Partida Rol por web

Con la agencia de investigación de lo oculto Tras el telón recién estrenada, los investigadores reciben su primer encargo. Sin tarjetas de visita aún impresas ni una reputación detrás, tan sólo con un escueto anuncio en el diario local y algunos de las inmediaciones gracias al buen hacer de los contactos de Rachel Hemingway, el timbrazo del teléfono sorprende a Anna Vixen cuando se enciende un cigarrillo con las piernas cruzadas en una de las butacas del despacho. El encendedor se le cae al suelo mientras que Artie Gumshoe, que está colocando un plano de Boston en la pared, lo recoge mientras murmura "Joder..." y se lo devuelve con un guiño y una sonrisa forzada. El Dr. Warren Bedford, que está resolviendo temas burocráticos y estampando firmas en documentos, coge el teléfono.

La voz apagada con rastros de haber llorado recientemente de una tal Agnes os expone un peculiar caso: su marido Rupert Merriweather yace enfermo de cáncer en el Hospital de Santa María, en Arkham. Su estado es muy avanzado y se encuentra muy débil, pero aún conserva fuerzas para pedir que la agencia Tras el telón acuda a visitarlo mañana mismo a la una de la tarde. Ella no conoce más detalles, pero sí le ha recalcado su marido la urgencia, al parecer, muy grande, de que no falten a la cita.

Tras un breve silencio de dos segundos, se escucha una tos lejana y a Agnes exclamando "Oh, Henry...", seguido de un suspiro. Tras esto, Agnes cuelga el teléfono.

Cuando Warren les contó el encargo, Artie no pudo hacer más que sonreír entusiasmado. No era la primera vez que le contrataban para algo. De hecho, como investigador privado había tenido que descolgar el teléfono infinidad de veces para recibir los trabajos y los encargos de los que había estado viviendo últimamente. Pero aquella ve era diferente. Ese trabajo tenía buena pinta. Podía ser un nuevo caso acerca de lo "sobrenatural" y eso le emocionaba.

- Tiene buena pinta. - Dijo Artie sacando un cigarrillo de su pitillera y encendiéndolo. - Puede que no sea nada... puede que sea una gilipollez, pero tiene buena pinta. - Sonrió. - Esperemos que no muera nadie esta vez... - Dijo más serio.

Warren atendió la llamada de la señora Merriweather sin tener tiempo de indagar o hablar mucho, la voz rota y urgencia le hizo mantenerse en silencio y simplemente aceptar el encargo. Nada más colgar el teléfono le comentó a sus compañeros lo sucedido y el contenido de la llamada. Artie parecia acoger el nuevo encargo con energías y optimismo. A Warren siempre le llamaba la atención la forma en la que Artie hilaba sus pensamientos, como era capaz de pasar de una declaración positiva a un comentario sombrío en cuestión de medio segundo. - Pobre Jonah.... Dios lo tenga en su gloria...

Miró con aburrimiento todo el papeleo que aún le queda pendiente, creía que en la palma de la mano se le está haciendo un callo de tanto estampar el sello de la firma. Se aclaró la garganta y comentó con algo de timidez - Podría dejar el papeleo para después y comprobar la ubicación del Hopital Santa María, me da la impresión de que si llegamos un poco tarde, ese pobre hombre solo podrá dejar un encargo a través de la Ouija. Su mujer sonaba tan desolada...

¡Oh! lo que sea con tal de salir de aquí.-Digo con increible falta de entusiasmo. Lo sucedido en la casa Corbitt me había cambiado la vida y pasaba las tardes metida en la oficina esperando quién sabe qué. Todavía me mostraba escéptica con que el negocio funcionase, por descontado no compartía el entusiasmo de los demás. 

Pero allí estaba tarde tras tarde esperando que entrase algún caso y que no se tratase de algún chiflado. Llevaba un pañuelo de seda verde alrededor del cuello para tapar las heridas que me había hecho la criatura. Y alternaba el trabajo en la oficina ( no hacía mucho la verdad) con cantar en el Blue Moon. El dinero era bueno y me servía para despejarme y distraerme de lo que ocurrió en la casa Corbitt.

