Partida Rol por web

El horror. Fuera reinaba el horror.

Ahora mismo estaban todos encerrados en la sala de autopsias, lugar que desde luego no era el más esperanzador de aquel sanatorio. Porque aunque fuera un sanatorio mental el Hospital Psiquiátrico de Blenville contaba con quirófano, sala de autopsias e incluso capilla propia. 

Nadie sabía como había empezado todo. Lo primero que se escuchó fue el grito desgarrador de Tobías López, uno de los celadores, cuando uno de los internos fugados le desgarró la cara con sus propios dientes. Como se habían abierto las celdas de seguridad era un misterio que en estos momentos ocupaba el último puesto de la lista de preocupaciones de las cuatro personas que estaban atrincheradas en aquella sala de autopsias.

Habían llegado allí gracias a la ayuda de Milton, otro de los celadores, que aunque estaba de servicio en el momento del desastre se encontraba en la sala de descanso preparando un café. Quizás eso le salvó la vida ya que fue Tobías quien bajó a investigar a qué venía tanto barullo. Cuando salió de la sala se encontró de bruces con varios de los pacientes fugados que se abalanzaban como hienas sobre Sarah, la enfermera de guardia. A duras penas logró contenerlos para retroceder hacia el interior del hospital. Hubiera querido ir hacia la zona externa pero en el caos no hubo opción. Y gracias a eso pudo recoger por el camino a Landless, el inspector que había llegado precisamente aquella tarde con la intención de realizar un informe sobre las condiciones en las que se encontraban los pacientes en la institución.

La huida hacia el interior fue una pesadilla entre cuerpos mutilados, sangre y oscuridad. Cuando todo parecía perdido oyeron la llamada de Stalton, que les abrió la puerta de la sala de autopsias. Lograron hacer una improvisada barricada con un par de armarios de instrumental para que sus enloquecidos perseguidores no derribasen las puertas que, afortunadamente, eran de metal. 

Tras diez minutos que parecieron una eternidad oyeron los golpes y gritos al otro lado. Y luego silencio. Un silencio sepulcral, tan terrible quizás como los aullidos anteriores. ¿Se habían ido quizás en busca de otras presas más fáciles? Había más personal médico que pasaba la noche en el hospital. Y pacientes que sólo estaban allí internados por casos de ansiedad o para curas de desintoxicación. ¿Qué pasaría con ellos? ¿Quién avisaría a las autoridades? ¿Habrían logrado escapar del recinto los dementes? Las puertas exteriores deberían estar cerradas y uno de los juegos de llaves lo tenía Milton. El otro lo tenía el director Parrish. Aquella noche también iba a dormir en el edificio para estar preparado para la inspección del día siguiente ¿Habría logrado el director atrincherarse con el resto del personal en el ala de personal? ¿Cómo harían ellos mismo para salir? ¿O quizás era mejor esperar a un rescate?

La sala de autopsias era una estancia amplia, con dos grandes bañeras preparadas para el lavado de cadáveres. Había dos mesas camilla, en estos momentos vacías, y una gran mesa con instrumental de todo tipo: bisturís, forceps, etc. En el suelo, delante de la puerta de metal, estaban ahora los dos armarios de material. La mayor parte se había echado a perder al tumbar precipitadamente los armarios pero quizás hubiera algo que fuera recuperable. 

No había otra salida de la sala salvo la puerta de la barricada. 

¿Por qué a mí? Se preguntó Stalton no por enésima vez mientras recorría la habitación de un lado a otro sin parar, tratando de encontrar una salida a aquella locura.

Aquel día no le tocaba trabajar, era su franco. Pero Nicholson había caído presa de unas fiebres y el director lo había mandado a llamar de urgencia pues al otro día venía una inspección del Departamento de Sanidad y todo tenía que estar perfecto o el sanatorio cerraría y él, junto a un centenar de personas más, quedarían en la calle.

Maldita sea tu estampa Parrish... si hubieras hecho las cosas bien durante este tiempo, no estaríamos en este atolladero. Yo no estaría en este atolladero!

