Partida Rol por web

 El contenido de las páginas te desconciertan sobremanera. Las hojas, hechas de un extraño papel de tono amarillento, son gruesas y ásperas. El texto, escrito en una tinta rojiza oscura, está en una lengua que no encuentras. Las ilustraciones, sin embargo, resultan horrorosas: encuentras retratos de demonios y extraños rituales en los que se descuartizan personas y se sacrifican animales. Ves también hombres y mujeres bebiendo la sangre de sus víctimas y una sombra que nace de sus pies para tomar la forma de un ser infernal. No comprendes lo que dice pero no te hace falta. Los retratos de aquellos actos bestiales te lo explican todo. No has llegado a pasar más de treinta páginas cuando te obligas a cerrar el tomo, horrorizado por su contenido.

¡La contemplación de aquellas páginas abominables supuso a Gonzalo un shock mucho más intenso que el ataque que había sufrido minutos antes! Sencillamente, toda la tensión nerviosa que el sacerdote había ido acumulando durante aquellos días había estallado finalmente.

Gonzalo cerró el libro con horror. ¿¡Qué clase de ritos se han estado realizando en esta casa!? Recordó las velas, la habitación, el círculo en el suelo... ¡SATANISMO!, exclamó con rabia. Tío, ¿cómo has podido hacerlo...? Gonzalo no quería creer lo que empezaba a descubrir.

 Un ligero golpe en la puerta a modo de llamado te saca de tus cavilaciones. El sobresalto hace que sueltes el libro y que caiga al suelo, emitiendo un ruido tosco y pesado al chocar contra la madera del suelo.

Nervioso, Gonzalo empujó el libro debajo de la cama de un talonazo, sacó su libro más gordo de la cartera y puso ésta en el suelo.

—¿Q-quién es...?

El silencio que reina y la ausencia de una respuesta te impacienta. Ibas a preguntar nuevamente cuando un segundo golpe te sobresalta. Alguien debía estar detrás de esa puerta, ¿quién podría ser?

Gonzalo se levantó, pero no fue hasta la puerta: en su lugar, agarró el atizador firmemente con una mano y la caja con la otra.

—He dicho que quién es —repitió con la voz temblorosa.

Tenía un negro presentimiento.

 Esta vez no ocurrió nada. No hubo respuesta, tampoco golpes a la puerta. Sólo el eco de tu voz te acompañaba.

Gonzalo permaneció inmóvil y en silencio durante unos largos instantes, a la espera de que la llamada se repitiese, una voz respondiese o se oyese cualquier otro ruido. Nada ocurrió. Gonzalo se percató entonces de que había estado conteniendo la respiración y se obligó a soltar todo el aire y reanudar la tarea. Por lo demás, no se fiaba un pelo de aquella repentina quietud, así que, sin quitarse la chaqueta ni nada, (...*), con el fin de bloquear la puerta. Probablemente esto no detendrá a fantasmas y demonios, pensaba, pero quizás no todos mis enemigos sean tan incorpóreos o poderosos.

Arrastrar un mueble cercano que hacía de estantería fue más difícil de lo que pensabas. El mueble era bastante pesado y arrastrarlo por la habitación sin hacer ningún ruido era una proeza de mucha destreza. Así y todo, lograste asegurar la puerta. Los llamados no volvieron a repetirse.

Una vez hubo colocado aquella pesada cómoda* contra la puerta, Gonzalo permaneció erguido, con los brazos en jarras, recuperando el aliento y contemplando su obra. Ay, Señor... Por favor, protege a tu siervo una noche más. Cuando estuvo más tranquilo, se sentó en la cama, se quitó la chaqueta (que colocó en la silla del escritorio, con la cartera y los libros) y se descalzó. La caja la colocó en la mesilla de noche, mientras que el tétrico volumen, que estaba bajo la cama, lo dejó encima del escritorio. No le gustaba la idea de perderlo de vista... De hecho, no le gustaba un pelo irse a dormir con ese libraco demoníaco en la habitación, pero tras un día de tensión mental, estaba derrotado. Definitivamente, tengo que descansar. No perdió más tiempo: tras un profundo suspiro, se tumbó en la cama, apagó la luz y cerró los ojos.

