Partida Rol por web

Tareth, muy debilitado, decidió apartarse del combate por un momento, pues necesitaba de la curación de su cinturón. Por ello, se alejó treinta pies del dragón y solo entonces activó el poder de sanación del mismo. Sus heridas comenzaron a cerrarse de inmediato y aunque no se recuperó del todo, si estaba listo para un nuevo embite contra aquella bestia de colosal tamaño.

Evadiéndose con asombrosa rapidez, el monje retrocede a toda prisa de su atacante. Una vez que se encuentra a una distancia más que prudencial de sus garras y colmillos, hace uso del cinturón curativo que lleva a la cintura para reparar por completo su castigado cuerpo.

En cualquier caso, cada vez parece más difícil que os alcéis con la victoria sobre vuestro temible enemigo. Habéis conseguido el nada desdeñable logro de enfrentaros a un dragón e incluso habéis logrado herirlo, pero no sois suficientes. Ni la magia divina, ni la arcana parecen suficientes para equilibrar la desigual balanza.

Os faltan Lormaen y Lithiniel en este encuentro decisivo y ni ha llegado la esperada ayuda de Gwyn, ni estáis seguros de que Nalvius haya conseguido el medallón, suponiendo que no haya salido huyendo. Tal vez eso sea lo que debéis hacer todos, aunque teméis que uno y varios de vosotros quedaréis en el camino cubriendo la retirada de los demás.

Elspeth no consigue hacerse con el control de los aterrorizados hipogrifos que ha convocado, ni su ilusorio dragón Dorado ha engañado a vuestro enemigo, así que tampoco podéis contar con que ella solucionará esta difícil situación. El triunfo parece depender una vez más de lo que hagáis los combatientes.

El guerrero estaba al límite de sus fuerzas, su entrenamiento le permitía seguir luchando incluso cuando a cualquier persona hubiese desfallecido en su misma situación. Por ello, viendo que sus compañeros se retiraban para activar esos extraños cinturones, Ghïlmeril, sabiendo que no iban a cumplir su misión le gritó a sus protegidos diciendo:

-¡Elspeth! ¡Nalvius! ¡retiraos a un lugar seguro! ¡yo lo mantendré ocupado! -ella y Nalvius eran su única responsabilidad y aunque el resto de esos malditos kirath también aprovechasen la ocasión, le gritó a Tareth diciendo- ¡Tuerto! ¡si sales de esta atraviesa con ese espadón tuyo al elfo obeso! ¡nos ha vuelto a abandonar como la rata cobarde que es! -exclamó sabiendo que él no iba a salir de esa, pues con su pesada armadura apenas podía correr por lo que lo mejor sería darle tiempo a sus protegidos.

Aquello había sido un maldito caos, las bestias conjuradas por algún motivo no fueron elegidas por Nalvius para quitarles el miedo, pues la actuación del clérigo había estado a la altura de Gwyn, lo cual es un insulto a todas luces. Por otro lado, la semihumana demostraba que para lo único que valía era para dar "animitos" a su amante, del explorador rechoncho no merecía la pena ni hablar, tan sólo Elspeth y los luchadores cuerpo a cuerpo habían cumplido su parte, pero cuatro contra un dragón no hacen nada...

Así pues, con el arrojo que sólo tienen aquellos que saben que van a morir y lo aceptan de buen grado, el valeroso alto elfo acometió de nuevo al dragón, haciendo un profundo corte con aquella arma con la que cada vez sentía más sintonía, pero por desgracia su tiempo juntos se acababa; no obstante, lo haría de la mejor forma, luchando, defendiendo a aquellos a los que le designaron proteger e intentando cumplir una misión vital para el futuro de la nación... Sin duda los dioses estarían orgullosos de él y Kiri-Jolith lo acogería con gusto en su seno.

Ay no, se los está comiendo a todos! pensó el rechoncho kirath cuando terminó su oración y vio la carnicería que el dragón estaba haciendo con sus compañeros. A su amigo Tareth lo había vuelto a golpear, Métete con uno de tu tamaño, lo desafió en silencio, enfadado por la desventaja del combate, aunque a decir verdad eran ellos los que se metían con el dragón. 

