Partida Rol por web

Tera no puede escuchar tus palabras, pero eso no evita que maldigas y amenaces para desahogarte.

Coges el comunicador e intentas ponerte en contacto con tus compañeros. Pruebas varias veces y, al cabo de un rato que te parece eterno, escuchas una voz. ¿Daanel?

- Hola RaDiX... - dice. - Parece que la caballería no estaba precisamente de nuestro lado... ¿Dónde estás? - pregunta. - Nos vendría bien que pasases a recogernos. ¿Puedes rastrear nuestra posición con el comunicador? - Pregunta.

Observas atentamente a tu alrededor. Estás desnudo bajo una sábana y atado a una camilla con unas resistentes correas de cuero. La forma más fácil de soltarse sería partiendo la propia camilla, pero sin duda eso llamaría la atención de los guardias. Por esta vez, una aproximación más sutil parece ser más práctica que la fuerza bruta.

La habitación es un improvisado quirófano con paredes modulares dentro de una nave industrial. No es el sitio más limpio del mundo, pero parece suficiente para el tipo de operación que pretendían practicar. Al mirar al techo ves algo que llama tu atención: hay demasiados cables que cruzan de un sitio a otro, entre ellos varios gruesos cables de red, como si hubieran instalado aquí un potente servidor informático. Si podéis activarlo, no debería ser complicado contactar con RDX.

Angelo mira a su alrededor. Qué sencillo sería recurrir a la fuerza bruta y soltarse a los golpes, pero algo le dice que no es la mejor opción. Si se libera de manera sutil, puede que tenga la chance de conectar los cables que está viendo por encima de su cabeza y conseguir un enlace con su hacker favorita. Bueno, favorita es mucho decir -más de una vez, o mejor dicho, siempre, logra sacarlo de quicio- pero es una que puede sacarlo de allí sin poner peros y con eso le basta.

Lástima que la sutileza nunca ha sido lo suyo. Con lo que el considera "delicadeza", comienza a forcejear para soltar sus ataduras. Por más que se mueve, la presa no se suelta, incluso parece ajustarse aún más. Pero el problema no es tanto ese fracaso, si no que en sus intentos de soltarse, está haciendo repiquetear el metal de la camilla donde está sujeto y en nada, los tipos que acaban de dejarlo creyendo que no estaba consciente, volverán y acabarán con su única posibilidad. 

-Pues ahora mismo no lo sé -contestó la hacker peliverde al matón- he estado a punto de ser detectada y no me ha molado nada. Si me decís por donde estáis podemos intentar coordinarnos hasta que pueda dar con vosotros.

“¿Que no me pega?” Enarco una ceja, sarcásticamente “Eso es porque no me conoces de mis buenos/malos tiempos, cielo”, pienso para mis adentros, tratando de calmarme. Todo ha ido tan manifiestamente mal...

-Entiendo. ¿Y a quien le debo este regalo? Porque obviamente sólo eres una mandada, la recadera. ¿Me equivoco?- sí, cuando estoy tan cabreado me sale plenamente la vena cínica y cabrona, total, ya soy un muerto en vida, con esto pegado al cogote. Me quedo quieto, como un buen chico, esperando a que me libere de las correas. Debajo de la sábana noto mi cuerpo frío y desnudo.

"Para variar, ¿porque no me sorprende? ¿Porque siempre acabo terminando así?"

-¿Que puedo decir? Renovarse o morir- respondo, fríamente, a su comentario acerca de mi antiguo oficio.

-¿Dónde está el resto de mi equipo?- dado que claramente no va a responderme a nada más.

-Qué habéis hecho con ellos?

La voz de Daanel vuelve a sonar por el comunicador.

- Estamos en un pequeño edificio de ofinas, en el cruce de Bezos con Kamprad - dice. Es un barrio chungo, no muy lejos de un antiguo polígono industrial abandonado y ahora ocupado por mendigos y gente que no tiene absolutamente nada que perder ni el suficiente aprecio a su mísera vida como para darle ningún valor a las de los demás.

- ¡Te tengo que dejar! - dice con tono de urgencia. - Parece que nos han localizado...

Se escuchan algunas interferencias y se interrumpe la comunicación bruscamente, como si la señal hubiera sido bloqueada con interferencias.

La mujer sonríe ante tu provocación.

