Partida Rol por web

Regruñendo y maldiciendo, me afanaba en trepar hasta el nido donde, a juzgar por los gritos, los chasquidos y los crujidos, Freya todavía estaba peleando contra la arpia. Cada paso que daba me costaba un triunfo, lastrado por el peso de la cota de mallas y dificultado por las afiladas puas y espinas.

Pero el suave siseo de las flechas lanzadas desde el claro dejaban claro que todavia era necesario que llegase hasta lo alto y echase una mano a la muchacha.

- Un... poco... más... Arf... Un... poco... más... Humpf...

Lancé una mirada hacia abajo y todo me dió vueltas. Apreté los dientes, alzando la vista y seguí mi esforzado ascenso, cada vez más cerca del sucio borde del nido. Y, entonces, perdí pie. La rama sobre la que me estiraba cedió, probablemente podrida o carcomida. Braceé alocadamente y conseguí enganchar una rama, abrazandome al tronco y respirando agitadamente, incapaz de seguir avanzando.

Tzotz seguía emitiendo su zumbido subsonico, pero aun así no aturdía a la enardecida arpía. Seguía siendo una amenaza para ella aún así, por lo que el hacha de Freya tendría más  oportunidad de encontarar su camino a la piel que había que cortar y la vida que segar.  

Zafira disparaba a la vez otra flecha, pero al ver que la arpía mayor caía ante el filo de la pelirroja, se volteó como en una danza élfica y apuntó ahora a las arpías enmarañadas.

¡Todos, no bajen de donde están! ¡Desde ahí disparen a estas, que la enramada pronto desaparecerá!

Sabía que diversos ángulos les permitirían impactar más fácil en las, hasta ahora, atrapadas hijas de su arpía madre. 

Avlin sonrió satisfecho cuando se dio cuenta de que su ardid había funcionado. Seguía dudando de sus capacidades en cuanto a la ballesta se referían y prefería no arriesgarse y las demás arpías parecían seguir bajo control atrapadas por las ramas del árbol animado por Zafira así que la máxima prioridad del grupo seguía siendo ayudar a Freya.

El gnomo repasó mentalmente su catálogo de hechizos disponibles y maldijo nuevamente la gran distancia que le separaba del monstruo. Sus opciones se le estaban acabando pero, por suerte, todavía le quedaba algún que otro as bajo la manga.

Concentrado nuevamente, empezó a gesticular mientras susurraba por lo bajo.

Poco después, una especie de humanoide envuelto en llamas fantasmagóricas avanzaba a la carga contra la arpía desde uno de sus flancos.

Más y más flechas de Aldar seguían atravesando la copa del olmo maldito buscando acabar con la tarea que había comenzado instantes atrás. Los proyectiles silbaban por igual sobre las cabezas de Freya y la madre harpía que continuaban con su enconada lucha a muerte, intercambiando garrazos y golpes de hacha a partes igual, desgastando a ambas contrincantes a tal ritmo que, de seguir así, no tardarían los que las rodeaban en conocer un vencedor en aquel duelo en las alturas.

A medida que Balakar ascendía por el tronco plagado de espinas caían sobre él gran cantidad de hojas, ramitas y polvo a consecuencia del combate que se libraba sobre él. El nido, enorme ahora que lo veía desde más cerca, crujía y temblaba peligrosamente a cada golpe o paso que se daba en su interior. Por un momento se coló entre los pensamientos del enano la idea de que la estructura pudiese colapsarse y venirse abajo debido al peso, hecho que pondría un rápido y doloroso fin no sólo a su escalada sino también más que probablemente a su propia vida.  Puede que debido a ello y al mal hábito que tiene todo aquel que no ha trepado en mucho tiempo de mirar hacia abajo cuando se ha ganado cierta altura, sus pies eligiesen como punto de apoyo una rama que a duras penas soportaría a una pareja de gorriones sobre ella. Lógicamente, al partirse ésta, el mundo de Balakar se vino abajo casi tan rápidamente como sus sueños de alcanzar el nido antes de que su compañera acabase malherida, o peor aún, muerta. Sólo la suerte quiso que al vestir una cota de malla los anillos de la armadura ralentizasen la caía al rozarse contra el tronco y le permitiesen volver a abrazarse al tronco con todas sus fuerzas.