El monje retrocedió, huyendo cuando casi estaban a punto de derrotar a la bestia, Mira cómo grita, seguro ya está por morir y te vas ahora?, se tentó de gritarle pero eso hubiese delatado su posición. Ghilmeril, en cambio, demostró ser valiente, Al menos no me golpea sólo a mi, pensó al verlo atacar con decisión al gigantesco reptil a pesar de que se estaba desangrando. El soldado seguía ensañado con él y pidió por su muerte, pero eso no lo preocupaba demasiado, tenían que sobrevivir para matarlo y de momento nadie salvo Nalvius y Elspeth iban a salir con vida de allí, aunque sin el medallón. El plan era un completo fracaso, a menos que él hiciese algo al respecto.

Conduce esta hoja al corazón de esta lagartija, juntos podremos acabar con ella, le habló a su dios en su mente con ánimo renovado, Y tú, mi bella Drielae, no te vayas de mi lado. Entonces se lanzó a la carrera, sus pasos se aceleraban segundo a segundo, la espada de Ghilmeril lo seguía sin despegarse de su mano y sus ojos buscaban un hueco entre las escamas verdes. Todo fue muy rápido, el filo mágico del arma élfica encontró por dónde insertarse en la carne del reptil, pocos en toda su vida veían un dragón, menos aún se atrevían a atacarlo y casi nadie lograba herirlo, pero Gwyn había logrado todas esas hazañas de un sólo golpe, tan sólo le faltaba vencerlo y sobrevivir, pero ya se encargaría de eso más adelante.

Mientras la sangre empapaba el acero, su cuerpo empezó a materializarse, quedando expuesto a la ira del dragón. Entonces Gwyn se volteó hacia el soldado que no dejaba de maldecirlo - Ya deja de gritar tonterías y ayúdame a matarlo de una vez -

Con el monje retirándose a toda prisa, Ghïlmeril se convierte en el único guerrero enfrentando cara a cara al dragón. Tareth, que acosa la retaguardia de la bestia, también ha comenzado a replegarse abandonando así a su suerte al veterano de la Protectoría. La voz no le tiembla al esforzado espadachín cuando reclama la ejecución de Gwyndrahir, pero sí lo hace su mano cuando trata de acuchillar al dragón. Es este instante de duda, o quizá la inesperada aparición de Gwyn, la que le hace fallar el golpe.

En efecto y contra todo pronóstico, el rechoncho kirath acude al lado de Ghïlmeril en su momento de mayor soledad, empuñando precisamente la espada que el soldado le prestó. Lazándose a la carga contra el dragón y hunde la espada encantada de Ghïlmeril hasta la empuñadura en el cuerpo del sorprendido reptil.

Tareth aprovecha la distracción creada por Gwyn para alejarse cuanto puede de los azotes de la temible cola del dragón Verde, de modo que pueda usar la magia de su cinturón curativo para regresar al combate con renovadas fuerzas.

Desde el único pasillo que da acceso al gran salón de audiencias, Ashe dispara una segunda flecha que hace diana nuevamente en el ala herida del dragón, inutilizándola por completo y asegurando así que no pueda perseguiros durante un tiempo si tratáis de escapar de Silvanost. La bestia ruge en su agonía, con la extremidad completamente desgarrada y escarchada.

Los recientes ataques de los que está siendo víctima, hacen que el dragón redoble sus esfuerzos por acabar con vosotros. Ashe, Tareth y Zeverúth se encuentran fuera de su alcance, pero no la pareja de antagonistas que tiene delante. De un poderoso zarpazo, lanza a Ghïlmeril rodando por el suelo; cualquier otro habría quedado allí tendido, pero el espadachín todavía junta la fuerza de voluntad como para seguir consciente a duras penas. Gwyn no corre mejor suerte, cuando los colmillos del dragón atraviesan su armadura de cuero como si fuera de trapo, perforando su cuerpo desde todas direcciones y haciéndole sangrar como un cerdo. Solo su considerable peso impide que el dragón lo levante en el aire y se lo trague de una sola dentellada.

Tareth observó cómo Ghïlmeril era goleado con dureza. El pobre elfo de la protectoria estaba en las últimas. Le sorprendió que Gwyn apareciera. Tarde, pero al menos lo había intentado y por suerte había tenido éxito. Los dientes del dragón sin embargo, no habían tenido misericordia con él. 

Tareth no se lo pensó mucho y cargó contra el dragón aprovechando para volver a flanquearle, está esa vez con Gwyn. A lograba atravesar su defensa y clavar la dragonlance, podían tener una oportunidad de victoria. De lo contrario... Sería muy difícil.

