Partida Rol por web

El granjero cuenta su historia pero sigue sin haber en ella nada que me parezca un motivo por el cual alguien querría asesinarle. Con más razón, se habían aprovechado de él y sus animales lo seguían haciendo. No había motivo alguno para ensuciarse las manos con él.

"Creo que este bigotudo no tiene idea de lo que está hablando."

Miro al resto, con una expresión que denota que creo que esto no llevará a nada. Dudo mucho que el kislevita sea el Bromista pero supongo que si no tenemos nada mejor, deberíamos indagar. Solo por no dejar de lado lo que aquellas huellas me dijeron, le comento al hombre:

 - "¿Has tenido algún trato con el mediano de Vandengart, el tal Hans Gaubbert?"

Supongo que lo siguiente que podríamos hacer es ir a la taberna pues también ha sido el lugar donde el curtidor nos dijo haber oído de la piel que lo llevó a la trampa. Quizás alguien en ese local está intentando captar sus víctimas ahí y sería esa una buena forma de encontrarle.

El vejestorio se quedó inmóvil como un fósil milenario. El camino recorrido parecía haber sido útil para verificar que el granjero no parecía conocer nada acerca del ataque. En lugar de conocer al mediano, creía que había sido otra persona que se la tendría jurada. Normal que cada granjero tenga competencia, ese mundillo lo conocía muy bien don Cenizo.

—Y ese Gustav Togolev, ¿qué relación tiene con Lubrecht, además de rimar? —preguntó el sabio—. Hubo más ataques premeditados, no solo el suyo. Trampas para inocentes, todas bajo el mismo procedimiento. Alguien ataca a los habitantes del pueblo, ¿fue ese malnacido? —Esperó su respuesta y continuó—. O quizás alguien más se adapte a la descripción, alguien con malas intenciones... o cómplices. ¿Qué opina de esos guardias pimpinelas?

Era posible que el granjero hablase con los lugareños que visitan su morada, aunque en el bar encontrarían mejores respuestas si sabían a quién preguntar.

   Por el gesto del cazador estaba claro que ambos estaban pensando lo mismo. Hay había inquina, de esa que envena la sangre y puede hacer que vecinos se odien durante generaciones incluso después de haber olvidado el motivo de la afrenta. Además, Borför no sólo parecía aborrecer al otro Gustav por cuestiones de convivencia sino que también aludia a su condición de extranjero. Incluso en el Imperio, crisol de culturas, que sangre le corría a uno por las venas no era cuestión baladí. Era muy probable que Borför tan solo hubiera visto una oportunidad de implicar al kislevita y poder desquitarse con él. 

   El hombre terminó de despacharse a gusto y el interrogatorio continuó. Kurt esperó que Ranald les favoreciera y el granjero pudiera arrojar alguna pista más sobre el mediano y sus merodeos. 

   Borför también había dicho que muchos, por no decir todos, en Lubrecht no soportaban a Togolev ¿Podía estar el kislevita vengandose de sus hospitalarios vecinos como planteaba Cenizo? ¿Y podía estar Cenizo intentando vengarse de los maleducados guardias? La gente estaba suceptible con todo esto del Bromista y una palabras dichas en el momento adecuado… Kurt miró al anciano, que estaba quieto cual estatua, y sonrió.

   Kurt esperó callado las respuestas del granjero; no quería avasallar a preguntas al ya alterado hombre no se fuera a enfurecer aun más. Luego lo mejor sería regresar a Lubrecht y hacer una visita, por fin, a la taberna. Pero no había que descartar la posibilidad de volver por estos lares y hablar con Togolev. 

Aquí había más rencillas que unas simples bromas para sorprender a los incautos. La teoría de que las trampas estuvieran hechas para capturar a alguien en concreto y no hechas al azar, parecía tomar más cuerpo. Es más, quizás fuera alguna unión de conveniencia entre varias personas para atacar a aquellos que les habían ofendido.

El tal Gustav parecía ser un candidato a ser objetivo de trampas si hacíamos caso a los prejuicios que Borför tenía sobre él. Quizás en la taberna pudieran darnos más datos sobre él y podamos preguntar más.

El mediano, Gustav. Empezaba a subir la lista de personas implicadas.

Parece que todas las pistas acaban llevando a la taberna. Y continuamos sin pistas del paradero del mediano. No tendría que ser difícil identificar a uno de ellos.