- Pues sí, se equivoca... - dice con tranquilidad. - No soy una recadera, sino la neurocirujana que le ha implantado su nueva... mejora. Y, como ya le he dicho, no tengo permitido revelar el nombre de mi cliente. Código profesional, seguro que lo comprende. - Hubo una época en la que el código ético de los médicos les obligaba a trabajar para salvar la vida a la gente y no les habría permitido implantar bombas en sus cabezas. Evidentemente, eso fue antes de que todo se fuera del todo a la mierda.

- No se preocupe, su marido está por aquí cerca. El soldado... bueno, necesitábamos a alguien para poder atraer a esa hacker - dice sencillamente. Termina de quitarte todas las correas salvo la del tobillo izquierdo y, en vez de desabrocharla, tira de las sábanas hacia abajo y se te queda mirando un momento. - Bueno, señor Herivaux, es un placer haberle conocido. Si acepta un consejo médico, evite hacer esfuerzos violentos durante una semana más o menos. Nunca se sabe cómo han programado esas cosas - añade sin molestarse en levantar la mirada hacia tu cara.

Con tranquilidad se da la vuelta y empieza a caminar hacia la puerta. Tal vez, si fueras lo suficientemente rápido, podrías saltar sobre ella incluso con el pie aún en la camilla pero, ¿qué efectos tendría en la bomba que te han implantado? No es que la mujer parezca demasiado preocupada por una posible agresión.

El ruido que haces al intentar liberarte llama inevitablemente la atención de los guardias.

- ¡Eh, tú! - grita uno de ellos abriendo la puerta y haciendo un gesto brusco con la mano que le sirve para desplegar una porra eléctrica. - ¿Quién te ha dado permiso para moverte? - Camina hacia ti y, antes de que tengas tiempo para soltar un brazo con el que poder protegerte, levanta su arma disupesto a descargarla violentamente sobre ti.

- ¡Alto! - dice una voz femenina en la puerta. El guardia se para, obediente. - La descarga podría interferir con su nuevo implante, y estamos cobrando por paciente vivo - dice con tranquilidad, caminando hacia el interior.

Te mira un momento y te da tiempo a observarla. Cierto aire de mando y movimientos precisos y calculados. No tiene la musculatura de una combatiente cuerpo a cuerpo, pero apostarías a que tiene un pulso firme que le serviría para apuntar un arma con precisión.

- Es usted un hombre afortunado, señor della Morte. No sólo porque, de haber llegado yo unos segundos más tarde tal vez no estaría aquí para contarlo, sino por estar casado con un hombre tan... bien dotado como su marido - dice con una sonrisa pícara, sabiendo que ese tipo de comentarios van a hacer que te cabrees.

- ¡Oh! No se ponga así... En su estado no debería hacer movimientos bruscos en unos días. Ya sabe, los explosivos no son siempre muy estables. - Te mira con un gesto malicioso. - Ya sabe lo que dicen, hay que hacer caso a los médicos...

Hace un gesto al guardia para que salga de la sala y le susurra un "id recogiendo" mientras se aleja.

- Lamento decirle que no voy a poder ofrecerle ninguna respuesta sobre su actual estado. Supongo que la gente que me ha contratado contactará con vosotros en los próximos días para darles sus instrucciones, pero no me dieron ningún mensaje específico para cuando se levantasen. Bueno, supongo que su primera preocupación será salir de aquí... - dice sin perder la sonrisa mientras se da la vuelta y camina hacia la puerta.

Por un momento tengo la tentación de usar su acercamiento cuando desliza la sabana para cogerla del cuello y estrangularla, pero no veo en que puede eso mejorar mi situación. Me da que sería más efectivo otro tipo de prácticas menos violentas...

-Gracias por recordarme porque dejé ese mundo- digo escueta y ambiguamente. Lo cierto es que médicos sin escrúpulos como ella fueron el motivo de que dejara BS, por las atrocidades que hacían -Espero que realmente le cueste dormir por las noches y que ni el Sueño Negro le sirva de consuelo, Doctora- le espeto cínicamente, cuando intenta marcharse, sin la decencia de mirarme a la cara. Sólo somos carne con la que jugar a ser Dioses o algo peor -Ese será mi consuelo cuando muera, saber que todas sus víctimas la perseguirán todas las noches de su vida- sonrío torcidamente. No me queda nada más, sólo ser cínico y rezar porque mi marido y los demás estén bien, aunque lo de la referencia a la hacker suena a otra trampa, para coger a RDX. Hundo mi ira hacia el pozo más fondo dentro de mí.