- ¡No desfallezcáis, ya casi le tenemos! - Gritó el guerrero arcano. - ¡Nalvius, si alguna vez tuviste aprecio por alguno de nosotros ayuda a Ghïlmeril!

Como se temía, aquel bardo no era más que otro bastardo con mando y altos cargos en la intrincada rana política de Silvanesti, sin honra ni valor. Una verdadera decepción. Lo mismo que Elspeth. Les habían dejado solos ante el peligro.

Nalvius no daba señales de vida, ni la maga tampoco, salvo por sus apariciones que habían sido totalmente inútiles. No podían saber si habían huido aterrados o intentaban seguir con el plan, o si lo habían conseguido ya y los habían abandonado para asegurarse una escapada segura. Todo era posible, pero el monje aún tenía esperanza. Si empezaba a desconfiar, todo se vendría abajo, y esta vez el objetivo eran tan grande y tan puro que no podía permitirse ningún fallo. 

La valentía del soldado y de Gwyn le conmovieron, ninguno de ellos había huido, estaban siguiendo el plan hasta las últimas consecuencias. La flecha helada de Ashe confirmó lo que pensaba, había que seguir, todos lo estaban haciendo.

Avanzó rápido hacia el dragón y cargó contra él con todas sus fuerzas, repartiendo golpes con su soris allá donde creía que haría más daño. La voz del tuerto le animaba también, y llevaba razón, ya quedaba poco.

- Vamos, ¡podemos conseguirlo! - su voz se unió a la de Tareth para infundir ánimos.

La acometida de Zeverúth no consigue superar tampoco en esta ocasión las defensas del enorme dragón, pero sí obligarle a soltar a Gwyn para hacer frente a la retornada amenaza que supone el restablecido monje.

Sin atreverse a socorrer ni a Ghïlmeril ni a Gwyn por la cercanía de ambos al dragón, Nalvius se aproxima entonces a Tareth sin que éste pueda verle. El clérigo de Astarin usa entonces su magia sanadora, decidido a aliviar los dolores del portador de la Dragonlance entendiendo que vuestras esperanzas de victoria descansan en él.

Las criaturas que ha convocado Elspeth no os están ayudando en lo más mínimo y la propia Túnica Blanca tampoco parece que pueda hacer nada por vosotros después de haber agotado su magia. Ella sabe, tan bien como vosotros, que cualquier ataque al dragón disipará el manto de invisibilidad que la oculta a sus ojos.

El guerrero se sorprendió al ver al maldito Gwyn a su lado, si el kirath hubiese aparecido desde el minuto uno, quizás ahora el que estaría al borde de la muerte sería el dragón, pero no, el explorador tenía que hacer de las suyas y saltarse el plan como era obvio...

No obstante, un atisbo de esperanza se dibujó en sus ojos cuando vio que las laceraciones de Tareth menguaban mágicamente "¡Nalvius!" pensó para sí animado. Así pues, en vez de volver a atacar a su enemigo como era su intención, se retiró lo suficiente como para que Nalvius pudiera curarle y de esta forma, con energías repuestas acometer al dragón durante algo más de tiempo de lo que lo habría hecho si continuaba allí.

- Si, lo logramos!- gritó victorioso al contemplar cómo el dragón acusaba el dolor de la hoja clavada en su carne, pero la alegría se esfumó en un segundo. No entendía cómo, pero toda la habitación daba vueltas y se sacudía arbitrariamente hasta marearlo, todo se había puesto patas para arriba, y comenzó a sentir húmedo su cuerpo. No me he orinado otra vez, o si?, pensó antes de descubrir que era su propia sangre la que empapaba sus ropas. Recién entonces el dolor de sus heridas recorrió su cuerpo, los filosos colmillos del dragón habían llegado hasta sus huesos, tenía heridas por todos lados y pronto se convertiría en el almuerzo del malhumorado reptil.

De repente lo escupió y el kirath cayó al piso, aún respirando. Gwyn pensaba que el haber sumergido sus pantalones en el pantano, el no haber limpiado el vómito del buitre de su armadura y el llevar en su bolso animales muertos y comida podrida, hicieron que el asco pudiese más que el hambre y el dragón prefiriese comerse a otro. Gracias, te debo una!, en su interior estaba convencido de a quién debía agradecer por seguir respirando.

