Partida Rol por web

Solaris nunca había enfrentado tal engendro, pero entonces recordó las vívidas historias del hermano Alarico al calor del refectorio. Aquel ser de ultratumba era un wight superior, un ser nacido del odio y la envidia a quien las armas normales no podían hacerle daño y cuyo contacto marchitaba a sus víctimas hasta muerte. Solo la magia, las armas mágicas, la plata y la luz del sol podían dañarle. La espada herrumbrosa solo era una herramienta para causar dolor, un juego macabro, pero el verdadero poder estaba en su frío contacto.

Areliz recordó historias de algunos de sus colegas asaltatumhas sobre el poder de la plata contra los nomuertos. Lástima no llevar un arma de plata encima. ¿O sí que la tenía?

Brendan de repente identificó el tipo de aparición que enfrentaban. Sólo podía ser eso, era tan claro que no supo cómo no pudo verlo antes. Informó a los demás las características que recordaba y las formas de vencerlo.

- Teodora, ¡toma la espada!

La valiente muchacha era por lejos la mejor espadachina entre todos ellos, y posiblemente de la comarca. Mientras tanto intentó combatir a la defensiva, con la intención de no ser tocado por la fantasmagórica arma y ayudar a la caballera a dar un golpe certero con la hoja mágica. Esperaba que Areliz y Morelen pudiesen ayudar también.

Morelen escuchó las indicaciones de Brendan tratando de procesarlas con su atrofiada mente de mediano sobrealimentado. ¿Plata? Él tenía algunas monedas... no, espera, tenía algo mejor...

- ¡Puntas de plata! - gritó, entre eufórico y enloquecido - ¡Ah, sí, Morelen el Intrépido lo consigue de nuevo!

Se celebraba a sí mismo como si hubiese vencido al espectro, mientras sus amigos luchaban a muerte. Rebuscó con empeño en su mochila, encontrando las puntas de lanza, que destellearon ante sus ojos con su característico brillo plateado.

- ¡Aquí, tengo para todos! - gritó, repartiendo puntas - ¡Dejadme sitio para que saje al espectro!

Sin dudarlo un segundo mas, Tordilla dio un salto jacia atrás para salir del alcance de la aparición y se volvio hacia el chico. soltando su espada sin mucha ceremonia.

-¡El arma! ¡Pronto!

Brendan se defendía como podía con su bastón de ira del espectro mientras Morelen se repartía las puntas de lanza plata con Areliz bajo el arco de entrada de la sofocante cámara funeraria. Teodora dejó caer su espada y se hizo con la espada de Halofant, quien le cedió el arma sin oponer resistencia. La hoja mágica resultó ser más ligera de lo esperado por su enorme tamaño, como si una extraña fuerza ayudara a moverla en la dirección correcta acompañada de un ligero zumbido. Pero la caballera no tenía tiempo para admirar la hoja atornasolada. 

Helissent lanzó de nuevo su estocada sobre Brendan, pero resbaló errando el golpe una vez más, aullando de frustración.

Morelen aprovechó el momento para pasarle otra de las puntas de lanza también al clérigo.

Morelen había repartido las puntas de lanza, y no podía esperar a unirse a la lucha contra aquel maligno tumulario. Tiró de la camisa de Halofant para apartarle del ser espectral, avanzando él mismo daga plateada en mano para terminar con él.

- ¡Por las frondas! - Gritó, mientras blandía el arma enfrente suyo, sin alcanzar a pinchar a aquella criatura etérea...

Con la nueva espada en mano, Tordilla dio el primer golpe hacia la aparición pero sin ningún éxito.

Los ojos en mi, monstruo. ¡No te atrevas a herir a mis camaradas!

La situación no pintaba bien para ella, en el fondo del corazón sentía que no vería el sol nuevamente...

Brendan sabía lo peligroso que era ese espíritu de venganza, y que si tenía más libertad de acción el pequeño Halofant o sus compañeros podían dar su último aliento en aquel terrible lugar, así que se quedó combatiendo con su bastón, sabiendo que no le haría daño, pero al menos combatiendo a la defensiva tal vez podía darle alguna oportunidad a Teodora a que le hiciera daño verdadero. No encontraba forma de utilizar la punta de flecha, ya que no era nada hábil con armas de punta o de filo.