Se frotó la mano por el cabello un par de veces sin dejar de caminar. Hosco en el trato, apenas había cruzado palabra con O'Near o la guapa enfermera de la que no se acordaba su nombre. Pero su humanidad no le había permitido permanecer a salvo mientras la locura reinaba en el exterior. Incluso al tipo ese, al inspector, le había ofrecido refugio. Después de todo, sólo estaba haciendo su trabajo, como ellos.

-El teléfono. En el despacho del director está el teléfono. Hay que avisar a las autoridades, pedir ayuda. Sólos no saldremos de aquí -aunque el aparato fallaba dos de cada tres veces, en aquel momento a Jeremiah le parecía la mejor opción. El asunto era como llegar hasta allí.

-¿Tal vez los ductos de ventilación?* -dijo sin preguntar a nadie en concreto. Estaba el montacargas pero no le parecía seguro. Si el resto del sanatorio estaba igual que aquella ala, salir por ese hueco no era una opción viable.

Todo fue tan rápido que no parecía mas que una pesadilla en una mala noche. Salvo porque era tan real que aun sentía como lo temblaban las piernas y los brazos tras el esfuerzo de mover esos armarios ayudando a crear una barricada. Edgard no era de esfuerzos físico pero sin duda lo ocurrido requería una actuación inmediata. Si, estaba obviando el influjo del miedo, que había causado estragos en su mente mientras intentaba unir las piezas de ese complicado puzzle de sangre y gritos. 

Intentó poner en orden sus pensamientos mientras revisaba con mirada inquieta a los presentes. Cada vez estaba mas seguro de una falla en la seguridad del centro, si no, ¿Cómo demonios se había llegado a esto? Fuera todo era un caos, el horror, gritos en el pasillo, un cuadro que no debía ser pintado en un lugar como este. Revisó mas por encima a la mujer, su estado, pues era la mas propensa a tener cualquier ataque de histeria en momentos como este. Buenas con el trato al paciente, malas cuando las cosas se ponen violentas pensó. 

Mas sus desvarios se los llevó el mismo que les había llamado- ¿Donde está el despacho del director? - Tenía razón, lo primero era avisar a la policia-Debemos de informar de inmediato, ¿Tenían a muchos pacientes violentos? Porque esto sin duda- empezó con ese tono ligeramente acusatorio y pomposo- ha sido provocado por alguno de ellos.

Se acercó a los restos de la estantería a ver si lograba encontrar algún sedante e inyecciones, aunque siendo el lugar que era igual era poco probable. Si alguno lo miraba con mal gesto o confuso hablaría claro y conciso- Tendremos que sedarlos si nos encontramos con alguno, no se ustedes, pero lo que nos faltaba era un asesinato aunque fuese en defensa propia ¿Sabe la mala imagen que ya va a tener el centro de persé? No quieran saberlo si encima hay muertos- Más, ¿quizás no se hubiesen encontrado ya alguno por los pasillos? Eso ahora no tenía cabida en la mente de ese hombre. 

Jeremiah se dirigió hacia el fondo de la sala donde, por encima de los armarios para cadáveres, había una gran rejilla. Era el conducto de ventilación. Había una esperanza de que pudieran pasar por él pero también varios problemas. Milton era demasiado grande, no podría moverse dentro. Y luego la subida a la planta baja era vertical. Mirando a la enfermera y al inspector no tenía la sensación de que esa gente fuera capaz de lograr ascender a pulso. Además estaba el riesgo de que alguno de los locos se hubiese interesado por los conductos. No quería ni pensar en la posibilidad de encontrarse con un demente armado de frente en medio de un túnel donde casi no podría moverse. 

Por su parte Milton pensó en la cantidad de locos peligrosos que manejaban en aquel hospital. Por lo menos media docena de los más peligrosos. Y fuertes. Normalmente estaban sedados pero ahora mismo no apostaría nada ya que le suceso había tenido lugar al empezar la guardia de noche. 

- ¿Cómo demonios ha podido pasar esto? - se preguntaba mentalmente el celador mientras se frotaba los nudillos de la mano izquierda con la diestra a la par que se movía en círculos y respiraba lentamente, tal y como hacía siempre para intentar tranquilizarse antes de subir al ring.