El soldado de la Protectoría no tuvo mejor suerte, si seguía en pie era tan sólo por su propia voluntad. Tareth en cambio sí parecía bendecido por los dioses, el sacrificio del rechoncho kirath le dio tiempo a su tuerto amigo a esquivar la enorme cola verde y puntiaguda, y parecía recuperarse a una velocidad asombrosa, con intenciones de volver a atacar. El monje, tal vez al ver el valor que sus compañeros mostraban, se arrepintió de huir y avanzó rápidamente hacia el dragón, dando golpes al aire pero animando a los demás a continuar el combate. Ni el moribundo Ghilmeril ni el malherido kirath quedaron convencidos, si no me muevo estoy muerto.

Satisfecho de haber cumplido con su parte del plan y de haber hecho algo por lo cual su nombre sería recordado en la historia, ahora tan sólo le faltaba hacer tres cosas, llevarse el medallón, sobrevivir y matar al dragón, el orden en que las hiciera se volvió secundario para él. Mientras se incorporaba vio que Tareth se abalanzaba nuevamente hacia el gigantesco oponente empuñando la lanza legendaria. Viene a salvarme! pensó, mientras su cuerpo le dolía como nunca antes. Codo a codo, amigo! Entonces, de inmediato volteó su rostro hacia uno de los ventanales a la derecha de la sala - Ahora! Arrójale la lanza sagrada de la mortífera luz blanca, no puede verte y está distraído, es ahora o nunca, mátalo como Lord Erithalas nos ordenó y vayamos a que el Señor de Silvanost nos recompense! - gritó como si hubiese realmente alguien allí.

Entonces, mientras su voz apuntaba a la pared, invitando al dragón a que hiciese lo mismo y diese la espalda al tuerto que realmente portaba la lanza que lo mataría, su cuerpo se movió en otra dirección, esquivando sus gigantescas piernas, para evitar que su cola o sus garras lo hiriesen. No me comerá de nuevo, pero aún puede despedezarme. Ponerse detrás del dorado dragoncito era algo que desde el principio quiso hacer, aunque ya no era para sacarle las escamas sino para ocultarse de su feroz primo verdoso.

El moribundo Ghïlmeril trata de alejarse de la batalla, buscando la involuntaria protección que Zeverúth pueda brindarle y confiando en que Nalvius no haya huido del salón de audiencias y pueda acudir en su auxilio.

Entretanto, Gwyn trata de crear una distracción con la que engañar al dragón Verde que a punto a estado de tragárselo de un bocado. Señala hacia uno de los grandes ventanales con las vidrieras rotas e intenta escabullirse detrás del ilusiorio Dorado creado por Elspeth.

—¿Te burlas de mí, criatura putrefacta? —pregunta colérico el wyrm Verde, sin dejar de mirar cómo el rechoncho kirath gatea lastimosamente por el suelo para encogerse tras la voluminosa figura de escamas doradas—. Si te devorase, enfermaría, pero igualmente te mataré el primero por el poco respeto que me has demostrado.

Colérica, la bestia se incorpora en toda su envergadura sobre sus poderosas patas traseras, alzando su cabeza cuatro metros y medio por encima del suelo.

En un intento demasiado precipitado por aprovechar la distracción creada por Gwyn, Tareth carga contra su enemigo tratando de atravesarlo con la Dragonlance. El torpe golpe solo logra que la legendaria lanza encantada arañe varias escamas del lomo, pero sin lograr perforarlas.

La arquera semihumana ve su ocasión en la voluminosa diana que ofrece el wyrm al incorporarse y dispara tres saetas en una velocísima sucesión. Una de ellas rebota inofensiva contra el pecho del dragón, pero las dos restantes consiguen clavarse en su carne haciendo que una escarcha sobrenatural se extienda por las zonas impactadas.

Los ataques de los kirath solo consiguen enfadar más al malherido reptil, que exhala su corrosivo aliento sobre el Dorado y el encogido Gwyn que se esconde detrás. Una nube de gas venenoso que se extiende más de una docena de metros rodea rápidamente a las dos figuras.

A punto estuvo de dejar que le dragón cumpliese su palabra y matase a Gwyn, pero en el último instante recordando las palabras de aliento del tuerto, cambió de opinión y atacó una vez más.

Aquella bestia no daba muestras de morir pronto, y esto se estaba convirtiendo en un sinsentido, si Tareth no conseguía dejarlo medio muerto cuando lo atacase, se replegaría con su amante y escaparía de allí como pudiese, y difícilmente cambiaría de opinión. 

Ese maldito clérigo no les mandaba ninguna señal de que hubiese logrado su cometido, y los hipogrifos corrían desbocados representando la locura y desorganización que ellos mismos tenían en su grupo. 

