Partida Rol por web

Me coloco tras mi hermano apretando la boca y asintiendo al ver como le dan candela al sepulturero... busco una piedra.

Las palabras de Ramiro hacen un efecto atroz en el sepulturero. La boca le tiembla notablemente y comienza a respirar con dificultad. Pedro, aprovechando el momento y valiendose de su fuerza, consigue zafarse con brusquedad del tipo.

—¡Yo no sé nada! —dice con los ojos fuera de sí al tiempo que se abalanza sobre Ramiro.

Veo como el tipo se acerca a por mí con malas intenciones. Puede que esté fuerte de cavar hoyos, pero por suerte yo soy más rápido que él. Antes de que quiera hacerme nada, ya estoy preparado para esquivarle.

Además de eso, le digo— ¡Contadnos lo que pasa! ¡No queremos meternos en problemas! ¡Si lo hablamos será más fácil!

Por supuesto, seguro que mis hermanos pensaban distinto a mí. El hombre verá...

Comienzo a dar un pequeño rodeo para posicionarme en su espalda mientras se entretiene con Ramiro. Por el camino, voy sacando mi cuchillo poco a poco...

Después de los golpes que le di conseguí zafarme del hombre con brusquedad y al ver como mis hermanos tenían sus propios planes intenté volver a arrearle una patada para distraerle, pero en mi precipitación fallé por los pelos.

Más por instinto que por otra cosa, me preparé para esquivar la más que probable somanta de palos que se me venía encima.

El hombre llega hasta Ramiro y empieza a lanzar golpes a diestro y siniestro, pero no consigue atinar ninguno ante la agilidad del chiquillo.

—¡Bastardos entrometidos! —dice con un aspecto que denota cada vez más pánico—.¿Quién os contó que sé algo?

Nervioso, saco el cuchillo completamente y dejo que brille el filo mientras me preparo para darle dos puñaladas por la espalda.

No serán muy dañinas, pero si toca al gordo, se va a acordar...

—¡Nadie que nos dijo nada! ¡Vos mismo os habéis delatado! —digo al hombre tras esquivar su golpe—. No queremos pelear, solamente queremos demostrar que nuestro padre es inocente. ¡Por favor, contadnos lo que sabéis! ¡Estáis condenando a un hombre inocente!

Dicho esto, espero que mis palabras hagan entrar en razón al hombre. No obstante, no bajo la guardia, ya que no parece dispuesto a entrar en razón.

Cuanto más habla Ramiro más desquiciado parece el enterrador, que no cesa de lanzar sus puños hacia el pobre chiquillo. Aun con todos sus intentos y con su superioridad corporal, no consigue atinar ningún golpe y se detiene tembloroso, con una respiración algo acelerada. Repara entonces en los que vais por la espalda y os echa una mirada de odio y angustia.

—¡Suelta el hierro, maldito! —dice a Teodorico—. Vosotros ganáis, os contaré lo que sé en mi cabaña, guardados de posibles ojos u oídos curiosos…

Empiezo a guardar el cuchillo mientras mascullo entre dientes:

-Fale, lo guagdo, pego habla todo lo que sepag...

—¿Qué tienes en la boca? —pregunta extrañado mientras camina acelerado hacia la puerta de su cabaña con pretensiones de que le sigáis—. ¡Venga! ¿No queríais malditas respuestas? Os las daré con tal de que me dejéis en paz.

Aunque intenta disimularlo, sigue bastante nervioso y el tembleque de las manos no se le va, como puede advertirse cuando abre la puerta y os hace un gesto para que entréis. Os preguntáis que puede ocurrirle en la cabeza a este hombre, pues cuesta creer que este del todo sano. Desde luego vuestra presencia y palabras le han afectado negativamente, sabe Dios por qué.

-Tebngo dientef y dengua...

Vuelvo a palpar la empuñadura de mi cuchillo para tenerla preparada.

Uy, qué fácil ha resultado. Sonreí con suficiencia al ver cómo el pobre hombre se derrumbaba hecho un manojo de nervios ante nuestras amenazas.

- Venga, venga... desembuchando de una vez.

Paso a la cabaña, pero no bajo la guardia. Cualquiera se fía de este hombre, parece demasiado desquiciado. Sin duda, aquí pasa algo gordo, mucho más de lo que parece a simple vista.

—Venga, decidnos qué sabéis. No tenemos tiempo y necesitamos respuestas, o nuestro padre... —no quiero acabar la frase, ya sabemos todos qué pasará si no tenemos éxito.

Así, espero a que el hombre comience a hablar.

El hombre, antes de cerrar la puerta, echa una última ojeada a los alrededores para cerciorarse de que no hay ni un alma ahí fuera. Hace ya algún rato que la gente habrá reanudado la jornada en la construcción del palacio o en los campos después de la comida y esta parte de la villa está en completo silencio.

Por un momento os da la impresión de que al sepulturero —quieto y pensativo delante de la puerta— se le pasa por la cabeza actuar con malas intenciones, pero finalmente tras una pausa abre la boca.

—Lo único que puedo deciros es que en la Cueva de los Murciélagos hallaréis respuestas y pruebas suficientes para salvar a vuestro padre  —dice Gregorio entre susurros de manera un tanto siniestra—, pero nadie puede saber que os lo he dicho. El asesino podría descubrir vuestras intenciones y actuar en consecuencia antes de que pudiérais demostrar nada…