 "¿Has tenido algún trato con el mediano de Vandengart, el tal Hans Gaubbert?"

Gustav hizo su pregunta, ante la cual Borför se encogió de hombros, aún con la vena latiéndole en la sien.

-Nada del otro mundo, ya sabes, compra leche o queso y la vende en otra localidad donde escasea. Siempre está al tanto de todos los rumores y cotilleos para hacerse con el mercado que sea mas necesario en el momento.-

Alguien ataca a los habitantes del pueblo, ¿fue ese malnacido?

-Estoy completamente seguro.- Gritó el granjero. -Ese malnacido estaría mejor bajo tierra, y sus ovejas también. Testificaré contra él ante el alcalde, mañana mismo. Id a decídselo para que os pongan una medalla o lo que hayais pactado por resolverlo. Pasado mañana ese hideputa colgará de un árbol como sus trampas.

Cenizo se rascó la barba de su papada. Hacía unas horas habían detectado unas huellas de mediano que lo posicionaban en la cima de las sospechas. Ahora no estaba tan clara su culpabilidad. Por otro lado, del hombre al que mencionaba con tanta seguridad no tenían prueba alguna.

—Claro, si se dedica a la compraventa de queso, no querrá que las vacas mueran. No sería muy agudo matarlas por diversión... aunque los vi más botarates —carraspeó y luego le dio la razón—. Lo más seguro que sea aquél malnacido que nos comenta, tendremos que preguntar en la taberna.

Miró a sus compañeros para asegurarse de que todos estaban de acuerdo.

   -Tranquilo, hombre, tranquilo. A mí tampoco me gustan esos kislevitas. Vienen de una tierra azotada por vientos que soplan desde el lejano norte, allí donde gobiernan los poderes ruinosos. Quién sabe qué oscuridad anida en el corazón de esa gente. - Kurt hizo el signo del Martillo. - Pero aún es pronto para señalar culpables con tanta ligereza y menos aún pensar en ajusticiar a nadie. Comprobaremos en el pueblo lo que nos ha dicho. Usted, vaya con cuidado y mire por donde pisa. - el nordlandes le tendió una mano enguantada al granjero. 

   Una vez se hubo despedido de Borför, recuperó su arcabuz y se dispuso a partir si nadie tenía nada más que hablar con el granjero.

Borför asintió a las palabras del joven soldado imitando la señal de sigmar.

Sin duda los kislevitas podían estar infectados, ya que sus fronteras se hallaban cerca de los gélidos desiertos del caos y eran cerrados de cultura. Pero en cuanto mencionó que no debía juzgarse a nadie todavía, sus ojos se cerraron en sendas líneas horizontales tal como si el sol le cegara.

-Usted diga lo que quiera, señor soldado,- añadió sin hacer caso de la mano que le tendía Kurt. -pero yo sé la verdad y mañana lo verá.

   Kurt dejó pasar la hosca actitud del granjero y retiró la mano. Los ojos verdemar del joven se clavaron en las dos pequeñas rendijas furibundas en que se habían convertido los ojos del bigotudo hombre y con tono tranquilo respondió. - Haced lo que creáis conveniente, herr Borför. Pero el alcalde nos despachó con urgencia, pues se ve que anda muy ocupado con todo el asunto de la cosecha y atender a los comerciantes foráneos. Igual no ve con buenos ojos que se le moleste y más aún cuando ha contratado a otros, o sea sé a nosotros, para que den caza al Bromista. - No había amenaza velada ni en el tono de voz ni en el rostro del soldado pero si quería dejarle claro a Borför que no querían a nadie entrometiendose en la búsqueda del Bromista.

   Debían andarse con cuidado pues los provincianos eran gente muy susceptible, solo hacía falta una pequeña chispa para hacerlos explotar como un barril de pólvora y, a modo de turba enfurecida, se tomasen la justicia por su mano. Si más tarde se descubría que el ajusticiado no era culpable poco importaba, ya que pronto se encontraba otro motivo con el que justificar el paso por la horca o la picota. 

El gordo granjero no parece en nada imparcial pues sus palabras hacen incluso parecer que sus animosidades no están realmente justificadas. Incluso, si fuese como él dice, me da para pensar que sería más justificado que Borför fuese el Bromista para querer hacer pagar sus "crímenes" al kislevita que viceversa.

