Partida Rol por web

Los gritos parecen tener como respuesta que la bota pisa con más fuerza y el ataúd comienza a hundirse más y más en un agua que está completamente helada.
¿Porqué no debería hundirte? Dice mientras el nivel del agua va adueñándose del reducido espacio del que dispones.

Shan Mei se calma lo justo para que su voz suene menos agresiva.

-Porque sigo viva. El destino se llevó a mi marido y a mi hija. Puede que entonces quisiera morir, pero ahora no quiero... no puedo... se lo debo...

La voz va perdiendo fuerza y acaba en un tono resignado. No cree que sus palabras surtan ningun efecto, pero espera la respuesta mientras el nivel del agua sigue subiendo.
 

La fuerza que ejercía el pié desaparece con más violencia incluso que la que había aparecido, tanta de hecho que se lleva consigo la puerta del ataúd, que desaparece en el aire como arrancada por un cable invisible. El ataúd aún así, tiene demasiada agua consigo y sabes que no tardará en hundirse. El cielo frente a ti es soleado, y cuando miras hacia el exterior, ves que estás en un caudaloso río. Todo él lleno de ataúdes de todos tipos. El río es oscuro por su profundidad, escuchas gritos de la gente encerrada en el millar de ataúdes que te rodean, flotando junto a tí. Rojas barcazas vikingas con escudos romboides de un solo ojo navegan entre ellos, hombres feroces con gabardinas de marinos clavan sus arpones en algunos de los ataúdes,a otros los hunden con los pies. Reconoces a uno de los remeros de uno de aquellos barcos, al que tienes a una distancia de cinco ataúdes. Es tu marido, lo reconoces aunque solo tiene un ojo. No es que sea tuerto, es que solo tiene un ojo en el centro de su rostro, pero es tu marido, sin duda.

Mei mira con incredulidad a su alrededor. El paisaje es, cuando menos, inquietante. La situación, completamente absurda. No puede creer lo que ve, pero todavía se queda más parada, más confundida, cuando reconoce en uno de aquellos extraños rostros los rasgos de su marido. El cíclope está plantado en una de las barcas, remando y la chica no puede conternerse.

- M... Mike, ¿¡e..e..eres tu!? - "No", piensa, "No puede ser" - No se quién o qué eres, pero ¿¡Porque utilizas la forma de mi marido!?

Se queda medio levantada, muy consciente de su desnudez, con la cruz de plata y acero en su mano. Está apoyada como puede en el ataud y, medio de rodillas, intenta mantener el equilibrio en la precaria situación en la que se encuentra. No sabe bien como actuar, pero quiere que esa aparición le responda algo. Lo necesita.

M..meei? dice tu marido muerto con voz castigada desde su lugar de condena. Su rostro se gira hacia ti y junto con él los rostros de todos los remeros y incluso los de los marinos de los arpones.
La barcaza comienza a virar en tu dirección con un retorcido gruñido de madera frotando con madera. La embarcación va tragándose ataúdes a medida que avanza, los arponeros con sus rostros feroces gritan, deseosos de tenerte a alcance. Como si incluso en ese no-mundo se aplicaran las reglas físicas.
Tu marido ve que te ha causado la perdición: Sal de aquí! te dice: Todavía son débiles, es tu sueño. Sal de aquí y salva a nuestra hija!!
Mientras, el agua ya te llega a los muslos, el ataud bajo tus pies está a punto ya de undirse y desaparecer en la oscuridad de las aguas.

Shan está confundida, pero eso no le impide ser tan práctica como ha sido siempre. Lejos de provocarle la tristeza que le hizo caer en aquella terrible depresión, la visión de su supuesto marido y sus palabras le hacen reaccionar de otra forma distinta. "¿Un sueño?" - Piensa - "Ah, claro" - Normalmente cuando sueñas no te das cuenta de que estás soñando hasta que despiertas, pero en esta ocasión, aquello era demasiado... a falta de una palabra mejor... real.

- Si realmente eres Mike... Gracias... Te quiero...

Y con estas palabras de despedida se gira, dispuesta a huir, mientras grita el nombre de su hija muerta:

- Emilyyyy...Emiiii!!!!

Empiezas a saltar de unos ataúdes a otros. Están tan juntos que lo realmente peligroso sería caer al agua, donde seguramente quedarías atrapada entre unos y otros. Un arpón te pasa rozándote la mejilla y un segundo se clava justo en el ataúd que tienes delante. La orilla está lejos pero aún así intentas correr hacia ella saltando por encima de los ataúdes. El barco va ganándote terreno pués parece construido para navegar sobre aquellos ataúdes, mientras que tu de vez en cuando te detienes para mantener el equilibrio ante un "suelo" de ataúdes que se tambalea bajo tus pies.
Llamas a tu hija mientras tanto, pero no hay respuesta. Puede que el hecho de que intentes hacer tantas cosas es lo que provoca que no elijas bien tu último salto: un ataúd bastante más viejo que los demás que se hunde bajo tu pierna derecha, que se queda atrapada dentro de la madera. Bajo tus pies el frío cadáver, del ataúd emana el ponzoñoso hedor a muerte y a tus espaldas, persiguiéndote, la barcaza de los hombres crueles.

