Partida Rol por web

-¡Eh! ¿Dónde vas?

Rosalía ignoró al hombre y subió por la espiral hasta lo más alto del faro. 

Allí se encontró con una gran llama encerrada en el centro de un cristal. Quiso asomarse al otro lado para mirar desde el balcón de la torre, pero la Bestia se resistía a pasar tan cerca del fuego.

Se sobrepuso a sus miedos y atravesó la sala hasta el balcón. Se detuvo a contemplar el mar nocturno en lo que permitía distinguir la luz del propio faro. No distinguió su embarcación ni ningún resto del mismo lo bastante grande como para captar su atención. Sin embargo, al extremo oeste de la costa vio fondeado un navío que se le antojó extraño por los refuerzos metálicos de su estructura y el arco de acero que se doblaba desde la proa hacia adentro.

Cuando volvió la vista un poco más el recuerdo del lugar al que debía dirigirse volvió a su mente cuando posó su vista sobre una casa aislada al margen del pueblo.

Frunció el ceño al contemplar el extraño navío. ¿Había sido el culpable de su hundimiento? Avisaría a Thomas y a los demás cuando volvieran a reunirse; fuera o no su enemigo, sería mejor evitar la zona de costa donde estaba fondeado.

Descendió las escaleras casi a la carrera y, sin detenerse, se disculpó con el anciano antes de salir. Esperaba que el magus estuviera en aquella casucha y no se tratara de una carrera indicio tras indicio. No tenía ganas de jugar al gato y al ratón.

Con premura se dirigió al lugar al que le empujaban sus recuerdos. Para ello, hubo de dejar las calles por el extremo del pueblo y cruzar un pequeño grupo de árboles. Sobre una loma baja se encontraba la casa con techumbre a dos aguas y tres plantas de altura. Antes de salir del escueto bosque, Rosalía se detuvo cuando vio a una joven de larga melena negra pintar unos extraños símbolos sobre la puerta principal de la casa.

Dudó un instante, pero salió al claro con paso decidido. No creía que aquella muchacha fuera Dorian Vasileiou, tal vez una pupila, pero si esos símbolos tenían poder, quizá incluso llamar a la puerta le costara un problema.

-Disculpa -le dijo en griego mientras se acercaba. Sonrió, pero no demasiado. Quería mostrarse segura y, sobre todo, quería hacerle saber que no era una amenaza y que no tenía nada que ocultar-. Busco a Dorian Vasieliou, tengo un mensaje para él.

La extraña se sobresaltó ante la aparición de ella. Se abrió la capa negra que le cubría y de un zurrón extrajo una roca negra que envolvió en su puño para apuntar con ella a Rosalía.

La luz de la luna incidió en su rostro realzando sus rasgos. Era una mujer muy bella, no tanto como para sumir a Rosalía en el trance maldito de su Clan, pero casi.

-¡¿Quién sois?! ¿Cómo conocéis a Dorian? Identificaos de inmediato.

Alzó las manos mostrando las palmas y redujo el paso, pero no se detuvo. Su mirada evitó el puño en el que sostenía la piedra y se centró en sus ojos.

-Me llamo Rosalía -respondió con tono sereno-. Y no conozco a Dorian, pero tengo un mensaje que darle de parte de un amigo suyo. Un magus romano de nombre Giacco. -Hizo una pausa y sonrió de nuevo-. Ahora, ¿puedo yo saber tu nombre y si estoy en el sitio correcto?

-¿Giacco? ¿Giacco Vinieri? ¿Ese tahúr? -preguntó acercándose sin dejar de apuntarle con la piedra-. ¿Qué relación tenéis con él? ¿Sois... sois de su Tradición?

Cuando la chica se acercó, ella se detuvo a un par de pasos. Parecía insegura y, sirviera para lo que siriviera la piedra que aferraba, no juzgó prudente ponerla más nerviosa.

No le quedaba claro, por la forma en que se había referido a él, si Giacco resultaba amigo o enemigo, algo que bien podía entender. Pero no le pasó desapercibido que no había respondido a sus preguntas, de modo que ella tampoco respondería a las suyas.

-No soy de los vuestros -dijo, manteniendo las manos a la vista, aunque relajó los hombros-. Dime, ¿temes algo? Solo traigo un mensaje para Dorian. He hecho un largo camino para llegar aquí y, por mi aspecto, habrás notado que lleno de percances. -Bajó la vista a su vestido roto y volvió a alzarla hacia la muchacha, buscando su complicidad-. No traigo malas intenciones, te lo prometo.

