Partida Rol por web

¿Has intentado siquiera dedicarle un momento a pensarlo? -pensó Elspeth.

Aún afectada por lo que acaba de pasar, la elfa tampoco lo pensó. Mientras se enjugaba las lágrimas de los ojos trazó las lindes que le pedía el humano.

Cuando hubo terminado se limpió las lágrimas de los ojos.

-¿Algo así? -le preguntó con la voz rota.

El individo te mira con suspicacia, no del todo convencido de que hayas sido capaz de dar tan deprisa con una respuesta que a él se le antojaba imposible.

—Psí... —comenta recelosamente, mientras mide con una vara los tamaños de cada parcela—, algo así... Creo que esto me va a llevar un buen rato... ¿Qué te parece si entras en una de las casas y me sacas algo de comer y de beber para hacer menos pesado mi trabajo? En la que tú quieras, todas deberían estar bien surtidas. Después, si de verdad has trazado bien las lindes, te daré tu recompensa.

Elspeth desencajó tanto la mandíbula que parecía que fuera una anaconda a punto de tragarse a un bisonte. ¿Ese humano se creía que era su criada?

¿Qué diantres se suponía que medía esa prueba? ¿La capacidad de humillación del candidato? 

-No pienso ir a servirte la comida como si fuera tu sirvienta. Ya te he ayudado suficiente trazando tus estúpidas lindes, no necesito tu recompensa -dijo, alejándose de allí a grandes zancadas.

Mientras te alejas con paso vivo y airado no reparas en que el maleducado humano se transforma en el viejo Par-Salian y su granja se desdibuja para convertirse en la Torre de Alta Hechicería.

Ajena a todo esto, no tardas en dejar atrás los campos de labranza devenidos en fortaleza arcana e internarte en el bosque de Wayreth. Durante horas caminas por él pensando que en cualquier momento el Cónclave te hará aparecer en otro escenario pero no es así. Agotada, te sientas en el suelo a comer algo mientras Owyn se posa en una rama cercana.

Mires hacia donde mires solo hay árboles y te sientes irremisiblemente perdida. Esto ya no tiene ninguna gracia. Si hubieras fallado tu Prueba estarías muerta, ¿no? ¿Hasta cuándo piensan tenerte así? Esos magos arrogantes no tienen ningún derecho a tenerte aquí "encerrada"...

Elspeth rasgó la tranquilidad del Bosque de Wayreth con un grito desesperado. Se lanzó de bruces en el suelo y agarrándose el estómago clamó a los cuatro vientos:

-¿Qué más queréis de mi? ¡Os lo he dado todo! -se quejó-. ¡Mi ingenio, mi dignidad, mis conocimientos, mi empatía, mi corazón, mi alma, mi vida!

La elfa golpeó el puño en la tierra, haciéndose daño. Lloró entrecortadamente, sacudiendo los hombros, siendo consciente que buena parte de su dolor venía de lo que le había contado Lairon. Agarró un puñado de tierra y, tendiéndose en el suelo formando un ovillo volvió a murmurar:

-¿Qué más queréis de mi?

El silencio que responde a tu pregunta es más cruel que cualquier contestación que pudieras recibir. Estás fuera de la Torre y estás sola. Todavía tienes a Owyn y tu magia, ¿pero qué futuro te espera? Estás perdida e incluso aunque lograras llegar hasta alguna de las ciudades de los qualinestis, el fracaso de tu Prueba significa que has alcanzado ya el tu punto álgido de tu carrera como maga. Cualquier progreso posterior te convertiría en una renegada y el Cónclave sin duda mandaría asesinos tras de ti.

Te pasas la noche en vela, tratando de entender qué es lo que no has hecho bien, en qué han podido los organizadores de la Prueba encontrarte indigna. Y lo peor es que por primera vez en tu vida no tienes una respuesta que dar. ¿Merece la pena vivir así?

Te quedas allí, al pie del árbol, durante todo el día siguiente y toda noche con la secreta esperanza de que alguien llegue corriendo a decirte que todo ha sido un malentendido y que debes regresar a la Torre de Wayreth, que has pasado la Prueba. Después, cuando ves que tus provisiones comienzan a escasear y que el agua de tus odres no durará mucho más, no te queda más remedio que elegir entre marcharte de allí o dejarte morir donde estás.

Los magos de Alta Hechicería no iban a responder a su llamado, su silencio lo había dejado bien claro. Quizá en otro momento una hija de la Casa de la Mística habría tomado aquello como un fracaso y se habrían arrastrado, suplicando interiormente la muerte que no podían desear abiertamente por los tabúes sociales, para no afrontar el deshonor, pero Elspeth estaba por encima de aquello. Si no apreciaban su talento, se convertiría en una Renegada. 

