Partida Rol por web

El rugido de la bestia entró en resonancia con los huesos del gigante, en su vida nunca había sentido tanta ansiedad; sin embargo el ateniense sonrió, otro regalo más de Zeus para mostrar su grandesa pensaba. Aquella reflexión pronto terminó con las ordenes del general, no había tiempo que perder.

Rápidamente corrió a la escalera con la lanza lista para detener al enemigo, enseguida se percató que si algo fuese a bajar podría seguir el camino de la escalera o saltar lateralmente. Por lo que el gigante optó por ponerse lateralmente, aprovechando que la longitud del arma no solo detendría a la bestia si quisiera saltar, sino podría atacar mientras esta baje.

Ebalo, ponte al pie de la escalera, vuestro golpe es el más fuerte, si logro contener a la bestia con la lanza vuestra será la responsabilidad de rematarla; Akintos en medio de nosotros, darás soporte a quién lo necesite; Arqueros apuntad a la escalera.

Talios rápidamente se organizó para defender, aún no se había dado la orden de subir a atacar, por lo que su prioridad era establecer un perímetro seguro para los demás.

Entramos poco a poco en el antiguo templo y lo hacemos en formación de dos, dada la estrechez del pasillo. Al frente iban Akintos y Talios con sus lanzas, protegidos por mi con el arco; tras nosotros avanzaban Spyridon y el espartano Ebalo como una fuerza de asalto para ayudar a la primera línea. En el centro de la formación iban los más vulnerables del grupo que eran Hypatia e Ifianasa seguidos de Lykaios y Atreo que protegía el perímetro con su arco. Al final de la formación iba el general Theron acompañado de Dareios. Mientras tanto, Ischyros, ya sacando ventaja, se encontraba accediendo a la tercera planta de la torre tras haber escalado las dos primeras él solo. 

Subimos las  escaleras y encontramos un pequeño altar medio destruido por la batalla y el tiempo, pero se ve claramente que es de adoración al dios Apolo. Seguimos subiendo y encontramos un dormitorio con una de las paredes derruidas, allí ya estaba Ischyros, el cual hizo una señal y nos dimos cuenta de que estábamos muy cerca del combate que se estaba librando.

Empieza la misión: encontrar a Tarquino, recuperar el artefacto y acabar con la bestia. Talios distribuye a Akintos y a Ebalo para sorprender a la criatura y caer sobre ella con un ataque en pinza. Nos la orden a mí y Atreo de apuntar la escalera, mientras tanto:-Recibido, hermano.-le respondo mientras tenso el arco y apunto hacia las escaleras. 

Caminábamos en formación por un antiguo templo, por llamar de alguna manera a esta torre abandonada de manos de los dioses. Esta vez me tocaba guardar las espaldas de el resto de nuestra compañía si algo pasaba delante no tendría oportunidad de llegar hasta el combate, lo mismo pasaría si algo se me pasaba por alto. Así que aguardaba mi turno para subir inspeccionando levemente cada zona que cruzábamos.

El sonido de la batalla empezaba a ser mas rápido, pronto todo acabaría teníamos que darnos prisa. No fuí el primero en darme cuenta de eso, Spyridon ya daba ordenes para aumentar nuestra velocidad y así acudir junto con Ischyros que parecía habernos adelantado incluso teniendo que escalar, estaba claro que el chico era un portento.

Rápidamente consigo llegar a la tercera planta, demostrando que mi entrenamiento ha dado buenos resultados y mi vigor es el de un guerrero del más alto nivel. Me pongo de pie, alerta y preparado para defenderme antes de entender que la batalla ha escalado aún más alto. Un grito y el ruido de la bestia me dejan claro la posición del enfrentamiento y la prisa que hay para descubrir qué sucede y llegar a tiempo para intervenir.

Desenfundo mis armas, preparado para lo que sea que me espere y hago acopio de todo mi valor, aun sabiendo que si es la misma criatura de anoche, fue capaz de destrozar hombres como si de animales de corral se tratasen.

"Zeus está conmigo y no me abandonará."

Sé que el resto viene detrás y rápidamente, por lo que corro hacia el piso superior, con la esperanza de ser testigo y poder actuar antes de que sea demasiado tarde.

Mientras Talios intentaba organizar un perímetro alrededor de la escalera, Akintos se aprestó a seguir las órdenes de Spyridon al pie de la letra. Sabía cumplir todo lo que el viejo general dijese, pero esta vez como otras, eran las mismas órdenes que él hubiese dado.

- ¡Avanzamos! - respondió el escudero con su dori firme al frente y sus ojos clavándose en el ateniense que bien había preferido hacer las cosas a su modo o no había entendido las palabras del general miceno.

Comenzó a subir los desgastados escalones de piedra, hacíendole señas a Talios para que no se retrase y a Ébalo para que estuviese detrás de él.