Zafira y Avlin seguían haciendo todo lo que estaba en su mano para acabar con la amenaza de la madre harpía. Como la conjuración del gnomo había funcionado tan bien la primera vez éste decidió volver a la carga con un truco mucho más básico pero no necesariamente menos efectivo. Una serie de luces de colores se materializaron junto a la harpía en el mismo instante en que Balakar perdía el agarre y Freya movía el hacha hacia su costado derecho para iniciar un barrido lateral.

Toda aquella cadena de sucesos, desde la combinación de flechas golpeando las ramas altas al estrépito de Balakar al estar a punto de caer, pasando por las molestas luces Avlin y por la diminuta pero valiosa presencia de Tzozt, acabaron afectando de algún modo a una harpía que en ningún momento había imaginado tal resistencia por parte de unos seres a los que consideraba poco más que comida. Desconcentrarse en aquella peligrosa situación o perder de vista al contrincante, aunque fuese por una breve fracción de segundo, significaba tener que pagar errores que acababan pagándose caros. El precio que la madre harpía hubo de pagar fue alto: su propia vida. El hacha de Freya, guiado por la desesperación y la rabia, describió una trayectoria circular que no se detuvo lo más mínimo al encontrar en su camino el cuerpo de la madre haría. Sangre, entrañas y plumas salieron despedidos del nido a gran velocidad y en todas direcciones. A la par de ello, la parte superior el cuerpo de la criatura fue lanzada hacia el camino por la acción del golpe, donde acabó rodando  muy cerca de los cuerpos atravesados por las flechas de dos de sus hijas.

Gracias...

Cerrando los ojos, vaciando mis pulmones mientras mis hombros caían como mis brazos, uno con la mano desnuda y el otro sosteniendo casi sin fuerza el arco que tan poco me había favorecido, sólo podía agradecer el resultado de aquel combate sobre el nido. No la había ayudado. Mi inutilidad o la oposición de la fortuna me habían impedido prestar ayuda a mi amada, la había dejado sola a su suerte, pero había salido victoriosa. No cabía duda de que Freya era más que capaz de cuidarse sola, pero verla en peligro y no poder hacer nada...

Tal vez mis oraciones hubieran sido atendidas, en cualquier caso. Pero la naturaleza era caprichosa, puede que hubiera ignorado la brisa de mis flechas para favorecer el verdadero objetivo, y Ehlonna hubiera actuado sobre el hacha de Freya. ¿Quién podía saber esas cosas? Yo me sentía mal y bien, igualmente. Me sentía un inútil, pero un inútil con suerte. Freya vivía.

Los gritos de Zafira me sacaron de tales pensamientos. Aún quedaban dos harpías más, y su control sobre el entorno natural que las aprisionaba no duraría mucho más. Cuando se liberasen, Freya y Balakar estarían en una situación más que comprometida, incluso peor que la nuestra. Podrían derribarlos desde la altura en que se encontraban. No, debíamos abatirlas antes, o al menos atraer su atención. Con un gruñido, sostuve de nuevo con fuerza mi arco y salí corriendo en dirección a la druida, extrayendo una flecha del carcaj antes de situarme a su lado. La coloqué en la cuerda y con rabia maldije a aquel arco antes de tensarlo.

Maldito seas, haz lo que debes de una vez...

No cabe duda que el amor te hace torpe.

La forma en que el humano había fallado con el arco atestiguaba esto.  Estaba tan preocupado por no darle a su amada bárbara que la mente de este ser de vida tan corta había actuado justo en su contra, enviando la flecha tan lejos como le era posible, engañando su miedo a sus intenciones y habilidades de combate.   ¿Que diría su maestro?  

¡Desde donde están, disparen!    

Ya habría tiempo de ir por Tzotz, ahora debían concentrarse en acabar con las dos arpías juveniles, les quedaban pocos segundos de enmarañamiento antes de que la magia natural se disipara.  Fue contra la más cercana, la que llegaría antes a ellos.  

Apreté los dientes con fuerza mientras guiaba la hoja de mi hacha, sacando fuerzas de donde ya no parecían quedar, para terminar de una vez con aquel despiadado ser. La rabia que guió mi ataque hizo que el cuerpo inerte saliera incluso despedido, cayendo fuera del nido.

Gracias, Obad Hai. Gracias, compañeros.

Sólo gracias a ellos podría haber salido de una así, o al menos esperaba que así fuera, pues no sabía con exactitud en qué situación estábamos; aunque ya me encontraba dejando caer el hacha a mis pies y sacando el arco cuando volví a escuchar a la elfa gritándonos que disparáramos.

