Partida Rol por web

Erebus

Escena I: Se acerca el invierno

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19/09/2012, 11:43
Director

Marzo de 1766.

El buque Erebus zarpa de St. Pierre bajo el mando del capitán Bourmont. Es un marino experimentado y respetado, conocido por su prudencia. Una muestra de ella es que ha reclutado más de la mitad de los tripulantes entre las gentes de St. Pierre, sabiendo que estarán más acostumbrados a los rigores del nuevo mundo. Él y los oficiales son los únicos militares en activo a bordo, pues de manera oficial el buque y su misión pertenecen a la marina mercante.

La tripulación está compuesta por marinos profesionales, balleneros, pescadores, soldados licenciados, colonos arruinados y aventureros en busca de fortuna. Tan corriente como cualquier otra dotación naval. Sin embargo, también hay personalidades poco corrientes a bordo, como unos cuantos indígenas, por ejemplo. Un tristemente conocido héroe de las guerras inglesas se ha enrolado además. El médico de a bordo es de lo mejor; de él se dice que ha rehusado una cátedra en París por ver el Nuevo Mundo. Lo que más preocupa a la supersticiosa marinería es que una mujer, una aristócrata, viaja a bordo como naturalista. Quizá para compensar ese mal fario la oficialidad incluye a un joven aventurero y su perro: es sabido que ambos atraen la buena suerte como la miel a las moscas.

La moral es alta, los vientos son buenos, y todos en el Erebus están decididos a hacer historia.

********************

La primavera es fría en el Norte. Millas y millas de aguas azules, salpicadas de espuma, y un infinito horizonte de techo celeste. Las olas rompen contra unas costas que verdean de abetos, más pequeños cuanto más septentrional es la posición, y la superficie del mar se rompe con la aparición breve de grandes jorobas y pequeños hocicos, bestias acuáticas que se asoman para respirar y sumergirse de nuevo.

********************

Julio de 1766

El verano es corto en el Norte. Nubes de algodón sobre un océano de cristal. Un laberinto de islas e islotes de todo tamaño rodea al buque. Avances y retrocesos, rodeos en un nuevo mar que está más allá del límite de las cartas. A veces, las playas están habitadas por indios pequeños y duros, y en ocasiones intercambian pieles o pescado por herramientas o espejos, y de vez en cuando hablan con los lenguas Hurones sobre las tierras y mares de más allá. Canales, pequeños mares, rocas, cabos e islotes que raramente se encuentran allí.

Aves marinas. Gansos y barnaclas y gaviotas, y otras más extrañas que la naturalista dibuja, inexplicablemente entusiasmada. El escorbuto aparece entre la tripulación, pero las infusiones de picea que administra el doctor lo mantienen a raya. Buenos vientos sin resultados claros. El siguiente trozo de tierra, la siguiente extensión de agua nunca es la última, y el rumbo oeste se mantiene.

*********************

Octubre de 1766

El otoño es triste en el Norte. El mar se encrespa, las estrellas se ocultan bajo mechones de áspera estopa. El capitán Bourmont consulta con los oficiales, calcula la posición de las estrellas, hace anotaciones en las cartas y repasa los inventarios. Al fin un día maldice entre dientes y ahora la proa apunta al este. "No es un fracaso -se repiten todos-, hemos avanzado más que nadie hasta hoy". Pero es un éxito escaso para el capitán, para el rey Luis XV, para Francia. Los marineros, gente de espíritu sencillo, se alegran de emprender el regreso a casa, pero no ha de dilatarse su dicha. El otoño quiere escaparse, quiere abandonar al Erebus, y el tiempo se enoja. Las tormentas comienzan a zarandear la nave con frecuencia, y los vendavales entorpecen la vuelta al puerto. Una nieve prematura desciende sobre la cubierta y la superficie del mar espumoso y plomizo. Se alza un frío implacable que cuaja el hielo en el maderamen, y Gastón le Rouge resbala al agua. Desde hace seis noches sufre de calenturas y temblores y delirios, consumiéndose en su coy. El doctor, que recolocó los huesos de Bernard y curó las fiebres de Juniac, no es capaz de sanar su feroz pulmonía.

Continúan las tormentas, la nieve y la cellisca. La luz de un tímido sol que no calienta cruza raramente los persistentes nubarrones y el oleaje golpea el casco con furia. Entre los torbellinos que arremolinan el mar, con el más gélido de los vapores aparece flotando la mayor amenaza que podría encontrarse: el primer gran bloque de hielo llega flotando sobre las aguas broncas. Aún más velamen se recoge, la velocidad se reduce para evitar un fatal impacto, y el tiempo para alcanzar St. Pierre, o cualquier otro lugar seguro, sigue terminándose. Durante una guardia nocturna, el frío ennegrece de tal manera varios dedos del joven Bourguignon que hay que amputárselos. Los marineros parecen perdidos y temerosos. Algunos miran a la mujer con aprensión y vergüenza.