"Puros conflictos de mierda entre campiranos." 

Así que dejo de prestarle atención y me giro hacia el resto del grupo antes de hacerles un gesto de que nos vayamos con la mirada y luego alejarme camino hacia el pueblo nuevamente. 

A Cenizo le pareció bien que el granjero acusara a un sospechoso. Si ya tenían un objetivo claro, significaría que pronto recibirían la recompensa que les habían prometido y, si resulta que las bromas persistían, sería el doble de propina en el caso de que volvieran a contratarles. Una oportunidad de oro.

—¡Qué rápido dimos con el chacotero! Ni una sola noche en balde —sonrió malicioso—. Tomaremos nota de su testimonio, sí señor. Ahora debemos ir a encontrar la prueba del crimen. El alcalde así lo pidió. Quiere que el bromista confiese antes de recibir su misma medicina, jijijiji.

Dicho eso último regresó a su carruaje, ya no había mucho que compartir con el granjero, tenían toda la información que fueron a buscar. El próximo destino sería la taberna, en donde encontrarían la evidencia definitiva.

Con una vaga impresión de no haber avanzado mucho con el granjero Borför, volvisteis por el mismo camino hacia el pueblo. La hora del medio día, hora del rezo de agradecimiento a Sigmar, había pasado y el estómago os advertía de que era el momento de llenarlo, o de lo contrario comenzaría a hacérselo saber al resto de personas a vuestro alrededor.

El camino de regreso fue parco en palabras y transeúntes, pues aunque la carretera principal estaba últimamente con mucho ajetreo, a esa hora nadie la transitaba. Al llegar Ablehem y Gawin os dedicaron una mirada hosca y rencorosa, pero ni se movieron de su toldo mientras cortaban cecina y queso, aderezados con pan y un jarro de barro cargado de cerveza. 

El pueblo, calentado por el sol de verano, parecía desierto si no fuera por el algarabío que se oía desde fuera de la taberna, al principio de la calle. La puerta y una única ventana estaban abiertas permitiendo que pasara el aire, o tal vez que saliera el que estaba en su interior, fuera lo que fuera, el estómago comenzó a apremiaros al oler el aroma de la leña de roble calentando carne.

Al entrar pudisteis distinguir a varios comensales que por sus ropajes eran tratantes, venidos en busca del grano maravilloso para elaborar la bendita cerveza que degustaban nobles y plebeyos. Charlaban entre ellos del precio del grano en varias ciudades de Ostland, y hasta dónde podrían llegar de lejos sin que se estropeara el grano, pues al haber carencia ese año, habría mayores beneficios cuanto más lejos. Sus acompañantes, guardaespaldas y mozos acarreadores estaban comiendo guiso en una de las mesas grandes y rectangulares que había para la comuna, donde se sentaban aquellos que no poseían el capital necesario para pagarse una mesa sola. 

A otro lado, apartados, se encontraban dos caballeros de morenos cabellos, los cuales lucían en su sobrevesta la imagen de una copa irradiada de luz al igual que en sus escudos. Una cota de malla reforzada por grebas de metal, hombreras y casco sin visor, dejaba entrever que no eran caballeros imperiales, donde una coraza coparía todo su cuerpo.

Grüger, el tabernero, se encontraba dando la vuelta a un buen costillar de cerdo cuando entrasteis. El chisporroteo de la grasa cuando cayó en las brasas avivó la necesidad de comer y la saliva comenzó a amontonarse en vuestra boca. 

-Ah,- dijo el tabernero al veros entrer. -¿Me traes algún ciervo Gustav?. Con la cantidad de clientes que vienen últimamente necesito carne a diario.-

Entrar en la taberna era parte de las labores de la investigación en curso mas una vez dentro, la necesidad de mis tripas se volvió uno de los protagonistas. El olor de los alimentos así como el ver a todos esos parroquianos merendar hizo que mis tripas sonaran ostensiblemente. No soy un hombre de comer muchas veces al día ni mucho menos, por mis labores acostumbro a no comer hasta que he cazado mi cena, pero no había ingerido alimento alguno hace muchas horas y mi estómago estaba más vacío de lo que podía resistir.