Fue entonces cuando me fijé que aún quedaban dos criaturas enmarañadas, y con rapidez me dispuse a sacar una flecha, apuntando en su dirección. Sin embargo, las heridas y su consecuente pérdida de sangre parecían estar haciendo mella en mí, y me fue imposible lograr un tiro certero.

Avlin suspiró con alivio cuando los restos de la harpía salieron volando del nido para estamparse en el suelo. Una vez más, Freya demostraba sus orígenes. Pero no había tiempo para celebraciones, el gnomo sabía que había gastado la mayoría de sus trucos con la arpía más grande, y no se arrepentía por ello. Era la hora de terminar el trabajo.

Girando sobre sus talones, el gnomo desenfundó su ballesta y apuntó, dejando volar un poderoso virote que se coló entre las ramas en dirección a las dos pequeñas arpías que todavía se debatían entre las ramas del árbol conjurado por zafira.

Me mordí los dientes con fuerza, mientras trataba de recuperar el aliento y situarme. El ruido del combate en el nido continuaba, acompañado por el tañir de las cuerdas de los arcos de mis compañeros y los furiosos chillidos de las pequeñas harpias enmarañadas formaban un caótico coro.

Un último alarido se impuso a todo lo demás y un golpe sordo hizo temblar el nido, a la vez que el silencio se enseñoreaba del claro. Alcé la vista y pude ver como algo carmesí empezaba a filtarse por el fondo del enorme nido. Y, como si de un ensalmo se tratasé, la voz de Zafira rompió el silencio con un apremiante llamamento a las armas.

Las harpias atrapadas iniciaron una cacofonía apresurada y sus esfuerzos para liberarse se hicieron todavía más freneticos y furiosos.

Pero eso carecía de importancia. Algo grave había pasado allí arriba y ese temor hizo que me propulsase hacia arriba, impulsado por el deseo de ayudar y de vengar a nuestra compañera caida.

- Barbas de Moradín...

Temeroso de cometer un nuevo error y tardar todavía más en encaramarme a aquella maloliente estructura, me concentré en subir lenta pero inexorablemente.

- Barbas de Moradín...

Por fin, jadeando y resoplando, rojo por el esfuerzo y la furia, me encaramé al borde del saliente y asomé la cabeza. En lugar de ver a la bestezuela alada dandose un festín con la pelirroja o alejandose con las garras sanguinolentas dejando tras de sí el cuerpo inerme de la mujer guerrera.

- Gracias al Padre de todos...

Una oleada de tranquilidad me invadió cuando pude ver Freya, erguida y ensangrentada, con el arco en las manos y su enorme hacha de batalla caida descuidadamente sobre lo que quedaba de la madre de las harpias. Sus heridas debian ser más graves de lo que su porte indicaban porque al soltar la flecha, un rictus de dolor hizó que se encongiera y la flecha saliese muy desviada.

Apenas habia espacio para que nos situasemos en la plataforma, de modo que como buenamente pude, me coloqué en una de las horquillas de las ramas del olmo y empezé a desencordar la honda que llevaba enroscada en el antebrazo y prepararme para soltarle una pedrada a la más cercana de las criaturas enmarañadas. La honda tardaría unos segundos en alcanzar la velocidad necesaria, asi que la hice girar sobre mi cabeza, listo para atacar.

Con la harpía madre destrozada entre las espinas del olmo llegaba el momento de sentenciar aquel combate que había estado a punto de salir caro al grupo de aventureros. La fortuna y resistencia de estos les había permitido reducir a aquellas harpías no atrapadas por la invocación de Zafira y terminar con la madre de ellas. Sin embargo, los poderes que la druida recibía de la naturaleza no eran ilimitados y ésta sabía bien que aquellas dos criaturas que se revolvían y gritaban presas de la furia y la impotencia no estarían indefensas por mucho más tiempo.

Para intentar acabar con ellas cuanto antes, lo que evitaría que Freya pudiese verse expuesta a más peligros de los que ya había padecido, Aldar corrió en dirección al gigantesco leñocaso donde ramas y hojas se movían erráticamente tratando de agarrar a cualquier criatura que se pusiese a su alcance. Su disparo, ahora que se encontraba más cerca de su blanco y tenía mejor tiro, no erró lo más mínimo, lo que arrancó un chillido de desesperación de una de las jóvenes harpías. Ésta, que aunque no podía ver a su madre o hermanas intuía seguramente su trágico final, sacudió con fuerza la cárcel vegetal que la rodeaba tratando sin éxito liberarse y obtener su venganza. Otro flechazo más, esta vez de refilón, pero bien dirigido a la cabeza, hizo que la criatura soltase por su boca toda clase de gruñidos que, de ser parte de un idioma, no podían significar nada bueno.