Una noche, por encima de los rugidos del huracán, todo el que está bajo cubierta comienza a oír un ominoso golpear. Primero despacio, como al descuido, pero lentamente el intervalo entre los sonidos se acorta, y el galeón comienza a vibrar y quejarse. Diríase que una manada de monstruos marinos golpea y araña el casco del Erebus, como si quisiera entrar y resguardarse de la tempestad y el frío. Por todas partes el barco cruje como a punto de partirse, y los golpes no cesan. Durante horas angustiosas, todos a bordo contienen el aliento y tratan de agudizar el oído, rezando y procurando adivinar cuándo se producirá la siguiente embestida. Poco a poco, como un animal cansado, el Erebus deja de moverse.

Notas de juego

Supongamos, para empezar, que ninguno de los jugadores estaba de guardia esa noche, así que todos estarán despiertos bajo cubierta. En el camarote de oficiales algunos, otros junto a los demás marineros. El camarote del capitán se ha dividido con mamparos en dos para poder dar intimidad nocturna a la baronesa d'Uberville.

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19/09/2012, 21:33
Adrien Le Brun

El frío se había hecho insoportable a medida que avanzaban las semanas. Se hacía pesado y denso como la propia oscuridad boreal. El aire cortaba al entrar en los pulmones y al rozar la piel; helaba las mejillas, los pies y el alma.

En aquellas noches Adrien agradecía que el terranova lo acompañaba. El catre no era muy grande pero desde que los días empezaron a acortarse Harald dormía a su lado, y compartían el calor.

El muchacho suspiró profundamente cuando el ruido cesó, y guardó silencio buscando por un largo rato cualquier sonido que le indicase que el casco del barco había sido dañado.

- No se tú - dijo, acariciando en la oscuridad la enorme cabeza - pero yo ya no puedo dormir.

Adrien se envolvió en una manta y salió a cubierta. No le gustaban las palabras si no eran escritas: pasaba más tiempo con sus libros que hablando con la tripulación, ni siquiera en las guardias. Quizá por eso aún no tenían demasiada confianza con él. Tampoco tenía importancia. Miró al cielo, como si viera las estrellas ocultas por las nubes, y buscó a los marineros de guardia.

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19/09/2012, 22:23
Ludovic Tessier

Ludovic despertó con un gruñido y una maldición.

-Marineros incompetentes -masculló, levantándose del catre. Mientras se vestía, intentaba despejar la mente-. Ahora es cuando querrán lanzar a esa mujer por la borda... Marinería e inteligencia, que desunión más gloriosa...

Listo, el médico recorrió el interior del Erebus en busca de heridos o mareados, con los oídos atento a los crujidos del navío. Sus manos eran ágiles y delicadas, con dedos preocupados por la salud del otro, pero su lengua era insolente, irónica, incluso bravucona.

-¿Vais a sacrificar ya a la hembra, o mejor deberíamos esperar a la luna llena? -dijo a un hombre mareado.

Por suerte para él, los marineros ya lo conocían.

Poco después, el médico se asomó al exterior. El frío golpeó su cuerpo, por lo que tuvo que frotarse los brazos y arrebujarse bajo su abrigo en el umbral de la nave. Sus ojos, atentos, recorrieron la vista desde su posición, buscando lo que fuera que había provocado la detención del barco. Tomó aire durante un par de segundos, decidido a salir a cubierta si el tiempo se lo permitía...

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20/09/2012, 02:40
Jacques Goubert

A Jacques le costaba conciliar el sueño.  A pesar del tiempo transcurrido a bordo del Erebus el excombatiente no terminaba de acostumbrarse al crujir de la madera del barco pero, sobre todo, no lograba que su cuerpo se habituara al intenso frío que les acompañaba desde hacía un mes . El viento gélido calaba hasta los huesos y le hacía recordar la humedad de una tumba. Cuando el  capitán Bourmont cambió de rumbo y emprendió el camino de vuelta el corazón de Goubert se alegró. Pronto volvería a sentir el calor en su piel y en sus huesos, pronto perdería de vista a aquella extraña  troupe que poblaba el dichoso barco. Especialmente Jacques fantaseaba en las noches que pasaba en vela con la posibilidad de perder de vista al perro sarnoso y a la mujer. Imaginaba, y se regodeaba al hacerlo, a la estirada dibujante y al can cayendo por la borda. En cuanto llegaran a St. Pierre se separarían y no tendría necesidad de dar rienda suelta a sus fantasías.
Pero esa noche un extraño ruido interrumpió las ensoñaciones de Jaques. Arrebujado como de costumbre en su gruesa manta de lana permaneció en silenció, con una sonrisa burlona en su desagradable cara, divirtiéndose con el ir y venir de la tripulación. Especialmente divertido le resultó el sobresaltado despertar del doctor Tessier. Maldiciendo a la marinería intentaba Ludovic ocultar  el terror que le producía escuchar aquel acompasado y desconocido golpeteo.

