Partida Rol por web

Daebeg se acercó a ellos, siempre guardando la retaguardia. ──Esperad, ──dijo. ──Tomad la punta de este cabo. La otra la ataré aquí──: eligió una piedra bien pesada, que aguantara el peso. ──Y estaré aquí fuera, al alcance de vuestra voz, por si acaso. Una vez dentro, iré yo, pero dejaremos la cuerda.

Al lado de la malicia de los Noldor parecía infantil y tonto, demasiado evidente, una precaución absurda pero: ¿hacía daño? No hacía daño.

Avancé con cuidado hasta que me topé con una pared. En todo ese trayecto no había encontrado ninguna trampa, peligro o pared oculta, así que decidí volver y avisar a mis compañeros para que se adentraran en la oscuridad de la cueva.

-"Bien, hummm, parece que no hay nada extraño. Podemos seguir sin problemas. Al final del túnel he encontrado una pared, pero no he llegado hasta allí, he preferido venir a avisaros. Vayamos juntos, creo que allí puede haber un compartimento oculto."

Me di la vuelta y volví a adentrarme en la oscuridad de la cueva.

- Te acompaño, Maese Drûm. - dijo Saelh, avanzando tras el enano con su antorcha en una mano y la daga Carakang en la otra; la daga sería un arma mucho más útil en la estrechez del túnel que su maza.

Fue detrás, sin soltar la cuerda que les guiaría al exterior si ocurría algo.

La cueva no es profunda. La oscuridad es asfixiante para los ojos no capaces para la oscuridad. Apenas a unos treinta metros hay una pared de piedra de pizarra, plana y lisa. No hay marcas ni pilares. Al ir acercándoos, advertís una cavidad esférica en la pared, como de unos treinta o cuarenta centímetros de diámetro que en el centro tiene otra cavidad esférica más pequeña, claramente está tallada con especial cuidado. Una observación minuciosa diría que es una cerradura.

──Mh. ¿Tenemos algo que se parezca a una llave? ──Natural: tenía que haber una puerta de piedra si había un tesoro y un Noldo en el mismo negocio. ──Y si intentamos abrir sin tener la llave, estoy completamente seguro de que ocurrirá algo desagradable.

Para averiguar qué podía ser eso tan desagradable que pudiera ocurrir si se hacía el tonto con la cerradura, se dedicó a rastrear el suelo y la caverna en busca de restos de antiguos saqueadores, o de cualquier cosa que le informara sobre lo que en esa cueva había ocurrido.

Para poder hacer uso de sus dos manos en la tarea (¿y para qué las necesitaba? no lo se, si supiera rastrear, lo sabría, seguramente) se ató la punta del cabo al cinturón.

Saehl examinó con cuidado la extraña oquedad. - ¿Esto encajaría allí? - dijo el montaraz, mientras sacaba la placa de mithril que habían encontrado en Nargothrond.

-¡Buena idea! -exclamó de pronto Annienor ante la propuesta de Saelh, abriendo los ojos de repente. os había cerrado nada más llegar al final de la oquedad, y se había quedado quieto, cabizbajo, como intentando sentir la vida oculta que fluye bajo toda la materia que forma el mundo. O quizás se había quedado dormido por un momento; el grupo acumulaba mucho cansancio tras las largas jornadas de viaje...

La placa encaja perfectamente, es más, la gema central parece entrar en la cavidad interior de la "cerradura"

La placa encajaba perfectamente. Saelh espero a ver si sucedía algo. Después, empujó la placa y hasta la hizo girar, esperando que alguna de esas acciones provocara la apertura de alguna puerta secreta 

La pared de roca empezó a fragmentarse en dos partes iguales, una estancia de unos diez metros de profundidad se abrió ante vosotros. En el centro había un pilar con una arqueta de plata y oro, a los lados, formando un círculo se distinguían varios sepulcros de piedra construidos hace tiempo, algunos bastante agrietados. En caracteres feänorianos estaba escrito:

Aquí yacen aquellos que murieron cruzando el gran mar, aquí descansarán sus cuerpos hasta que el juramente sea cumplido y el enemigo sea derrotado.

En ese momento una luz extraña iluminó la caverna y un estruendo acompañó al derrumbe de la puerta de entrada a la cripta. Una gran abertura había sido abierta en el muro.

La silueta encogida de una criatura ardiente traspasó la pared y se irguió en sus tres metros de altura. Sus patas era casi felinas adornadas con zarpas crueles, sus brazos empuñaban una espada flamígera y su cabeza, monstruosa y aterradora, era iluminada con dos ojos ardientes como los mismos fuegos de los dragones. Ante vosotros estaba Gurthnor, el portador de la muerte, uno de los Balrogs del Enemigo.

No ha sido fácil seguiros desde Nargothrond Dijo una voz cavernosa. Pero este es vuestro destino y aquí termina vuestra misión.

Dio un paso al frente.

Entregadme el objeto y seré clemente, solo os condenaré a trabajar en las minas

Fue fascinante ver como se abrían las puertas y dejaban paso a una sala que en muchísimo tiempo no había sido observada por ojo alguno. Varios féretros de los Noldor estaban por la estancia. Justo en ese momento, algo extraño ocurrió. Unas vibraciones en la piedra, un ruido sordo de derrumbe y ante nosotros apareció un poderoso balrog. Iluminando la sala e infundiéndonos miedo en nuestros corazones.

-"¡Maldita sea! Parece que nos ha seguido el rastro y le hemos conducido hasta aquí involuntariamente. Esta será nuestra tumba... o la de esta horrible criatura. Está claro que mi camino termina aquí. Buscad el cuerno mientras intento distraer a la bestia y huid lo más rápido que podáis. Lo principal es terminar la misión, cueste lo que cueste."