Que para que lo intentaba ni sabía pero la cosa era eso, intentarlo, porque los demás lo estaban haciendo también.

A este paso mejor llamar la atención del espectro a ver si entre Morelen y Tordilla lograban darle donde le dolía.

-¡Vieja bruja! Que heroína ni que pacotillas, no eres más que una muerta sin gloria en un hueco maloliente.

Las sucesión de infructuosos lances por ambas parte rozaba el patetismo y nuestros héroes se sentían terriblemente frustrados. Salvo Morelen de Las Frondas, que no pasaba nunca por ese nimio pensamiento sino era de puntillas. Además, ahora todos eran amenazas reales para el espectro que parecía mirar las armas de plata con odio. Teodora, Morelen y Brandon flanqueaban a la nomuerta. Filo Leal zumbaba en manos de Teodora, pero hasta ahora nada podía competir con la presencia de un sacerdote. Con un nuevo grito que helaba la sangre, Helissent lanzó su estocada de nuevo, pero el bastón de enviado de Silas desvió el ponzoñoso acero.

Halofant, trastabilló hasta ponerse a la altura de Areliz en el corredor de las columnas. Sin atreverse a pedirle una de las puntas de lanza, las miraba con una mezcla de culpa y recelo.

Morelen combatía con osadía y empeño, lanzando tajos a diestro y siniestro con aquella punta de lanza de plata. Aunque no era la mejor arma, el mediano no se dejaba desanimar por las circunstancias, y seguía gritando incoherencias sobre las Frondas, Helissent, y solo los dioses sabrían qué más, mientras trataba de destruir a aquel ser malicioso que deseaba hacer que se uniesen a él en su eterna guardia.

Teodora, impetuosa y gallarda gritó al espectro al tiempo que lanzaba otra estocada. El zumbido de Filo Leal cerca del rostro de de la nomuenta y el alegato gallardo de la caballera acabaron llamado la atención de la malvada criatura. Solaris seguía apostando por una posición defensiva férrea, pero estaba claro que ya no era el plato principal. Demasiado joven, demasiado impetuosa.

La punta de plata de Areliz pasó sobre la cabeza del engendro, esta vez más cerca, pero no lo suficiente. Era un tiro difícil, demasiada gente, muy poco ángulo. Quizá si salieran al pasillo todo sería un poco más fácil. Morelen también lanzó su estocada de plata sin demasiado éxito a pesar de sus exabruptos y menciones a las Frondas.

Entonces, con una finta endiablada, la guerrera de otra era hizo valer su experiencia. Su hoja herrumbrosa burló la guardia de Teodora y atravesó el costado de la valerosa caballera con una sonrisa macabra. Teodora calló a un lado ante la mirada de horror de sus compañeros de armas. La espada mágica tintineó en el suelo.

—¡Nooo! —Halofant estiró la mano en dirección a Teodora.

Brendan, siempre pragmático, rescató la punta de plata de Morelen del cinto y pasó a la ofensiva con sorprendente efectividad. No era momento de llorar a los caídos. El clérigo encontró un hueco en la guardia del espectro y enterró la punta de plata en el costado de Helissent. El espectro aulló de dolor, un dolor que hacia siglos que no recordaba y volvió fijar su atención en Solaris.

Halofant pidió a Areliz una de las puntas de plata con intención de volver a primera línea, esta vez solo había fuego en su mirada, ni rastro de miedo o duda.

La caída de la caballera llenó de ímpetu a Morelen.

- ¡Tordilla! ¡No!

Se arrojó junto a ella, recogiendo la espada de Helissent.

- Comeremos huevos cocidos con codornices asadas en el hogar de mi casa. - le juró a la caballera caída - ¡Por las Frondas! ¡Helissent mata a Helisseent! - gritó, con lágrimas en los ojos, mientras le clavaba a la Helissent la espada de Helissent en el trasero mismo.

Filo Leal se clavó en el cuerpo de Helissent hasta la mitad de la hoja y el espectro rugió de dolor. Su cuerpo se desvanecía dejando caer sus ajadas pertenencias mientras el grito agudo y desgarrado del mal que habitaba el cuerpo se rebelaba inútilmente contra su destino. Morelen y Brendan pudieron oír la voz amable de de Lady Helissent que, flotando entre ellos, les daba las gracias con su ultimo suspiro antes de desaparecer del todo. 