“El mar reclama a la mujer, doctor- dijo Goubert escupiendo cada palabra a la cara de Tessier- no debe ridiculizar las creencias y las tradiciones de los marineros tan solo porque usted no pueda comprenderlas o explicarlas”

Jacques permaneció sentado, envuelto en su manta gris y raída. La estúpida sonrisa burlona dio paso al severo rostro de la preocupación: El Erebus no paraba de balancearse y el ruido y los golpes amenazaban con romper el barco en dos. Poco a poco volvió la calma y la nave dejó de moverse. Fue entonces cuando Jacques salió a cubierta.

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20/09/2012, 16:06
Ojo-de-Cuervo

Ojo-de-Cuervo no podía dormir, no con tanto golpeteo contra la madera de la inmensa nave. "Los espíritus de esta tierra son extraños", pensó para sí. No estaba seguro de si el bamboleo sufrido por el barco era una buena o una mala señal. La decisión del capitán de volver hacia el sol naciente tal vez contara con la aprobación de los espíritus... o tal vez era una indicación de que debían continuar.

Suspiró. Echaba de menos la sabiduría del anciano Oso-paciente, el chamán de su tribu.

Cuando el golpeteo terminó, acabó decidiendo salir a cubierta. No soportaba estar metido dentro de las tripas del la nave junto a los lloricas y quejicosos marineros. Un hombre se enfrenta con estoicismo y confianza a los obstáculos, no con quejas y lloriqueos propios de niños. Cuando el hombre-medicina del barco bajó para hacer valer su sátira y su sarcasmo contra el comportamiento infantil de la tripulación, quienes ya empezaban a planear tirar a la mujer a los monstruos del océano como ofrenda -absurdo y ridículo, como si la presencia de la mujer resultara ofensiva, como si una mujer no valiera en esencia lo mismo que un hombre. Los franceses era unos bárbaros, y estos marineros además eran unos completos incultos-, Goubert también dejó oír sus chanzas.

Conocía al soldado de oídas. Todo un héroe, a decir de los franceses. Claro, que el aura de melancólica desesperación que le rodeaba decía más de él que todas las habladurías de la tropa juntas.

Cuando vio que el veterano subía a cubierta, Ojo-de-Cuervo le pisaba los talones, sin decir nada pero haciendo el suficiente ruido con sus blandos mocasines -algo complicado para el veterano montaraz- para que el soldado estuviera avisado de su presencia.

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20/09/2012, 17:38
Catalina d'Uberville

Catalina permanecía dibujando  diferentes vistas de los especímenes que había visto la última vez que pisaron tierra, pensando en cual sería más apropiada para el estudio que tenía en mente. A su lado, una taza de té humeaba con los delicados vapores del Earl Grey, derramando con cada movimiento brusco un poco de té en el plato a juego... No se sentía particularmente preocupada por los marineros. No era el primer viaje en el cual se sugería lanzar a la mujer -o al pelirrojo, o al tuerto, o...- por la borda. El capitán era un hombre de la Armada, por Dios. Antes se dejaría decapitar que permitir que le pusieran un dedo encima.
Casi seguro, al menos.

Los crujidos del barco, más que amenazadores, se le antojaban como una canción de cuna. Mecidos en brazos de una madre monstruosa que no supiera cuándo dejar de apretar... Suspira. Tiene ganas de salir del camarote, pero quizá pisar la cubierta ahora mismo no sea la idea más sensata del mundo. ¡Ay, Marcele, Marcele! Si me vieras ahora...

El barco detiene su hipnótico vaivén, como si atravesaran el ojo del huracán. 

Sé sensata, Catalina... si subes ahí arriba estarás nadando con los peces en menos que canta un gallo.

Pero mujer, ¿no tienes curiosidad?

Sí, e instinto de supervivencia.

Catalina intenta insistir en los trazos del ave que perfila en este momento, pero su cabeza está distraída pensando en cubierta... ¿salgo? ¿O no?

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24/09/2012, 23:55
Director

A pesar de lo extraordinario de la situación, pocos marinos se dirigían a las escotillas de salida. La turbonada se colaba por ellas a violentas ráfagas de aire helado. En el exterior la temperatura era aún más baja y el viento nocturno mordía con rabia la piel del rostro, arrebatando incluso el aliento a los pulmones. Hielo y nieve se arremolinaban salvajes a la escasa luz de las lámparas de cubierta.

Unos pocos valientes se movían sobre el hielo de las tablas portando sus propios fanales como fantasmas polares, aferrándose a cabos y maderos para no resbalar, y se dirigían a las bordas, por donde se asomaban una y otra vez entre ademanes de alarma e incredulidad.

Un hombre, irreconocible debido a la cantidad de ropas que le cubrían el cuerpo y el rostro, pasó en dirección a la escotilla de popa, buscando sin duda al capitán. El rugido de la ventisca no permitió oír completamente sus palabras, pero el centelleo desesperado de su mirada era suficientemente elocuente:

-El mar… Hielo… Atrapados…

Todo el mundo se dirigió de manera irresistible a las cuerdas y pasamanos que marcaban el último límite del Erebus, escudriñando hacia el lugar donde debían estar las olas. A sus pies los faroles no alumbraron el mar, sino grises losas de hielo y coléricos cúmulos de nieve que se amontonaban contra el casco como si quisieran asaltar la nave. Aquellos dedos rocosos inmovilizaban el barco como a un corcel asido de las bridas. A pesar de la tempestad, el galeón no se movía una pulgada. Atrapados.