 No tardas en entregarte al sueño, sintiendo que aquella cómoda te mantendría a salvo. Los golpes volvieron a llamar a la puerta un tiempo después pero fuiste capaz de ignorarlos y continuar con tu descanso.

 Tus sueños no serían mucho más tranquilos. Miles de imágenes se sucedieron frente a ti. Viste a Graciela, al abogado Palieri tomando mates en la cocina. También viste el jardín de la casa. Recorriste las habitaciones, algunas oscuras, otras iluminadas. No había allí nada coherente, sólo luces y sombras entremezcladas. Sus formas jugaban con tu mente, formando siluetas bizarras que cobraban vida y desaparecían segundos después. Entre todo ese sueño, una sola cosa era clara: un par de ojos amarillos que no dejaban de observarte.

 Despertaste bruscamente, para encontrar a tu lado el libro que habías dejado bajo la cama. Tu mano derecha acariciaba la tapa, cuya textura te daba escalofríos. Afuera había comenzado a llover. El murmullo de una tormenta era vago pero en unas horas estallaría en truenos rugiendo.

Otra vez esos ojos no, por favor... Al momento, Gonzalo reparó en lo que tenía en las manos. ¿¡Qué hace esto aquí!?, se preguntó horrizado justo antes de lanzar el volumen fuera de la cama, contra la pared.

El párroco se incorporó y se sentó al borde de la cama, apoyando los codos en sus piernas y frotándose la cara. Dios mío, me estoy volviendo loco... ¿Qué está pasando, Señor? ¿¿Qué está pasando?? Todas las preguntas que se había hecho en algún momento desde que llegó a la casa volvieron en ese instante a su mente: ¿era ese libro el diario al que se había referido la mujer descarnada? Si no, ¿dónde estaba el diario? ¿Quién era esa mujer? ¿Quién era la otra mujer que había visto con su tío? ¿Quién la de la ventana? ¿Qué era su tío? ¿Un fantasma? ¿Una visión? ¿Qué le había pasado? ¿Qué había ocurrido en la habitación donde había encontrado el libro? ¿Quién o qué mantenía cerradas las puertas, ponía monstruos en su camino, tenía encantada la casa? ¿Quién le había hablado por el teléfono? ¿Qué tenía que ver la caja de Dinh Kah con todo eso? ¿Qué tienen que ver los ojos amarillos de sus sueños? ¿Y "el Círculo"? ¿Y la historia del hachero? ¿Y los hachazos en la niebla y el rastro misterioso? Pero, sobre todo... ¿Estaba todo eso conectado?

Gonzalo se levantó de la cama con una de las mantas de la cama como abrigo. Estaba destemplado. Miró por la ventana. Seguro que este cielo tampoco es natural... Con la calma y la resignación de quien sabe que su situación le supera y no puede controlarla, volvió su vista hacia el tomo maldito. ¿Qué eres tú? No podía seguir invocando a Dinh Kah por cualquier cosa: Gonzalo notaba que sus deseos le estaban pasando factura. Probablemente nunca lo sepa. Había tomado una decisión: lo quemaría a la mañana siguiente.

 Tardas mucho tiempo en conciliar el sueño nuevamente pero por fin, luego de una hora, lo logras. Duermes como nunca en tu vida, pues el cansancio te había agotado casi por completo. No había en la casa lugar seguro ni alejado de todas esas horrorosas visiones; ahora resulta que los sueños tampoco eran capaces de alejarte de toda esa locura.

 La voz de Graciela llamándote desde la puerta para que bajes a desayunar te despierta, calmo. Son las diez de la mañana, afuera todavía está nublado y llovizna como hace varios días.

Con gran cansancio, Gonzalo se levantó de la cama, se preparó, apartó el pesado mueble de la puerta y... Estaba a punto de salir de la habitación cuando se fijó en el libro, que estaba tirado en el suelo. No puedo dejarlo aquí, se dijo: el sacerdote estaba decidido a quemarlo y no iba a permitir que, fuera quien fuese el interesado en tenerlo, lo recuperara. Gonzalo recogió el libro y, asegurándose de llevar su encendedor encima, salió del cuarto en dirección a la cocina.