Partida Rol por web

Vio como el cambiapieles se quitaba la flecha del pecho como si nada. ¡Mierda! Y luego estaban esos dos orcos que había salido de la nada. Uno más dos, hacían tres. Tres  enemigos. Y a más jodienda, uno parecía inmune al daño. El asunto se torcía. Dugan sacó su daga. No pensaba irse al cuerpo a cuerpo contra tres y menos viendo que Harlan, después de tirar la flecha, se largaba.

Dugan apuntó. Eligió uno de los orcos como blanco. Lanzó su daga y siguió los pasos de Harlan

- ¡Maldición! - masculló el guardaespaldas - Orcos...

Los pielesverdes les habían emboscado en su momento más vulnerable. Lejos de los caballos, no tenían forma de huir. Lejos de la comitiva, no tenían forma de pedir ayuda. Quien quiera que hubiese tenido la idea de realizar aquella cacería en territorio orco no estaba del todo en sus cabales.

Reinhard se interpuso entre los asaltantes y el rey Sigurður. Era hora de ganarse la soldada y de demostrar de qué pasta estaba hecho. Con su alabarda en ristre se dispuso a verter sangre, ya fuera la propia o la de aquellos malnacidos.

- Haced sonar el cuerno, mi señor - sugirió al anciano - Dudo que los salvajes estén solos...

- ¡Ja! ¿Cómo dudáis de quién mancha la tierra si aquí el compañero cerdito huele como si no se hubiese lavado desde hace 6 meses? -

burla dañina, acción standard

Esperaba que, como tantas otras veces, sus palabras hiriesen al monstruo del centro. Aquellos fétidos orcos no serían un auténtico problema, pues las armas si funcionaban con ellos, y Bert llevaba las suyas listas, mas no así con la bestia que parecía ser el líder de aquella expedición.

Se desplazó raudo, intentando esconderse en los árboles, como si le fuese la vida en ello... tal vez porque, realmente, le iba.

Acción de movimiento a X11-Y1

 Acción Astuta, esconderse

El insulto de Bert era poco original, y eso se notó en el daña mental y emocional del hombre jabalí, pero pareció dolerle más que sus dagas, lo cual no era difícil.

-¡Podéis esconderos pero no correr! -gritó uno de los orcos y en poco tiempo los dos alcanzaron a Dugan y Harlan. El primero empuñó la lanza con las dos manos para hacer más daño a su oponente, pero Dugan esquivó el lanzazo a escasos centímetros del rostro. Por desgracia a Harlan le apuñalaron en el hombro. No perdió mucha movilidad pero la punta de hierro era retorcida y dolorosa, dejaría una fea cicatriz de recuerdo. Ojalá el arma no estuviera también infectada.

-¡Cuando terminéis de matarlos clavad sus putas cabezas en picas! ¡Servirán de advertencia para los intrusos! -Luego se transformó otra vez en jabalí y salió corriendo por otro camino, dejando a sus secuaces con la tarea.

Cuando los orcos se abalanzaron no se fijaron en cual era su objetivo, simplemente atacaron a los dos humanos que invadían sus tierras. Uno atacó con su lanza, fuertemente agarrada a dos manos para matarlo, pero la torpeza del orco y las clases privadas de combate del rey fueron suficiente para esquivar el ataque.

Desafortunadamente a Reinhard le tocó luchar contra el más hábil de los dos, que lo apuñaló en un costado, donde la armadura daba menos protección. El orco se confió, creyendo que su enemigo se doblara ante el dolor, pero Reinhard lo decapitó con un certero golpe de su mandoble, aún con lanza clavada.

El rey estaba demasiado nervioso, todos sus oponentes le dejaban ganar y esta vez luchaba por su vida. Lo primero que hizo fue desenvainar la espada torpemente, la subida de adrenalina no le daba para escuchar las instrucciones de su guardaespaldas.
Sorprendentemente el bonito y decorado estoque sirvió para algo más que lucirlo en la cintura y probó la sangre por primera vez. El impulso del orco y la suerte del principiante se habían unido para salvarle la vida.

El orco se miró el agujero que tenía en el pecho y gritó de rabia. Un anciano humano le había conseguido herir, a él, un guerrero orco. Una vez más intentó matar al rey, con más motivación e ira que al principio, pero las prisas son malas consejeras y el rey tenía bien aprendidos unos ridículos pasos de baile que servían para mantener distancia.