Cuando Balakar consiguió alcanzar el nido y encaramarse a él, Freya ya se encontraba con el arco en la mano tratando de ayudar a sus compañeros para dar muerte a las harpías cuanto antes. Avlin acababa de disparar su ballesta, y su virote se había hundido en la carne de la harpía herida a pocos centímetros de la flecha de Aldar. La combinación de los tres disparos había arrancado de raíz el brío a la harpía y ahora sus movimientos, aunque igualmente desesperados, hablaban por sí solos sobre la salud de ésta y sobre las escasas probabilidades que le quedaban para salir de allí con vida. La venganza había dejado paso al mucho más sensato deseo de escapar en caso de liberarse.

Enano y mujer, aunque aún no disponían de la oportunidad para relajarse, pues su situación en lo alto del árbol dejaba mucho que desear en cuanto a seguridad, sí que podían echar un vistazo por primera vez al lugar que las harpías habrían llamado hogar en caso de que tal palabra existiese en su grotesco idioma. El nido estaba formado por multitud de ramas entrelazadas y restos de pieles y pellejos secos que el paso del tiempo y las condiciones climáticas se habían encargado de endurecer de tal modo que ahora tenían la misma textura y consistencia que unos finos tablones de madera. Plumas, trozos de animales a medio devorar y masas sobre las que no se podía asegurar si se trataban excrementos o restos putrefactos daban al nido un olor tan penetrante que incluso el respirar por la boca hacía de aquella experiencia algo insoportable. Además del nido, el tronco del árbol había servido como refugio para la madre y prole durante el mal tiempo. Era un hueco oscuro y estrecho, probablemente igual de sucio que el exterior, pero con algo en su interior que captó poderosamente la atención al enano en cuanto sus ojos escrutaron las sombras que en él se daban cobijo: ropas destrozadas que sin duda habían pertenecido a alguien perteneciente a algún pueblo civilizado.

Acertar aquel disparo debería haberme reportado cierto alivio. La estadística que arrojaba mi puntería en aquel enfrentamiento estaba siendo nefasto, al menos con la exigencia que yo mismo me imponía. Desde siempre había hecho del arco mi arma principal, aquella en que depositaba todo mi esfuerzo y recursos de cara a los peligrosos que encontraba. Pero aquel día los nervios estaban jugándome una mala pasada desviando mi punto de mira, o quizás la fortuna estaba en mi contra. El caso es que aquel disparo acertó a la harpía enmarañada, pero a tenor de la profundidad con que se adentró en su carne y el punto exacto donde impactó, era evidente que la herida no era especialmente grave. 

No obstante, se sumó a las demás, y aquel monstruo era tan consciente como nosotros de la inminencia de su justo final. Ella y su aún ilesa hermana estaban en inferioridad numérica y táctica, y al menos ella ya luchaba más con desesperación que con ferocidad. Pero yo era muy consciente de que las bestias acorraladas o al borde de la muerte eran siempre las más peligrosas.

Debíamos darnos prisa.

Yo el primero. Mi contribución a tan desagradable encuentro no estaba siendo todo lo útil que yo mismo me exigía. Extraje dos flechas, sujeté una de ellas entre mis dientes, y me dispuse a disparar velozmente contra la moribunda, deseando acabar con ella cuanto antes para ofrecer el mismo destino a su igual.

Zafira seguía sacando flecha tras flecha. Sabía que quedaba poco tiempo antes de que la naturaleza del árbol buscara, necesitara de hecho, regresar a su forma original.  

Se movió en dirección a los caballos, siempre manteniendo linea abierta para sus flechas, para protegerlos y a la vez aprovechar sus coces contra las arpiitas si la cosa llegaba a ello. 

La atmosfera de aquel hediondo nido hacia el aire casi irrespirable . Agitado como estaba por el apresurado acto de trepar hasta allí, todavía trataba de recuperar el aliento, aquellas miasmas eran repugnantes. El zumbido de la honda al girar a toda prisa sobre mi cabeza, mientras me esforzaba por respirar por la boca, con poco exito.