-Dile a tu jefe que habría salido más barato contratarnos en vez de convertirnos en estúpidas marionetas con juegos sucios. Hacemos descuentos a los grupos. Y créeme, os va a salir caro en un punto u otro, me aseguraré de ello...- digo con toda la frialdad y calma que soy capaz, tras haber tragado tanta bilis.

La muerte se cierne sobre Angelo, la señora viene a reclamar su pertenencia y unos simples soldaduchos serán sus agentes de cobro. Mierda puta! Un último pensamiento para Legba antes de que el guardia acabe con su mísera existencia.

¡Alto! La voz lo atraviesa como un bálsamo. El asesino siente como la Señora de la Guadaña retrocede, frustrada en su intento de llevarse consigo al amante prometido. No te cabrees querida. Sabes que tarde o temprano seré tuyo. Mientras tanto, seguiré entregándote ofrendas en pago por el tiempo en este mundo junto a mi verdadero amor.

Sus divagues le hacen perder la mitad de las palabras de la doctora que se ha convertido en su salvación, más la clara referencia a su amor lo traen de vuelta al presente.

-Perra puta! -no puede evitar que los celos se exterioricen, forcejea, intenta soltarse infructuosamente. Sus ganas de apretar su cuello y ver cómo se le va la vida mientras implora con la mirada, tendrán que quedar aparcadas en un rincón. Las alas de su amante despechada vuelven a rozarlo, le recuerdan lo precaria que es su situación, lo cerca que está de llegar a sus brazos de una vez, como siga comportándose como un estúpido.

Pálido, con la respiración agitada, se queda quieto-. Ya me las pagarás -murmura lo suficientemente alto como para que la doctora escuche. Ahora debe vivir si es que quiere saldar esa cuenta.

-Ey! no te vayas! ¿Cuando me van a soltar? Vuelve! No me dejes aquí, carajo! Sueltame!!!

Más la doctora no vuelve la vista atrás. Angelo puede imaginar la sonrisa que divide su rostro mientras lo deja allí, esperando, con la incertidumbre de no saber cuándo lo liberarán, qué será lo que le pidan, dónde y como está su amor.

La mujer no responde nada y desaparece por la puerta. Esperas un momento antes de terminar de quitarte tus ataduras y buscar algo de ropa con la que cubrirte. Tus pantalones y camisa están tirados en el suelo no muy lejos de la camilla, pero no hay ni rastro de tu abrigo reforzado, de tus armas ni de tu teléfono móvil.

Suspiras mientras empiezas a vestirte y al cabo de un rato escuchas unos golpes no muy lejos de tu posición. Tomas aliento y te acercas a la puerta, casi aguantando la respiración. Abres con cuidado y ves un pasillo desierto formado por los mismos paneles móviles que han utilizado para separar las improvisadas habitaciones.

Caminas hacia el origen del ruido y llegas hasta una puerta como la que acabas de dejar atrás. Esuchas atentamente trantado de identificar el sonido y no tardas en reconocerlo. Angelo. Si hubiera sido cualquier otro no estarías seguro, pero la forma de moverse de tu marido revela que está ahí dentro, seguramente tratando de librarse por la fuerza de unas correas como las que te habían atado a la camilla hasta hace unos minutos.

Al no escuchar ninguna voz dentro, te decides a abrir la puerta.

Ignorándote completamente, la mujer llega hasta la puerta y sale de la sala. Hace un gesto a los hombres que estaban ahí fuera esperando antes de cerrar la puerta y desaparecer.

Esperas un rato en silencio antes de volver a forcejear con las correas que te atan a la camilla. Desgraciadamente tanto el cuero como la estructura parecen bastante rígidos y tardarás un buen rato en soltarte, y eso si no te lesionas mientras intentas liberarte. Maldices una vez más y sigues intentándolo pese a todo.

La puerta parece moverse una vez más y te quedas parado nuevamente, observando. Tal vez esta vez tengas la oportunidad de librarte y llevarte por delante a cualquiera que venga a verte esta vez. Sin embargo tu ira se esfuma nada más reconoces a la figura que está en la puerta. L.