Los orcos cargaron directos hacia nosotros, con las lanzas prestas, pero al contrario que Dugan yo fui alcanzado en el hombro.

El monstruo metamorfo se largó de alli por alguna razón, cosa que me parecia bien pues nuestras armas no le podian hacer ningun daño.

Solté mi arco para tener las manos libres en el cuerpo a cuerpo, y traté de desenvainar mis espadas cortas y atacar, pero me hice un lio con los brazos y las hojas y no conseguí darle mas que al aire que habia entre nosotros. Seguro que el orco se reiria durante dias de mi torpeza...

El cuerpo del primer orco cayó pesadamente frente al humano. Reinhard jadeaba, la saliva y la sangre goteando del suyo. Se notaba oxidado y sus movimientos eran demasiado lentos debido al frío y la falta de práctica. Aquel encuentro, sin embargo, le había servido de calentamiento.

El rey Sigurður estaba en peligro. La diosa fortuna al parecer le había sonreído en aquellos momentos, pero no podía confiar en que siguiera haciéndolo. Tenía un trabajo que cumplir. Dando un par de zancadas, alzando su alabarda por encima de su cabeza, dejó caer la pesada hoja sobre el salvaje que atosigaba a su rey. Con un sonoro crujido y un grito ahogado el orco se desplomó del mismo modo que el primero.

- Su majestad - el estoico guerrero aferró al monarca por los hombros - Debemos marcharnos. Cuanto antes. Aquí no estáis seguro.

Dicho esto Reinhard hizo ademán de arrastrar al anciano en dirección a los caballos. Se encontraban aún en territorio orco y no estarían seguros hasta dejar atrás la espesura. Mientras lo hacía se volvió hacia el lugar donde habían desaparecido el jabalí y sus compañeros. Se preguntó si ellos también estarían en apuros, pero el pensamiento pasó rápido. El rey era más importante. Más importante que él incluso.

Con la sacudida de su guardaespaldas el rey al fin salió de su estado de shock, pero cuando empezó a estirar de él este hizo un gesto brusco para soltarse y se arregló el abrigo prestado, intentando dignificarse pese a todo.

-¡Es justo lo que os ordeno! ¡Sacadme de aquí! ¿¡Por qué nadie me informó de que quedaban orcos en mis tierras!? ¡Si me mienten es que no me respetan! -El rey estaba asustado, aunque pretendía maquillarlo con indignación.

Por culpa del rey el camino de vuelta fue más lento. Era sorprendente que hubiera salido con vida de un asalto orco, los dioses tenían un peculiar sentido del humor, pues el rey no había hecho méritos para ganarse su compasión.

A escasos metros estaban ya el mozo, cuidando de los caballos, y el adiestrador de los perros. Tres correas estaban vacías y el cuarto temblaba y tenía el rabo entre las piernas.

-¿Majestad? -Preguntó el mozo, esperando alguna orden ante un escenario tan anómalo. No sabía como debía proceder.

El perro sintió un olor y empezó a gemir de horror, esta vez tiraba de su dueño para escapar. Para antes de que el mozo se diera cuenta fue arrollado por un enorme jabalí que apareció de entre la espesura del bosque y lo dejó peor que si un carro tirado por caballos le hubiera pasado por encima.

El jabalí estaba manchado de mucha sangre, pero no tenía heridas visibles, por lo que no era suya. Miró al adiestrador a un lado, y respiró hondo, sintiendo su olor. Luego miro al guardaespaldas y el rey, al otro lado e hizo lo mismo. Parecía haber encontrado a su objetivo. El adiestrador aprovechó a desertar, prefería enfrentar luego a la ley que morir en medio del bosque.

En los ojos del animal se podía ver que era inteligente y que no se movía por instintos ¿Era quizás el mismo jabalí?

Dugan se movió rápido. Se posicionó al flanco del orco que venía por su derecha. Atacó primero con la espada corta. Falló. Pero al esquivar su golpe, el pielverde, sin darse cuenta, se puso al alcance de la daga que Dugan sostenía en la zurda. El sicario, lanzó un golpe certero y furtivo al costado del orco.