Esa era su esencia -decidió. Preferiría morir siendo aquella en quien creía que plegarse a una tradición estúpida e inane, que hacía tiempo que debía ser abolida.

Elspeth decidió salir del bosque antes que morir allí.

Caminas, caminas dejando a tu izquierda al sol durante la mañana y a tu derecha por la tarde. Caminas hacia el sur con la esperanza de poder escapar de este maldito bosque, de Wayreth y también de Qualinesti. Paras lo imprescindible para rellenar un poco tu cantimplora en algún charco poco profundo y desinfectarla con las pastillas que llevas contigo. ¡Qué formidable momento de presciencia fue comprar aquellas pastillas!

La comida se te acaba en algún momento de tu viaje y te ves obligada a forrajear. Tienes suerte, estás familiarizada con la mayoría de las plantas y sabes distinguir entre las venenosas y las comestibles. Enfermar ahora sería tu final.

Al cabo de tres días con sus tres noches llegas hasta una pequeña villa humana situada en las Kharolis. Recuerdas haber estado allí hace tres años cuando el exilio os obligó a marcharos de Silvanesti y buscar refugio con vuestros primos occidentales, los elfos qualinesti. Después la guerra llegó hasta allí y tuvisteis que huir más al oeste, hasta Ergoth.

En la población tienen problación tienen problemas con los goblins, pero tú tienes tus propios problemas. Solo quieres algo de comida caliente, una cama no demasiado dura y que te dejen tranquila. Las tres cosas las obtienes allí, en Pensdale, los siguientes dos días pero al tercero...

Estás sentada en el estrecho escritorio de tu dormitorio, en la posada del Cisne Blanco, cuando alguien abre de golpe la puerta.

Al otro lado hay una figura vestida con una túnica blanca con hilos de plata. La reconoces al instante, es tu mentora, siempre tan perfecta, siempre tan distante... Pero hoy no, esta vez no, esta vez jurarías que parece alterada. Nunca la habías visto así.

—¡Bendito sea Solinari, al fin te encuentro! —exclama, corriendo hacia ti de una forma poco decorosa e impropia de ella. Por un momento temes que te vaya a abrazar pero no lo hace. No sabrías qué hacer si te abrazara. La conoces desde hace décadas y jamás se ha mostrado cercana—. El Cónclave me envía con un mensaje para ti.

Elspeth había estando investigando un nuevo conjuro durante su estancia en el Cisne Blanco. Era la primera vez que se atrevía a tratar de domeñar un conjuro de la tercera esfera, y lo cierto es que estaba teniendo progresos constantes pese a la dificultad que entrañaba su superior complejidad. Sobre todo, la había ayudado a mantener la cabeza ocupada en otra cosa. Lo que había pasado en la Prueba, o lo que todavía estaba pasando, era demasiado amargo y confuso. Después del exabrupto nacido del dolor y la incertidumbre por lo que estaba pasando en Silvanost, se había calmado y analizado las cosas con frialdad. Quizá todo aquello también formaba parte de la prueba pues, de lo contrario, le habrían notificado su fracaso. Al menos deberían haberle reunido frente a los tres Maestros de las Órdenes y le habrían echado de Wayreth. El silencio parecía indicar que la prueba seguía, y que ahora estaban valorando si era capaz de sobrevivir ella sola en la intemperie. Esperaba que el uso de las tabletas alquímicas para purificar el agua, y su conocimiento de bayas y setas comestibles, demostrara al Cónclave que era muy capaz. Tal vez, pensó, también era una prueba de voluntad, de ver si era seguir capaz de seguir adelante cuando todo parecía perdido, pero, conforme avanzaban los días, la sombra de la duda volvió a aparecer en los bordes de su disciplina.

La voz que la llamó desde la entrada rompió su concentración y le devolvió al caótico mundo de inseguridades. Levantó la pluma del grimorio y miró con irritación para ver quién había interrumpido sus estudios, pero era su Maestra de la Casa de la Mística, con un mensaje del Cónclave. El corazón empezó a martillearle con fuerza en el pecho, pero esta vez hizo acopio de voluntad y trató de dar una respuesta menos emocional.

Devolvió su vista al grimorio y siguió escribiendo con trazo firme. ¿Ahora envían a magos de Alta Hechicería a hacer las labores de un cartero? -pensó con ironía.

-¿Qué mensaje es ése, Maestra Dülcimer? -preguntó transcurridos unos segundos, en tono sosegado.

—Lamento decirte que, tras reunirse, el Cónclave ha dictaminado tu falta de idoneidad para ingresar en nuestra hermandad. Deberías haber muerto durante la Prueba pero muchos hemos hablado en tu favor y, por primera vez en la historia, la pena capital a un postulante que no supera su Prueba ha sido revocada tras una reñida votación entre los dirigentes de las tres Órdenes.