Me levanté, cogí mi abrigo y esperé a los demás para salir de allí.-Vamos pues, no se nos muera nuestro ÚNICO cliente.-dije con cierta sorna.

Estaba colocando varios archivadores con recortes e información en una estantería algo carcomida por el tiempo y la humedad cuando sonó el teléfono. Sin darme cuenta, me quedé con una carpeta a medio colocar mientras escuchaba lo que el interlocutor al otro lado tenía que decir. Casí me sorprendí de ver que era un cliente. No es que no creyera en este proyecto, pero apenas habían comenzado.

Compaginar este trabajo con el suyo en el periódico me exigía un sobreesfuerzo, pero tenía el presentimiento de que la recompensa valdría la pena. Al fin y al cabo, lo vivido en el pasado me había hecho ver que en el mundo había secretos esperando ser encontrados. Y tenía que estar ahí para verlo.

La gente estaba impaciente por marchar por lo que no sería yo los que los retrasase.

- Me parece perfecto que nos pongamos en marcha lo antes posible. También os digo que no debemos emocionarnos más de la cuenta. Aun no sabemos que quiere el contratista. Tal vez no sea nada realmente interesante. Dios no lo quiera. Pero nunca se sabe. Si me dejan unos minutos, quizás podría llamar al periódico por si el nombre les suena de algo. –

Me aproximé al teléfono y comencé a marcar el número del despacho de una persona de confianza, Henry Alvison. Una persona que si bien no tenía poder en el periódico, si era el que más información podía dar cuando era necesario. No por nada era el responsable del archivo. En cuanto oí su voz al otro lado, le saludé cordialmente y planteé la pregunta rápidamente.

- ¿El nombre de Rupert Merriweather te suena de algo? –

Esperé su respuesta para poder ponernos en movimiento

- ¡Pues no hay más que hablar! - Exclamó Arthur con una alegre sonrisa en el rostro. - Veamos donde está ese hospital y pongámonos en marcha cuanto antes. - Agarró su sombrero y su revólver que estaba en un cajón. - El artiemovil esta esperando fuera y con el depósito lleno. Aunque ahora iremos más apretados. - Dijo haciendo referencia a que ahora eran cinco investigadores y no cuatro.

Las intrigantes palabras de Agnes os dejan preocupados, con numerosas preguntas rebotando en vuestras cabezas. La primera persona en reaccionar es Rachel, que hace una llamada telefónica a Henry Alvison, un compañero y persona de confianza, pero la esperanza se diluye en el aire cuando éste le confirma que no le suena de nada el nombre. Como no hay tiempo que perder, corréis a preparar una pequeña maleta de viaje y dejar algunos asuntos solucionados para poder salir cuanto antes hacia Arkham.

El coche se acerca al Hospital de Santa María, situado en la zona céntrica de Arkham, junto a la Universidad de Miskatonic. Es casi la una de la tarde cuando el Dr. Bedford comprueba su reloj de bolsillo, así que bajáis de un salto del vehículo. A los historiadores no les gusta llegar tarde a su cita con la historia. En el interior del vestíbulo principal hay un mostrador de información en el que, tras dar el nombre del paciente, os señalan hacia la tercera planta. Subís en silencio las escaleras y atravesáis el sombrío pasillo hasta su habitación mientras en todo el recorrido escucháis los lejanos gritos de la agonía y el sufrimiento humanos de los que están siendo despojados de su vida para recibir el abrazo de la muerte.

La puerta donde se aloja Rupert Merriweather está abierta, así que la cruzáis decididos en honor de la puntualidad. Dentro hay dos visitantes más aparte del Sr. Merriweather. Una señora que os hace un leve asentimiento al entrar cuyas ojeras y ojos colorados dan un aspecto demacrado, y un tipo con un rostro no muy agraciado, alargado y serio que sólo os dedica una mirada de refilón. Con un áspero susurro, el tipo encamado comienza a hablar. Su aspecto es desolador. La piel ha perdido su color y consumida, revela los huesos que hay debajo. Su mirada está apagada y la voz le sale como si su vida se fuera con cada sílaba:

- Les esperaba. - Tose. - Primero de todo, quiero presentarles a mi esposa Agnes, y a su lado, mi hijo Bertrand. - Agnes llora secándose las lágrimas en un pañuelo de tela, mientras Bertrand os dedica un serio y evasivo ¿Qué tal?