La mentira de Gwyn logró distraer al dragón, pero como tantas otras cosas que se propuso el rechoncho kirath, el resultado no fue el que esperaba. El gigante verde miró hacia dónde él quiso que viera, y eso le permitió alejarse, también permitió que Tareth atacase por la espalda y le dio algo de tiempo a los demás. Pero no contaba conque la bestia se diese cuenta de su travesura tan pronto y mucho menos que se ensañara con él de esa manera - Vamos, no te pongas así, fue una broma nada más! - dijo mientras gateaba por el piso. Pero ni sus palabras lo calmaron ni el pequeño dragón dorado le sirvió de escudo al rechoncho kirath, que en menos de un suspiro, se vio envuelto en una nube verde y corrosiva.¹

Viendo que no era buena idea quedarse ahí, rodó sobre su panza ensangrentada con una velocidad que sólo el deseo de vivir podía darle y esquivó el denso vapor que comenzó a derretir el piso justo en el lugar en el que estaba. - Uff, eso estuvo cerca - Ahora te debo otra más, pensó.

Tareth vio con horror como una bocana de has corrosivo surgió de las fauces del dragón en dirección al gordo y pequeño kiriath que tanto quebraderos de cabeza les había ocasionado. Todo parecía perdido para Gwyndrahir que habría muerto como vivió, huyendo del combate, pero no murió. Rodó de forma imposible escapando de aquella muerte segura y contra todo pronóstico.

- Electrum... - Pronunció de nuevo el corto conjuro que imbuiría a la lanza de energía eléctrica.

Fue entonces cuando Tareth aprovechó para clavar la dragonlance muy profundo en el cuerpo de aquel monstruo alado. Sintió como atravesaba escamas, piel y músculo y un chorro de sangre draconiana le salpicó de lleno. La muerte de aquella criatura estaba cada vez más cerca y si los astros les eran favorables, podrían ver la luz de un nuevo amanecer, con la victoria de su lado.

- ¡Nalvius, por Astrain, cura a Ghïlmeril, le necesitamos en combate! - Alzó la voz el tuerto.

- ¡Ghïlmeril es nuestra oportunidad! - Gritó Tareth. - ¡Haz que la Protectoria esté orgullosa de ti! ¡Acaba con él dragón! - Le azuzó el tuerto. - ¡Es tu momento, si que lo es! - Alzó aún más la voz. - ¡Por Silvanesti, por la Protectoria, por los dioses y por tu honor!

El guerrero se quedó esperanzado que un milagro como el que había visto ocurriera también en él, que lo sanara para seguir luchando, pero tras un instante de espera nada ocurrió; la magia sanadora que percibió debió ser únicamente gracias al cinturón por lo que su retirada había sido en balde, y lo que es peor, ahora moriría sin poder dar su último golpe...

Por un momento pensó en retirarse, allí no había nada que pudieran hacer, pero su instinto de supervivencia fue rápidamente acallado, aquellos patanes denominados kirath seguía luchando, incluso el maldito Gwyndaear, aunque dudaba que lo que hacía pudiese considerarse luchar... "No" se dijo para sí "no se dirá de mi y de la orden que represento que huí cuando unos principiantes siguieron luchando y muriendo contra un dragón" pensaba asqueado solamente por pensar dicha posibilidad "que Kiri-Jolith me repudie cuando dicha atrocidad aconteza" concluyó encaminando sus pasos de nuevo ante la atroz criatura.

Acto seguido escuchó las palabras del tuerto, como si él necesitara que lo animasen para hacer algo que sabía de sobra que debía hacer, por lo que le respondió en tono hosco:

-¡Cállate tuerto! y reserva esas palabras de enaltecimiento para el gordito, los soldados de verdad no necesitamos arengas para saber cuál es nuestro deber... -decía caminando de forma renqueante para llegar de nuevo hasta el dragón aunque sin energías suficiente como para utilizar la espada.

La nube verde acabó con todo lo que había a su paso, incluso el pequeño dragón dorado quedó consumido para asombro del pequeño kirath. También huyó uno de los inservibles caballos que la Túnica Blanca había llamado, él no entendía aún para qué, y no había señales de ninguno de los dos diplomáticos, Nos abandonan todos ahora que saben que vamos a morir! En realidad no todos, el monje seguía haciendo de cuenta que peleaba contra el dragón aunque a simple vista tan sólo parecía que jugaba con él, Tareth los alentaba a la lucha como si se tratase de otra pelea, porque la que él veía no los favorecía para nada, y el soldado de la Protectoría, tras alejarse volvió a acercarse pero sín atacar al dragón, y Gwyn no entendía del todo qué quería hacer, sin embargo seguía siendo el elfo más valiente que había conocido.