Todavía trataba de asimilar que rellenar una cafetera le había salvado la vida, al contrario que al bueno de López, quien no había tenido apenas tiempo de reaccionar. No quería pensar en la reacción de su mujer, embarazada del tercer hijo, cuando recibiera las noticias.

- ¡Tal vez, si hubiese arreglado el maldito sistema de cierra de puertas, no estaríamos en esta situación! - exclamó cuando Stalton sugirió usar los conductos de ventilación.

Cuando Landless hizo sus preguntas, los años de servicio hicieron efecto ante una figura autoritaria, por lo que respiró un par de veces y contestó con el mejor tono que pudo.

- El despacho del director se encuentra en la primera planta, junto a la recepción. El montacargas del pasillo conecta con la segunda planta directamente pero allí estan las habitaciones de al menos media docena de zumbados.

Nunca había tenido demasiado respeto por los "residentes" del Blenville y tampoco se había molestado en ocultarlo, ya que su trabajo era contenerlos cuando se pasaban de rosca más de la cuenta.

- Si hay que usar las escaleras, será mejor bajarlas que subirlas...

Con voz átona, casi sin inmutarse, Jeremiah respondió al grito del celador que lo increpaba.

-Anoche cuando terminó mi turno el sistema funcionaba. El sabotaje ha sido intencional -no era la primera vez que lo pensaba desde que se había desatado la locura. ¿Cómo podrían haberse escapado los pacientes si no? Mientras meditaba, alcanzó la rejilla de la ventilación y sus esperanzas se vinieron a pique. Tal vez O'Near y él pudieran trepar por el conducto vertical, pero a la enfermera ¿cómo diantres se llamaba? le resultaría imposible. Y del inspector, mejor ni hablar. Pasado de peso y sin dos dedos de frente. Al espíritu práctico de Stalton, toda esa cháchara sobre preservar la imagen del sanatorio le resultó insoportable.

-Hombre, ¿acaso está pensando en lo que dice? De verdad cree que tendrá la sangre fría de clavarle una jeringa a un loco mientras este intenta descuartizarlo? Ja, quisiera verlo -si casi se caga en sus pantalones de camino aquí. Jeremiah no era tonto y la última parte se la guardó para sí. Si llegaban a salir vivos de esa, mejor estar a buenas con el tipo del Departamento que podría ofrecerle un nuevo empleo.

-O´Near tiene razón, parece que nuestra única salida es el montacargas -se acercó a inspeccionarlo. Dudaba que pudiera soportar a los cuatro, pero si podían subir de dos en dos, él y el celador podrían abrir camino y los más débiles seguirlos cuando la salida estuviera asegurada.

Cuando Sarah vió los gestos de aquellos hombres que se le acercaban con las miradas llenas de ira se había quedado petrificada. Fue Milton quien la sacó de su estupor y guió hasta la sala de autopsias, allí, la enfermera, ayudó como pudo en a montar la barricada, lo hizo en un estado de trance, casi sin saber lo que hacía.

- Dios mío, esto es una locura- Las lágrimas se le venían a los ojos pero aguantó el tipo. No lograba entender que había pasado con los mecanismos de las puertas y parecía no ser la única pero no se paró demasiado a pensar en ello.- Creo que aún no te he dado las gracias Milton.- Aunque le debía la vida le costó agradecérselo, no se relacionaba demasiado con los celadores, no le gustaba como trataban a los pacientes, de hecho no le gustaba como trataba nadie a los pacientes por un lado veía normal que se revelaran. 

Había comenzado a trabajar en el hospital no hace mucho y, aunque tenía ganas de dejarlo, necesitaba el dinero para los gastos médicos de su madre. ¡Su madre!, no quería pensar ahora en ella, no era el momento. Entonces trató de centrarse en el modo de salir de esa ratonera algo que ahora mismo se le antojaba imposible.

-Tenemos que salir.- Se sentía totalmente abrumada y no era capaz de ver otra opción, salir por donde habían entrado y tratar de llegar a la salida.

La propuesta del montacargas tenía como ventaja que el hueco quedaba a pocos metros de la sala de autopsias. De hecho se encontraba entre ésta y la sala de operaciones. El problema era que estaba en el pasillo, tendrían que mover la barricada formada por los armarios de metal que habían tirado precipitadamente y salir del actual refugio.