"Lo que era mío es ahora vuestro. Gracias"

Areliz sintió enseguida como el peso de la maldición que arrastraba desaparecía.
¡Lo habían conseguido! ¡Había ido de poco, pero estaban vivos! Teodora, bajo los atentos cuidados de Brendan, saldría de esta.

Habían limpiado el mal de aquel túmulo y se diría que tenía la bendición de Helissent para recoger su legado. Aquel lugar lúgubre no era un sitio para quedarse así que nuestros héroes y heroínas recogieron los tesoros de la tumba y salieron a la superficie. Un enorme saco de monedas de plata, joyas de aspecto antiguo, un lustroso escudo y un anillo cálido al tacto.

Fuera, el viento fresco de los páramos era revitalizante y tenían visita. Los Tahoe les esperaban con cara de pocos amigos y sus lanzas adornadas con cuentas y plumas apuntando a sus barrigas. Los guerreros nómadas de las llanuras de Eltauro se relajaron el ver al heredero de Helissent y pronto se convirtieron en aliados.

Halofant les contó lo sucedido en su lengua y la líder de la partida de caza, una mujer dura y resuelta de cabellos negros y ensortijados, dio a cada aventurero una cuenta de ambar del tamaño de una moneda con un agujero en el centro.

—Mi tía Atka os da las gracias por cuidar de mi —dijo Halofant a sus compañeros—. Cualquier Tahoe está obligado a conceder un favor a cambio de una cuenta de la amistad.

Los guerreros nómadas no parecían para nada interesados en los objetos que habían sacado de la tumba. Les escoltaron al límite de los páramos, a salvo de los lobos. Se despidieron amistosamente de Halofant y respetuosamente del resto de los héroes y heroínas. El frío viento de Eltauro barría el árido paisaje arremolinándoles el pelo mientras los bárbaros se perdían en el horizonte otoñal.

El viaje a Robleda transcurrió sin incidentes, más allá de un tiempo de perros. Pasaron por La Fonda sin detenerse, tampoco nadie salió a su encuentro. tras días de marcha tranquila y segur a por el Camino del Comercio llegaron a la capital de la Marca del Este. Ese mismo día la audiencia con el Duque Reginbrad, tuvo lugar. Era como si el estuvieran esperando. La Casa Grande, la residencia del duque era una enorme mansión hermosa, construida con piedra de las frías cuencas del Liafdag. Los guardias les dejaron pasar casi sin preguntarles nada.

En el amplio salón del duque, el barón Lucca relumbraba con su mejor armadura y su pelo recién cortado a tazón. El gran duque Reginbrad de la Mara del Este os atendió de pie, como si no tuviera tiempo que perder, haciendo gala sin embargo de una cortesía ejemplar. En encuentro fue breve, una vistazo escrutador, unas palabras, una prueba mágica y docenas de conatos de réplica de Lucca segados de raíz por el duque de la Marca de Este. La espada paso el análisis del asesor en materias mágicas con nota. Halofant empuñó el arma y esta brilló atornasolada como había hecho en la tumba. Ni la palabrería zalamera del barón Lucca ni sus aires de superioridad le libraron de que el duque fallara en favor del chico. Halofant era el heredero legítimo de la Casa Helissent y el título de barón y todas las posesiones pasaban desde ese día a su custodia. El duque dejó a su cuidado al destituido barón Lucca, quedando este como un mero familiar al servicio de Halofant. Los cargos contra nuestros héroes fueron inmediatamente anulados.

Halofant les dio las gracias y se despidió de ellos entre abrazos y lágrimas de alegría, a sabiendas de que tenía sobre sus espaldas el ímprobo trabajo de reflotar su casa de los desmanes de su tío. Nuestros héroes no solo habían ganado la amistad de los Tahoe sino de todo un barón de Reino Bosque. 

El Tejón Rojo les recibió con los brazos abiertos, cerveza, música y no pocos aventureros. Al calor del hogar y compartiendo una mesa regada de cerveza y pato asado nuestros héroes compartieron un ultimo trago, satisfechos por el trabajo bien hecho y mucho más ricos que la última vez. La vida les sonreía.

fallar tan cerca del final era un golpe tan fuerte a su orgullo que la muchacha guardó silencio la mayoría del camino de vuelta. Con los cuidados de Brendan ninguna de sus heridas había resultado de gravedad y con suerte su carrera caballeresca continuaría. En el camino de regreso portó el estandarte de Helissent en la punta de la lanza como afirmación que escoltaban al verdadero heredero de Helissent.

