Partida Rol por web

El enemigo había llegado. Uren acarició la nuca de Hayt, que emitía un amenazante gruñido. Se agachó mirando desde un lugar cubierto, desde dentro de la nave, a la otra que había llegado. Con la base del mango de su cuchillo intentó romper la gema desde donde habían salido los sonidos. Si no podía hacerlo se la pasaría a Joshua para que la destruyera con su nueva herramienta.

- Creo que debemos quedarnos aquí y esperar, no hay lugares para protegerse de las armas de estos seres. Kyora, ¿puedes hacer funcionar el arma? Nos sería muy útil.

Su plan era esperar, que el o los visitantes tuviesen la iniciativa. Y sorprenderlos como habían sorprendido al otro.

Joshua miró la mano y frunció los labios. Quizá después del combate que se avecinaba tendría tiempo de investigar el por qué de su presencia en aquel ataud de metal, pero, por lo pronto, tenían otros problemas en el horizonte.

Escuchó a ambos compañeros, frunciendo ligeramente el ceño. Su corazón retumbaba con fuerza. Ya no había forma de evitar aquel enfrentamiento. Para sus adentros reflexionó silenciosamente sobre el camino que le había llevado hasta allí. Las cosas habrían sido mucho más fáciles si se hubiera quedado en la ciudad, preocupando únicamente de causar una buena impresión en la próxima fiesta. Pero allí estaban.

—Creo que Uren tiene razón —admitió—. No hay ninguna cobertura en el exterior. Ya hemos visto de lo que son capaces estas cosas, nos haría trizas antes de siquiera llegar a la cueva.

Apretó algo más el hacha entre las manos.

—Si aquí dentro estamos seguros, no le va a quedar otra que bajar a tierra. Y eso es justo lo que queremos.

Escuchó las palabras de Joshua, un tanto dubitativa y terminó por resignarse. 

—No sé si puedo, déjame intentarlo. 

No entendía nada de esa arma, era justamente todo lo opuesto a lo que ella era capaz de usar y tratar. Sentía que iba contra sus principios, le fastidiaba en el alma.

Kyora intenta, de nuevo, presionada por la urgencia, comprender los principios tras el arma de luz.  Pero encerrada en ese antinatural sepulcro de metal, agobiada y pensando en escapar del enfrentamiento, su probada capacidad para establecer correlaciones no consigue ponerse a funcionar de la manera habitual.

Johsua y Uren, por su parte deciden quedarse en el interior de la nave, esperando que el segundo Hombre-cobra decida bajar a inspeccionar, o directamente a enfrentarse, a aquello que haya derribado a su compañero. Esperan cogerle por sorpresa, ahora que saben que los demonios pueden ser vencidos y en posesión de la misteriosa arma con aspecto de hacha.

¿Pero quién sabe aquello que pasa por la cabeza del demonio mientras dirige los potentes haces de luz de su navío hacia el pecio derribado?  La nave visitante se vuelve a elevar, rugiendo como un huracán.  Y le sigue el estruendo de metal contra metal, el chirrido de garras de diamante clavándose en el casco, sobre vuestras cabezas   La nave se zarandea, se endereza ligeramente,  casi haciendo que perdáis pie.  Los azulados fuegos del navío demoníaco iluminan la noche, rugiendo ensordecedores, intentando desenterrar la proa de la nave caída.

Quizá, se os ocurre, sea más importante para ese ser recuperar la nave que enfrentarse a vosotros.  O quizás su intención sea dejaros caer desde más allá de las nubes, sin riesgos, sin ponerse a vuestro alcance.  

-¡¡Kyora!! kyora! - una voz se oyó entre el huracanado rugido llameante del navío.  Por un momento os mirasteis,  convencidos de que sólo os lo había parecido

-​​​​​​¡Uren!.. ¡Joshua!  Y la cabeza de piel negra, casi azulada, de Mwoge, hijo de Chege, asoma por la rampa en el vientre del navío en el que os encontráis.  -¡La bestia!, la bestia! Os tiene en sus garras, está comenzando a volar!  En la imaginación del joven cazador, vuestro destino tras sobrevivir a ser engullidos por uno de esas bestias voladoras era ser llevados al nido de la otra y ser devorados por gigantescos polluelos metálicos, de terribles ojos luminosos.  -¡¡Kyora!! -vuelve a llamar, su voz alzándose entre el caos, resonando en las huecas entrañas metálicas.

