Partida Rol por web

Raven tenía la teoría de que aquello quizá podía tener que ver más con "madre" que con "matriarca", similar a lo que ya había visto con Mossa. Pero una vez más, ella no tenía hijos ni conocía a Momoztli ni a Itzel tanto como para saberlo así que no pensaba meterse a juzgarlo.

—No seré yo quien le diga lo que puede hacer o no a una persona adulta—se encogió de hombros—. Si tu deseo es venir a buscar a tu hermano, por mi parte al menos eres más que bienvenida. Aunque me temo que tus guerreros van a tener que regresar al pueblo para que atiendan sus heridas. No sabemos lo que nos espera arriba y quizá sea sabio ahorrar los máximos recursos posibles.

Hizo una pausa anecdótica.

—O adentro. Aún no me ha quedado claro si la pirámide tiene interior.

Probablemente al enviar de vuelta a los guerreros sabrían dónde andaba Itzel. Pero tenía claro que no iban a convencer a aquella mujer para que volviera aunque quisieran de modo que daba igual. Esperaba al menos que el hecho de que estuviera con ellos fuera lo suficientemente tranquilizador para Momoztli.

Y lo de que la ayuda era bienvenida tampoco era mentira de todos modos; no sólo era una guerrera a todas luces hábil sino que seguramente conocería más cosas que ellos sobre el Zigurat o el Señor de los Huesos si empezaban a surgir más incógnitas. Y por una vez podían contrastarlas en su idioma.

—Por cierto, ¿es normal que haya bullywugs pululando por aquí o es otra de esas cosas inusuales que ha traído la lluvia?

Sazel inspiró en profundidad, centrando la mente en el aire que entraba en su cuerpo. No había sido el más duro de los combates, pero el intercambio de golpes le había encendido la sangre. Su corazón brincaba en su pecho, y bajo su piel se había establecido un desagradable hormigueo.

Entonces no sabéis más que nosotros, dijo, cuando sintió cómo su cuerpo se relajaba. Miró hacia lo alto de las escaleras, al templete que dominaba la aldea chardaukana. No llegasteis a entrar; os rechazaron estas criaturas.

Tanto las aberraciones no muertas que llamaban chardarrim como esos extraños bullywugs eran dignos oponentes de servidores veteranos de la Basílica Argéntea. Temía por el destino de Guillaume.

- Creo que es el momento de que uséis esas varitas que soléis llevar siempre los sacerdotes... - Sonrió el capitán. 

Después de un combate como aquel, sentaba muy bien sentir como la magia divina canalizada a través de uno de esos palitos mágicos, penetraba en el cuerpo de uno y empezaba a sanar todas las heridas sufridas. Era como volver a empezar. Pero entonces... 

- ¿No... Tenéis? - Sazel y Victoire se miraron el uno a la otra y viceversa. No dijeron nada y tampoco respondieron a la pregunta de le capitaine, pero tampoco hacía falta. Era evidente la respuesta: no contaban con uno solo de esos valiosos objetos para aventureros. 

- Bueno... - Chasqueó la lengua. - No os preocupéis. Supongo que... - ​​​​​Resopló. - ¡Nos apañaremos! - Posó cada una de sus manos sobre los hombros de los divinos y les dio la espalda mirando hacia la cima del zigurat. - Tenemos que subir... El hijo de Momotzli podría estar en peligro y conviene traerlo de vuelta...

Entonces llevó la mano a su entrepierna y frotó sin coquilla activando una de las cuentas de la misma y sanando parte de sus heridas.

—Entonces yo te llamo hermana —dijo Itzel, teniéndole el antebrazo a Victoire para que se lo estrechara—, y si algún día nuestros países se enfrentan no te buscaré en el campo de batalla.

Tras dedicar aquel pensamiento a la Capa Blanca, Itzel repartió órdenes en su idioma a sus hombres. Chimali ayudó a sus compañeros heridos a descender la escalinata en dirección al pueblo.

Miró de nuevo en la dirección aproximada en la que provenía la voz de "Raven".

—Conocíamos su existencia, sí, aunque nosotros no los llamamos bullywugs. Hay una tribu de ellos al este, pero no esperábamos encontrarlos en el zigurat. Por el pueblo no han pasado, que nosotros sepamos. Que la pirámide tenga interior y hayan venido de abajo es una explicación razonable. Qué relación tienen ellos con esta tormenta sin fin y con el Señor de los Huesos... se me escapa.

