Partida Rol por web

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Regresaste al hogar que te había acogido antes, y la familia de Tobías se alegra de tenerte entre ellos, ya que, aun que eres una boca más que llenar, también representas buena mano de obra, de manera que, además de trabajar las tierras del señor, echas una mano en la pequeña parcela que tiene Tobías. Te acostumbras pronto a la monótona vida de campesino, levantándote temprano para ir a trabajar, regresando a casa para tomar el almuerzo, volviendo de nuevo al trabajo en las tierras de tu anfitrión y terminando la jornada con una cena. Tras una semana, empiezas a sentir las molestias propias de la gente que comienza a trabajar duramente en el campo, pero estás feliz por la relativa estabilidad que has conseguido.

Tener un oficio que no podía ni tan siquiera nombrar, le hizo terminar siendo aceptado como peón. Lo que le alegró, ya que tendría resuelta su manutención, al menos durante un mes. Y además tendría la ocasión de poder hablar con otros campesinos, lo que podría darle algo de información obre aquel asesinato. Aunque en un principio, bastante tendría con adaptarse a la dura vida de un campesino. Y más alguien como el, que nunca antes había trabajado duro. 

Como parte buena, pudo vivir con Tobías y su familia que tan buena acogida le habían dado al llegar a estas tierras. Parecían buena gente, y los primeros días transcurrieron adaptándose a la dura labor que le habían encomendado. Terminaba exhausto, sin fuerzas para nada, y tras la cena, dormía como un tronco hasta la mañana siguiente. 

De esta forma fueron pasando los días, mientras Tomás se iba haciendo a este duro trabajo. Y cada vez, con más fuerzas, le iba sobrando el tiempo para ir hablando con otros campesinos, conociéndoles y escuchando sus penurias y quejas. Poco a poco se fue ganando su confianza, sin sacar ningún tema escabroso, a la espera de que alguien pudiese comentar algo de lo que el estaba buscando. La forma en la que murió el hijo de Don Pedro, o cualquier otra cosa relevante.

Poco tardó el sol de Zuheros en tostar tu piel a medida que iban pasando los días en aquellas largas jornadas como campesinos. Lograste vivir las duras jornadas de aquellas gentes cuyo devenir era duro y áspero; los vecinos comenzaban a acostumbrarse a tu presencia (aunque apenas hablaban contigo, y menos del asunto del hijo de don Pedro) pero al mismo tiempo estabas contento de estar acogido por aquella tan buena familia.

Un día, al regresar para almorzar, no encuentras a nadie en casa. Extrañado, preguntas a un anciano vecino llamado Raimundo y
te dice que los soldados del conde se acaban de llevar preso a Tobías. Miras a lo lejos y ves a un grupo de gente subiendo el camino que conduce al castillo. Allí te diriges inmediatamente.

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Se te cae el alma al suelo cuando ves a Tobías siendo arrastrado por los soldados camino arriba. Esos brutos deben haberle dado una paliza, ya que no ofrece ninguna resistencia y parece incapaz de caminar por sí solo (va arrastrado como un peso muerto). Su mujer y sus hijos, así como varios campesinos, van detrás de ellos, increpando a los soldados. Corres al encuentro de la mujer para que te explique qué ha pasado.

¡Por favor! —solloza en mitad de la cuesta, justo antes de entrar en la fortaleza—. ¡Ayuda a mi marido! ¡Se lo llevan! ¡Se lo llevan!

No fueron malos aquellos días, una vez que al duro trabajo se fue haciendo. Pies y manos se llenaron de ampollas, que luego explotaron, y finalmente se fueron endureciendo. Tobías y Flora le dijeron una noche que tenía las manos como las de un niño, que nunca hubiese trabajado. Y en realidad, así era, poco trabajo había realizado en su aun joven vida.

Cuando se acostumbro, las cosas fueron mucho mejores y hasta tuvo días felices con aquellas gentes. Pero de pronto todo cambio, los soldados se llevaban a Tobías.

Se acerco a Flora y a los hijos para tratar de consolarles.

-Tranquila Flora, esperemos que todo se aclare y solo sea un malentendido.- No podían oponerse a los soldados, o serían ajusticiados, tenían que esperar a ver como se desarrollaban los acontecimientos, y tratar de ayudar a Tobías.