Los golpes a las puertas y los chillidos habían cesado pero ¿se habían ido sus perseguidores?

Por supuesto, los de mantenimiento nunca admitían su culpa de nada, pese a que el Hospital llevaba años sobreviviendo con parches y remiendos.

¡Y no solo eso, si no que tenía el valor de querer culpar a alguien de querer desatar esa locura!

Estaba a punto de responderle, una respuesta que seguramente conllevase agarrar a Stalton por la pechera y estamparle contra la pared, cuando la enfermera Overfield por fin se repuso y le agradeció su auxilio.

- No hace falta, enfermera Overfield. - le respondió levantando la mano para quitar importancia al asunto. - Ningún hombre queda atrás; ni ninguna mujer.

Acto seguido se dirigió a una de las mesas camilla para comprobar el sistema de fijación que tenía.

- Podemos intentar usar una de estas a modo de parapeto cuando salgamos al pasillo, nos ayudará a mantener una distancia segura en caso de que alguien se abalance. Ustedes agarren cualquier cosa que pueda servirles para defenderse si llega el caso.

Mientras rebuscaba algo que no encontré de entre todos esos frascos e instrumental empezaron los gritos y el enfrentamiento entre los dos hombres que trabajaban allí. Me llamó la atención el hecho de que pareciese que había sido un error en los cierres, mientras que el otro hablaba de sabotaje. Luego la pobre mujer que estaba adherida de miedo, como todos supongo. Por mucho que aquello fuese un error de alguien o del sistema la sangre aun se asomaba por los recuerdos del pobre Edgard. 

Prefiere acaso que salgamos sin nada cuando nos los encontremos?- Alzó un poco de mas el tono de voz mientras se acercaba a los conductos de ventilación- yo creo que deberíamos de esperar unos minutos, con suerte se habrán ido de esta zona y podremos ascender arriba. - no se que piensa pero por ahí no cabemos todos, ¿no habría alguna otra manera de llegar a la zona? - Él desconocía casi por completo el edificio lo cual le hacía no poder aportar dar grandes ideas sobre su funcionamiento. La idea de Milton le gustó- eso parece perfecto, buscaré algo- sin dilación volvió a buscar entre los posibles cajones del armario primero intentando obviar los bisturís en un primer momento, si no encontraba nada mejor, tomaría dos, uno para ofrecerselo a la pobre enfermera y otro para él. 

La única opción era salir, los golpes ya no se oían pero debían ser cautos, la idea de Milton no era mala. Sara se acercó y comprobó con el celador el estado de las camillas para saber si servirían para tal propósito. No estaba segura.

-¿Crees que esto servirá?, el inspector tiene razón, necesitaremos algo para defendernos. Podríamos arrancar palos de las estanterías... no se...- El pánico inicial la estaba abandonando y ahora pensaba rápido. Recordó su tiempo en como enfermera en un hospital de campaña en el frente, sometida a una presión constante y donde debían tomar decisiones rápidas. ¡Y pensar que había decidido trabajar en un psiquiátrico buscando tranquilidad!.

De todas formas ni en la guerra había tenido que recurrir a la violencia para defenderse, no estaba segura de ser capaz de golpear a quien hace poco cuidaba con celo.

Vió como el inspector revisaba los cajones, en una sala de autopsias no solo se usan bisturís, también se pueden encontrar herramientas más contundentes.

El inspector Landless se agachó junto a uno de los armarios caídos intentando encontrar alguna substancia adormecedera pero pronto se dio cuenta de que todos los productos químicos de esta sala tendrían como objetivo el tratar con cuerpos muertos: limpieza, conservación, pero nada de sedantes o similares. Aunque se dio cuenta de que, por necesidad, deberían estar en la sala de operaciones que también se encontraba en esta zona inferior.

Por su parte la enfermera Overfield, una vez recuperada de la impresión, buscaba algo más práctico. Había un martillo cuyo peso era suficiente para ayudar a romper huesos en caso necesario. También encontró cuchillos de varios tamaños, una sierra para huesos y un berbiquí de metal cuyo mango podría ser tan contundente como el martillo en caso de necesidad. 