Un par de huellas se iluminaron en un escalón del zigurat, pero no alumbraban la zona de alrededor. Emitían una calidez tibia en medio de la fría y lluvia y, de algún modo, tenías la sensación que podías alargar la mano y tocarlas, pero con una parte de ti que no tenía dimensión física.

El gesto de camaradería entre Victoire e Itzel llenó de orgullo al capitán. Pese a que era el más viejo de los presentes con excepción quizás de Sazel, un tipo por el que parecían no pasar los años, seguía teniendo una mente abierta y creía en que la hermandad entre los diferentes pueblos era posible con un poco de buena voluntad.

- Todo apunta a que la clave está en el interior del Zigurat. - Concluyó. - Sólo espero que los peligros que nos depare nuestra incursión no sean insalvables para nosotros. Morir allí dentro no es algo que me apetezca. - Miró a sus compañeros. - ¿Estáis listos? - Les preguntó dispuesto a comenzar la escalada hacia la cúspide del zigurat.

Sazel no respondió. Ni siquiera pareció darse cuenta lo que se hablaba a su alrededor. Caminaba con el ceño suavemente fruncido, hacia las escaleras. Se detuvo ante el primer escalón y se quedó quiero, mirando un punto más arriba, aunque no parecía que hubiese nada en aquel lugar.

¿Solo lo podía ver y sentir él? se preguntó. Así parecía, aunque no preguntó a sus comapañeros para confirmar la sospecha. Llevado por la curiosidad, estiró el brazo, y en ese movimiento, se dejó conducir por la sensación que le decía que podría tocarlo, no con los dedos, sino con el espíritu.

Victoire se sintió sorprendida por la respuesta de Itzel. No sólo por considerarla su hermana, sino por el hecho del pragmatismo y realismo expresado.

Ella también sabe cual es el destino de nuestros pueblos.

—Yo tampoco lo haré—dijo estrechándole el antebrazo, entonces se presentó—. Soy Victoire.

Era extraño, pese a sentir un enorme rechazo hacia Itzel, no podía evitar respetarla. Incluso durante un segundo consideró la posibilidad que ojalá la madre quisiera que no tuvieran que pelear. Pero Victoire no tardó en acallar esos pensamientos. Revraine y Celestar eran el sol que traerían luz al mundo. Los chardaukanos elegirían abrazarla... o quemarse con ella.

—¿Sazel?—preguntó entonces al ver como su colega avanzaba hacia las escaleras.

Aguardad, dijo Sazel, sin volver la mirada, extendiendo la mano tras de sí con la palma por delante. Mas estad prestos para cualquier cosa.

La lluvia caía en cegadoras cortinas, y Guillaume ascendía los escalones del templo con el corazón latiéndole con violencia en el pecho. Tenía aferrado el símbolo de Celestar tan fuerte que tenía los nudillos blancos. El antiguo exorcista miró escaleras abajo para asegurarse de que el chardarrim no lo había seguido hasta allí.

Jadeó y reanudó su cauteloso ascenso por la escalinata resbaladiza, enjugándose el cabello empapado de agua y sudor.

—¿Qué te han hecho, amigo mío? —murmuró Guillaume, antes de que el recuerdo se deshiciera en jirones en tu mente.

La imagen se desvaneció y Sazel salió del trance con una nueva pregunta. ¿Se refería Guillaume —pues quién podía ser sino el antiguo exorcista— al señor de los huesos? ¿o al chardarrim? No parecía haber luchado con la criatura. Estaba sudoroso y jadeante, como si hubiera huido.

Está bien, dijo, girándose hacia sus compañeros. He tenido una visión de Guillaume, pero nada me ha sido revelado con claridad. Sigamos.

Sin esperar a los demás, el aasimar empezó la larga ascensión hacia la cima del ziggurat con pasos pesados.

Itzel, llamó a la chardaukana, deteniéndose un instante, cuando solo había subido una docena de escalones. Conocéis a Guillaume. ¿Sabéis si él llamaba amigo a vuestro señor de los huesos?

- Sazel... - Se acercó a aquel hombre de ascendencia divina. - Has tenido una visión acerca de Guillaume y no ha sido clara. - Repitió las propias palabras del sacerdote. - Igual si compartes tu visión con nosotros, entre todos podemos llegar a una conclusión. 

Podía ser que realmente la visión de Sazel fuera tan confusa que ni entre todos pudieran entenderlas, no obstante, cuanta más información tuvieran más posibilidades tendrían de salir victoriosos.