¡Se lo llevan preso acusado de matar a Fernando, el hijo del conde! ¡Pero él no ha hecho nada! —grita, rompiendo a llorar desconsoladamente. Le preguntas el porqué de la acusación—. Han encontrado en nuestra casa una daga que pertenecía a Fernando —te explica—, ¡pero no sabemos cómo ha llegado hasta allí, debes creerme! ¡Dios mío, ayúdanos! —se lamenta, agarrándose a tus ropas.

A pesar de tratar de consolarla diciéndole que es un malentendido, sabes que ni Gonzalo ni don Pedro tendrán contemplaciones con Tobías. Lo ahorcarán casi con total seguridad. Te ves en la obligación de ayudar a este pobre hombre que tan bien te ha tratado.

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Te asomas por la puerta del castillo para ver cómo los soldados le entregan la daga a su capitán. Éste les ordena que encierren a Tobías en las mazmorras y entra en la torre del homenaje. Poco después sale de ella don Pedro, con la daga en la mano y dando largas zancadas hacia el edificio de entrada a las mazmorras, seguido del capitán y del mayordomo. Se le ve furioso, y temes seriamente por la vida de tu antiguo anfitrión. Al cabo de un rato, los tres regresan al patio de armas. Al ver a tanta gente congregada en la puerta del castillo, el conde se dirige hacia ellos. Un sonoro murmullo se extiende entre los campesinos, que retroceden unos pasos, pues temen la terrible ira de su señor. Pero éste se detiene bajo el umbral del gran portón de entrada y les habla en voz alta, con gran desprecio y rabia.

¡Al fin ha sido hallado el culpable de la muerte de mi hijo! ¡¡Esta noche será ejecutado en la horca por su crimen.!! Quien no acuda a presenciar la ejecución será duramente castigado. Y preparaos -continuó, con un tono terrorífico-, porque si averiguo que alguno de vosotros ha estado encubriendo este delito, se las verá conmigo. ¡Y ahora largo de aquí!

Dicho esto, el conde se da la vuelta y ordena a su capitán que despeje la entrada. Los campesinos comienzan a correr hacia sus casas perseguidos por los soldados. Más de uno tropieza por los golpes de las lanzas y es apaleado in situ por los sádicos hombres del capitán... Flora y sus hijos retroceden también; los niños son el apoyo, a modo de bastón o muleta, de su madre, pues esta está hecha polvo, y no deja de gritar y llorar...

Tomás ayudo a Flora a regresar a su casa, ya que la amenaza de que los soldados la golpeasen era seria. La mujer estaba desconsolada, no era para menos. Tomás no sabía como había llegado aquella daga hasta la casa, pero había resultado mortal. Aquella noche, ahorcarían a Tobías.

Una vez en la casa, cuando la mujer logro tranquilizarse, al menos lo suficiente como para poder hablar, Tomás le pregunto.

-Sabes algo de esa daga, como pudo llegar hasta aquí. Mucho me temo que sino nos damos prisa, y buscamos una solución, que pase por explicar la presencia de la daga en esta casa, no podremos hacer nada por Tobías.- Tomás sabía que la mujer sabía cosas que no le quería contar, pero la situación era tan desesperada que no había tiempo que perder. Sino lograba aclarar el misterio de la daga, Tobías pronto moriría y nada podrían hacer para evitarlo. 

No lo sé, Tomás... ¡No lo sé! -gritaba, desesperada, ya en su casa-. La mujer sabía que había que buscar una solución... o tal vez ya pensaba que no había solución ninguna, pues con ese mal señor que los gobernaba a todos era harto difícil cambiar los destinos de las gentes más pobres.

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Pero, ¿qué puedes hacer? No tienes ninguna prueba que exculpe a Tobías. Al rato insistes y vuelves a inquirir a Flora, ante el desamparo que teníais ya encima. Comienzas preguntándole a su mujer si les ocurrió algo fuera de lo común durante los últimos días. Ella se pone a pensar durante un rato...

Ayer... ayer vino a esta casa Gregorio, el sepulturero, para comprarle unos nabos a su marido; Gregorio nunca antes le había comprado nada -aclaró-. A continuación le preguntas si sabe algo del asesinato de Fernando, tema tabú en la aldea desde que aquello ocurrió.

