Partida Rol por web

-¡Oh! ¿Cómo no lo vimos antes?-dijo Leverett repasando el ladrillo con sus dedos. 

Apenas tocarlo la puerta se abrió. Suspiró aliviado. Todo sería más fácil si no tenían que derribar la puerta, como habían pensando en un principio. 

Sin pensárselo ni un segundo cruzó el umbral de la puerta e hizo un gesto a sus compañeros para que lo siguiesen. Avanzaba con cuidado intentando hacer el menor ruido posible. 

Jerry miró aprensivamente la entrada oculta que acababa de revelar su compañero. John Taylor contaba con su fiel pistola reglamentaria, pero ellos solo tenían los picos con los que planeaban abrirse paso hacia lo desconocido. 

—Bueno, que sea lo que Dios quiera.

Tragó saliva y siguió después de Laverett.

Tuvieron que internarse apenas unos pasos en la cámara secreta para llegar a una enorme habitación que parecía mantener una extraña y delicada combinación Art Decó de museo y teatro de operaciones. Había partes corporales conservadas en tubos de zinc llenos de productos químicos con un extraño olor colocados junto a estatuas griegas e ilirianas, cascos homéricos sobre calaveras parcialmente pulidas y espadas antiguas muy afiladas enterradas entre hombros humanos separados. En el centro de la habitación se encontraba la única luz, que iluminaba la siniestra habitación sobre una mesa en la que trabaja un hombre de pelo negro engominado trabajando en una pila de cabezas y miembros embalsamados aparentemente humanos. Un escalofrío les recorrió el cuerpo al percatarse de que aquel hombre era el mismo de las fotografías y que se lo encontraban de espaldas nuevamente, como en aquella visión en el puente. Sin duda era el mismo sujeto. Solo cabía preguntarse si estaría allí de verdad o sería otro truco producto aquel desquiciado cúmulo de eventualidades que rodeaban al caso.

Pero había algo más en la habitación, algo que llamó su atención más poderosamente que la presencia del hombre al que tanto tiempo llevaban buscando. La habitación era presidida, justo al otro lado de la entrada donde ellos se encontraban, por un enorme fragmento rectangular de diorita roja de casi metro y medio de ancho y otro medio metro de alto con una profundidad de más de un palmo. La roca estaba grabada con un relieve que recordaba a los de la antigua Mesopotamia pero también a las pinturas de las cerámicas griegas. El grabado representaba la famosa escena de Ulises, cuando su barco es atacado por un terrible monstruo con seis cabezas caninas. Un hombre con el casco crestado permanecía en la proa, con apariencia aterrorizada. Era el mismo relieve que aparecía en una de las fotos que habían tomado del piso de Frank Dolezal, y que el profesor McDowell le había hecho notar a Saltonstall cuando estudió las imágenes. Al otro lado del barco, en la parte de la escena que en la fotografía tapaba la cabeza de Flo Polillo, se encontraba un remolino tratando de engullir el barco. Curiosamente, les dio la sensación de que al mirar el relieve tallado en la piedra la nave se movía al impulso del mar, que el barco se encontraba cambiado, con la proa donde la popa, y que una de las cabezas caninas del monstruo se giraba hacia ellos, advirtiendo su presencia.

Leverett cayó al suelo al ver la escena, sin duda sugestionado por el efecto que causaba la representación. Si verla en una foto le había afectado, verla al natural le había afectado mucho más. La realidad se confundía con lo ilusorio en su mente trastornada y ya no sabía distinguir entre una cosa y la otra. 

El propio Taylor se encontraba ausente. Como perdido. Se había sentado a descansar sobre una piedra y con el sombrero en la mano sólo dejaba pasar el tiempo. Supuso que necesitaría un tiempo para reacomodarse, para hacerse de nuevo a la idea de estar en el mundo de los vivos. Un pequeño descanso para cumplir con su obligación e investigar como debía hacer.

Y así se mantuvo, con la vista clavado en el horizonte en un punto inexistente. Sus pupilas estaban dilatadas y había una neblina recubriéndolas, como si aún permaneciera en una ensoñación de la que no había despertado del todo. El sombrero seguía girando en su mano, en una acción mecánica que parecía tranquilizarle o, al menos, hacerle parecer más vivo. Quizás esa iteración de movimiento servía como bálsamo para una experiencia que traumatizaría a cualquiera. En cualquier caso, fuera como fuese, estaba claro que John no podría servir de mucha ayuda en la situación actual.

Tranquilo, Jerry, no es más que la sugestión. Tienes al asesino delante y no es momento de perder los estribos, pensó, tratando de tranquilizarse.

Tenía que mantener la calma. Sus compañeros parecían haber cedido al pavor, pero su deber era detener al monstruo engominado que tenían delante.

—Vamos, compañero, demuestra lo que vale esa placa —le susurró a Taylor para que recobrase la compostura. 