Sazel frunció el ceño y fulminó con la mirada a le capitaine.

Os señaló y dijo: "debisteis dejarlo en el barco". Sazel habló con total seriedad, aunque no era difícil comprender que era una inacostumbrada chanza por parte del assimar.

Frunció el ceño. ¿De qué diablos hablaba? Meneó la cabeza. Patrice no era un hombre al que le gustasen demasiado los acertijos. Se podía decir que el capitán y las adivinanzas no se llevaban demasiado bien. Finalmente asistió con la cabeza y dejó pasar el asunto. Miró entonces a la drow. 

- ¿Estás lista? - Le preguntó apuntando con la mirada a la cima del zigurat. 

Raven lanzó un suspiro suave para sus adentros. A la drow le gustaba tener las cosas lo más claras posible casi tanto como la agotaba tener que repetirse o tener que escuchar algo evidente; herencia de un mundo en el que no hay mucho tiempo para pensar las cosas si no quieres salir con varias patadas en las costillas.

Ya no estaba en ese mundo pero las antiguas costumbres eran difíciles de matar. Se apoyó ociosamente en el bastón y ladeó la cabeza.

—¿Y lo que realmente pasó?

O no podía compartirlo, o no quería, o a saber Celestar qué. El caso es que se le escapaba el porqué de la chanza en lugar de simplemente aclararlo, si había reconocido a Guillaume tan abstracto no podía haber sido como para resultar indescriptible. Claro que ella siempre tendía a ser más pragmática con aquellas cosas.

Tenéis la paciencia de infantes, dijo el sacerdote. Era mayor que cualquier de ellos, pero todos ellos eran adultos, lo bastante como para haber aprendido a contener sus ansias durante los momentos que necesitaba Sazel para ordenar sus pensamientos, y para aguardar la respuesta de Itzel.

Guillaume se ha detenido mientras subía los escalones. Estaba agitado y sudoroso. Aferraba con fuerza el símbolo de la Madre. Ceo que huía de un un chardarrim, pero la criatura no lo había seguido hasta la escalera. Cuando ha proseguido el ascenso, le he oído decir, en voz baja: "¿Qué te han hecho, amigo mío?".

—¿Amigo? —repitió Itzel—. Supongo. Hablaban mucho y discutían acaloradamente a veces, pero siempre se reconciliaban. Hablaban de cosas profundas: de dioses, de magia, de creencias y de moral. Yo no prestaba demasiada atención. Me aburría.

La guerrera cambió de peso sus piernas en un gesto inquieto.

—¿Dices que has visto a Guillaume? —le preguntó a Sazel a su vez—. ¿Es... algún tipo de magia revraina?

Eso le gustaría saber a Patrice, si de algún tipo de magia revraina era de lo que hablaba Sazel. Reconocía que siempre fue un tipo bastante enigmático, pero en esos últimos instantes le entendía menos que nunca. Su actitud era extraña e indescifrable, al menos para aquel humilde capitán. 

- ¡Par la déesse! - Exclamó el torturado capitán. - ¡Tiempo no es lo que nos sobra para acertijos, monsieur Sazel! ¡Estas ranas se estarán reorganizando ahora mismo! - Hizo una breve pausa. - ¿Puede explicarse sin más dilación?

Raven se encogió de hombros mentalmente. ¿Si lo que quería era un momento no era mejor decir "un momento"? Más trabas comunicativas. Quizá simplemente era aquello, que ella lo tendía a enfocar todo de forma pragmática. O al menos cuando a aquella maldita vocecita interior no le daba por molestar como una abeja zumbona.

Lo que sí tenía irónicamente claro es que si de una cosa no carecía era de paciencia.

—Acaba de hacerlo—comentó mirando al capitán. Luego se puso a ascender ella también por la escalera —. Y no soy una experta en visiones pero coincido con lo de que es posible que Guillaume pudiera estar hablando del Señor de los Huesos en esta.

Como he dicho, capitaine, nada me ha sido revelado con claridad. Eso es todo lo que he visto.

La mujer chardaukana era una guerrera, pero no parecía hecha de la pasta necesaria para forjar a un líder. No todavía, al menos. No bastaba con fiereza y el pasión para forjar la espada que sostenía sobre su filo el destino de las gentes. Hacía falta templarla con sabiduría.

Lo dudo, muchacha, respondió a Itzel. No conocía a Guillaume, pero ambos compartimos herencia y, creo, propósito. Presumo que ese ha sido el motivo de la visión.