Una voz resonó entonces a sus espaldas, sobreponiéndose al huracán con prodigiosa potencia:

-¡Hombres a los obenques! –tronaba la voz del capitán Bourmont-. ¡Recojan todo el trapo o se partirán los mástiles! ¡Monsieur Chabrillane! ¡Mande hombres ahí arriba ya!

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24/09/2012, 23:59
Director

La guardia nocturna a bordo había sufrido una rarísima sustitución. Las órdenes a media voz por un tenso murmullo asustado; el leve crujir del maderamen por el quejido doloroso del costillaje aprisionado; el suave balanceo del oleaje por… nada, una alarmante nada, una temible ausencia.

Opaca por el rugido del vendaval, a través del mamparo Catalina pudo oír una voz masculina que llamaba al capitán. La voz inconfundible de Bourmont ladró algunas preguntas, que el mensajero respondió con monosílabos. Enseguida ambos salieron apresurándose en ascender los escalones. Muy poco después pudo oírse de nuevo al capitán bramando órdenes, y si bien las palabras se perdieron arrastradas por la tempestad, una riada de pasos arriba y abajo del buque respondió a ellas en pocos momentos.

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27/09/2012, 13:23
Jacques Goubert

El soldado subió a cubierta con el montaraz pisándole los talones. Para la mayor parte de la tripulación los indios eran salvajes portadores de una cultura infrahumana. Pero Jacques, sin embargo, había terminado por respetarles. Gracias a ellos Goubert había aprendido a combatir de una forma muy distinta a la europea, había admirado el valor que mostraban en el combate y le había fascinado la dignidad con la que se opusieron a la actitud hipócrita de marqués de Montcalm tras la batalla del fuerte William Harry. Si había alguien en la tripulación por el que Jacques sintiera respeto ese era, sin duda, Ojo-de-Cuervo.
Envuelto aún en su manta gris el soldado se estremeció al observar la jaula helada en la que se encontraba atrapado el Erebus. Henchido de rabia y sin saber muy bien contra quien descargar su ira, Goubert le dio un empellón a uno de los marineros que se agolpaban en la popa para poder observar el congelado mar.
“¡Malditos, malditos, malditos! –gritó al mismo tiempo que golpeaba la barandilla de popa- ¡Sois unos malditos ineptos!- Jacques dejó caer la raída manta y se alejó de la popa visiblemente preocupado- ¡Será mejor que nos saquéis de aquí o no será por culpa del frío precisamente por lo que moriréis!”
Tras escuchar al capitán Bourmont, Goubert escupió en la cubierta del barco y se acercó al indio. El soldado observó durante un instante el fibroso y moreno cuerpo del montaraz antes de hablarle.
“Vamos, veamos si podemos servirle de ayuda al capitán. Pues si esperamos que sean estos estúpidos los que nos saquen de aquí más nos valdría quitarnos la vida ahora mismo antes que morir congelados en este miserable barco”.
 

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27/09/2012, 15:29
Ludovic Tessier

Genial —graznó el médico, arrebujándose en su abrigo. Con el frío cortando la piel de su rostro –la única al descubierto-, Ludovic avanzó por la cubierta, sintiendo cómo sus botas resbalaban en cada paso. Sus manos se aferraban a cada cabo, a cada asidero a su alcance, mientras los marineros se movían hábilmente de un lado a otro,  a veces empujándolo en su camino.

¡Eh! Si alguien hiere al médico, ¿quién me curará? —gruñó, acercándose a una de las bordas. Tras dos pasos, añadió algo en voz baja—: ¿Quién curará a cualquiera de estos ineptos?

Al fin, como una odisea, alcanzó su objetivo. Sus enguantadas manos se aferraron al borde del Erebus, y lo que vio más allá no era el mar que esperaba: dónde debía haber agua, había hielo. Un enorme océano blanco, congelado, destellaba ante sus ojos oscuros.

Por la corteza de chinchona de Ramazzini —clamó Ludovic, antes de oír maldiciones en cubierta. Su pálido rostro se giró hacia un lado, viendo cómo un hombre golpeaba la barandilla—. Oh, Jacques está haciendo amigos… Con un poco de suerte, nos abandonan a los dos en este maldito hielo. Buen espectáculo daríamos, los más simpáticos del Erebus, solos en esta eternidad blanca.

Las palabras del soldado resonaron en sus oídos, casi aumentadas por la resonancia de inesperado mar de hielo

«Está pensando en investigar esto», pensó. Enseguida, se apartó del borde de la nave para, con pasos inestables, acercarse a él, y a aquel curioso indígena. «Si hay aventura, Ludovic estará presente…»

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27/09/2012, 22:15
Adrien Le Brun

- ¡Vamos muchachos, que no se queden sueltos los cabos! - exclamó Adrien, como si la voz del capitán hubiera activado un resorte en su interior - ¡Venga, que nadie se va a caer al agua!