Mr. L abre la puerta y se encuentra en un improvisado quirófano, prácticamente igual al que ha ocupado hasta hace unos minutos. En medio de la sala, Angelo, amarrado a una camilla trata de liberarse. Sus ropas están tiradas en el suelo, sin ningún tipo de arma ni su armaduara corporal. El móvil también ha desaparecido. Mira con odio hacia la puerta cuando se abre pero su expresión se relaja al reconocer a su marido.

-Joder -espetó a nadie en particular cuando Daanel cortó la transmisión. Ahora tenía que localizar su posición y tenía miedo de que Tera la localizara de nuevo, pero no podía arriesgarse a ir a otro lugar.

-Más os vale que valga la pena -dijo la chica mientras se conectaba de nuevo intentando buscar la localización. Puede que esas interferencias fuera Tera, y si era así ahora ella tenía la ventaja de la iniciativa y de empezar a llevar la voz cantante.

Te conectas sin demasiados problemas a la red y tratas de localizar la llamada de Daanel. Parece que las interferencias han conseguido interrumpir completamente la comunicación, bloqueando completamente el teléfono del soldado. Sin embargo, la posición que rastreas de su llamada se corresponde con la dirección que te ha dado antes de que se interrumpiera.

Desgraciadamente, esa zona lleva mucho tiempo abandonada y carece de sistemas activos para que puedas hacer mucho desde la matriz. Sin cámaras de tráfco o de vigilancia pública, estás completamente ciega desde tu posición y, de haber alguna red de vigilancia, sería en lugares muy específicos y sin acceso al exterior.

Parece que, si vas a querer hacer algo por Daanel, vas a tener que moverte de tu posición.

-¡Maldita sea! ¡Ese abrigo reforzado me costó muy caro! Era de diseño, ¡dita sea!- refunfuño por lo bajo mientras me visto, en un intento de recuperar algo de la dignidad perdida en esta condenada noche sin fin. Me paso la mano por la nuca, rozando con suavidad con las yemas de mis dedos, la zona del dispositivo. Cierro los ojos y trato de respirar hondo para calmarme. Alguien tiene que pagar por esto. Y por todo lo demás.

Reviso con la mirada el cuarto de mi encierro y tras decidir que no hay nada más de interés, salgo de ésta. Oigo el ruido y como buen ex-gato callejero mi curiosidad me dirige hacia el origen del sonido, puede que me lleve a mi marido y a mi amigo D. Rezo mentalmente porque RDX esté a salvo y bien escondida, lejos de esta gentuza. Me acerco a la puerta y la abro, no sin antes mirar hacia los lados, a modo paranoico. Es su voz. Respiro aliviado, al menos está vivo. Pruebo la apertura de la puerta, que no parece estar cerrada. Eso me hace sospechar, es raro que no se hayan tomado la molestia de cerrarnos de verdad, aunque claro, si ya han hecho con nosotros lo que han querido, los cierres encriptados dejan de tener sentido...

Me muerdo el labio inferior, eso sólo puede querer decir una cosa, que a Angelo le habrán hecho algo similar (o incluso peor). Me acerco hacia su camilla, en silencio, sonriendo levemente, algo menos tenso. Empiezo a ayudarle a soltarse de las correas. Miro hacia los lados de la sala donde está. Idéntica que la mía.

-¿Cómo te encuentras? aparte de humillado, claro. Pero antes déjame que compruebe si te han implantado algo, ¿ok? - le digo en voz muy baja, en tono preocupado.

-En fin -dijo sin más desconectándose de la red- me toca hacer las cosas a mí misma y de verdad. Que día más largo y complicado.

Se puso su ropa de seguridad y cogió su pistola, solo por si acaso, porque en realidad no tenía ninguna intención de meterse en la boca del lobo ella sola. Ella no era Daanel, ni Acelgo; pero como el dios de ébano estuviera en peligro se iban a enterar de lo que valía una peliverde.

Salió de su casa asegurándose de que nada estuviera conectado para que Tera no pudiera conectarse mientras ella no estuviera, solo por si acaso, y salió con la intención de buscar un taxi o algo así que la llevara a su destino.

El mundo físico y sus limitaciones eran un asco.

Mirando la nuca de Angelo, Mr. L se da cuenta de que su marido ha sufrido la misma intervención que él. O al menos eso parece por la herida en la base del craneo.