Las afiladas garras de la Otra nave demoníaca abren el metal de uno de los laterales del navío con un chirrido espantoso.  De pie junto a Kyora, no puedes evitar darte cuenta que, en el soporte de esas mismas garras, en un soporte metálico, se hallan sendas armas de luz, idénticas, sus mismas formas redondeadas, a las que lleva la intérprete.  ¿Son esas armas las que hicieron llover fuego sobre la Ciudad bajo la Roca? Eso parece, desde ahí abajo.  ¿Pero de qué sirve saberlo?

Hayt gime, desea su propia supervivencia por encima de vuestra hermandad y duda, desea escapar por la rampa. Tu correa, tus riendas, siempre relajadas, siempre han respetado el instinto de la bestia.  Pero podrías, sabes, forzar a la hiena a hacer cualquier cosa y el macho no tendría el poder de detenerte.  Cualquier cosa.

La nueva ave metálica comienza su tarea de tomar la que los escondía a ellos, y había que tomar una decisión con urgencia. ¿Quedarse ahí y esperar vaya uno a saber que destino en el terreno de los hombres cobra, o escapar y rogar que no los fulminase desde el aire?

Hayt tenía clara su decisión, gemía y se movía con la clara intención de escapar. Uren miró a sus compañeros, que también dudaban. No había tiempo para charlarlo y ponerse de acuerdo. El cazador decidió confiar en el instinto de su compañero animal y descendió a toda prisa de la nave. Si estaba alzando el vuelo y veía que sobreviviría a la caída, seguiría con su intención de abandonarla. Luego ya vería cómo escapar a un posible ataque, tal vez correr en zig zag hasta algún lugar seguro.

La situación era fuerte, demasiado para ella y por eso es que rápidamente tras escuchar aquellas palabras mientras sintió el movimiento, pensó que la única alternativa era salir de allí porque sin importar a dónde los lleve, estarían en desventaja. 

Por ello es que al ver cómo Uren salia corriendo junto a su compañero animal, Kyora miró a Joshua para replicar aquello y salir también detrás del moreno con el afán de saltar también de aquella nave. Era la única manera, así lo consideraba. 

—Sus muertos.

Esas dos palabras fueron las primeras que atinó a decir. Había tenido una esperanza —vaga y quizá estúpida— de que el segundo Hombre-Cobra hubiera querido hacer justicia con sus propias manos. Pero resultaba que hasta las abominaciones tenían miedo a la muerte y la derrota. O eso, o disfrutaba enormemente atormentandolos.

Se fijó detenidamente en todo lo que podía ver de la nave del enemigo. Muy detenidamente. Pero su rostro estaba mayormente comido por los nervios: Incluso su confianza habitual se resquebrajaba un poco en una situación que parecía desesperada. Sus opciones estaban claras. Empezó a caminar detrás de sus compañeros, preparado para abandonar aquella nave antes de que los llevara quién-sabe-dónde o les hiciera experimentar en sus cuerpos los efectos de la gravedad.

Pero, al contrario que ellos, titubeó un momento cuando estuvo en la rampa, intentando fijarse en la nave enemiga. Si se quedaban dentro, morían. Si salían fuera, seguramente morirían poco después. Pero tenía que haber algo que pudieran hacer, incluso desde su posición.

Apretó más el hacha entre sus manos.

Vamos. Que un elegido no muera de una forma tan estúpida.

Uren y Kyora siguen a Hayt a través de la rampa en el vientre del navío, acompañando a un Mwoge que tampoco tiene problema en saltar el escaso metro al que la segunda nave ha conseguido alzar a la primera.  El vórtice azulado, las llamas que surgen de los costados, parpadean con el fulgor del mismo sol durante un instante, el chillido rapaz de la abobinación metálica en un imposible crescendo hasta que consigue liberar a la nave enterrada de la roca.   En su interior, cual gigantesco ataúd de bronce y cobre, el cadáver del Hombre-cobra, sus ambiciones y su milenaria existecia mutiladas por la cruda daga de un vulgar humano.