Al menos eso era verdad. Estaban rodeados de hielo bajo la ventisca; nadie moriría ahogado. Ya habría tiempo de preocuparse cómo saldrían de allí después.

No trató de mantener el equilibrio sobre la cubierta helada, sino que patinó sobre ella hasta frenar en la baranda en la que Jacques y el doctor estaban observando el hielo.

- Llamarles ineptos no evitará que se parta el mástil, messié Goubert - dijo cuando llegó a su lado - pero agradeceremos sus brazos para recoger la vela mayor. También los suyos, caballero.

Desconocía el nombre del indio, aunque agradecía infinitamente lo silencioso que llegaba a ser. Ahora se arrepentía de no haber prestado más atención a esos detalles las últimas semanas. Habría tiempo más tarde, si salían de esta.

- Doctor, puede que quiera usted comprobar si la baronesa se encuentra mareada. - No añadió que le espantaba la idea de que el doctor cogiera neumonía, o peor, que lo arrojaran al hielo en una especie de ritual de suerte junto a Catalina o al propio Jacques. Supuso que no era necesario; la inteligencia de Ludovic no era un secreto.

Luego, ayudó a atar unas cuerdas, palmeó el hombro de uno de los marineros y levantó la vista al mastil mayor. Recoger esa vela con esa tormenta iba a costarles toda su fuerza de voluntad. Harald trotó tras él, bostezando, desde la escotilla.

- ¿Se ha despertado ya el marqués? - susurró Adrien, tomando el extremo de la cuerda y poniéndoselo en las fauces - Venga Harald, veamos si de verdad eres un héroe. ¡Coge!

Él mismo asió, junto con el resto de los hombres, el cabo que sujetaba la vela. Escuchó al contramaestre colocar a los últimos hombres, respiró hondo y obedeció como un vulgar grumete.

- ¡Tirad!

... y tiró con todas sus fuerzas. Y el terranova tiró con él, con sus patas negras resbalando en el hielo.

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30/09/2012, 15:01
Catalina d'Uberville

- Oh, demonios... 

Catalina vuelve a su tosco escritorio. Es una mujer extraordinariamente metódica, así que plenamente consciente de que subir ahora a cubierta es arriesgarse a morir para ella, redacta rápidamente una carta para el abogado de la familia, fechada de ayer, indicándole varias valiosas donaciones que desea hacer a diferentes asociaciones caritativas y en pro del conocimiento científico.  Cierra y sella la carta, dejando una nota en el vacío que hay en la cama del capitán. Indica que, si fallece durante el viaje, haga el favor de remitir esa carta al abogado de la familia obviando que fue enviada tras su muerte. El capitán es un hombre listo, y un caballero con el que ha mantenido entretenidas conversaciones. No conoce exactamente la vida de Catalina, pero vive Dios que algo intuye. No es, en absoluto, un necio o un estúpido.

Si muere hoy, su hijo comprobará como sus arcas están más vacías de lo que esperaba... Catalina sonríe amargamente.

Arregla sus ropas, negras -es viuda, a fin de cuentas- y discretas, aunque cómodas. Tiene varios pares de pantalones -muchos de ellos vieja ropa de Marcele-  que utiliza a veces cuando está en ambientes realmente hostiles, como pantanos. Eso le ha granjeado en muchas ocasiones el escándalo y la reprobación de gente de bien, aunque normalmente la compañía de marineros y sirvientes es menos susceptible de indignarse por esas transgresiones del buen gusto.  Teniendo en cuenta los planes de su retoño, que alguien se ultraje porque Catalina lleve pantalones para vadear un pantano no le supone, a estas alturas, una gran preocupación.

No obstante, pantalones a parte, el hecho es que si puede evitarlo utiliza vestidos. Como esta noche.  Imagina su vestido, cómodo y simple pero de excelente calidad, expandido como una flor negra en la superficie del agua cuando su cuerpo sea lanzado al agua, y después cerrándose mientras se empapa y su peso la arrastra al frío fondo... 

Da igual, va a subir.

Coge un chal. Hará frío. Y quizá necesite una mortaja.

La madera cruje bajo sus pies cuando asciende hacia cubierta.

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02/10/2012, 15:22
Ojo-de-Cuervo

Ojo-de-Cuervo asintió ante las palabras del soldado, aunque desde luego no dijo ni una sola palabra. El calor del cuerpo se iba por la boca, decían, y sin duda con aquellas temperaturas hablar sólo serviría para sentir más y más frío.

El algonquino siguió a Jacques hasta donde se encontraba el capitán, gritando a los hombres orden tras orden para así evitar que el enorme barco perdiera sus velas. El montaraz no tenía mucha idea de barcos, pero desde luego podía ser útil subido a una de los mástiles si le decían qué debía hacer.

Dejando que el veterano francés llevara el peso de la conversación, Ojo-de-Cuervo se ajustó el chaquetón de piel de caribú. Realmente hacía frío, incluso para alguien como él, habituado a un clima más frío que el de la campiña gala.

