo.

Negó con la cabeza para si mismo y pareció perder el interés en la conversación. Más que nada porque se fué de vuelta hacia la caravana.

—Y careces de los conocimientos necesarios para interpretar lo que es has visto —le replicó Gabrielle a Cedric—. ¡Tal'vashoth, vuelve! Si Ayla despierta y monta jarana, prefiero tenerte aquí cerca. 

Desde luego no apostaba un cobre porque Cedric les ayudara si aquello se ponía feo. Incluso Trasus tenía más arrestos que él.

Cedric clavó una mirada triste en Gabrielle.

—No sé de lo que hablo, en eso estoy de acuerdo. Pero la Madre Bethel antes de morir me hizo prometer que ayudaría y protegería a Ayla. Tal vez ella fuera tan tonta como yo.

O quizá es de vosotros de quien me pedía que la protegiera.

—Pero hasta que sepa más, me fiaré de ella y respetaré su último deseo. Si me matan por ello, al menos habré hecho algo digno en mi vida.

Al menos digno a los ojos de Bethel, y eso importaba más que lo que dijera o pensara ninguno de aquellos extraños.

—¿Has pensado lo que implica proteger a Ayla? —preguntó a Cedric—. Supongamos, y que conste que dudo que suceda, pero es sabio estar abierto a todas las posibilidades, que al despertar, asustada, reacciona de forma hostil. Al contenerla, cabe la posibilidad de que resultara herida, o incluso muerta. Colijo, por tanto, que evitar esa respuesta es la mejor forma de protegerla.

Trasus ya había encontrado el camino para llevar sus posaderas al suelo, reposando con las piernas cruzadas. La caminata de ida, la emoción del encuentro con los engendros tenebrosos, la carrera tras Ayla, el desprendimiento y la caminata de vuelta lo habían cansado casi tanto como una noche con Édith. Descruzó las piernas y se abrazó las rodillas al pecho al recordar esa noche.

—Y repito que no creo que suceda —añadió, adoptando el tono de un abogado ante un jurado—. Pude hablar con ella, y la observé actuar. No es una maga de sangre embriagada y aun sedienta de poder, y creedme cuando os digo que he conocido a un número considerable de aquellos. Me inclino a considerar que sus acciones no obedecen un deseo de dañar o hacer mal. Creo que se mostrará razonable; pero todos sabemos que no es inofensiva.

Lo que Cedric quizá ignorara de la Madre Bethel, pensaba Gabby, es que era la heredera a un bannorn que había tomado los hábitos. Quizá había dejado atrás su legado, pero la educación cortesana no la había abandonado a ella. La Madre Bethel elegía sus palabras con el sumo cuidado que tendría una embajadora fereldena en la corte de la Emperatriz Celene. No tenía ni un pelo de tonta. Y la maga del Círculo dudaba mucho de que hubiera dicho la mitad de cosas que Cedric le atribuía.

—¿Fue eso lo que te dijo, exactamente? ¿Que la defendieras? ¿Te dijo de quién o cómo debías hacerlo o es ésa tu interpretación de sus palabras? 

En opinión de Gabby, Cedric no estaba respetando el último deseo de una mujer moribunda sino retorciéndolo a su antojo hasta dejarlo irreconocible. 

Alexei se había querido retirar de la discusión y esperar a que despertaran a Ayla, pero parecía que todo el mundo estaba empeñado en retrasar ese momento.

—Con todo el respeto del mundo, me pregunto si la madre Bethel conocía el historial de Ayla—dijo sentado desde la posición en la que estaba mirando a Cedric—. Porque cualquier persona con el con el corazón en su sitio, y seguro que ella lo tenía, no pondrías las estúpidas trabas que tú te dedicas a poner para saber la verdad.

El joven guerrero se apartó el pelo de la cara.

—¿También vas a protegerla si ella confiesa que es una asesina? Porque los demás hemos aceptado que detrás del camino de cadáveres que ha dejado han podido ocurrir otras cosas. Tú no. Aunque claro, ¿qué valor tiene la vida para alguien que es capaz de asesinar a sangre fría?

Cedric suspiró, cansado.

—Atarla es una buena forma de asegurarte de que despertará asustada. Si el miedo puede hacerla reaccionar de forma hostil, lo mejor es no asustarla.

Dudaba mucho que Ayla atacara, asustada o no, pero si tuviera uno de esas "crisis" parecía poco probable que una cuerda la detuviera. El día que la capilla explotó Ayla estaba muy débil, apenas consciente. La solución que proponía el hombre harapiento era tan efectiva como cobijarse de una tormenta de relámpagos bajo un escudo metálico, pero Cedric no tenía ganas de discutir. Tenía menos ganas todavía de recordar aquel día trágico en Nordale, de forma que ignoró la pregunta de Gabrielle. Pensaba guardar silencio, pero las palabras de Alexei fueron demasiado. No se levantó, ni alteró su tono, pero dirigió la mirada al guerrero rubio.