Gwyndaewar había sido un cobarde para todos los que lo habían conocido, Gwyndrahir no lo era, pero tampoco quería morir ahí. Ya te di mi codo a codo amigo, no me queda más para ofrecerte, se dijo en su mente mientras su cuerpo se alejó del dragón como pudo, sus piernas se movieron con rapidez guiadas por ellas mismas porque él no podía pensar en ellas, sus ropas estaban empapadas de sangre y a cada paso sentía un dolor punzante en un lugar nuevo, Pero cuántos dientes tiene este dragón? 

Dejar atrás al tuerto no le hacía ninguna gracia, y tampoco a los dos poco útiles pero valientes que lo acompañaban, los tres eran gigantes y al menos le llegaban al cuello al dragón, él apenas alcanzaba su vientre y el reptil se había ensañado con él. Pero pese a todo aún estaba vivo y podía continuar con las otras prioridades que tenía, comenzando por sobrevivir. Gwyn no portaba una lanza legendaria como su amigo, pero portaba otra arma única, especialmente creada por los Irda para él. Esos seres, cuando aún eran lindos, habían sido más grande que los elfos y hasta los dragones les temían, por eso los dioses se pusieron celosos y terminaron así. Justicia Silenciosa puede hacer que cierres tu bocota, lagartija. Entonces su mano buscó la ballesta que lo acompañaba desde Tirintaal.

El rechoncho kirath se ocultó tras las escaleras, esperaba que los materiales de la sala del trono fuesen suficientemente buenos para resistir el mal aliento del dragón, así que abrió su bolso y sacó de él una poción. El frasco transparente contenía agua podrida del pantano de Silvanesti, mezclada con sangre, con agilidad sacó el tapón y esperó agachado a que el dragón rugiese de nuevo. A ver si me ayudas una vez más.

Tras el terrible castigo sufrido y viendo que Nalvius no acude en su auxilio, Ghïlmeril opta por retornar a la batalla, reacio a dejar que sean los kirath quienes se alcen con la victoria enfrentándose al dragón. Aunque su situación es desesperada y el miedo le atenaza, su sentido del deber y el honor son en él incluso más fuertes.

Por su parte Gwyn, después de haber tentado a la suerte más de lo prudente, corre en busca de la cobertura que la escalinata pueda ofrecerle tan deprisa como sus cortas piernas se lo permiten, huyendo del wyrm Verde que ha jurado matarle. Una vez allí, deja caer la espada encantada de Ghïlmeril, apresta su ballesta y comienza a rebuscar entre sus pertenencias.

Tareth implora al hijo venerable de Astarin que acuda en auxilio de Ghïlmeril y, acto seguido, arremete con la relampagueante Dragonlance contra su enemigo. Finalmente sus esfuerzos dan sus frutos y la lanza legendaria atraviesa el costado de la bestia, que ruge dolorida y furiosa viendo cómo Gwyn se le escapa.

Desde la lejanía, Ashe dispara una nueva andanada de flechas pero todas ellas rebotan inofensivas contra la escamosa coraza color esmeralda que protege el cuerpo de vuestro enemigo.

Dándose media vuelta, el debilitado dragón Verde lanza una temible dentellada al kirath tuerto, mientras su poderosa cola azota sin piedad a Zeverúth. Uno y otro sufren la cólera de su acosado enemigo. Los huesos se astillan, la carne se amorata y la sangre corre con liberalidad por sus cuerpos mientra a ambos les invade la temible intuición de que el siguiente ataque del wyrm puede ser el último para cualquiera de ellos.

El soldado mandó un agradecimiento mental a su dios "Gracias Kiri-Jolith por permitirme dar un golpe más antes de caer" dijo profundamente agradecido de que gracias a su valor su amada deidad lo recompensase de esa forma.

Así pues, dispuesto a darlo el todo por el todo y a sabiendas de que aquel golpe pudiera ser el último que daría en su vida intentó hacerlo de la forma más elegante posible, haciendo un letal corte, pero sin duda su agotamiento y heridas pesaban demasiado como para realizarlo de la forma brillante que su mente exigía...