Mei se detiene, su pié derecho acaba de atravesar uno de aquellos ataudes de madera y su pierna se queda atrapada. Puede notar el cuerpo que hay dentro, la fria piel rozando contra la suya. El repulsivo olor que escapa por el agujero hace que empiece a sentir arcadas. Se toma unos segundos para pensar y se da cuenta de que está forzando la situación. Antes de buscar a su niña, si es que hay alguna posibilidad de encontrarla, debe ponerse a salvo.

Tira con todas sus fuerzas para liberarse, pensando que, si lo consigue, seguirá huyendo en dirección a la orilla, concentrada únicamente en llegar allí y adentrarse en la vegetación, para ocultarse de sus perseguidores y poder pensar con calma.

Dicen que nunca debes nombrar los nombres de tus seres queridos en medio de las pesadillas. Mientras forcejeas para intentar sacar la pierna de aquel ataúd, ves que el nombre que pone sobre este es el de tu hija. De bajo la madera empiezas a escuchar su voz llamándote, pidiéndote ayuda, y su fría mano cogiendo tu pierna hundida en su lugar de reposo eterno.
La voz de tu subconsciente te dice, muy lejana, que ese no es el ataúd en el que la enterrasteis, pero es tan tan real...
Y mientras Shan Mei duda, aquella barcaza de muerte y para la muerte se acerca inexorablemente hacia ti, mientras las orillas de arboles grises parecen, paradójicamente, alejarse.

Mei se rinde. Es demasiado para ella. Sabe que es un sueño, pero tiene la sensación de que, en cierta manera, también es real. Por primera vez desde que ha empezado esta pesadilla, se pone a pensar realmente. No era la primera vez que tenía pesadillas o que los miedos venían a torturarla. No era la primera vez que el mundo parecía venirse abajo y que todo su ser parecía derrumbarse. ¿Que había dicho Mike? Que era su sueño. Si eso era cierto, no estaba todo perdido. Tenía una forma de controlar su mente y sus sentimientos. Puede que le llevara directamente a su muerte, pero no le importaba. No iba a morir gritando en un mundo onírico. Iba a morir, si llegaba el caso, luchando contra aquellos que invadían su sueño.

Haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedan, saca el pié como puede de entre las maderas rotas de la tapa, haciendo oidos sordos a los gritos de socorro de la que podría ser su hija. No puede permitirse pensar en eso ahora. Como puede, intenta mantener el equilibrio sobre el ataud y salta a otro de los que tiene cerca. La barca se aproxima, pero no le importa. Es su sueño y ellos son débiles. Si estan en su mente, ella es fuerte, muy fuerte, y se lo demostraría si intentaban acabar con ella. Aunque se la llevaran por delante, lucharía, literalmente, hasta la muerte.

Mientras mantiene el equilibrio y la barca se aproxima cada vez más, Mei se pone en posición de alerta, utiizando las técnicas que conoce desde niña para estar lo más atenta posible y que nada escape a sus sentidos. Escucha atentamente cuanto le rodea y se prepara para cualquier cosa que la pueda sorprender. Para hacer que su mente sea fuerte y que su determinación no flaquee, hace lo que siempre ha hecho, recita uno de sus queridos poemas, que siempre le salvan en momentos de duda o depresión, haciendo que los miedos desaparezcan y que todo parezca más sencillo.

Viejos fantasmas, nuevos.

Zozobra, llanto, nadie.

Envejecido, roto, para mí solo canto.

Andrajos de neblina

cubren la noche, a trechos.

Contra la nieve, el viento.

Mi copa derramada;

mi botella, vacía;

ceniza, el fuego.

El hombre ya no habla: susurra:

¿A quién decir mi canto?

Tras estas palabras, gritadas a los cuatro vientos, se pone en posición y espera a que lleguen sus perseguidores. Si la querían, ahí la tenían.

Los arpones no la alcanzan, ni tampoco las maldiciones. La barcaza con sus escudos se detiene frente a la figura erguida de Shan Mei. De pie sobre uno de tantos ataúdes con el nombre de su hija, como si con ello fueran a mermar otra vez su concentración.
Mei grita No! y la barcaza comienza a elevarse, flotando sobre el agua. Del fondo de la embarcación salia lo que parecía un enorme cable rodeado de otros más pequeños... con horror te das cuenta de que son gigantescos nervios ópticos que van saliendo del agua como redes. Las raíces nerviosas de la barcaza rojiza acaban, tal como descubren a medida que van saliendo del agua, en la parte de abajo de los ataúdes. Así cuanto más se eleva la barcaza, más ataúdes va sacando del agua, elevándolos hacia una oscuridad peor que la del fondo de aquel río.
También el ataúd bajo los pies de Shan mei se eleva junto a todos los demás. Los ataúdes a la vez que iban elevándose iban abriéndose, dejando caer los muertos que contenían...
Al momento Shan Mei se vio rodeada de cientos de cadáveres que querían llevársela junto a ella al fondo de aquel río.

