Partida Rol por web

Amadeo dejó que su mera presencia sirviese de refuerzo positivo a aquellos que iban retirando la candidatura. Estaba satisfecho de haber podido pasar a la acción, pero lamentándose internamente por no haber entrenado lo suficiente.

Por suerte, habían bastado un buen par de puñetazos para solucionar el día, pero de haber tenido que medirse con alguien de su tamaño otro gallo cantaría. Probablemente podría hacerle besar el suelo, pero a costa de lesionarse, y eso sí que no podía ser. O era útil a la familia o se sentiría tan rechazado con con su verdadero padre.

-Bueno, pues nosotros hemos acabado aquí ¿verdad? Ha sido un placer tratar con ustedes-dijo Filippo levantándose de la mesa-.

Dicho esto, Filippo salió al exterior del local y se calentó las manos con el calor que desprendía el bidón donde se consumían los folletos.

-Una última pregunta.

La voz de Sal sonó algo tímida, cuando ya se disponían a retirarse. Cogió del suelo uno de los folletos pisoteados que se habían salvado del fuego y encontró un lápiz que había en la mesa. Los puso delante de los sindicalistas.

-¿Quién más se presenta? Apuntad aquí.

No hubieran necesitado presionarles mucho para que apuntaran en el folleto que Sal les tendía hasta el nombre de sus propias madres, y eso que en el interior del mismo folleto venían los nombres de todos los candidatos del sindicato irlandés: O´Connor, O´Brien, Parrigan, Pearson... El grupo se marchó del local dejando entre temblores y sudores fríos a los dos únicos tipos que quedaban en pie, con la promesa de que desmantelarían el sindicato y que nadie se presentaría a aquellas elecciones. 

Con la satisfacción del trabajo bien hecho regresaron donde Anastasia, que escuchó atentamente todo los progresos del grupo y les felicitó. Tomó el folleto donde tenían los nombres de los sindicalistas y lo guardó a buen recaudo. Habían cumplido con creces y la misión había resultado bastante sencilla. Un poco de presión había bastado para que aquellos don nadies se derrumbaran. 

Sin embargo, al día siguiente Anastasia les telefoneó para informarles de que los muy capullos no se habían achantado, sino que por el contrario seguían con sus intenciones. Su misión era clara: tenían que quemarles el local. El problema era que ahora los irlandeses habían tomado medidas para impedir nuevas agresiones. Un par de gorilas casi tan grandes como Amadeo custodiaban el local armados con armas blancas vigilando los alrededores. 

-Teníamos que habérselo quemado ya ayer-dijo Filippo-¡Figli di puttana! Pues estamos listos porque nosotros, a parte de Amadeo no estamos en condiciones de enfrentarnos a esos gorilas ¿o si?

Filippo se frotó el mentón.

-Se me ocurre que podríamos acercarnos varios por delante a entretener a los gorilas mientras uno se cuela por detrás, rocía con gasolina y le prende fuego. Cuando quieran darse cuenta, tendrán que elegir entre enfrentarse a vosotros y salvar el local.

—Yo me apunto a distraer —dijo, entusiasmado de medirse con trozos de carne de su tamaño—. Si necesitáis que también haga ruido dentro, avisadme y cargo como un elefante arrasando la tienda de un circo.

Había pasado un día y gracias a unos estiramientos que recordó a regañadientes, ya tenía el brazo en perfectas condiciones para negociar con sindicalistas.

Bueno, hay que reconocer que tienen huevos!!! Igual los pierden, pero tener los tienen... De las mezclas explosivas me encargo yo... a parte tenemos a un buen contacto... Como se llamaba...mmm tu seguro te acuerdas primo, me refiero al jefe de la cuadrilla que mandó Lucky al garaje aquel donde salí herido... 

Bueno mi plan es el siguiente... Conseguimos una furgoneta de esas que se usan para llevar material, ya sabeis... La llenamos de bidones de combustible y un par de reactivos químicos. Lanzó la furgoneta hacia la caseta, y salto de ella. El festival de fuegos artificiales estará servido...

Anastacia manda a uno de sus camiones detras y nos sacan de allí... Cogemos una embarcación, cruzamos el puerto y nos vamos tranquilamente a ver lo que ocurre desde el otro lado del muelle. Esta vez hemos de asegurarnos de que todo termina.