»Aguarda, no me des las gracias todavía. Hay algunos que no se sienten complacidos con este cambio en las tradiciones. Confieso que yo misma me siento incómoda por haber sido en parte responsable de quebrantar un mandamiento que existe desde que los Tres Magos Fundadores crearon las Órdenes de Alta Hechicería a raíz de la Segunda Guerra de los Dragones, hace tres mil años.

»Han enviado a alguien para matarte, lo he visto en mis visiones proféticas pero no puedo decirte quién será. Debes estar preparada en todo momento para recibir al asesino y no debes confiar en nadie, porque nadie vendrá a protegerte. Estás sola, Elspeth. Yo únicamente estoy aquí para comunicarte la decisión del Cónclave, para prevenirte sobre lo que te aguarda y para entregarte algo que Par-Salian en persona me ha dado para ti.

De una bolsa de contención extrae un cofre translúcido hecho de energía arcana. Hay algo en su interior aunque no se ve qué es. Un candado de combinación de gran calidad con cinco ruletas numeradas del 0 al 9 mantiene cerrada la tapa del pequeño baúl. Cien mil combinaciones posibles.

—Yo tampoco sé lo que hay dentro —confiesa tu mentora, al ver el modo en que examinas el cofrecillo—, pero Par-Salian ha dicho que quizá tú sí sabrías cómo abrirlo. Ahora debo irme. Y recuerda, prepárate para el duelo arcano. No puedo decirte cuándo aparecerá ese asesino, pero sé que será pronto. Buena suerte, Elspeth, ojalá las cosas hubieran sido de otra manera.

La pluma se detuvo un momento mientras su dueña escuchaba la enrevesada historia de su Maestra. Sonrió para sus adentros, pero su rostro no mostró emoción alguna.

¿De verdad os creéis que me voy a tragar que ibais a abandonar vuestras tradiciones centenarias por alguien tan insignificante como yo? -se preguntó la elfa silvanesti-. La mentira es muy conveniente, pero no me lo trago. Esto significa que aún estoy en la Prueba, y que ellos quieren que crea que no lo estoy. Probablemente me hayan hecho dar vueltas en círculo por el Bosque de Wayreth durante todo este tiempo para minar mi resolución.

Se detuvo un momento, secó la pluma y colocó papel de secado sobre la página del grimorio en la que había estado escribiendo. Por fin, dejó de hacer lo que estaba haciendo para examinar el cofre que le había traído su Maestra, en busca de alguna pista de Par-Salian de cómo hallar la combinación.

-Gracias, Maestra Dülcimer. Lamento haberos fallado, y causado tantas molestias -mintió Elspeth en un tono ausente.

Si querían que pensase que había fallado la Prueba les seguiría el juego, pero su mente ya estaba trabajando en superar la próxima parte de la prueba: abrir el cofre y vencer el duelo contra el misterioso asesino. Se jugaría los aceros que tenía en el bolsillo a que conocería personalmente a aquel sicario y que el encuentro le partiría el corazón.

Esperas a quedarte sola nuevamente en tu habitación de la posada antes de examinar el cofre translúcido. Es pequeño, algo mayor que un palmo en su lado más largo y la mitad en el más corto. Por más vueltas que le das, no ves que haya grabada ninguna inscripción de ningún tipo, ni pista alguna que haga referencia al modo de abrirlo o su contenido. Lo único que tienes es ese maldito candado con cien mil potenciales combinaciones.

Aunque es innecesario, un sencillo conjuro de detectar magia te confirma que tanto el pequeño baúl como su candado son mágicos y sosprechas que no podrás abrirlo por la fuerza, ni por medio de conjuros convencionales de apertura, aun en el supuesto de que pudieras hacerte con uno de ellos.

Parece que es solo cuestión de tiempo y perseverancia que encuentres la combinación correcta. La pregunta ahora es: ¿te dará el sicario enviado contra ti ese tiempo?

¿Cómo iba a abrir el cofre si Par-Salian no sólo no le había dado una pista, sino que había protegido caja y candado con conjuros para evitar que se abriera mágicamente?

A menos que esperase que estallase el candado.

El conjuro no funcionaba contra objetos mágicos, eso lo sabía. Pero el detectar magia podría haber revelado la existencia de un conjuro protector en un candado completamente convencional. Era un gambito arriesgado utilizar uno de sus conjuros más poderosos en algo que podía funcionar o no, pero no se le ocurría otra manera de abrir el cofre. Tardaría mucho en acertar la combinación, y si el asesino llegaba antes, perdería la baza de lo que fuera que Par-Salian le había hecho llegar. 

Elspeth rezó una plegaria a Solinari porque su intuición hubiera sido acertada. Bloqueó la puerta con una silla y preparó los conjuros para aquel día.