Shan Mei golpea el agua simplemente para descargar la frustración que siente. No sabe porqué, pero tenía ganas de partirles la cara a aquellos seres, fueran lo que fueran. Está rodeada de cuerpos, pero intenta no prestar atención a sus rostros por si reconociera alguno, o peor, le devolvieran la mirada.

Nada y lucha frenéticamente por no hundirse mientras los cadáveres cáen a su alrededor, hundiéndose o flotando en aquella agua pestilente. Esquiva como puede la lluvia de muertos y se dirige a la orilla que ve más cercana. Espera que sus fuerzas no le fallen en estos momentos y pueda llegar segura a tierra firme.

Nadas sobre ellos, buceas esquivándolos, los apartas a codazos y patadas. Peleas contra los muertos para emerger una y otra vez. Tomas aire mezclado con agua a cada bocanada, cada vez te cuesta más y más energía desembarazarte de ellos hasta que al final te atrapan entre demasiado y te hundes con ellos.
El descenso hacia aquel fondo es lento y en ningún momento dejas de pelear. Repites tus oraciones una y otra vez y ves, bajo tus pies, un pequeño circulo de luz. Ya no tienes aire en los pulmones, ni fuerza en los brazos. Ni esperanza en el corazón.
Aquel circulo de luz se hace más grande bajo tus pies, distingues en la luz unos contornos que se van clarificando. Cuando alcanzas aquella luz ves que realmente parece una especie de orbe que muestra lo que ven tus ojos en la realidad. Cuando llegas a la luz recobras el control de tu cuerpo, y la visión real de tus ojos.
Estas en tu cama, y todavía sientes como si detrás de tus ojos, si pudieses girar tus ojos hacia dentro, aún existiera esa agua fría y oscura llena de cadáveres abrazándote. Quizá lo que haga que aquello siga siendo tan real es que no puedes respirar. Te estás ahogando en aquella cápsula dormitorio en la que no queda ni pizca de aire.

Mei se lleva las manos al cuello como un acto reflejo. Lo había visto miles de veces en películas, pero no creia que alguien lo hiciera en realidad en esa situación. Estaba viendo en sus propias carnes que era cierto. Lo cual no era ningún consuelo, ya que, obviamente, se estaba ahogando.

Sin perder un segundo se lanza contra la puerta de la cápsula, accionando el pulsador que la abre, con la esperanza de poder salir a respirar...

El lector de tarjetas y el panel en el que deberías introducir tu contraseña parecen apagados. La pequeña pantalla donde deberían aparecer los ceros digitales solo muestra su apagado fondo verdoso. El hecho de que la tele y la luz del habitáculo sí parezcan funcionar, pero no el sistema electrónico que debería sacarte de allí no te hace presagiar nada bueno. Desde luego no parece un accidente.

Shan Mei se tranquiliza. Sabe que no es normal con todo lo que ha pasado, pero es lo único que puede hacer. Si es presa del pánico solo perderá el poco oxígeno que le queda en los pulmones. Si no hay electricidad en la puerta, solo está cerrada con una cerradura convencional, con lo cual se debería poder, si no abrirla a la fuerza, al menos llamar la atención o procurar una abertura lo suficientemente grande como para que entre algo de aire. Si no podía abrirla a empujones, al menos intentaría que alguien en el exterior escuchara sus golpes y le abrieran.

Buscas algún punto flaco en aquella puerta, pero no parece haberlo. Está cerrada al vacío y es totalmente opaca. Su acabado es de color crema claro de algo que parece metal. La tocas y ves que se hunde ligeramente hacia dentro. Debe estar hecha de láminas, así que es sensible a los golpes. Parece un buen sistema a la hora de dormir, no escuchas sonido del exterior pero sí notas si alguien llama a tu puerta. Un buen sistema para dormir sí, y uno mejor para morir.
Buscas rápidamente por toda aquella minihabitación. Tus cosas, el dossier, mantas, somier, paredes metálicas pintadas de blanco. Sigues buscando hasta situarte al revés, con la cabeza donde deberían ir los pies. Desde esta posición ves que bajo el televisor hay un botón rojo, solo visible para alguien ubicado como tu estás ahora. Lo pulsas y de la zona de debajo del televisor se abre una pequeña compuerta de la que cae un pequeño spray cuya cabeza es un respirador, como los que ponen en las operaciones médicas. Te lo llevas al rostro y respiras aire fresco. Del lateral de la pequeña botella de aire pone "Autonomía cinco minutos".
Eso es lo que te queda de vida.