Partida Rol por web

La verdad es que me estaba hartando ya de que Gabriel me dijera lo que tenía que hacer. Tenía pensado ajustarle las cuentas al vecino curioso a mi manera. Así que dejé a un lado mi cara afable y mi retórica y, ahora que aquellos dos habían desaparecido de la escena, tomé mi hacha y di una patada en la puerta que se acababa de cerrar, con la intención de echarla abajo, pero sin entrar.

-¡Quienquiera que seades, salid agora mesmo en nombre de don Bertrán Berenguer!

Y dispuse mi hacha para, en caso de que la puerta no se abriera (ya fuera por la patada o por el mismo vecino chismoso), liarme a hachazos con ella.

Actuar en nombre del noble me hacía sentir poderoso y aquello me gustaba; además, sabía bien cuándo tenía que dejar al lado mis sueños de caballero andante: tenía que cortar de inmediato cualquier habladuría sobre el tema que pudiera perjudicarnos.

¿Qué nuevo horror era aquél? Bernardo tornó a santiguarse una vez más. Si los cuerpos de la habitación a sus espaldas permitían albergar esperanzas de una suerte fortuita, aquellos monjes –si es que lo eran- estaban bien muertos a juzgar por el hedor, y habían sido deliberadamente engrilletados. ¿Quién, en nombre del Salvador, y por qué desalmada razón? La vela encendida continuaba indicando una visita reciente al lugar.

-Un terrible criminal se agazapa entre estos muros, quién sabe si inspirado por el mismo Lucifer –aventuró-. Se me figura que Dominique no fue enloquecido por la abstinencia y el ayuno radicales, sino muy al contrario. Scriptum est enim: Perdam sapientiam sapientium et prudentiam prudentium reprobabo*.

Se adentró en la habitación y se acuclilló frente a los encadenados, aproximándoles la antorcha para verlos mejor.

-Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amen.** –les bendijo, haciendo en el aire la señal de la Cruz.

Luego de inspeccionar brevemente los cuerpos, continuó tras su señor.

¿Rumores? ¿ocultismo? -dijo extrañado el médico-. No, lo siento... ya le digo que yo atendía a los monjes, pero ya no... e incluso cuando le ofrecía mis servicios, eran de "higos a brevas", pues ya se sabe que prefieren rezar para calmar un resfriado que acudir a un médico o curandero... en fin. He de irme ya -te dijo-, ¿algo más? ¡Ah! dile a tu amigo que aunque se rebuscara tras nuestro choqué, no pensé mal.

Te guiñó un ojo antes de continuar.

Con evidentes muestras de que algo no del todo "recto" ocurría allí, ambos dos se aventuraron a seguir explorando aquel piso inferior. En cuestión de segundos alcanzaron una sala bastante grande. La primera impresión, incluso antes que la percepción visual, fue un intenso olor a quemado en ese sitio, muy a chamusquina (como algo que prende y queda ahí su hedor). En la sala había diversos muebles (mesas, sillas e incluso algunas cruces y velas colgadas de las paredes). Del mismo modo, había gran cantidad de símbolos como pintados por las paredes, con diversas formas, que tanto se asemejaba a letras como a números, a caligrafías parecidas a las cristianas como a las árabes o incluso a las hebreas, ¿quién sabe*? Pero la "obra maestra" de aquella habitación no era sino una gran estrella dibujada en el suelo, que formaba parte de un pentáculo... En cada punta de éste hay una velas apagadas, y justo en el centro la roca del suelo está ennegrecida, resquemada. Quizá el olor proceda de eso.

Nada más entrar en la habitación, la ola de herejía y maldad me abruma, despertando un asco y una ira terribles. El ceño se me frunce al presenciar tantos simbolos, seguro de que no son cristianos, y por lo tanto malignos. Muevo las aletas de la nariz al presenciar el olor a quemado, y solo un nombre me viene a la cabeza...

Escupo al suelo y con la voz más calmada que puedo forzar: Debemos salir de aquí inmediatamente, necesito mi espada, y cruzar dos palabras con el Abad de... esta ruina...