Kyora vuelve a sentir el mundo a su alrededor, volviendo a su ser como el aire a los pulmones tras sumergirse en el agua. Para sus sentidos, las naves que comienzan a ascender son opacas sombras en el esquema del Todo.  El arma de luz parpadea en tus manos, volviendo a la vida, en sincronía con la pulsera de Uren, una vez éste se acerca lo suficiente. Notas frío, el calor, la vida, a tu alrededor drenada hacia el interior de la antinatural arma.  

Mwoge mira con atención, sus ojos abiertos parecen ver más cosas que la propia Kyora, pero su atención parece completamente capturada por el bello rostro y los hipnóticos ojos azules de la Khytyana.

Hayt gruñe lastimera entonces, en dirección a las naves, algo está pasando. Entonces os dais cuenta de que, Joshua, el bravo arquero de florido verbo no ha llegado a descender de la demoníaca nave.  

Justo cuando estás al borde de la rampa y el navío aún no ha ascendido más de un metro escaso, tu pulsera parpadea, se enciende y vibra.  La vibración y el parpadeo se replican en las armas de luz que se encuentran en las garras de la otra nave.  

A través de las aberturas en el metal abiertas por las garras, adivinando la forma del antinatural navío que se cierne sobre tí, ves como la rampa de su vientre se abre, respondiendo a tu cercanía y el metal de la misma golpea el techo sobre tu cabeza, retumbando como una campana.  

Si hay un Hombre-cobra en el interior, estás seguro que ha oído ese ruido.   Confirmando esa sospecha, el ascenso de ambas naves se detiene a unos pocos metros sobre la meseta.

En tus manos el hacha que todo lo corta.  En tu otra mano, la extraña e inquietante mano cercenada.  Arco, flechas, una resplandeciente pulsera y una afilada lengua.  Tus armas contra aquello que llegó de más allá de las estrellas.

¿Qué haces?

Oh, era una locura. Una auténtica locura.

Pero la decisión de Uren también le había parecido una locura inicialmente, y aun así había terminado con un Hombre-Cobra muerto. Quizá locuras eran, precisamente, lo que necesitaban en momentos como esos. Maniobras arriesgadas en las que uno se jugaba todo a una. Y aunque le habría encantado que quien se jugaba la vida fuera otra persona y no él... era él quien tenía esa pulsera.

Le había tocado, aunque en parte habría deseado que no fuera así.

E iba a necesitar alguna mano libre. Para eso, irónicamente, tuvo que deshacerse de la mano cercenada que tenía. Pero como no quería deshacerse de ella del todo, intentó atinar con ella en la rampa que se había abierto. Especialmente... porque él iba después. Con más valentía que sentido pegó un brinco, intentando agarrarse al metal de la nave para escalar hasta el techo de la misma. Era el único camino posible hasta la rampa de la segunda.

Estaba seguro de que su madren o habría apreciado en absoluto una decisión tan suicida... pero a esas alturas solo le quedaba desear sobrevivir para ver su cara cuando se lo contara.

Joshua sale del navío caído por la abertura en el techo provocada por las inmensas garras, buscando entrar en el interior de la nueva nave a través de la rampa que se ha abierto en ésta.  En la muñeca del Vendhyana, brilla azulada la pulsera que trajo de Khytya, respondiendo a la presencia de la nueva nave-cobra.

Se incorporó ágilmente sobre el bamboleante techo y miró hacia el interior escasamente iluminado de la segunda nave-cobra.  Desde abajo, Uren, Kyora y Mwoge le veían recortado contra los brillantes fuegos, observadores ¿Impotentes? frente a la valiente decisión del arquero.

Joshua vio algo moverse con el rabillo del ojo.  Algo salió de la oscura nave y cayó a su lado, algo pequeño, de aspecto cilíndrico. Tenía un grabado a su alrededor, extraños números menguantes.El hacha emitió un pitido alarmante, teñido de urgencia.

Una vez en el suelo, Uren pudo ver que Joshua había decidido una maniobra arriesgada, tal vez más que la que había hecho él mismo. No pudo hacer otra cosa más que maravillarse por el vuelo de aquel pesado armatoste preguntandose qué extraña magia lo hacía elevarse, a la vez que deseaba que su compañero lograra su objetivo. Hayt y Kyora a su lado parecían estar en la misma situación.

Por su parte, esperaría a ver cómo se desarrollaban las cosas para ver si podía ayudar de alguna manera.