Notas de juego

Perdonad la ausencia.

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03/10/2012, 00:15
Director

La potente voz del capitán Bourmont continuaba cruzando el vendaval, y enseguida las roncas órdenes del contramaestre Chabrillane le hicieron eco desafiando a la propia tormenta.

-¡Vamos, trepad a las vergas! –gritaba el contramaestre. El viento le había arrebatado el sombrero y agitaba su cabellera canosa-. ¡Recoged los foques! ¡Legrand, tensa las malditas jarcias! ¡Ese cabo, cortadlo de una vez!

La desolada cubierta se llenó en pocos segundos de marineros que resbalaban en los maderos helados y trepaban a los inseguros aparejos balanceándose como simios entre los violentos mordiscos de la nevada. Se animaban unos a otros con gritos y se repetían las instrucciones, apoyándose entre sí para ejecutar la peligrosa maniobra. Algunos se acercaban para frotar la espesa pelambre del terranova, buscando suerte. Otros echaban temerosas ojeadas por la borda y mascullaban aterrorizados juramentos.

Una enlutada figura asomó por la escotilla de popa: la baronesa D’Uberville salió a cubierta para comprobar por sí misma cómo el agua se había transformado en una corteza de hielo, atrapando al Erebus. Algunos hombres la contemplaron un instante y luego escupieron disimuladamente para alejar el mal fario.

A popa, la vela de mesana flameaba al viento, hecha un jirón gris. El capitán le dedicó una experta mirada, y al ver aproximándose a Goubert y Ojo-de-Cuervo, se dirigió a ellos con serena autoridad:

-Ustedes dos, suban ahí arriba y desháganse de ese trapo antes de que destroce la jarcia.

Inmediatamente dejó de prestarles atención, seguro de su mando, para inclinarse sobre el pasamanos y vocear una orden a quienes trepaban al palo mayor. Goubert reconoció en su actitud a los grandes militares, capaces de ordenar la más sangrienta de las cargas sin que les temblase el pulso.

La penumbra de los fanales que escasamente alumbraban la escena destelló un breve instante. ¿Un relámpago? En el palo mayor, el gorro amarillo de Dernier se detuvo a medio camino, como si dudase, pero ningún otro marino vaciló. Si hubo un trueno, se perdió en el fragor de la tempestad.

Harald soltó el cabo y permitió que Adrien lo anudase en una cornamusa. El joven premió al animal palmoteando su cabeza, pero inopinadamente éste echó a correr ladrando con fuerza a la noche, alarmado por el fogonazo.

Entre dos bocanadas de viento, un raro silbido se dejó notar. Como siguiendo el caótico compás de la ventisca, un peculiar quejido del hielo resonó, aumentando como el galope de un caballo que se acerca. La cellisca golpeaba palos y velas, pero su crujido se antojaba cada vez más un chirrido o un gemido que se modulaba con la fuerza del viento en una imposible canción sin palabras. El cántico pareció describir un irregular círculo alrededor del navío, como si proviniese de un pájaro o un fantasma que el torbellino arrastrase, llevándolo erráticamente más cerca o más lejos, más arriba o a ras del hielo, haciéndolo saltar sobre la confundida tripulación.

De improviso la temperatura descendió aún más, haciendo crujir ominosamente el maderamen. La nieve comenzó a pegarse a la ropa de los hombres y a cuajar de inmediato en placas de escarcha. El aire se adornó con las palabras indescifrables de un diabólico canto hecho de hielo y granizo, una melodía que helaba la sangre y encogía el corazón de los hombres.

Un alarido llegó desde la oscuridad. Desesperado y espeluznante, no duró sino una fracción de segundo. Una sombra descendió aullando desde lo más alto y quedó súbitamente inmóvil sobre la nieve, justo al costado estribor del Erebus.

-¡Hombre al agua! –gritó alguien absurdamente-. ¡Es Danton!

Todos reconocieron, espantados, el cuerpo inerte de un hombre sobre el hielo, desmadejado y aplastado como un títere al que cortan los hilos.

 

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03/10/2012, 19:19
Catalina d'Uberville

Catalina se acercó hacia la barandilla. ¿A dónde vas, estúpida? ¿Quieres ir a hacerle compañía? se advirtió a sí misma, pero la curiosidad era más fuerte que ella. Con una fascinación horrorizada completamente impropia de una dama se asomó levemente para mirar el cuerpo.

- ¡Dios bendito! -susurró, sobrecogida-. Pobre hombre... 

Siguió con la mirada la trayectoria del cuerpo en dirección inversa, levantando los ojos hacia las alturas. La nieve y el granizo dificultaban la visión; y el frío era un cuchillo en el cuerpo. Marcele... me parece que esta vez he mordido más de lo que puedo tragar. ¿Qué es ese sonido? No te pongas nerviosa, Catalina. Sólo es un fenómeno atmosférico. Esto no es peor que aquella vez que os perdísteis en Borneo. 