No era el momento de flaquear. O bien se encargaban de ese asesino ahí y ahora, o pedían refuerzos para rodearle. Por si acaso, se colocó junto a la salida para evitar que huyese.

La atención del grupo se clavó en la extraña roca con el gravado que dominaba la lúgubre estancia y que atraía sus miradas con un magnetismo difícil de resistir. Pero una vez lograron superar la atracción que les provocaba aquella piedra roja su interés volvió al hombre que trabajaba en el centro de la estancia con los miembros humanos. Habían encontrado a su hombre.

El tipo del pelo negro engominado se giró hacia ellos. El parecido con las gemelas van Schaen y con las fotografías que habían podido ver les permitió reconocerlo inmediatamente, se trataba de Orem H van Schaen, el desaparecido y misterioso miembro de la familia que había hecho su riqueza a base de la construcción del ferrocarril y estaciones como aquella en la que estaban. Orem pareció sorprendido de ver al grupo allí, le habían pillado con las manos en la masa, manchado de sangre y vísceras.

Orem reaccionó rápidamente, cruzó la mesa sobre la que trabajaba con los restos de los fallecidos y tomó una de las espadas antiguas que adornaban la pared, colocándose en guardia para enfrentarse a los intrusos.

Leverett se echó hacia atrás al ver la actitud amenazante de Van Schaen.

-Señor Van Schaen-dijo Leverett intentando mantener la calma-esto se ha terminado. Aunque consiguiese acabar con los tres, tengo todo preparado para que mañana el fiscal del distrito reciba un dossier completo sobre su caso, si no damos señales de vida. Así que es mejor que se rinda. Hágame caso e intentaré conseguirle un trato para que lo deriven a una institución mental. De lo contrario, tendrá que responder de todos y cada uno de los cargos ante un tribunal penal. Tiene garantizada la pena de muerte.

Por si acaso la verborrea del abogado no fuese suficiente, se puso en guardia, preparado para recibir un ataque, aunque sabía que contra un hombre armado, tenía pocas posibilidades.

El joven de pelo engominado tenía un rostro bastante agradable, se podría decir que incluso atractivo. Uno de esos jóvenes por los que todas las jovencitas estarían suspirando y del que incluso emanaba cierto aire de actor de cine: rostro afeitado, con una belleza clásica, abundante pelo y unos ojos de un azul intenso como el hielo. Sin embargo, eran esos ojos los que rompían su atractivo al descubrir en ellos una mirada exenta de cordura, peor que la de cualquier criminal, unos ojos capaces de cosas tan terribles que la mente humana no era capaz de concebir.

Mostró una sonrisa ante la propuesta del abogado sin que sus palabras le hicieran bajar la espada ni tomar una actitud menos beligerante. Al contrario, alzó la barbilla desafiante y preparó la espada.

-No podréis detenerme. - Dijo con una voz algo ronca. -¿Quiénes sois vosotros ante la fuerza de un Dios?

-No quiero detenerte-dijo Leverett intentando mantener la calma-solo quiero que dejes de matar por propia voluntad. Soy consciente de que ninguno de nosotros puede contra la voluntad de Dios. Pero ¿a qué dios de refieres?¿Cuál de ellos obtendría satisfacción en lo que estás haciendo?

Intentaba modular su voz de forma que pareciese tranquila y dialogante.

—Leverett, compañero, sé que en vuestra profesión la labia y la diplomacia lo son todo, pero estamos hablando con un asesino en serie; un demente muy peligroso —se interpuso el periodista apuntando con su pistola a Orem—. Preferiría que nos acompañase por las buenas, señor Van Schaen. Te hemos pillado con las manos en la masa. Un movimiento en falso y abrimos fuego.  

-Yo soy el Dios ante el que tenéis que responder. Los basiliscos y las gorgonas se rinden a mi espada, las sirenas me rinden pleitesía, y las antiguas amantes de Zeus son ahora mis amantes. Vosotros no impediréis que acabe mi obra, - dijo en referencia a la carnicería que había sobre la mesa frente a él,- os arrodillaréis ante mí o moriréis ahora mismo. -Alzó hacia Thomson con la espada en alto. Aquel insensato no había visto la pistola que sostenía el periodista o no la había querido ver, alzó la espada y le señaló con la punta. -Tú irás primero. Decide.

Y sin darle tiempo a decidir alzó la espada y lanzó un tajo horizontal directo que abrió una sonrisa roja bajo el pecho. Orem se había movido con la velocidad de un rayo y a Thomson apenas le había dado tiempo a reaccionar. La herida no era muy grave ni profunda, pero le produjo un doloroso escozor y pudo sentir como la sangre caliente resbalaba hacia su tripa.