Las arpias más jovenes seguian luchando entre gritos, quejidos y alaridos. Los esfuerzos por liberarse se hicieron más vehementes cuando la más cercana a Freya y a mi recibió varios flechazos de nuestros compañeros en tierra.

Endurecí mi corazón antes aquellas gorgoteantes suplicas, sin importarme las plumas que revoloteaban y las ramitas que poco a poco se iban resquebrajando, victimas de los denodados esfuerzos de las criaturas.

Lo que habia visto de pasada me habia repugnado. No era una sensación fisica, como era la reacción al olor de aquella estructura. Era la percepción del halito de la Muerte y del sufrimiento que exudaba todo aquel lugar. La arpia adulta habia pagado el precio y parte de ella colgaba de las espinadas ramas del olmo, acompañando la macabra decoración que en algún momento ellas habian colaborado a crear. Sus restos manchaban la caida hacha de guerra de Freya, incapaz de filtrarse  del todo por culpa de la capa de suciedad que se habia secado.

El hueco del olmo que les servia como una especie de despensa o de almacén tampoco me transmitia tranquilidad. Se parecia demasiado a la hedionda boca de un depredador de dientes putrefactos.

Asi que usé mi honda para acallar a aquellas criaturas a pedradas, eligiendo a la más cercana, rezando porque al usar un arma como aquella no me desiquilibrase y lamentando, por enesima vez, haber vendido mi arco y no haber conseguido una ballesta para sustituirlo.

Avlin maldijo la resistencia de aquellas malditas criaturas. Tres flechazos diferentes habían impactado en el cuerpo de una de las arpías pero seguía sin morir. El monstruosos ser gritaba desesperado mientras golpeaba y agitaba las ramas que seguían manteniéndolo preso.

Balakar parecía haber llegado ya hacia lo alto del nido y eso hizo que el enano dejara de preocuparse completamente por Freya. Con el enano ahí arriba, la situación debía estar bajo control. Si hubiera pasado algo malo, ya se habrían enterado.

Con todo esto en mente, colocó la ballesta nuevamente en posición y trató de mantener la tranquilidad para continuar con la buena racha que había demostrado hasta el momento. No obstante, esta vez no pudo ser y el virote de Avlin se encontró con un movimiento inesperado de la arpía que consiguió, tal vez de forma involuntaria, desviar el virote con una de las ramas que la envolvían.

Había fallado mi primer disparo, pero no podía desistir, no cuando mis compañeros podían ser atacados en cualquier momento si esos bichos se liberaban. Debía concentrarme, mantener la cabeza fría y apuntar con detenimiento antes de dejar que el proyectil surcara el aire rumbo a mi objetivo. Sin embargo, ¿Estaba el mantener la mente fría dentro de mis posibilidades?

Saqué una nueva flecha del carcaj, dudándolo, incluso creo que negué con la cabeza; o tal vez no, había perdido bastante sangre y me sentía algo mareada. El frío no tenía cabida en mi. Era todo calor, pasión, rabia, y todas ellas se agolpaban en mi pecho mientras echaba hacia atras mi brazo, tensando la cuerda. Apunté a una de las criaturas, la más lejana, y dejé que el proyectil silbara en su busca.

Echaba de menos el color azul en mi piel, pero a falta de él, bueno era el intenso rojo de la sangre. Llevé mi mano libre hasta la zona circundante de una de mis heridas y mojé mis dedos en el tibio líquido, terminando por pintar con él mis mejillas, queriendo dotar aún de más fiereza mi rostro.

Sin peligro alrededor para los que se encontraban al pie de olmo maldito y con los dos compañeros encaramados al árbol firmemente asentados sobre el nido la concentración de fuego de proyectiles sobre las dos harpías atrapadas fue devastador. Una lluvia de flechas, piedras y virotes cayeron casi al unísono sobre los dos cuerpos emplumados que se resistían con denuedo entre las ramas del leñocaso cercano.