—¿Pongo trabas a la verdad? Desde el principio, en Nordale, dije todo lo que sabía sobre Ayla. Sin conoceros. Por supuesto yo no recibí la misma cortesía, ni tampoco la pedí.

El mismo Alexei se había tomado muchas libertades eligiendo el momento para revelar información relevante. El idiota del acordeón había hecho lo mismo. No le cabía duda de que el grupo seguía sabiendo más que él, pero lo aceptaba y, a decir verdad, no le importaba lo más mínimo.

—Os he ayudado a encontrarla. He luchado para que todos podamos tener las respuestas que merecemos. Y ya he dicho muchas veces que si Ayla es culpable, no me interpondré. La única diferencia es que yo quiero escuchar su versión antes de condenarla. Hasta entonces, me fio más de Bethel que de vuestra sed de venganza. 

Los que hablaban de cortarle la cabeza a la maga le acusaban de ser un asesino de sangre fría. Ese era él, capaz de manipular las palabras de una muerta para... ¿proteger a una chica inconsciente? Un monstruo. Al final no pudo evitar responder a Gabrielle, aunque lo hizo en voz baja y con la vista otra vez en Ayla.

—Bethel me dijo que la ayudara y protegiera. Que lleva una carga demasiado pesada para ella sola...— Que era mi oportunidad para cambiar de vida... —No tiene importancia. Si se equivocaba volveré al sur y podréis hacer justicia a vuestra manera. Nadie me necesita para eso.

Su mano derecha jugueteó con unos pequeños guijarros del suelo. Había sido mucho pedir que retrasaran el juicio hasta entonces.

—Agradezco los intentos de socializar con amigable conversación, pero no me ofenderé si esperamos a que la moribunda despierte en respetuoso silencio.

Cedric no tenía madera de filósofo natural. Era la viva imagen del profesor Marceau. Se había pasado la infancia con las narices apretadas contra los libros de la biblioteca de su familia, y desde que sus padres compraran su cátedra con una donación que provocó el derrumbamiento simultáneo de los cinco calzones que llevaban los seis miembros del consejo de gobierno, se había dedicado a regurgitar lo que había aprendido en esos días, ignorando que la filosofía natural hubiera avanzado quinientos años desde que fueron escritos, dejando atrás hipótesis como aquella que postulaba que Thedas era un disco plano en equilibrio sobre las espaldas de cuatro nugs, montados a su vez en un bronto que recorría los caminos de polvo estelar del cosmos. Y ningún argumento o evidencia era suficiente para arrancarle esas ideas.

La muchacha solo está inconsciente, dijo suspirando.

Estiró las piernas y dejó caer la espalda hasta estar tumbado. Cogió el bastón de Ayla y se entretuvo desenroscando el pomo que la maga había robado a la expedición.

Tal'vashoth se detuvo cuando Gabrielle lo llamó aunque se lo pensó unos segundos antes de volver sobre sus pasos.

—No tengo muy claro que algunos esteis de acuerdo con los métodos que yo conozco para detener a un sarebaas que... —hizo una pausa, extrañado ante el hecho de encontrarse con un término totalmente alienígena para él. De hecho hasta lo pronucnió con torpeza —... "monta jarana".

Lynn terminó por suspirar.

—De hecho está inconsciente por estar medio muerta—murmuró secándose los restos de humedad de la cara con una manga mientras se arrodillaba junto a Ayla y hacía un nuevo esfuerzo por concentrarse en una plegaria curativa.

—¿Entonces la vamos a atar o la vamos a dejar a su aire?—resumió Sarkee emitiendo un tintineo metálico al encogerse de hombros.

Trasus dobló el cuello con gran esfuerzo —le faltaba musculatura para levantar esa cabeza— y echó otro vistazo a Ayla. No le parecía que estuviera tan mal. Había visto a gente con peor aspecto después de las fiestas de Val Royeaux. Los había visto alzarse del lodo bajo el azote del sol del mediodía y arrastrar los pies hasta sus hogares, o al menos la taberna más cercana.

Decidió omitir que la muerte era un estado específico, como la vida. Nunca había sabido de nadie de quien se dijera que estaba medio vivo.

—Eso depende —respondió al a pregunta de Sarkee—. El chevalier de la armadura puntiaguda no va a dejar que os acerquéis a ella. ¿Se merece que le partáis la crisma por querer proteger a una muchacha inconsciente?

—¡Si voy a acabar carbonizada por andarnos con remilgos desde luego que le partiré algo más que la crisma! ¿O es que ahora la princesita está por encima de nuestra propia seguridad?—gruñó la enana—. Me da igual que esté inconsciente, a mí lo que me preocupa es qué hará cuando deje de estarlo.

Resopló.

—Por las barbas de Caridin, estamos hablando de atarle las manos para evitar desgracias, ¡no de partirle las piernas, empalarla en una estaca y comérnosla para cenar!