El Sr. Merriweather deja unos instantes para las debidas presentaciones y arranca de nuevo a hablar, no sin toser y limpiarse unos esputos de la boca antes. - Bertrand, hijo, ¿puedes acompañar a tu madre fuera y dejarnos a solas? Tenemos que charlar de un asunto y mientras puede tomar ella el aire.

- Encantado señora... - Dijo Artie. - Bertrand. - Inclinó la cabeza levemente a modo de saludo.

Aquel nombre le evocó un extraño recuedo. Hace algunos años, cuando era policía estuvo investigando un caso que tuvo a la sociedad de Boston consternada durante semanas. El abad de una abadía mató a uno de los sacerdote de mayor rango. El padre Ander. Un bonachón barbudo al que Artie tuvo el placer de conocer en vida. También mató a un amigo suyo ese mismo día. Un tal Tisef, que acudió a la abadía en busca de respuestas y ayuda. Bertrand se marchó junto a una feligresa a la que violó y mató también. Cuando fue interrogado dijo haber sido aconsejado por un murciélago y una botella de licor de cereza y al ser preguntado el porqué de los crímenes la respuesta fue igualmente extraña. Dijo que no le dejaban salir y que tenía que ir en busca de una mujer, una tal Lachard que había sido endemoniada o algo así. 

Artie se encogió de hombros. De haberse topado hoy en día con ese caso, igual hubiera hecho más caso a ese pobre y demente hombrecillo. Aunque al fin y al cabo, recibió su castigo. Había matado a tres personas fuera como fuera y por el motivo que fuera. Y por muy loco que estuviera o mucho razón que tuviera, su comportamiento no era aceptable. 

- Usted dirá... - Afirmó tras sacarse aquellos pensamientos de la mente.

Estaba aliviado de haber llegado a tiempo, el viaje en el coche fue un poco apretado, así que al llegar, bajé corriendo del coche, desando esirar las piernas. La habitación resultó fácil de localizar, pero el ambiente era bastante deprimente. Nada más entrar podía sentirse la tensión y como el tiempo se agotaba para ese pobre hombre. Cuando el señor Merriweather nos presentó a sus familiares, solo atiné a inclinar un poco la cabeza y saludar de forma suave, temiendo perturbar el descanso de los enfermos y las emociones de esa pobre gente. - Señora... Caballero...

Cuando nuestro cliente pide a sus familiares que abandonen la habitación, la curiosidad y la preocupación empiezan a brotar en mi cabeza. Un hombre moribundo suele aferrarse a sus seres más queridos, ¿Qué podría decirnos que su familia no pudiera escuchar? ¿Tendría algo que ver con ellos? Como fuera, parecía que el señor Merriweather  no comenzaría hablar hasta que salieran de la habitación, así que lo mejor sería darles un poco de confianza para que salieran sin mas percances. - Prometo que le atenderemos diligentemente, tómense un descanso, yo mismo iré a buscarles cuando la reunión haya concluído. - Les abrí la puerta mientras trataba de mantener en mi rostro una sonrisa afable y una mirada sincera.

Tenía claro que en cuanto ellos salieran y Merriweather empezara a hablar, me dispondría a tomar notas de sus palabras más importantes, la historia siempre ha der plasmada para poder transmitirse, así que nunca me separaba de mi bolígrafo y mi agenda, o más bien, libro de notas.

Por respeto a la familia, como todos mis compañeros pensaban, permití esperar a que salieran antes de empezar a hacer preguntas. Aun así, estaba preocupada, el estado de aquel hombre parecía crítico, solo esperaba que les diera tiempo a hacer todas las preguntas necesarias y sobre todo, que les diera tiempo a cobrar por los servicios prestados.