Sus ojos se clavaban al frente, arriba, sabía que en cualquier momento podría aparecer cualquier tipo de enemigo o de criatura, no temía en absoluto, es más, estaba listo para entrar en el fragor de la batalla y ser El Acantilado.

Los hermanos se quedaron en actitud defensiva por si algo bajaba las escaleras dado la cantidad de alboroto que se escuchaba en el piso superior. El ágil Ischyros ya estaba allí y se lanza a a la carrera al piso superior. Es inconcedible que me quede retrasado más cuando es, o era, el templo de Apolo. Cuando El Acantilado avanza por orden de Spyridon, me cuelo entre los hermanos atenienses, agachándome con agilidad plantándo una mano en el suelo e impulsándome por encima de la lanza de Anatalius y voy hombro con hombro con Akintos subiendo las escaleras con el escudo de bronce preparado para lo que pueda llegar.

Un hormigueo me recorre el estómago, espectante por lo que va a pasar.

- Por lo visto tenemos dos comandantes- le susurro mientras subimos a Akintos en referencia a las nuevas órdenes que prentendía dar Anatolius- pero uno de ellos no pasa de pedante- en ese momento miro hacia arriba con los ojos brillando- esta vez no irás delante.

Al fin pudimos dar con la entrada del templo. Aún me mantenía nerviosa y expectante frente a lo que nos encontraríamos al final de los escalones que aún permanecían útiles a pesar del abandono del templo edificado para el dios Apolo.

Spyridon me protegía mientras subíamos y nos acercábamos al ruido. Quería llegar lo antes posible, algo en mi pecho me oprimía, quizás las ansias de llegar y observar lo que ocurría por mi misma.

El gigante logra escuchar a Ebalo, y reflexiona:

El general ha dicho que lleguemos arriba rápido para que Ischyros no estuviera solo, por lo que no está expresa la orden de llegar hasta arriba a pelear.

Sin embargo no había tiempo que perder, ya dos estaban en camino, se tenía que actuar rápido para evitar a toda costa alguna baja, por lo que procedió a seguirlos.

Hermano avancemos! En caso de que podamos entrar rápido a la azotea necesitaremos cobertura.

Esta vez no se dirijió a nadie más, al parecer existió un mal entendido y debía esperar a las órdenes del general para que no se crearan mayores conflictos.

Llegan al tercer piso lo más rápido posible. Su hermano ya está allí, esperándolos. Parece que todo se mueve rápidamente y es que hay algo ahí arriba que parece ser grande y bastante peligrosa. Se queda atrás, dejando que los hombres armados y preparados, suban primero el último tramo de escaleras.

Mantiene la daga en la mano, pero sabe que poco podrá hacer contra una criatura que ha matado tanto.

Spyridon subía las escaleras por detrás de los hombres que había enviado en vanguardia. Observó la extraña maniobra de Ebalo sin decir nada.

No pudiendo tener una vista directa de la situación, confiaba en que los guerreros tomarían la decisión adecuada al llegar. No estaban de excursión, sino de caza.

El ímpetu de Ebalo hace que a mi hermano le entren ganas de no quedarse atrás. Como lo conozco puedo suponer que está pensando en algo como:-El general ha dicho que lleguemos arriba rápido para que Ischyros no estuviera solo, por lo que no está expresa la orden de llegar hasta arriba a pelear.-es lo que está pensando ahora mismo mi hermano en cuanto me mira y me dice lo que me dice:-No le falta razón. Ahora que ese espartano ha subido son dos vidas por las que preocuparse, aunque sean guerreros experto, no quiere decir que necesiten ayuda urgentemente.-pienso mientras mis piernas se mueven y me colocan junto a mi hermano:-En marcha, Talios. No dejemos a ese par llevarse toda la gloria.-le respondo a Talios.

Mientras subes las escaleras para llegar a la terraza a la espera de que todos los demás avancen, oyes una gran voz que se dirige a ti y solo a ti pues nadie más la escucha. –Rápido, el sumo sacerdote de Apolo-, su exclamación eufórica te da a entender que debes ayudarle, aunque no estás segura de a quién. Algo dentro de ti no deja duda en tu mente, tu diosa te ha pedido su ayuda.

Ante la arriesgada acción de Ischyros, el general Spyridon, previendo un posible conflicto, apresuró a su vanguardia para que se uniesen al hijo bastardo de Ptolomeo y enfrentasen a cualquier cosa que les esperase allí arriba. El gigante ateniense, ante ello, se apresuró a dar órdenes intentando organizar a dicha vanguardia, aunque sin tomar en cuenta que los tres combatientes tenían estilos distintos y armas distintas (una lanza larga, una normal y una espada).