Esta vez, no habrá retiradas posibles, entre otras cosas, porque no habrá nada que retirar. En realidad todo el mundo sabe que allí no debería de haber nadie, nos lo dijeron ellos, verdad? jejeje

Sal dio la razón a Filippo y chasqueó la lengua disgustado. Comenzaba a pensar que la gente solo aprendía por las malas. Y eso le hacía sentirse asqueado respecto al género humano.

Amadeo parecía encantado ante la perspectiva de vérselas a puñetazos con dos mostrencos fenianos, y el jugador hundió la cabeza entre los hombros. El poderío físico del Gigante le recordaba constantemente su propia condición de escuchimizado. Su concepto de distraer pasaba más bien por insultar de lejos y echar a correr.

Así que la sugerencia de Luigi le pareció estupenda. Miró a Anastasia, dubitativo: les daría una camioneta para estrellarla contra el garito de los irlandeses?

Filippo asintió.

-Bueno, si hay alguna furgoneta a la que no le tengas cariño, no me parece mal plan tampoco. Hagámoslo.

Era un plan loco, muy a su medida. Probablemente la cosa se fuese de madre y acabasen quemando media manzana. Los daños colaterales eran asumibles.

La situación se había complicado ligeramente, pues ahora los irlandeses contaban con un par de gorilas con mejor planta que los anteriores y que estaban armados con unos largos cuchillos que llevaban al cinto. Aunque la visión de aquellas armas no achantó a Amadeo, que bien sabía que no necesitaría más que de un buen par de puñetazos para encargarse de ellos. Aunque las navajas siempre podían darle un disgusto.

El plan que se les ocurrió esta vez necesitaba de una furgoneta, algo que por fortuna a Luigi no le resultaría muy difícil de conseguir. También tendrían que buscar unos bidones de combustible y algo que los hiciera detonar, lo que resultaba más difícil de conseguir. No era lo mismo hacerse con un poco de gasolina para acelerar el incendio que de unos cuantos bidones, por no decir ya de algo que la hiciera detonar. Era un plan algo exagerado para quemar una pequeña caseta de sindicalistas, y tal como temía Filippo aquello podría resultar en un completo desastre si se producía una explosión muy fuerte y terminaba incendiándose medio muelle.

La Furgoneta es posible que en el desguace que hay cerca de los muelles, donde suelo llevar los coches que el Boss quiere que desaparezcan, puedo encontrar alguna. Me da a mi que no habrá dificultad para conseguirla. Somos "buenos clientes", y no creo que nos cueste demasiado si tenemos en cuenta que les suministramos de bastante chatarra... Estoy seguro que serán razonables...

En cuanto el resto de material, deberiamos de coger algo de combustible en la gasolinera. Esos bidones de fumigar que tienen los campesinos, se llenan con la gasolina y luego dejando un simple molotov dentro de la cabina, antes de saltar, debería de prender la tapicería de la furgo... y luego los bidones de fumigación... Incluso se puede rociar primero unpoco la furgo por dentro para que prenda más rápido!!!

Filippo asintió a medida que su primo iba explicando lo que tenía pensado. Parecía un plan sencillo y eso le gustaba. 

-Parece fácil todo-dijo Filippo-Pues mira lo de la furgoneta y nosotros nos vamos encargando del resto. Luego si hace falta revisarla, te echo una mano. ¿Estamos? Pues venga. A por ello.

Sal miraba a los primos y asentía con esa pinta de bobo que tendía a darle el labio inferior descolgado. Volvió a asentir. Luigi se haría con la camioneta y ellos con la gasolina, y se encontrarían allí mismo. Era una suerte tener a Carisi para cargar garrafas...

Abandonaron los muelles para ir a buscar la furgoneta y los bidones de gasolina, regresaron un par de horas después a los muelles. Tenían una furgoneta blanca vieja que había en el desguace, le fallaba algo la dirección y las marchas entraban con un chirrido horripilante, pero para la utilidad que tenían prevista les iba de perlas. En la parte trasera tenían los bidones y un poco de tela preparada para darle fuego y dejar que aquello hiciera su efecto al estrellarlo contra la caseta de los sindicalistas irlandeses.

Con lo que no contaban era con que el guardia del muelle les parara a la entrada. Alzando una mano les dio el alto con la valla levadiza bajada y se acercó a la ventanilla del conductor esperando que le dieran el permiso para entrar con el vehículo a la zona portuaria.

—Buenas noches —dijo con tono cansado y alzando la mano hacia la ventanilla con gesto rutinario.