Observando la escena y dudando un poco por sus heridas debido a la caida, Uren indicó a Hayt que permanezca allí, que no lo siga, y comenzó a trepara por la nave para ver si podía subir él también, dando algo de ayuda a Joshua, si ambos estaban ahí arriba podían ayudarse mutuamente para detener a este segundo enemigo.

Ahora que estaba ahí no tenía tan claro que hubiera sido tan buena idea. Pero era la única que tenía. Y antes de que pudiera plantearse cúal era el siguiente pasó... se topó de bruces con aquello. Y lo único que supo, con total seguridad, era que el aspecto que tenía no le gustaba.

Así que para él, eso era un páquete que tenía "Devuélvase al remitente" escrito muy claro en el embalaje. No tenía tiempo de soltar lo que tenía en las manos. Agarró el hacha con ambas manos, hacia abajo, y se preparó para golpearlo de vuelta a la nave desde la que había llegado.

Si el Golf existía en Kythya, a aquello que Joshua pretendía hacer se le habría llamado un 'Hoyo en uno'. Pero aunque tenía muy buena puntería, aquellas circunstancias eran especiales, porque golpear con un hacha a un objeto cuyo peso desconocía era una historia completamente diferente. Y por eso muy seguramente el resultado de su golpe no habría merecido llamarse mucho más que 'Bogey'.

En cualquier caso, por muy mal que le diera, era casi seguro que esa cosa estaría mejor lejos que cerca... si es que conseguía siguiera atinarla.

De alguna manera, el destino que había traído a los tres elegidos hasta ese momento y lugar decidió que habían ido demasiado lejos, que no era el momento ni el lugar en el que el antiguo Hombre-cobra fuese derrotado, su nave destruida o los planes a largo plazo de su tecno-orgánica líder contrarrestados.

El cilindro contenía un pequeño sol en miniatura que estalló en una violenta deflagración de insana luz verde.  La luz desgarró las ropas e hizo humear los cabellos de Joshua, antes de que la rampa, arrancada de cuajo por la explosión, le golpease en el pecho y le lanzase varios metros por el aire, hacia la rocosa superficie de la meseta *

Los dos navíos volvieron a ascender tras ésto, lentamente, pero de manera estable, sin las trepidaciones y sobreesfuerzos iniciales.  En el umbral de la destrozada rampa, fuera del alcance de vuestros arcos, débilmente iluminado por los fuegos de propulsión, se asomó el segundo Hombre-cobra, que gritó en vuestra dirección, crueles sonidos más parecidos a siseos que a palabras. 

Desde abajo, veis como alza la pálida mano cercenada que Joshua había lanzado hacia el navío, antes de dejar escapar una cruel y triunfal carcajada maligna que no necesitaba traducción alguna.

Y pronto, las luces azuladas desaparecen en la distancia, en dirección norte, el rugido cada vez más tenue.  No pasan más de unos pocos minutos para que la única luz antinatural que alumbra el cielo sea el fulgor malsano de la Montaña de Hierro y Luces, situada tras las colinas próximas y en cuyo interior, según os dijo el tullido Númbe, los demonios habían hecho prisioneros a todos los hombres en edad de trabajar.   

Se mantuvo ajena y presente de alguna manera allí delante de aquel espectáculo que la tuvo con el corazón en vilo. Era muy consciente de que el final estaba cerca, que las agallas de sus dos compañeros estaban muy por encima incluso de las suyas y pudo sentir en ese preciso instante que todo, en verdad todo, podía ser posible. Y mientras esa explosión en un tono cegador tiñó el instante con sus colores, cubrió sus ojos sin darse cuenta de quien tenía al lado con esos gestos que a cualquier mujer, la haría sentir halagada. 

Por ello, una vez esto pareció acabar rápido se acercó al lugar en donde se encontraban sus compañeros con la intención clara de usar sus conocimientos para ayudarlos. Eran los verdaderos héroes de aquella historia, los que pudieron resistir todo ese influjo perturbador de la tecnología, el caos mismo y quienes le hicieron frente con valor. Se habían ganado el respeto de Kyora y su admiración. 

Así tras acercarse a Joshua, buscó revisar sus heridas. No sería tan apuesto como se consideraba, pero la naturaleza tenía formas y formas de lograrlo.