Cuando la familia hubo salido, fueron mis compañeros los que tomaron la iniciativa por lo que simplemente esperé a ver que tenía que decir, prestando atención a cada detalle que pudiera darme alguna pista.

- Lo primero de todo, les agradezco que hayan accedido a venir. Les prometo recompensar con generosidad su buen hacer. - Merriweather tose un poco y beber agua de una taza de porcelana con sus temblorosas manos. Ahora, con la garganta más despejada, continúa la explicación a los investigadores. - El paso de los años ha agrietado mi salud, y mi tiempo... se agota. El cáncer acabará conmigo más pronto que tarde. Para mi mujer y mi hijo será un zarpazo terrible, sobre todo para mi amada Agnes, que vive mi enfermedad dejándose su salud y alegría por el camino. Es por ello que he evitado atormentarles con algunos viejos hechos horribles que harían su vida un verdadero infierno.

Verán, en mis días de juventud cinco compañeros de estudios y yo nos juntamos en los que nosotros creímos que sería una inocente exploración de lo oculto. Dirigidos por Marion Allen, un tipo algo mayor que nosotros, compramos entre los seis una vieja granja situada a varios kilómetros al oeste de Arkham, cerca de Ross's Corners. Allí, con la discreción que necesitábamos para evitar las miradas de los adultos, podríamos llevar a cabo nuestras sesiones de espiritismo y otras investigaciones psíquicas, como solíamos llamarlas.

Inesperadamente, el fruto de nuestro último experimento fue la convocación de una fuerza maligna a nuestro mundo pero, en lugar de intentar expulsar a la criatura, salimos huyendo de aquel viejo edificio consumidos por el horror. Fuimos ignorantes pensando por un momento que la magia que había traído el mal a este plano serviría también para confinarlo en la casa abandonada para siempre. Sin embargo, el hechizo que allí lo mantiene atado dejará de funcionar cuando el último de nosotros con vida caiga en los brazos de la muerte.

Yo soy el último de aquellos seis inconscientes que trajeron la criatura a este mundo y temo que con mi muerte, la criatura quede libre.

Rupert señala débilmente hacia una caja de metal y aspecto inofensivo que hay sobre la mesilla de noche.

- Coged la caja. - Dice con dificultad. - Toda la ayuda que puedo ofreceros se encuentra en su interior. Debéis encontrar la forma de devolver a esa criatura al lugar del que vino y asegurar que así sea. Hacedlo por mí.

Por un momento sentí excitación y miedo ante la posibilidad de volver a enfrentarme a aquello que parecía existir más allá de lo que veíamos a simple vista. Un mundo más grande y misterioso del que nos pudiéramos imaginar. Sin embargo, mi mente me pedía calma. Al fin y al cabo, lo malo de este tipo de empresas es que atraían muy fácilmente a lunáticos y paranoicos cuyo único fantasma vivía en locuras personales o en el fondo de una botella.

Al pensar en una botella, no pude evitar sentir un pequeño hormigueo en la punta de la lengua, una sensación de sequedad en el paladar que hizo que mis pensamientos se fueran por un momento a la botella de Whisky escoces que tenía en casa. Sacudí la cabeza para sacarme la idea de la cabeza. No era el momento. Tenía que estar centrada.

Mientras dejaba que mis compañeros revisaran la caja que había señalado el señor Merriweather, yo me volví hacia él para intentar ver cuanto de realidad podía haber en aquel relato.