Por un momento había pensado que seguirle la corriente serviría para apaciguar a Orem Van Schaen. Lo veía como uno de esos narcisistas a los que les gusta alardear de su obra ante su público, pero quizá no lo había sabido llevar. Por otro lado, el ser encañonado por Thompson acabó por precipitar los acontecimientos. Distaba mucho de ser un héroe, pero luego de ver como este pirado le abría un tajo en el pecho al periodista, no lo dudó dos veces y cargó contra él sin darle tiempo a recuperar la guardia.

Thomson se presionó la herida y trató de mantener la compostura al ver la sangre. ¡Aquel bastardo había osado atacarle con una espada! Si albergaba cualquier duda sobre la salud mental de Orem, aquel tajo las despejaba todas. Debían acabar con ese demente antes de que acabase con más vidas, aunque tuviesen que entregar su cadáver a la policía.

Sin miramientos, tomó su arma con ambas manos y apretó el gatillo buscando en abdomen de van Schaen.

—¡Traga plomo, sabandija asquerosa!

No supo reaccionar a tiempo con anterioridad, se había visto superado y honestamente no se lo echaba en cara. Nadie en su sano juicio pasaría por una situación similar sin derrumbarse y quedarse hecho un guiñapo, si bien es cierto que la cosa había cambiado casi en un abrir y cerrar de ojos.
El tal Orem había aparecido como arte de magia y no sólo eso, sino que no parecía estar en su sano juicio. Incluso había utilizado un arma de fuego, y aunque fuera el último en unirse a la fiesta no iba a dejar que todo aquello pasara delante de sus narices sin mover un dedo. -¡Policía, suelte el arma! -a pesar del aviso, que era un formalismo habitual heredado de la iteración, utilizó su propia pistola para encañonar y disparar sobre aquel tipo.

Los disparos de Taylor y Thomson acertaron en Orem justo cuando éste levantaba la espada para lanzar otra estocada, esta vez sobre Saltonstall, quien le había propinado un flojo puñetazo a aquel maníaco. Las balas acertaron en el hombro y el pecho de Orem que cayó hacia atrás con una mueca de dolor y estuvo a punto de tirar la mesa sobre la que había estado trabajando cuando ellos llegaron y todo su siniestro contenido. 

Orem se alzó a duras penas, tosió sangre y se tambaleó. Tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse al suelo. Cualquiera que hubiera recibido dos disparos como aquellos estaría al borde de la muerte, pero Orem empezó a reírse como un desquiciado. Pudieron ver a través de su sonrisa los dientes rojos por la sangre. Volvió a toser, otra mueca de dolor y de pronto gritó. Los orificios de bala debían estar abrasándole la piel, el impacto debía ser lo más doloroso que había sentido en su vida aquel niño adinerado que había perdido el juicio. Cerró los ojos apretándolos con fuerza y de pronto... desapareció. Volvió a aparecerse justo tras Taylor, en el otro lado de la sala. Sus heridas habían desaparecido y había recuperado la energía y el vigor que las balas le habían arrebatado. Lanzó un tajo contra el policía pero Taylor pudo esquivarlo en el último segundo milagrosamente.

Leverett nunca creyó que se vería algún día peleándose a puñetazos y menos con un lunático. Menos todavía, con un lunático armado con una espada. Pero lo que le dejó más perplejo de todo, fue la forma en que desapareció y volvió a aparecer complemente recuperado. Obviamente eran los poderes otorgados por la piedra. 

Pues si no había arma que pudiese acabar con él. Quizá debían mirar cómo privarle de ese poder. ¿Qué pasaría si ocultasen la piedra?

En este sentido, el "salto" que había dado Orem le venía de perlas. Pues al ponerse tras el agente, dejaba el paso libre para que pudiese llegar hasta la imagen. Así que sacó su abrigo y echando a correr hacia la pieza, la cubrió con el mismo, intentando que la escena que tenía lugar en la imagen, quedase oculta. 

No era el más listo de la clase, vale, sin embargo aquello de desaparecer y aparecer de nuevo completamente curado de un disparo era algo que se escaparía a la comprensión de cualquiera. Y Taylor no era más que un agente de policía. Eficiente, sí, disciplinado y el prototipo perfecto del joven americano, pero un ser humano con los pies en la tierra. Aquel caso les estaba demostrando que había mucho más allá de lo 'normal' (o lo que él consideraba normal, claro), ¿pero si no podían pararlo las balas de su revólver, qué lo haría?

Y tras haber vivido en sus propias carnes uno de esos viajecitos acuáticos de fantasía hacia vete-tú-a-saber-dónde, claro está a los mandos de un cuidado-no-te-ahogues-antes-de-llegar, su entendimiento se había reducido a cero. Y honestamente, no estaba tampoco para ponerse a pensar en situaciones de ese calibre tras la experiencia vivida.
Así que sin más, apuntó de nuevo y disparó. Si aquel tipo quería desaparecer y aparecer de nuevo lo haría hasta que no le quedasen balas en el cargador...