Mira a su alrededor. La patente hostilidad de los marineros contra ella. El hombre muerto contra el hielo.

Quizá sí sea peor...

Y pese a todo, hay una cierta belleza en la imagen -el hielo, la nieve, la tormenta feroz, la oscuridad-, que Catalina graba en su mente con la intención de dibujarlo más tarde, si es que hay un más tarde. Busca a alguien conocido entre el barullo, manteniéndose a la suficiente distancia para no molestar, y camina hacia el joven Le Brun y su animal. Quizá sea una de las pocas cosas que añora de tierra, los perros de Marcele.

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03/10/2012, 20:21
Jacques Goubert

“Si esta escoria que tiene por tripulación hubiera hecho bien su trabajo no estaríamos atrapados…ni tampoco habría problema con la maldita jarcia”- masculló Jacques al tiempo que se aprestaba a acatar la orden del capitán. No era precisamente el tipo de trabajo que el soldado esperaba realizar “arriar una jodida vela…como uno más de esos paletos marineros que merecerían estar colgados del palo mayor por su ineptitud”-pensó.
A pesar de sentirse ofendido y visiblemente irritado, Goubert sabía que la tarea encomendada por Bourmont era propia de titanes: se necesitaba gran fuerza y considerable destreza para dominar y dejar la vela inerte. Posiblemente Ojo-de-Cuervo y él eran los mejor preparados en todo el Erebus para llevar a cabo la hercúlea faena. Tarea en la que se encontraba concentrado el soldado cuando un fogonazo, como el de un rayo, le alarmó. Un extraño silbido y los ladridos de Harald inquietaron aún más a Jacques.
“Agárrate bien, Ojo-de…”-no había terminado de hablar cuando arreció la ventisca. La nieve se adhería al abrigo del soldado, el viento estuvo a punto de derribarle y los dientes no paraban de castañearle. Tiritando y con el horrible sonido que giraba alrededor del navío taladrándole el cerebro, Goubert deseaba bajar a cubierta y mandar al infierno la jarcia, la vela y a la tripulación con capitán incluido.
“No sé lo que harás tú, indio, pero no pienso quedarme aquí para que el granizo y el viento acaben conmigo. Voy a bajar…quiero ver lo que está pasando allí abajo”.
Jacques descendió con rapidez al tiempo que observaba aterrado como una misteriosa sombra descendía sobre uno de los costados del barco. Alguien gritó el nombre de uno de los miembros de la tripulación. Goubert corrió de inmediato hacia la multitud que se agolpaba en la borda. Aquel pobre diablo yacía muerto, en medio de un charco de sangre, sobre el hielo.
 

¡Dios bendito! Pobre hombre... 

“Bueno, señora. Al menos ya no pasará frío…”, bromeó el soldado, haciendo gala una vez más de la estúpida y burlona risa que le caracterizaba.
 

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03/10/2012, 21:22
Ludovic Tessier

El frío era cada vez más insoportable, por lo que Ludovic acabó tan encogido sobre sí que pronto pareció ser mucho más bajo. Perdió de vista a los soldados, hasta que un destello atrajo su atención.

«Oh, si la dama nos deleita con su presencia», pensó. Torpemente, se dirigió hacia ella, con la lentitud de un niño que aprende a caminar por primera vez. Se agarró donde pudo, y avanzó, avanzó… hasta que aquel sonido, escalofriante, lo detuvo. Volvió a encogerse, más que nunca, con el miedo introduciéndose en su cuerpo como una de sus cuchillas de médico.

Por el pneuma de Galeno —masculló. Temblando, quizás de frío, quizás de temor, se obligó a alcanzar el estribor del barco, aferrándose al borde junto a Catalina y Jacques. Ni siquiera oyó lo que decían, hasta que se forzó a ocultar su inquietud tras una macabra broma.

Como experto médico, he de decir que el sujeto ha fallecido.

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04/10/2012, 20:58
Ojo-de-Cuervo

"¡Benditos espíritus!", pensó el algonquino tras el relámpago silencioso, "¿qué ha sido eso?". Tampoco tuvo mucho más tiempo que dedicar al asunto, pues tras eso la ventisca arreció con más fuerza si cabe, azotándolos a todos con hielo como agujas de cristal. El viento cantaba, y la canción era de odio e ira.

Sí, sin duda los espíritus les estaban hablando, y no tenían a nadie que pudiera interpretar sus designios.

Un grito, esta vez humano, le sacó de su momentáneo ensimismamiento. El golpe que el desafortunado hombre tuvo contra el duro hielo ni siquiera sonó. "¿Espíritus sangrientos? ¿Acaso aquí los espíritus gustan de sacrificios cruentos?"

El montaraz asintió a Jacques, pero no le siguió. El capitán tenía razón y había que quitar todo el trapo. Decidió dejar de anudar y, sacando uno de sus cuchillos de monte, empezó a cortar sujecciones, dejando una última que le sirviera para descolgarse hasta la cubierta y así no perder la vela por salvar las jarcias.