Ella observó su vestido roto con una mezcla de interés y suspicacia. Finalmente, relajó el brazo.

-Dorian no está aquí. La Orden de la Razón está en la isla -le explicó. Entonces apuntó la roca hacia la puerta de la casa. La construcción tembló y sus muros se resquebrajaron hasta quedar convertido en una ruina-. Si estás con ellos no hay nada que puedas sacar de aquí. Si no, te aconsejo que te escondas.

No supo si reír o llorar. Dorian no estaba allí. Por supuesto que no. Porque nada, absolutamente nada de lo que se proponía resultaba sencillo.

Observó las ruinas que hacía unos instantes eran una casa en buen estado y se felicitó por haberse entendido con la chica.

-He visto su barco -aventuró. Después la miró casi con angustia-. Necesito encontrar a Dorian. Por favor, llévame con él.

Qué demonios era la Orden de la Razón le importaba bien poco en aquel momento. Nada tenía que ver con ella.

La mujer miró en derredor, como si espera una amenaza en cualquier momento.

-Por diversos y fundados motivos se nos prohíbe hablar de ciertas cosas con cualquiera. Nada puedo hacer si no sé antes con quién y con qué estoy hablando.

Dejó escapar un breve suspiro. Sabía que, en el momento en que desvelara su naturaleza, las cosas se pondrían tensas. Pero tarde o temprando el tal Dorian la averiguaría, y si la ocultaba ahora sería peor.

-Te he dicho mi nombre, yo aún no conozco el tuyo. -Hizo una pausa y la miró directamente a los ojos-. Es probable que por lo que voy a decir ahora me consideres tu enemiga, o una amenaza. No lo soy. Necesito darle a Dorian el mensaje que traigo, y ningún daño deseo para él ni para ti. Puedes usar tus artes para comprobar que lo que digo es cierto. -Guardó silencio un nuevo instante, más largo esta vez-. Soy Rosalía Caeiro, vampira del clan Toreador, chiquilla de Cayo Marco Filócalo.

-¿Vampira? -dijo ella dando un paso atrás. Entonces se detuvo mientras parecía reflexionar-. Si eso es cierto, resulta evidente que no tienes relación con la Orden de la Razón y si te ven querrán destruirte tanto como a mí. Demuestra lo que dices.

Dejó que los colmillos abandonaran sus encías y se los mostró con cierta satisfacción. Empezaba a perder la paciencia con esa muchacha que hacía una pregunta tras otra sin dar una sola respuesta.

-Ahora llévame con Dorian. -dijo tras ocultar de nuevo los colmillos.

Fueran quienes fueran la Orden de la Razón, por lo que parecía eran también un peligro para sus compañeros. Más le valía zanjar aquello pronto, reunirse con ellos y abandonar Creta sin pasar un día más allí.

Aquel gesto de Aza fue suficiente para que Hákon encontrara algo de calma sobre el destino de sus compañeros. Agradeció a los lugareños la "hospitalidad" recibida sin olvidar en ningún momento que aquella isla podía estar protegida por hechiceros. Algo de lo que sería mejor advertir a Aza, quien sospechaba no era tan longevo y experimentado como lo era él. 

Por su parte, comenzó a deambular por la villa procurando no volver a llamar demasiado la atención y esperando al momento de reunirse con el sarraceno de nuevo. 

Hákon se adentró en el pueblo y encontró un apartado callejón donde podría hablar con Aza lejos de ojos curiosos.

-Aza -se acercó a él-, me alegra ver que estás bien. He intentado dar con el resto, pero no tengo pista alguna sobre su paradero. 

Miró en derredor algo inquieto. 

-Esta isla, Creta, es territorio de brujos. De seguro has podido ver que los dones de la Sangre no nos están permitidos aquí. Tenemos que reunirnos con el resto y marcharnos cuanto antes, pues incurrir en su ira es algo que no nos conviene. 

La Maga torció el gesto ante la visión de sus colmillos. Recogió la piedra en su zurrón y le indicó que la siguiera con un gesto.

-Tendremos que ir campo a través. Nos conviene evitar las sendas formales- dijo antes de mirarla severamente a los ojos-. Te lo advierto, si intentas cualquier ademán extraño puedo hacer que tu bonita figura arda de dentro a fuera con sólo chasquear los dedos.

Ambas caminaron hasta la linde de un cultivo de trigo.

-Tu primero -le dijo haciéndose a un lado antes de adentrarse entre el mar de espigas-. Atravesaremos por aquí la campiña hasta el bosque. Yo te indico.