- Disculpe señor Merriweather. Aunque no dudo de la información que nos haya podido facilitar en la caja, siempre es bueno conocer de boca de la persona que lo ha vivido, a que nos estaríamos enfrentando. – De manera casi automática, saqué una libreta y un lápiz para tomar notas - ¿Tiene idea de qué invocaron exactamente en aquella granja? Está convencido de que, con su muerte, este… ser, se liberará ¿Por qué? ¿De donde sacaron la información para hacer esta invocación? Y por último ¿Cómo sabían que había funcionado y que hizo la entidad que les convenció de su… malignidad? –

Tenía mil preguntas más en la cabeza, pero tampoco quería atosigar a un hombre enfermo por lo que decidí contenerme mientras les escuchaba

Parecía tratarse de un caso interesante. De nuevo se trataba de un ser de ultratumba atrapado bajo cuatro paredes y un techo. Ese era el tipo de asunto sobre los que Artie pretendía profundizar cuando decidió diversificar su negocio. No dudaba de lo que aquel hombre había descrito fuera verdad. Parecía que Rachel dudaba en cierta manera de él, que tenía sus motivos pues sonaba a fantasía, pero visto lo sucedido en la mansión Corbitt, Artie podía llegar a creer al señor Merriweather sin demasiados problemas. Fuera como fuera, necesitaban empezar a ingresar con regularidad, cinco sueldos no se pagaban solos.

Artie se acercó a la caja que había indicado su nuevo cliente y la cogió con sumo cuidado entre las manos. Se alejó un poco del resto y se sentó en una butaca de la habitación que todavía estaba caliente. Sin duda la mujer o el niño se habían sentando antes allí, pero eso a Arthur Gumshoe le traía en esos momentos sin cuidado. Escuchando de fondo las preguntas de la señorita Hemingway y las respuestas de su futuro contratante, abrió la caja para examinar su contenido con emoción y curiosidad.

Al menos, eso es lo que Artie quería hacer, porque justo en ese momento Rupert comenzó a toser y agitarse en la cama. Su debilitado cuerpo parece que se va a partir por la mitad. Con la tos, comienza a escupir sangre que salpica en la blusa de Rachel, que asustada, retrocede y se guarda el lápiz y la libreta. Su mirada se pierde, mostrando sólo el blanco de los globos oculares.

La puerta se abre y entra Bertrand y su madre, Agnes, que corren hacia él.

- ¡Padre! - Grita su hijo, compungido, cogiéndole de la mano.

Agnes detiene sus lágrimas por un momento y grita en el pasillo buscando la ayuda de una enfermera. De repente, la habitación se llena de gente que toma las constantes vitales del Sr. Merriweather. Deseáis en vuestro interior que aguante, aunque no podéis evitar sentiros algo mezquinos al comprender que no es por su vida, sino por la vuestra, si es cierta la historia que os ha contado y un horror desatado puede liberarse. Sentís un frío que no es más que la repentina sensación de fragilidad de la vida al contemplar a vuestro cliente allí tendido, cubierto de la sangre que ha expulsado por la boca y un cáncer a punto de devorarlo por completo. Escucháis que ha entrado en coma mientras os empujan fuera tanto a vosotros como a Agnes y su hijo, cerrando la puerta tras vosotros.

- Vaya... - Dijo una vez en el exterior de la habitación. - He visto cosas así muchas veces. Por mi oficio digo... - Chasqueó la lengua. - Aún así nunca es agradable.

Fuera como fuera, poco o nada podían hacer ya por el señor Merriweather y por su familia. Tan solo darles el consuelo que no hallarían por mucho que lo intentaran. Sólo el tiempo curaba ese tipo de heridas y en ocasiones ni siquiera el tiempo podía. Un marido y un padre siempre se echan a faltar, sobre todo si fue buen padre y buen marido.

Se apartó un poco del grupo. Allí estaban la futura viuda y el futuro húerfano. No quería parecer un insensible y mirar la caja cuando aún el cuerpo del señor Merriweather estaba caliente, podía ser considerado de poca sensibilidad. Fuera como fuera, la curiosidad le estaba matando, así que de forma disimulada, la abrió para comprobar su interior.

Casi no estaba asimilando sus palabras, mi comenzó a temblar desde que el término "fuerza maligna" brotó de sus mustios labios. Los garabatos en mi libreta se volvieron un poco más erráticos y mi caligrafía mas torpe aunque, como un autómata, seguí anotando palabras claves en mi bloc.