Para cuando fue a bajar, la mayor parte de la tripulación y pasajeros ya se habían agrupado en torno al cadáver.

Notas de juego

¿Es necesario que tire atletismo, venerado máster?

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08/10/2012, 22:12
Adrien Le Brun

Adrien consiguió que Harald dejara de ladrar, pero no que se tranquilizara. El terranova se mantenía erizado, en tensión, tratando de alcanzar con el olfato donde la vista de los humanos no llegaba.

El joven Le Brun cerró los ojos al ver a Danton. "Danton" se repitió a si mismo, mientras buscaba en el cielo de dónde había caído. Tampoco conocía ese nombre. ¿En qué parte del Erebus estaba antes de "caer"?

- Está nervioso, mi señora - dijo, cuando la baronesa se acercó a ellos - Nunca lo había visto así. No sé qué ocurre, pero no me gusta... ¿Sería tan amable de llevarse al doctor de cubierta? Convénzalo, mi señora - dijo, mirándola a los ojos con confianza - Un médico es muy valioso, y a mi no me hará caso. Nos reuniremos en cuanto acabemos con estas velas.

Luego se giró a los hombres, y bramó con decisión, esperando que el trabajo distrajera a los hombres:

- ¡Vamos muchachos! ¡Terminemos con las velas y protejámonos de la tormenta bajo cubierta!

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10/10/2012, 17:37
Director

La tripulación se agolpaba en la borda, o estiraba el cuello desde las jarcias para ver al accidentado Danton. Unos pocos observaban la gran altura desde la que se había precipitado, casi veinte varas desde el palo mayor. Antes de un segundo, Chabrillane comenzó a vocear órdenes y propinar empujones a la marinería para hacerles volver a la disciplina.

-¡¡¡ESTÁ VIVO!!!

A pesar de estar aplastado y retorcido sobre un charco de sangre que se congelaba, el desdichado Danton levantaba un brazo hacia las alturas e intentaba moverse apoyándose en unos huesos quebrados que no le respondían.

La nieve se arremolinó inopinadamente a un lado de Danton. Gruesos copos se concentraron para formar un gigantesco cúmulo blanco y gris de muchos varas de altura. Un resplandor antinatural parecía iluminar aquella masa de cellisca, tal vez la luz tamizada de la luna a través de improbable claro en las nubes. El vendaval arreció, arrojando diminutas esquirlas de hielo en todas direcciones, y el torbellino que se agitaba junto a Danton se inclinó como para recogerle. Un brazo de nevisca se estiró hacia él, envolviéndole con dedos colosales y lo alzó como a un cachorro más allá de los mástiles del Erebus mientras el pobre hombre gritaba de horror. Y allí, por encima de los altos palos del buque, donde el gigante de tempestad tendría su cabeza, los hombres descubrieron dos estrellas como dos gélidos y perversos ojos que a su vez les contemplaban feroces.

Muchos en la tripulación gritaron, olvidando las órdenes del capitán, y corrieron a refugiarse de aquel ser bajo la cubierta, o tras barriles y aparejos. Otros cayeron de rodillas, apretándose las sienes entre alaridos de miedo. El corso Marbot se hincó de rodillas, murmurando alguna inaudible plegaria.

Una descomunal ráfaga de nevisca, con el vago aspecto de un brazo, golpeó los cabos de la mesana, que se desplomaron como largas culebras arrastrando una destrozada vela, y la diabólica turbonada de hielo se deshizo en jirones como arrastrada por el viento.

La fuerza de la tempestad disminuyó sensiblemente, como desaparecida con aquello, y algunos rostros desencajados asomaron de sus escondites. El capitán Bourmont, pálido como la misma muerte, permanecía de pie, estático, asido a un cabo.

Un alarido más se oyó en las alturas de la madrugada, tan cerca de todos que varios hombres se ocultaron nuevamente. La espeluznante voz de Danton recorrió el barco de proa a popa profiriendo aullidos de agonía y pidiendo socorro. Los gritos sobrevolaron el barco una, dos, tres veces, antes de perderse a estribor, entre las nubes.

La tormenta cesó entonces con impensable brusquedad, como si alguien cerrase una ventana. Una levísima claridad grisácea, torva y huraña, comenzó a penetrar con desidia entre el mar congelado y las opacas nubes, anunciando el amanecer.

Notas de juego

No, Ojo-de-Cuervo, no es necesario que tires por Atletismo (salvo que inútilmente insistas en arriesgarte a romperte el cráneo).

Otra cosa: hacedme todos una tirada de Humanidad a dificultad 9. Un éxito indica que el personaje no se ve afectado (porque está seguro de haber visto un raro fenómeno natural o porque lo acepta como un prodigio más del mundo). Un fallo implica la pérdida de un punto permanente de Humanidad mientras un terror malsano se apodera de vuestro personaje, si bien podrá actuar con naturalidad. Un fracaso conlleva la pérdida de Humanidad y también del control consciente (aullará, correrá a esconderse, caerá en el sitio mordiéndose las manos... lo que más apropiado os parezca).