O'Near examinaba la camilla. Parecía resistente y podría usarse de forma violenta para mantener a alguien a raya en caso de necesidad. No contra una turba como la que los había perseguido pero sí contra una o dos personas que vinieran de frente. Siempre podrían ganar algo de tiempo.

Al ver que la enfermera estaba recolectando instrumental médico que podía servir como armas, él se dispuso a cargar en los bolsillos de trabajo aquellas herramientas que podrían serles útiles en el escape. Un martillo pesado, dos destornilladores, una tenaza de bolsillo, una lima grande y alambre. También recogió un puñado de clavos por las dudas y lamentó profundamente tener que dejar el resto de su caja, pero no podría transportarla si tenía que huir a la carrera. Si salía con vida de allí, habría tiempo de ir armando una nueva poco a poco.

-Ssss... -¿Susan? ¿Sonia? ¿Por qué no podía recordar el nombre de la enfermera? La miró disimuladamente de reojo. Era tan guapa... Sacudió la cabeza recriminándose interiormente. La situación era extrema y él no tenía tiempo para pensar en tonterías.

-Señorita... esa sábana puede servir para hacer un morral para llevar las cosas -su voz titubeó levemente, pero en seguida se repuso-. O'Near, tu idea es buena. Ayúdame a mover los armarios y podremos asomarnos para ver qué está pasando allí afuera.

Milton simplemente asintió cuando Stalton decidió seguir su plan de salir usando una de las mesas camillas y se dirigió hacia la puerta para empezar a desmontar la improvisada barricada.

- Usted, - le dijo a Landless - coja algo contundente, o la caja de herramientas vacía, y proteja a la señorita.
 

Cuando Milton lo llamó volvió a la vida pues aquella situación le superaba en algunos aspectos- ¿Qué?- miró de reojo a la mujer mientras el mismo le ofrecía un bisturí- mil perdones señorita- bajó la mano dejando el pobre arma donde la había encontrado. Ahora que el hombre le había hablado directamente con lo que debía de buscar el estúpido velo de inconsciencia se difuminó. 

Aquellos hombres estaban mas acostumbrados a tratar con esos locos que él, por lo que era una buena idea coger la caja de herramientas y el mazo con la otra mano- creo que podré con las dos cosas* - la voz le falló al principio pero luego volvió a su compostura anterior, donde la seguridad si bien no era arrolladora si lo suficiente como para darle ciertos ánimos a el mismo. Todo saldrá bien, no es la primera vez que pasaba algo así pensó él. Seguramente ya habrían avisado a la policía y si no, ellos estaban mas preparados que los pobres demonios que habían dejado atrás.

No se aleje mucho de mi- una sonrisa amable apareció en su rostro contraído en parte por la preocupación.

Sarah colocó el material sobre la mesa para hacer inventario, cogió el berbiquí y lo sopesó las posibilidades de usarlo como arma. Cuando el inspector le ofreció aquel pequeño bisturí ella lo miró y le señaló uno de los cuchillos mas grandes, y se lo ofreció.

-Podemos repartirnos esto, es lo que tenemos.- Ella cogió para si el martillo, tenía los brazos fuertes de levantar enfermos inconscientes, comatosos o anestesiados, podría usarlo. Los cuchillos le resultaban demasiado desagradables aunque si la situación lo requería no dudaría en usarlo.

La idea de hacer un bolso con una sábana le pareció un poco extraña, los cuchillos podrían perforarla fácilmente además harían ruido pero no puso pegas y envolvió como pudo el material sobrante de forma que se pudiera llevar colgado sin cortarse.

-¿Que te parece así?.- le dijo a Jeremiah.- por cierto mi nombre es Sarah, Jeremiah.

Conocía al encargado de mantenimiento perfectamente, no creía que el problema con las puertas fuera cosa suya nunca lo había visto como un trabajador negligente.

Agradeció el ofrecimiento de protección agachando la cabeza, asintiendo, aunque con cierta timidez. Aún así se aferró a un martillo, la imagen de mujer desvalida no iba demasiado con ella, de hecho, ninguna enfermera lo era, en su trabajo tenían que ser echadas para adelante.