La voz de Grüger me recibió pero su esperanza estaba terriblemente alejada de la realidad:

 - "Lo lamento, Grüger, pero el alcalde nos encargó otra tarea, una que mantiene a las presas alejadas de mis flechas." -Digo mientras apunto a mis compañeros para que sepa de a quienes estoy hablando- "Pero te agradecería mucho un poco de alimento. Esa carne huele demasiado buena para dejarla pasar."

Me quedo cerca del asador, para poder continuar conversando con él mientras ejercerse sus dotes culinarios pues, mientras no tenga algo con que llenar mi boca, no veo motivo para no seguir utilizándola:

  - "Quería saber si sabes algo del conflicto entre Borför y Gustav, el kislevita ese. ¿Sabes algo de aquello que los tiene odiándose tanto?"

No quiero mencionar que el alcalde nos encargó descubrir al Bromista pues, en un lugar como esta taberna y con tanta gente aquí, puede ser uno de los presentes y eso le pondría sobre aviso para nuestra desgracia. Como buen cazador, intento que el ciervo no sepa de mi presencia hasta que la flecha esté en el aire.

Que hambre que tengo.

Pensé al oler los aromas de la carne a la brasa de la taberna. No había sido consciente del tiempo que hacía que no me llevaba algo a la boca hasta que entré allí.

La taberna estaba llena de gente así que no sería fácil encontrar la información que necesitábamos. De todas maneras, Gustav tanteó al tabernero así que me quedé cerca para escuchar y, de paso, mirar por la taberna para mirar ojos indiscretos.

Esperé a preguntar por el mediano hasta que hubo contestado.

-¿El conflicto?.- Preguntó dejando sobre una bandeja de barro un buen trozo del costillar. El humeante trozo de cerdo parecía crepitar mientras la grasilla terminaba de quemarse y derretirse bañando la jugosa carne. -Humm... déjame pensar...- 

Grüger se dio la vuelta con aire pensativo. Cogió una jarra grande y la llenó directamente de la espita del barril que tenía detrás de él. 

Nada más entrar en la taberna, los derramos salivales del viejo inundaron toda su barbilla, provocados por los aromas de esos manjares se permitía disfrutar una vez cada mucho tiempo, cuando los negocios resultaban favorecedores. Sus ojos giraron hipnotizados con el asado, deseoso de probar los manjares que Sigmar le había ofrecido el día de hoy.

—Sí señor... Una mesa, joven tabernero —le dijo, moviendo el brazo donde guardaba sus oros para hacer ruidito con las monedas.

De un vistazo supo el lugar donde le correspondería comer, la comuna. Esta vez, sin embargo, eligió una mesa para cuatro cercana a aquéllos que hablaban del grano. Siempre supo que tarde o temprano le tocaría comer en una de estas mesas tan prestigiosas. Poco a poco el destino iba colocándole en el lugar que corresponde.

—Saludos, buena gente —sonrió con su media dentadura—. ¿Así que el grano está en declive y eso elevará el precio de cerveza? Bueno saberlo, habrá que ir haciendo las cuentas, jijijiji. —Se las daba de buen comerciante, pero en su carroza solo había collares de huesos—. Por curiosidad, buenos señores, ¿a qué se debe la carencia? Se contrapone a los frondosos huertos en Lubrecht. ¡La gente está como loca en el mercado!

Cenizo siguió con el talante accesible para comunicarse con esos caballeros siempre que se dejaran conversar.

   El aroma de la carne asada era tan apetecible que haría salivar incluso al mismísimo Ludwig el Gordo.

   - ¡Barbas de Ulric! Parece que una horda de goblins nos recorre las tripas. - dijo el nordlandes cuando su hambriento estómago, clamando por ser llenado, se unió al de Gustav.

   Mientras el cazador intercambiaba unas palabras con el tabernero tomó asiento junto a Cenizo. El anciano parecía muy interesado en lo que hablaban los hombres de al lado y no tardó en meter baza. Por su parte, mientras esperaba a que les atendieran, Kurt se dedicó a observar a la clientela del lugar; dos hombres en particular llamaron su atención.

   Lucían como soldados pero sus pertrechos estaban lejos de corresponder con la uniformidad imperial. Tampoco reconoció el blasón que adornaba sus ropajes y escudos. Quizás fueran guerreros o mercenarios de tierras lejanas con algunas buenas historias que contar. Si más tarde se presentaba la oportunidad Kurt se acercaría a charlar con los hombres pero lo primero era lo primero y era echarse algo al estómago y regarlo con cerveza.