Tras ellos venía el general Spyridon seguido de Anatolius quien ya tenía flecha lista para disparar a cualquier cosa que les saltase encima. Y tras ellos estaban las dos mujeres del grupo junto a Lykaios para al final se escoltados por Atreo, Dareios y el general Theron.

Justo al subir, los que iban más al frente presenciaron en primer lugar como en la terraza de la torre se gestaba una extraña escena, digna solo de aquellos mitos que alguna vez escucharan en la lejanía.

Un viejo sacerdote con el símbolo de Apolo y ataviado con una indumentaria digna de alguien de suma importancia combatía montado en una bella bestia que sin lugar a dudas se trataba de un majestuoso grifo. Su rival era un ser de increíble tamaño y cuya apariencia era aún más increíble; esta tenía tres cabezas, una de dragón, otra de cabra negra y una última de león; su cola como de serpiente tenía una gran extensión y sería sumamente atemorizante de no ser por las dos grandes alas que ostentaba aquella bestia.

Tarquino se encontraba algo detrás de la Quimera, sujetando un Orbe cuyas características eran muy similares a las que escucharan horas antes, mientras grita “acaba con él”.

El combate se desarrolló rápidamente, tanto que apenas y pudieron reaccionar para mirar con atención y distinguir quien era quien en aquella batalla. La Quimera se abalanzó contra el grifo y el sumo sacerdote, presa de la potencia del ataque, no pudo evitar caer desde lo alto de la Torre para perderse en un grito. Por su parte, el Grifo quedó malherido, con un ala rota y desangrándose rápidamente por una herida en el cuello.

El rugido de las tres cabezas de la quimera hizo reaccionar a todos, puesta amenazaba a lanzarse ahora contra ellos.

Y en un suspiro, ya no se encontraban allí, todo había cambiado. Era una tarde placida, en un bello paisaje de verano. El viento soplaba moviendo los pastizales en un rítmico vaivén que hipnotizaba su mirada y les hacía introducirse en un largo y profundo trance de paz y solemnidad. En la lejanía, el brillo del día menguaba y parecía desaparecer como en una bruma turbia.

Una bella mujer madura cantaba junto a un pozo mientras extraía agua del mismo llenando un gran bello jarrón de cristal brillante. -Aquí corre la sangre de los dioses. Esta es mi sangre, les invito a que se sienten en mi mesa y beban de ella-. La bella mujer de aspecto divino les miraba con atención, con una leve sonrisa que no era de amor sino de asentimiento y complicidad, como quien reconocía a uno de los suyos y se congraciaba de verle por el camino correcto.

Se encontraban en ante una gran mesa con bordes de oro, el lugar era el mismo, pero el poso ya no estaba. Sentados en cómodas sillas de fina madera, todos portaban una copa dorada, con un vino tinto en su interior de un intenso rojo sangre. Nada podía evitar que bebiesen, ni siquiera ellos mismos, simplemente sabían que tenían que hacerlo, que debían hacerlo.

Solo Ifianasa alcanzó a hablar, pero su exclamación llena de admiración fue contundente y dejó a todos en trance, -¡Hera!-.

La diosa frente a ellos, les miro de nuevo con complicidad mientras asentía levemente para luego volver a hablar. –Ustedes Ahora los Héroes de Hera, los héroes de los dioses del Olimpo. Su camino será largo, pero sin su ayuda, hasta el mundo de los dioses se podría ver afectado. Zeus ha sido cegado, no ve la amenaza que se cierne sobre nosotros, por ello ustedes serán la mente que descubra el secreto que se esconde en la oscuridad, el escudo que nos proteja de la tormenta y el fuego, la espada que corte la tierra y los mares para dañar al agresor. Estarán muy solos, pero en el camino sus obras serán las que marquen el nexo con el Olimpo, sin el cual habrán de fracasar. El enemigo es astuto, no lo olviden-.

Y tras ello guardó silencio. El viento soplaba de nuevo de forma refrescante, sus copas ya estaban vacias. Hera miraba a lo lejos, y la vista los llevó hasta el mismo Olimpo donde tormentas y truenos les mostraban la encarnecida discusión que se gestaba en el hogar de los dioses, pero, ¿Por qué?

-Su camino es mi camino. Sigan su destino y habrán de encontrar la senda correcta, la senda de los héroes. Ahora debo marcharme, debo dejarles con esta primera encomienda. Recuperad ese orbe y entregadlo a donde corresponde- sentencio para luego darles la espalda y empezar a caminar ensalzando su belleza a medida que su figura se difuminaba en el horizonte.

Ahora estaban de vuelta, algo confundidos, sin saber qué es lo que había pasado. Sin saber si todos habían tenido aquella visión o solo alguno de ellos. Y sin embargo, tenían que actuar rápido, la Bestia parecía confundida, cono si alguna luz le hubiese segado, tenían una leve oportunidad de reaccionar y aprovechar el momento.