Aldar había decidido resarcirse de los disparos anteriores, los cuales habían errado o no habían causado el daño deseado sobre sus enemigos, y con esa obligación autoimpuesta puso fin a la vida de la harpía herida y abrió el camino para que su hermana siguiese su inevitable destino. El cuerpo de la primera criatura, desprovisto de la energía que había mostrado al comienzo del combate debido a la pérdida de sangre, cesó su resistencia tan pronto la flecha que abandonó el arco largo se incrustó en la frente del malvado ser, lo que hizo que su cabeza cayese hacia atrás inerte y quedase merced del enramado que la había retenido desde el primer momento. Una segunda flecha sorteó el resto de ramas y encontró su objetivo a escasos pies de la anterior, en un cuerpo que albergaba esperanzas de salir de allí indemne pero que tras recibir una herida en el pecho sólo pudo emitir un apagado gruñido y buscar con su mirada aterrada al agresor. Aquellos ojos enrojecidos por la rabia y el esfuerzo no mantendrían su fiero desafío por mucho más tiempo. Desde su derecha, procedentes del lugar desde el que su madre había levantado aquel canto funesto que tantas veces les había procurado excelentes cenas, llegó la bala y la flecha que pondrían el punto y final a una estirpe que se había perpetuado en aquellos bosques durante muchos años. La bala de plomo impactó su cabeza con tanta fuerza que antes de la harpía lograse recuperar la consciencia para quejarse de semejante golpe otra flecha, procedente del arco de Freya, se incrustó hasta las plumas en el largo cuello de la criatura. Fue el fin. A partir de entonces, y mientras que el poder de la naturaleza que las sostenía en las alturas estuvo vigente, sus cuerpos fueron sacudidos sin contemplaciones de un lado a otro, como muñecos de trapo durante un vendaval. Dos golpes sordos, al estrellarse sus cadáveres contra el suelo, devolvieron el silencio y la quietud al bosque. Todo había acabado.

Aunque la pesada presencia de la maldad arraigada en el lugar aún seguía presente – cosa que tardaría mucho tiempo en desvanecerse del todo – los aventureros tuvieron la certeza de que el peligro había pasado por completo. Poco podían escuchar que no fuesen sus propias respiraciones y el latido acelerado de sus corazones haciendo eco a ambos lados de sus cabezas. Un suspiro de alivio o puede que un piafar lejano acabó por devolverles a la realidad. Unos segundos de espera para asegurarse de que nada más rompería la recién instaurada tranquilidad fue todo lo que hizo falta para que a continuación algunos de ellos relajasen el puño con el que tan firmemente había sujetado sus armas y echasen un vistazo a su alrededor.

Estaban solos. Se había hecho justicia, y muchas almas, de forma silenciosa, agradecieron el gesto desde un lugar al que ningún vivo llegaría jamás.

El silencio, amo y señor de aquel territorio a nuestra llegada, volvió a adueñarse de aquella porción del bosque. Un silencio solamente roto por el latir de mi corazón aún apresurado, su latir rítmico y poderoso en mis sienes, y mi respiración acelerada hasta el límite del ahogamiento que se esforzaba en normalizarse a duras penas. Era un silencio, sin embargo, igual pero distinto, producto no del temor a un mal que dominaba hasta donde llegaba la vista, sino del vacío que aquel mal extinguido dejaba, dando paso sin duda alguna a que la naturaleza, el ecosistema, y sus ciclos vitales, regresase a su justo lugar. 

Hundí mis hombros, bajando los brazos, y exhalé aire en un suspiro cansado. Hacerlo me recordó el dolor de mis heridas, ya no más ignoradas por la premura, la necesidad y la adrenalina. Gruñí, probando a moverme y sintiendo la punzada en mi carné, obsequios de aquellas bestias ya abatidas. Descolgué el carcaj de mi espalda, comprobando el número de proyectiles que me quedaban. Había gastado demasiados, malgastado más bien. Sin duda, había hecho bien en conservar aquella espada élfica: antes o después, no me quedaría más remedio que dejar de lado un arco sin flechas que lanzar.

Mierda... A ver si puedo recuperar alguna flecha, al menos... -Mascullé con desgana, comenzando a caminar en dirección a dónde era más probable que pudiera encontrar alguna. De paso, un recorrido por los alrededores me permitiría asegurar el perímetro. Volví a gruñir ante mí primer paso, y la sacudida que supuso en la herida de mi muslo, pero cojeando un poco los primeros pasos, seguí avanzando. Alcé la mirada hacia el nido del árbol, donde Freya y Balakar se habían apostado tras la muerte de la vieja. Había podido terminar todo en una maldita tragedia- ¡Bajad con cuidado! ¡Usad las cuerdas, sin prisa! -Les grité, antes de continuar avanzando.