 Le devolví la sonrisa:

 - Se lo haré saber, le hizo sentirse mal, pero tal y como está el mundo... ¿Y tampoco escuchasteis ningún rumor sobre el tema por los alrededores?. Ya sabéis, rumores de brujas o leyendas de cualquier tipo...

Bernardo se cubrió la nariz con la mano ante el hedor, y su rostro palideció de espanto al ver lo que aquella sala guardaba. Sus manos temblaban mientras se santiguaba una y otra vez, porque adivinaba el blasfemo propósito de todos aquellos símbolos y dibujos, de las velas y el pentáculo, y apenas se atrevía a imaginar la procedencia de aquella pestilencia socarrada.

-El Diablo mismo mora en estas catacumbas, don Bertrán -afirmó con voz susurrante y firme-. Y empiezo a dudar que ante tan evidente manifestación, el abad no esté al corriente de lo que aquí abajo acontece...

Pálido y sombrío en su hábito negro, Bernardo dio un paso al interior de la sala con gran cuidado de no rozar el pentáculo del suelo, aferrando con una mano la tea encendida y con la otra un crucifijo de negra madera pulida. Lentamente examinó los muebles en busca de algún objeto significativo*.

Negó con la cabeza, mientras extendía sus brazos y respondía negativamente.

Lo siento, ¡Que vaya bien! -alcanzó a decir antes de perderlo-.

Tras lo cual regresaste cuesta arriba con Gonzalbo. Ahora se encontraba aporreando una puerta de una casa.

Gabriel llegaba cuesta arriba, y alcanzó a Gonzalbo, el cual estaba aporreando una puerta y apelando a quien estuviera dentro que abriera. Finalmente, lo hizo, tal vez porque incluso al decir su nombre con aquell potencia y autodesignación de "don" hiciera mella en la cautela del que estaba dentro. La puerta se abrió lentamente y de su interior emergió una viejecita... Rondaría los cincuenta o tal vez los sesenta, y estaba muy desmejorada (tenía el pelo blanco, roído y muchas arrugas en su cara).

¿Qui... quién llama? -la mujer se asustó un poco al veros a los dos allí plantados, en su puerta-.

-¡Dezidme de inmediato qué habedes oído et qué sabedes de lo que habemos fablado! -dije, alargando el brazo y apuntándola con el dedo-. ¡Vamos! ¡Fablad!

No era mi idea de la caballería andar asustando a viejecitas indefensas, pero juzgaba necesaria aquella rudeza; el único acicate para estas gentes era el miedo, no hablarían de otro modo.

 Miré con ojos muy abiertos a mi compañero, sin dar crédito a su estupidez. ¿De verdad creía que iba a ser sincera, sobre todo después de adoptar esa actitud?.

La mujer se encongió un poco, y su rostro se arrugó aun más si cabe, pues temiera que ese hombre de aspecto tan juvenil y bien vestido le hiciese algo. Yo no... sólo oí al médico... hablar con vos... na... nada más... ¡no me haga nada, por favor!

A la mujer le temblaba la voz al pronunciar palabra.

Yo vi a los mon, monjes -dijo-, no ha mucho... por eso escuché, porque oí a vos hablar de ellos... ¡No me haga na...da!

Guardé el hacha y me acerqué más tranquilo a la vieja.

-Non os haré daño -le dije-, mas debéis fablarme de esos monjes que visteis: ¿dónde los visteis, cuántos eran, qué facían...? Es muy importante que me digáis todo lo que podáis recordar.

 Traté de refrenar el ímpetu de mi compañero:

 - Calmaros, por favor, es solo una anciana, la estáis asustando...

¡Maldita sea Bernardo, no toques nada!

Empiezo a ponerme nervioso, el espectaculo es cada vez más atroz, y sin mi arma a mano temo no poder defenderme.

Debemos quemar esto... Quizás aún quede alguien aquí abajo...

Cruzo la habitación, imitando al monje tratándo de no pisar los dibujos del suelo y abro con sumo cuidado la puerta contraria a la que hemos cruzado.