Pasado todo el proceso y limpios sus nombres, se sentaron una vez mas a compartir pan antes de despedirse. Su rostro estaba lleno de moretones pero sonreía mientras brindaba con Morelen, a quien ahora afirmaba deberle la vida; Brendan a quien prometió que visitaría regularmente para ver que mejorara su angustiante tos...

Areliz... Yo... espero que volvamos a vernos... Ha sido un gusto...- le era difícil de ocultar los cambios de color.- Debo volver al lado de mi maestra, ver que se recupere y si sale todo bien armarme Dama caballero. Si eso pasa, me gustaria... que estuvieras.- Un poco temblorosa le entregó un pañuelo azul profundo bordado con la insignia de la orden.

A última hora le habían fallado sus dotes ágiles y sigilosas, no obstante, un gran cambio había obrado en la psiquis de la ladrona.

Seguía siendo afiladamente sarcástica y desconfiada pero ahora conocía el valor de una compañía digna y de compañeros con honor.

Ella acompañó la comitiva detrás de aquella “ratita noble” ahora convertido en noble barón Helissent con cierto orgullo mirando al chiquillo crecer en su cometido.

Una vez entre cervezas y estofados, riendo con Morelen de frente y sentada entre Brandon y Tordilla, entre conversaciones la ladrona cumplió con sus promesas.

-Aqui te van las monedas del altar, una muy noble ofrenda, y además cinco reluciente monedas de oro para ti deidad. Por salvarme y por lo que hiciste por Tordilla.

Con el pago cumplido asintió al pedido de la futura caballera. Sus palabras la enternecieron.

-Sin duda iré futura paladina Teodora. Será todo un honor verte unir finalmente a la orden por la que llevas tanto tiempo preparándote.

La misión había concluido pero las aventuras de estre variopinto grupo tal vez continuarian.

Morelen disfrutaba como un enano - bueno, como un mediano más bien - de aquel merecido banquete.

- ¡Por el barón duque de Halofant! - brindaba, sin que nadie entendiese en honor a quien... lo que no impedía que le siguiesen el juego, pues había invitado a cerveza a todo el salón - ¡Larga vida a la espada de Helissent! ¡La hoja del mediano trinchó al tumulario!

Y volvía a brindar, comiendo pato con la mano izquierda, mojando el pan, pidiendo más viandas a cada pasada de la camarera.

- ¡Por los héroes de las Frondas! ¡Larga vida al conde barón!

Así siguió por largo rato, volviendo a la mesa, con sus compañeros de aventuras, dando largos tragos, mientras pensaba en todas las hazañas que contaría cuando volviese a las Frondas.

- Deberíais venir conmigo a mi tierra. ¡Allí sí que saben preparar el pato! Estofado en salsa de vinos dulces, con ciruelas pasas y almendras. ¡Qué manjar! Aunque este no está mal.

Dijo, dando un gran bocado.

Vio a la caballera y la ladrona hablarse con gran afecto, y aquello le pareció maravilloso. ¡Qué gran pareja hacían! Claro que nada serían sin el héroe Morelen, que había metido la espada de Helissent por el trasero del tumulario. Se vanaglorió con aquellos pensamientos, y brindó de nuevo.

- ¡Por la caballera Tordilla, que nos protegió valientemente de la tumularia putrefacta, y la distrajo para que Morelen Brandigamo de las Frondas pudiese darle por...!

Pero en ese momento se cayó del taburete, al que se había subido para parecer más alto, y lanzó cerveza por doquier, golpeándose con gran estruendo, lo que provocó numerosas carcajadas y nuevos brindis. El pobre Morelen estaba tan borracho que ni notó el golpe.

- ¡Más pato! ¡Y cerveza!

Por suerte, habían encontrado un buen tesoro para pagar aquel despilfarro. ¡Y aún les habría de sobrar! O eso pensaba Morelen, que no era muy bueno con las cuentas.

- Pronto serás caballera... - dijo con la voz arrastrada el mediano - ¡Y bien merecido! - terminó de hipar.