Sólo se que hallaron su cuerpo cerca de la Cueva de los Murciélagos, que se encuentra en la sierra que está detrás del castillo. Fueron los soldados de don Pedro quienes lo encontraron. Los campesinos están convencidos de que fue atacado por bandidos, porque le faltaban todos sus objetos de valor: su daga, su espada, y su anillo de oro. Pero el conde les culpa a ellos, pues sabía de los excesos cometidos por su hijo y piensa que se han cobrado venganza por ello.

Luego hizo una pausa, para secarse las lágrimas.

Don Pedro lo enterró en la capilla que hay dentro del castillo -terminó, y bajó la cabeza, mientras abrazaba a sus dos chiquillos y viceversa-.

Allí había pasado algo, aquel cuchillo podría haber ido a parar a las manos del sepulturero, y tendría que hablar con este. Mucha casualidad era que alguien que nunca les compraba nada, justo les compra y al poco aparecen los soldados para registrar la casa y encuentran el cuchillo del hijo muerto del señor. También le gustaría echar un vistazo a la cueva en la que apareció el cadáver del noble, pero eso sería más tarde.

-Iré a ver a Gregorio, mucha casualidad es que tras su visita, llegaran las desgracias a esta casa.- Le dijo a Flora antes de salir de la casa, tras recibir de esta las indicaciones de como encontrar al sepulturero.

Pasa a 6.

Flora caviló al dar tú tales razones varias sobre la persona del enterrador, que mucha casualidad parecía todo aquello.

Si vais, tened cuidad, Tomás... -apuntó la mujer, preocupada-. No querría más desgracias, ¡pero hacedlo presto!

6

Y tal que así marchaste a ver a Gregorio, el sepulturero, que dado ya tus varias semanas allí sabías que vivía en una cabaña al lado del cementerio, construido tras un amplio recodo a los pies de la sierra. Cuando llegas al lugar, ves que el Camposanto no se encuentra ni siquiera vallado. Un tipo alto, delgado, de piel morena, oscuros cabellos y barba blanquecina está cavando una fosa cerca de unas tumbas. Las arrugas en su frente hablan por sí solas. Parece que no te ha visto llegar.

No tardo en llegar al cementerio, junto al cual vivía el sepulturero. Le vio en el cementerio, realizando sus tareas, y decidió ir con disimulo, y sin que le viese, a echar una ojeada en su casa. Tal vez Gregorio, estaba guardando allí cosas de los muertos, entre ellos, del hijo del conde.

Echa un vistazo a su cabaña, pasa al 95. 

95

Entras dentro sin llamar la atención. Nada más acceder por la puerta notas que la cabaña es muy pequeña. Dentro sólo hay un jergón y algunos alimentos guardados en varios muebles pequeños.

La cabaña era muy pequeña, y no logró encontrar nada fuera de lo esperado. Así que salió al exterior y fue a donde estaba Gregorio.

Se aproxima a el, pasa a la 64.

64

No viste nada fuera de lo común, tal vez las prisas o tal vez la tensión de estar sin permiso en aquel lugar... Sea como fuere, saliste de allí de inmediato, pues poco más podías hacer en tal interior. A punto de marchaste estuvistes, pero entonces pensaste en Tobías y aquella condena que ya bien pesaba sobre él; y en éstas que avanzaste hasta el sepulturero, cerca de unas tumbas que cavaba.

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Gregorio se sobresalta al verte llegar. Deja de cavar, clava el pico en la tierra (reseca y árida, propia de esa comarca) y te observa. Sin embargo, al vislumbrar a alguien a quien no conoce, vuelve a tomar ese pico y se dirige a tu encuentro, con éste en la mano. ¿Quién demonios eres tú y qué haces aquí? -te pregunta, sin dejar de mirarte-.

Aquel hombre se había alterado demasiado con su presencia, así que se presentó, e intento tranquilizarlo.

-¡Buenos días buen hombre! Mi nombre es Tomás y hace ya unos días que estoy trabajando para el señor, ganándome de esa forma el pan.- Y mantuvo una actitud tranquila, para ver si aquel hombre se tranquilizaba un poco, en esos momentos no tenía sentido preguntarle nada.