Haces uso de uno de tus más poderosos conjuros con la esperanza de hacer estallar con él el candado que cierra la caja. Oyes algo haciéndose añicos pero no es en el exterior de la misma, sino dentro. Parece que tu hechizo ha dañado lo que quiera que Par-Salian haya enviado para ti. Tampoco es que importe demasiado si no puedes abrir su contenedor.

Siguiendo el consejo de tu mentora, atrancas la puerta, preparas los conjuros más efectivos que consideras para un duelo arcano y te sumes en un descanso inquieto. Un descanso que toca a su fin a las pocas horas, cuando te incorporas sobresaltada de tu lecho al oír el chirrido que provoca la ventana de tu dormitorio abriéndose hacia el exterior. Estás en una segunda planta y tienes el convencimiento de haber asegurado los postigos antes de acostarte, de modo que no tienes dudas de que quienquiera que esté allí no lo está por casualidad.

Con el corazón palpitándole a gran velocidad en el pecho, Elspeth se levantó con rapidez de la cama y cruzó su dormitorio para esconderse, acuclillada, tras un aparador. Trató de prepararse para el combate lanzando un conjuro tras otro en rápida sucesión.

Saltas de la cama y ruedas por el suelo en el mismo momento en que el desconocido entra adentra en la habitación, arrastrándose, tras haber trepado como una salamandra por la pared exterior. Su largo pelo castaño rojizo le cubre el rostro y tú aprovechas esos primeros instantes para parapetarte tras la voluminosa cómoda.

La menuda silueta del recién llegado se recorta contra la pálida luz de las lunas que se cuela a través de tu ventana, ahora abierta. Te dispones a lanzar un conjuro de ilusión que lo confunda pero, antes de que tengas ocasión de hacerlo, éste se te adelanta. Escuchas claramente su voz, dulce y algo aniñada, recitando con una voz suave y segura las palabras de un sortilegio que reconoces al instante.

Una lengua de fuego brota de sus blancas manos, extendidas en dirección al lecho que acabas de desocupar, prediendo fuego a la ropa de cama. A la luz del pequeño incendio, puedes apreciar los rasgos infantiles de la asesina que el Cónclave a mandado contra ti, una jovencísima humana a la que no has visto en tu vida y que parece haber dejado atrás hace muy poco su primera menstruación, si es que la ha pasado ya.

En cualquier caso, parece decidida a acabar contigo y furiosa consigo mismo al descubrir que ha malgastado uno de sus conjuros atacando impulsivamente un lecho vacío.

La humana había aprendido a crear y arrojar fuego, y Elspeth apostaba a que no era una montañesa experta, sino que había trepado por la pared de la posada con un conjuro de trepar cual arácnido. Pese a todo, Elspeth se sentía segura. No sólo le había hecho malgastar un sortilegio ofensivo, si no que la asesina había demostrado la impulsividad típica de los humanos. Parecía ignorarlo todo respecto a sabios conjuros de estrategia en contra de un oponente inteligente, o los detalles de qué hacían la mayoría de los conjuros de los magos; o cómo se podía mejorar el rendimiento de un conjuro mediente el uso de otro; o...  

Elspeth sacó con fluidez un pergamino de leyó con una tranquilidad engañosa su contenido:

-Ast menciptakan halimun dumak... -y el mundo en torno a la humana se rodeó de oscuridad mágica que la dejó virtualmente ciega.

El siguiente paso en su estrategia: un conjuro que le permitiera ver en la oscuridad mágica, una primera victoria en pos de la definitiva.

En respuesta a tu sortilegio, una niebla densa comienza a formarse en la reducida habitación cubriéndolo todo rápidamente y ocultándote de los ojos de tu impulsiva enemiga.

—Maldita orejas picudas, puedes esconderte pero no puedes escapar de mí —te llega la voz de la asesina desde algún lugar de la estancia, amortiguada y distorsionada levemente por la bruma.

A continuación, reconoces las palabras de su siguiente sortilegio y te estremeces temiendo que tal vez la neblina no pueda ocultarte del siguiente ataque que se avecina.

La maga no respondió a los insultos ni a las amenazas de la humana: ella trataba de mantener la cabeza fría y concentrarse en la parte táctica del combate, y eso incluía identificar los hechizos de su rival. Ella tenía la ventaja de haber conjurado más deprisa, de modo que la victoria de la elfa pasaba por responder de la mejor forma posible a sus ataques hasta poder ganar la iniciativa. La asesina había lanzado un conjuro de Impacto verdadero, de modo que Elspeth dedujo que lo siguiente que venía era algún tipo de conjuro de ataque que tuviera que arrojar sobre su persona... y acertar. De modo que alzó su varita y activó un escudo mágico para desviarlo en el caso de que pudiera encontrarla. 

Hecho aquello, se alejó en silencio de donde la había escuchado por última vez.