Amadeo no estaba demasiado conforme. Por un lado, sus músculos serían suficientes como para tumbar a los gorilas que custodiaban la caseta sin necesidad de maquinaria pesada. Por otro, no quería que un plan descabellado pudiese ensuciar la reputación que tanto le había costado ganarse.

Sin embargo, la idea de arrollar la caseta era el plan más divertido en el que había participado nunca, por lo que iba a estropearlo con minudeces como su orgullo o sus reparos. Por lo que ayudó gustosamente a cargar garrafas en el camión, levantándolas con una facilidad pasmosa y hasta canturreando por lo bajo.

Cuando se toparon con el primer obstáculo de la noche, el guardia del muelle, el gigante decidió poner en práctica su don de gentes para agilizar el proceso.

—¿Algún problema, agente? —preguntó en un tono suave, mientras dejaba que las venas de su enorme cuello y los músculos del brazo que sobresalía por la ventanilla hiciesen el resto.

Filippo estaba en el asiento del acompañante. Se mantuvo tranquilo cuando el guardia les dio el alto. No había nada de qué preocuparse y Carisi ya había hecho la única pregunta que tenía sentido en ese momento. Así que se limitó a esperar. Se le ocurrió que quizá esos idiotas hubieran dado parte del altercado e incluso dado su descripción. Quizá tuvieran lío. Peor para el agente. 

Al ver a Carisi, y ser consciente de su tamaño y su potencia física, el guardia tragó saliva y pensó muy acertadamente que no convenía meterse en problemas por una paga de mierda. La noche estaba siendo muy tranquila, y una furgoneta más o menos no tenía la mayor importancia. 

—No, ninguno. Absolutamente ninguno —se apresuró a decir el guardia antes de volver a su caseta para subirles la valla —. Tengan ustedes buena noche. 

Sal hizo el corto y traqueteante viaje de buen humor, lanzando miradas de soslayo a Carisi. Era evidente que el plan le había parecido algo excéntrico, y no le faltaba razón. Pero al fin y al cabo, se trataba de incendiar un vehículo y lanzarlo a toda velocidad contra un agujero lleno de irlandeses; el juego soñado por cualquier mocoso italiano de doce años, pero a escala real. ¿A quién no podría seducirle? Ni Anastasia se opuso.

Al llegar al puerto y ser interpelados por el guardia se dispuso con desgana a sacar la cartera, pero no hizo falta; el Gigante resultaba realmente el mejor pasaporte en según que aduanas. Y a la hora de prepararlo todo... Sal no era ni buen conductor, y desde luego no iba a ponerse a toquetear cosas que pudieran inflamarse y explotar, así que se limitó a dar un poco de apoyo moral y toda la vigilancia que pudo (con poco éxito). Y a estar atento para bajarse del vehículo antes de que no hubiera marcha atrás. Su propio chiste mental le hizo gracia y soltó una risilla tonta entre dientes.

Llevaron la furgoneta hasta la calle del puerto en la que se encontraba la caseta de los sindicalistas y la encararon hacia allí. Los irlandeses ni sabían lo que se les venía encima. Luigi se encargó de preparar los bidones, rociar la furgoneta de aceite para que ardiera entera en cuanto la mecha de tela llegara a la gasolina y preparó todo para provocar un incendio masivo en el local de esos desgraciados. Él mismo aceleró la furgoneta, enfiló hacia la caseta de los sindicalistas y saltó de ella justo a tiempo. 

La furgoneta se empotró contra la fachada de la caseta y se quedó encajada hasta la rueda trasera en su interior. Los gorilas que custodiaban la entrada habían saltado echándose a los lados para evitar ser arrollados. Se quedaron mirando estupefactos a la furgoneta que se había estrellado. El humo salía por la abertura que el vehículo había hecho en la caseta pero se trataba del humo del motor tras el accidente. Hubo un segundo de calma antes de que uno de los guardias señalara a Luigi y le dedicara unos cuantos improperios. Ya se preparaban los demás para ir a sacudirle una buena paliza cuando el fuego entró en contacto con el aceite embadurnado en la furgoneta y la gasolina provocó unas llamaradas gigantes que brotaron de la furgoneta hasta la caseta. Los gorilas se lanzaron al suelo pensando en otro ataque kamikaze, pero al ver las llamaradas de fuego que ascendían lamiendo hasta el tejado de la caseta corrieron a socorrer a los sindicalistas que estaban dentro. Podrían salvar a la mayoría, pero no sería de extrañar que alguno muriese.