Después de que rachel empezara con sus preguntas y Artie abriera la caja, todo se volvió caótico. Sangre, gritos llantos, el personal médico nos hizo abandonar la habitación. Por un momento sentí mi corazón latiendo fuerte, tanto que podía sentir sus pulsaciones en las orejas y hasta en las plantas de los pies. Inesperadamente, conseguí relajarme. Al aire menos denso y más fresco del pasillo y la palabra "coma" consiguieron calmarme. Si no estaba del todo muerto, había un posibilidad de que aquel lugar aún no fuera peligroso.

Miré hacia bloc y volví a leer las palabras que había anotado: Granja, Ross's Corners, fuerza maliga, hechizo, confinamiento, Ligado a conjuradores, último superviviente, caja. Suspiré, aquello no iba a ser demasiado útil. Observé a mis compañeros y decidí ponerme delante de Artie. Vi que estaba abriendo la caja con disimulo, así que con toda mi naturalidad, bloquee la línea de visión de Bertrand y Agnes, lo único que nos faltaba ahora es que intentaran apropiarse de la caja.

Me acerqué un poco más a Artie y le susurré al oído. - Intenta que no vean la caja, no podemos estar seguros de que no quieran recuperarla. Comprueba si ahí dentro - dije señalando la caja - esta la llave de la granja, si no hay ninguna quizás deberíamos hablar con su familia para conseguirla y retirarnos a un lugar tranquilo para estudiar el contenido. - Esperaba que Artie comprendiera mi preocupación, si el señor Merriweather moría antes de que supieramos como enfrentarnos a la criatura, puede que ya no hubiera nada que pudieramos hacer.

Aquella escena me pareció  de lo más dantesca que había visto en mucho tiempo. Si hay algo que me aterraba era morir en una cama de hospital.....poco más o menos lo que le iba a pasar a este tipo.

Salgo de la sala a tomar un poco de aire y para alejarme de la situación. Dejo que Artie y el profesor jugueteen con la caja. Yo ahora no estoy de humor.

Descanso un poco y espero a que salgan mis compañeros.....ni loca vuelvo ahí dentro. Tiene gracia, pienso, me da más miedo este individuo a las puertas de la muerte que lo que tenemos que enfrentar en esa granja. 

Aunque intento alejarme de Rupert cuando tiene el ataque, no puedo hacerlo antes de que parte de esos esputos de sangre manchen mi blusa. Mientras trastabillo hacia atrás, no puedo dejar de mirar a aquel pobre desdichado que ahora se debatía entre la vida y la muerte y solo cuando los médicos nos solicitan salir, me dirijo con el resto a la sala de espera.

Al salir vuelvo a respirar y aunque se me he mantenido bastante seria, lo cierto es que muevo nerviosamente ya que la situación me ha impactado. De pronto vuelvo a querer una copa. La boca seca, la lengua rasposa. Intento alejar esos pensamientos y pensar en el caso y entonces me acuerdo de la caja.

“¿Dónde ha quedado?”

Pero suspiro tranquila al ver a Artie con ella bajo el brazo. Pienso en acercarme a él para ver su contenido cuando reparo en la sangre de mi blusa y tengo que ahogar una arcada. No puedo tener eso ahí.

- Si me disculpan caballeros, vuelvo en un momento –

Y busco el baño más cercano para poder limpiar mínimamente aquel horror. Lo que tengo claro es que, aunque adoro esa blusa, va a ir directamente a la basura.

Sales al exterior a respirar algo de aire, pero al cabo de unos instantes, Agnes, acompañada de su hijo, salen también. Ella llora afligida en un lado, sentada en un banco de madera, mientras Bertrand le ofrece un abrazo para, a continuación, encenderse un cigarrillo y fumárselo de pie, observando la ciudad de Arkham en movimiento.

Te lavas la cara y miras tu rostro en el espejo roto del baño. Se te pone la piel de gallina al pensar en la de gente que debe estar viviendo sus últimos y agónicos momentos antes de morir bajo el mismo techo que estás. Miras a tu alrededor y ves las sucias y frías paredes del baño, donde apenas entra un poco de luz por el oxidado tragaluz de arriba. Entonces, coges tu blusa manchada de sangre y la lanzas a la basura, asqueada.