La escena de lo que ocurre en el tejado me deja claro que Tarquino es el enemigo, empuñando un poder para controlar a aquella bestia, que debe haber sido la que mató a los cazadores pues una de sus cabezas es de felino, lo que calza con las marcas que vi. 

Siento los pasos de mis compañeros tras de mí, por lo que sé que estamos en posición de comenzar un ataque. Si puedo llamar su atención, podré defenderles mientras sus armas acaban con esa bestia, aunque pienso que Tarquino es el enemigo detrás pues sus órdenes son las que controlan a la bestia.

"Lamentablemente no podremos llegar a él si no es a través de aquella aberración."

De pronto, la imagen completa cambia y ahora veo a una Diosa que nos ofrece comunión. Ifianasa la nombra como Hera y no entiendo mucho lo que sucede, aunque nombra a Zeus como cegado. Sé que él es mi Señor y que debo servirle. Si mis actos guiados por su esposa le libran de aquella venda que le amenaza, sabré que hice lo correcto, por lo que acepto feliz el pacto y el cometido.

Nuevamente estamos frente a la bestia, en la antigua torre. La bestia parece confundida y no pierdo mi tiempo antes de levantar mi espada y reflejar la luz del sol para que encandile a mis enemigos, protegiéndome de la precisión de sus movimientos. Ahora ya estoy preparado para luchar.

- Intentad entrar para que todos podamos atacar. Las mujeres detrás. Hay que intentar flanquear a la bestia. Vigilad a Tarquino.

Spyridon estaba aún fuera de lugar por la visión que había contemplado. Notaba nuevas fuerzas, pero era incapaz ahora mismo de centrarse en el combate, apenas pudo dar un par de indicaciones.

Poco a poco van llegando a la parte más alta de la torre. Es entonces cuando el mundo se desdibuja a su alrededor y aparecen en un lugar extraño y mágico. La visión no dura mucho, pero en ella pueden ver a Hera, madre de dioses, y el Olimpo. Parece que algo sucede entre los dioses y también parece que tiene algo que ver con su misión y el camino que tomarán.

Tras aquella extraña visión, aunque demasiado real para ser mentira, el grupo de avanzadilla parece estar detenido en el límite de las escaleras, impidiendo que avancen demasiado. No tiene espacio para moverse a un lado o a otro.

-Avanzad un poco, no podemos subir.

Poner un pie en el piso, borra la casi sempiterna sonrisa del Espartano, no puede hacer nada por ver volar a un sacerdote de Apolo por la ventana, atravesándola y precipitándose a una muerte segura.

-NOOOOOOOOOOO- grita extendiendo el brazo y preparándose para salir a la carrera.

Cuando de repente se suceden imágenes tan reales, un líquido rojo bajando por la garganta, quemando, curando, naciendo algo en él. Prados verdes, palabras importantes, El Olimpo, por todos los dioses, ese es el Olimpo. Demasiadas cosas en la cabeza del exaltado espartano para poner atención a nada.

Tal como se fue, volvieron al "mundo terrenal" no sabe bien si es una visión o no, pero siente algo distinto por dentro. Sin embargo sus pies ya están moviéndose, a la vez que baja su mano, que se había quedado suspendida, alcanzando su arma. El majestuoso grifo está en apuros, un ataque más y morirá sin remedio tan fantástica criatura.

Ebalo atraviesa la habitación a toda velocidad observando cierta duda en la criatura lo que le da tiempo a plantarse entre la horrible criatura y el grifo, con el escudo levantado y la espada preparada para defenderse mientras llegan sus compañeros.

-Aguanta un poco- le dice al grifo, no tiene ni idea si le entiende o no, pero si puede aguantar unos latidos más, siente que podrá ayudarlo.

Hera se había manifestado a todo el grupo. Ya no cabía duda de que era ella quién estaba pendiente del grupo. A pesar de la peligrosa situación que se estaba figurando en frente de nosotros, no pude contener un pequeño goce dentro de mi corazón. La pude ver, escuchar, sentir; emociones que estaban guardados sólo a aquellos que son mirados realmente por dioses.

Volvíamos a la realidad súbitamente. Veo caer al sacerdote por la ventana victima del ataque de esa extraña criatura. A pesar de que la caída pudiera resultar mortal, algo en mí me dice que debo ir a por él, quizás las heridas no hayan sido mortales y estos segundos que están pasando sean vitales para él. Hera me había hablado, debía de ayudarle, debía intentarlo.

"-Iré a por él. Puede estar vivo aún"

No tenía la intención de quedarme en el combate. Quería tener la certeza de que el sacerdote de Apolo aún respirara.