Con un grito de odio hacia él, fortalecido por innumerables generaciones, salí corriendo hacia una de sus piernas para golpearle y dejarle herido.

-"¡Khayum thane khazadu!*"

¿Ardería la flecha al pasar por el aura flamígera del valaraukar? Aun habiendo llegado: ¿tendría algún efecto el vulgar acero en su carne?

Sentía que la responsabilidad era en parte suya, pues suyo había sido el deber de cubrir sus huellas. En todo caso, él estaba en la retaguardia, y ahora estaba...

Ay, allí estaba el Balrog, ante los sepulcros noldorin y la maravillosa arqueta. Allí estaba el Terror que los había acechado durante todo su camino, en todo su espléndido y terrible poder, en la cripta oculta tras las ocultas puertas. Finalmente los había alcanzado; o nunca los había perdido de vista. A un paso del Cuerno, ¡de su objetivo final! Pero, ¿dónde estaba realmente el artefacto que los había llevado hasta allí?

No hubo mucho tiempo para pensar. El Demonio del Terror inspiraba miedo con su sola presencia; lo que se podía temer de su furia desatada estaba más allá de las más pavorosas pesadillas. Estaba, desde luego, más allá de lo que aquellos cuatro hijos de los pueblos libres podían afrontar.

Pero el enano atacó, Karel Drûm, como poseído por el espíritu de siete generaciones de guerreros naugrim; y verlo lanzarse furioso contra su perdición fue bastante. Daebeg hizo chasquear la cuerda de su arco. Y Annienor miró un momento a Saelh antes de atreverse a alzar los ojos hacia aquella Bestia de Utumno, tensar el arco de Araw, tomar puntería y disparar.

Al fin, habían llevado al Enemigo hasta el lugar en el que descansaba el objeto de su misión. Saelh vio con horror cómo Drûm se lanzaba contra el Balrog sin miedo, algo que él no habría podido hacer con tanta entereza. Sus compañeros Elfos comenzaron a disparar con sus arcos a la bestia y Saelh estuvo a punto de hacer lo mismo... pero temió que ni siquiera con la ayuda de las armas encontradas en Nargothrond fueran capaz de derrotar al terrible demonio de fuego y sombra. Quizá lo único razonable era hacer caso a la sugerencia del Naugrim y encontrar el artefacto. Quizá alguno de ellos pudiera escapar con él.

Saelh corrió hacia la arqueta de oro y plata que se encontraba al lado de la columna, tratando de ver si en su interior se encontraba el cuerno de Menellëna.

El Balrog recibió una andanada de flechas que impactaron en su cuerpo duro y pétreo, ambos proyectiles incrustaron sus cabezas afiladas en la monstruosa criatura flamígera y luego se consumieron por efecto del fuego. Sin embargo, el hacha del enano rebotó sin consecuencias contra la pierna del Balrog que miraba con estupor Karel Drûm como quién revive un recuerdo amargo.

Y allí, por fin, se encontraba el objeto de su búsqueda, que había comenzado en lo que al montaraz ya le parecían meses de fatigas y pesares. El cuerno de Menellëna, la última esperanza de los obtener ayuda de los Valar, si Eärendil lograba usarlo para abrir el camino a las Tierras Imperecederas. 

Saelh cogió el cuerno y se lo colgó del cuello y el hombro con su cadena de oro y mithril. Después, se dio la vuelta para observar al enemigo. Observó cómo el hacha de Drûm rebotaba como un juguete al golpear al demonio. Pero el monstruo parecía estar confundido, puede que por el coraje suicida del Naugrim - ¡Maese Drûm! ¡Tomad mi maza! - dijo Saelh, mientras avanzaba hacia el Enano con la intención de entregarle el arma. El libro que habían encontrado en Nargothrond decía que este arma era la Maza de los Khazad, un regalo de los señores de Belegost para Finrod Felagund. Quizá tuviera propiedades mágicas con las que herir al monstruo. Y, en cualquier caso, estaría mejor en manos de Drûm que en las suyas.

La grotesca criatura era dura como el mithril. Mi hacha no le había hecho ni un rasguño y parecía que no se lo haría. Vi como algún proyectil impactaba en su cuerpo pero se consumían enseguida por el fuego. Retrocedí un trecho para no abrasarme por las llamas. A mi espalda escuché al humano llamarme, así que me giré para ver que se acercaba corriendo, portando una maza bellamente trabajada por mi raza. Cuando estuvo al lado, dejé caer a Anglug y enarbolé esta poderosa arma, ligera en mi mano, cuyo tacto me transmitía el poder de los padres enanos.

Una nueva fuerza recorrió mi cuerpo y se renovaron mi coraje y mi valentía. Miré al balrog y, debajo de mi máscara, sonreí. Volví a cargar contra su pierna, esperando esta vez poder incapacitarle de un buen golpe o por lo menos desviar la atención de mis compañeros hacia mi persona.

-"¡Huir, rápido! ¡Salir de aquí!"

Miré fijamente a mi objetivo y descargué un poderoso golpe contra la pierna.

-"¡Gelek menu caragu rukhs!*"

Apenas acertó a soltar el dedo de la cuerda, cuando Daebeg se estremeció, como sacudido por un dolor. El vapor que había invadido la estancia ahora cuajaba todo de gotitas, y la momentánea confusión del valarauka hizo que no agitara sus alas y, por tanto que espesara.

La iluminación que brindaban los fuegos hacía casi más difícil la visión. Daebeg pronto se convirtió en una sombra inmovil, gris contra gris en el aura color melocotón del vapor y de los fuegos. Pronto la llama aumentó y aumentó: y lo haría hasta que el calor secara los poros de la piel, e hiciera la atmósfera dolorosamente nítida, pero para entonces, ¿dónde estaría el hijo de la daga?