Partida Rol por web

El Ventrue rió de buena gana.

-Una dama con personalidad, sin duda. Y también compasiva, pues pagó la lealtad de su fiel siervo, Alejandro, quien fue herido en la pierna al salvarla de unos bandidos sarracenos, convirtiéndolo en la persona de su confianza.

-Soy una dama dulce y de buen corazón, entonces -añadió contenta-. Pero desgraciada, pues mi madre murió al traerme al mundo y mi padre poco después, y desde entonces he vivido sola en mi enorme palacio en Valencia -se le ocurrió sobre la marcha. Era mucha más información de la que sin duda iban a necesitar, pero le gustó imaginarse aquella vida tan triste-. Mi nombre es Ysabel D'Albors, y vos sois mi sirviente más cercano desde la infancia. Hace un año me cansé de permanecer encerrada y sola y decidí salir a ver mundo y buscar un buen esposo, y vos me acompañasteis. En el sur sufrimos el ataque de los moros, pero vos salvasteis mi vida casi a costa de la vuestra. Después viajamos hacia el norte, y hoy mismo llegamos a Zaragoza para contemplar las maravillas que se cuentan de ella -miró sonriente a Thomas. Imaginar todo aquello la ayudaba liberarse de la realidad, de la pérdida de su memoria, la muerte de Francesco y la condenada Corona.

-Sea pues, Ysabel -dijo cambiando el tono de voz-. Recorramos estas calles. Os buscaremos un esposo que sea capaz de saciar vuestros muchos apetitos -añadió con cierta picardía.

Caminaron poco hasta que al pasar junto a un lujoso palacio los portones se abrieron y por su umbral pasaron, ricamente vestidos, un hombre alto, de rostro perfectamente cincelado, pelo castaño peinado en una coleta y ojos de miel penetrante y cogida de su brazo una joven de no menos belleza, con el cabello de negro intenso recogido en un moño, ojos de oliva, y busto generoso que, encorsetado, asomaba travieso por el escote bajo la capa. Una suave brisa meció una brizna de perfume desde su cuello hasta los Vampiros. Thomas olió el aire y ambos se miraron, sabedores de que habían encontrado a su presa.

Rosalía sonrió pero dejó que la pareja se alejara un tanto del palacio antes de abordarles. Por sus trajes se diría que iban a una fiesta, y el hecho de pensarlo le trajo una agradable sensación de nostalgia. ¿Hacía cuánto que no disfrutaba ella de una fiesta, como anfitriona o como invitada? No lo sabía.

-Vamos -susurró a Thomas cuando los dos jóvenes comenzaban ya a girar la esquina-. ¿Qué les diremos?

-Disculpen -llamó Thomas a la pareja-. Lamento importunarles pero creo que nos hallamos perdidos. Estábamos buscando como llegar a una plaza con una iglesia... ¿Señorita D'Albors, recordáis cómo se llamaba? -se giró preguntando a Rosalía. 

Rosalía maldijo la ocurrencia de Thomas. Tampoco ella recordaba Zaragoza y las únicas dos plazas con iglesia que había conocido en esas dos noches eran Santa María la Mayor y la Catedral del Salvador, y ésas, desde luego, no se olvidan.

-No... -respondió bajando avergonzada el rostro pero mirando con poco disimulo al caballero-. ¿San Miguel, quizás? -probó suerte; muchas ciudades tenían un lugar de culto al Arcángel-. La verdad es que no lo recuerdo, disculpadnos. Nos dijeron que merecía la pena visitarla, pero hemos pasado ya por tantas villas que las advocaciones se me enredan... -sonrió tímidamente y volvió a posar sus ojos en el hombre.

-Habéis de referiros a la Iglesia de San Miguel de los Navarros -supuso el hombre mirando a Rosalía-. Bonita, sin duda, mas dista algunas calles de aquí.

-Sí, demasiado lejos -aseguró la mujer sin apartar la vista de Thomas-. Nosotros vamos a una fiesta en una finca cercana. Eso será mucho más divertido. ¿Por qué no les pedimos que vengan con nosotros? -preguntó a su acompañante.

El joven sonrió y miró a Rosalía.

-Es buena idea. Es una fiesta para la nobleza aragonesa, pero no creo que pongan inconveniente. Por como vestís parecéis de alta cuna. ¿De dónde sois?

El rostro se le iluminó con la invitación a la fiesta.

-De Valencia -respondió ilusionada-. Me llamo Ysabel, mi padre era el conde D'Albors. Él es Alejandro, mi mayordomo. ¿De veras podemos acompañaros? Confieso que estoy un poco cansada de visitar iglesias y monasterios... -sonrió con cierta picardía deslizando su vista por el cuerpo y el rostro del caballero hasta llegar a sus ojos. No le importó ser demasiado directa, pues al fin y al cabo su pareja estaba ocupada haciendo lo mismo con Thomas-. ¿Cómo he de llamaros a vos...? -preguntó al hombre.

-Ella es Claudia de Soto, mi prometida y yo soy Germán de Longares, hijo del Marqués de Longares -se presentó sonriendo a Rosalía-. Insisto en que nos acompañéis. La iglesia seguirá allí mañana y además podréis admirarla por dentro.

-Encantada de conoceros -dijo muy sonriente-. La devoción cristiana es necesaria pero si uno no se sale del camino de vez en cuando ¿Cómo saber que lo está siguiendo? 

-Sabias palabras -dijo el Ventrue, quien pareció encantado con aquella frase. Después miró a Rosalía. Thomas daba la sensación de tener dificultades para mantener su pose de sumiso siervo y a la vez corresponder a las atenciones de Claudia. 

-Está bien, nos habéis convencido -accedió alegremente y tomó a a Germán del brazo con bastante descaro. Lanzó una mirada a Thomas indicándole que hiciera lo propio con Claudia, quien sólo parecía tener ojos para él-. ¿Quién da la fiesta? -preguntó al caballero cuando ya retomaban el paso, pero después pareció dudar y se mordió el labio para mirarlo de soslayo-. Seguro que habrá muchos jóvenes, pero... Espero que no estén todos prometidos como vos. Sería una pena -ladeó la cabeza y sonrió ruborizándose-, porque además de visitar iglesias he de encontrar un marido antes de regresar a Valencia, y creo que Zaragoza es el lugar perfecto para hacerlo -lo miró significativamente volviendo a morderse el labio.

Thomas imitó a Rosalía y entrelazó su brazo con el Claudia mientras sonreía.

-Sinceramente no creo que tengáis problema en encontrar un hombre dispuesto -dijo el joven mirando a la castellana significativamente. Después miró a su prometida y gesto de desconcierto asomó en sus ojos.

Caminaron hasta las afueras, al norte del Ebro. En la lejanía podía divisarse el palacio de los Azagra. Rodeado de un cuidado jardín, un camino de pulcro empedrado conducía hasta un patio frontal y el pórtico, encajado en un porche de columnas clásicas.

Dos Lacayos recibían a los invitados en el enrejado exterior. Germán había anunciado que venían acompañados de la noble valenciana Ysabel D'Albrors y su mayordomo y de nuevo hubo de repetirlo antes de franquear la entrada al edificio.

-¡Germán de Longares, Claudia de Soto e Ysabel D'Albrors! -proclamó con voz solemne antes de que se abrieran paso hasta el recibidor. Muchos de los nobles allí presentes volvieron la vista hasta ellos. 

La música invadía la estancia y el vino corría de copa en copa acompañado de risas, cuchicheos y afectuosos saludos.