Partida Rol por web

Cuando entras en aquella habitación, todo es bastante desconcertante. A pesar de que aquellos cristales habían reventado, todo seguía en su sitio: la camilla, el gotero, la cajonera, el taburete, la paciente...

Una cosa te llama la atención por encima de todo lo demás: la habitación es exacta a la tuya, dirías que casi al milímetro, excepto porque está en espejo, pero por lo demás es tan exacta que incluso hay un vaso de plástico usado y ligeramente doblado encima de la cajonera.

La mujer que está sobre la cama es muy guapa, y tiene en el rostro una expresión de calma que hace pensar que o está profundamente dormida y no se ha dado cuenta de absolutamente nada, o está muerta.

Una de las mujeres con bata de enfermera está tirada en el suelo, inmóvil.

Pedro está intentando discernir si la mujer de la camilla está viva o muerta.

El pecho de la mujer no se movía. Sin duda, era la paciente con la parada cardiorespiratoria. Cuánto tiempo llevaba así era algo que ignoraba pero no dudó. Ni siquiera pensó que en el proceso de reanimarla era cuando podía haber ocurrido aquel accidente que había dejado inoperativos los aparatos de la sala y dejado insconscientes a todos los miembros del personal sanitario.

Inició una serie de compresiones torácicas en el centro de su pecho, contándolas al tiempo que las aplicaba.

-Una, dos, tres, cuatro... quince... veinte... treinta -cuando llegó a aquel número, pinzó la nariz de la mujer y posó su boca sobre los labios que había entreabierto. Sopló. Una, dos veces. La observó un instante para comprobar si se reanimaba dispuesto a iniciar nuevamente las compresiones y las insuflaciones. 

Salgo en medio de ese caso con la precaución de no pisar los cristales, afortunadamente me encuentro con otros pacientes y agradezco que no sean copias de mi o alguna locura similar.

Eh, ¿alguien sabe qué demonios ha pasado? 

Uno de los pacientes señala una habitación y se mete en ella. Ni de coña, ni lo pienses Alex.

Me acerco con lentitud ceremoniosa, ya que aprecio mis pies,hasta el el quicio de la puerta para echar un vistazo en su interior.

Al acercarse lo suficiente pudo ver los cristales rotos en el suelo y junto a ellos fueron a parar los fragmentos de las ilusiones que se había formado hacía escasos instantes. No sabía por qué había llegado a una conclusión tan precipitada, por qué había formado castillos de arena sin llegar a prestar atención a la ola que se acercaba, pero lo había hecho. Algo en su interior, algo que no conocía o no recordaba, le había dicho que todo era posible como siempre había creído. Todo para nada.

- "Pero..."

Sin la curiosidad espoleándole frenó su carrera y arrastrando los pies siguió acercándose a la habitación cabizbajo. Y al hacerlo lo que en su interior halló lo atrajo como a una polilla atrae una llama o como a una llama atrae el rostro altanero de alguien que se cree lo suficientemente bueno como para no ser escupido.

Cautivado por el rostro angelical que radiante destacaba entre el blanco inmaculado de las sábanas, Archibald se adentró en la habitación buscando participar de forma más cercana de los dones de aquella mujer tocada indudablemente por la divinidad. Obviamente el viejo científico no lo veía de forma tan espiritual y sus motivaciones eran bastante más... "mundanas". En cualquier caso y a pesar de la distracción que suponía una mujer de tan perfecta factura no le pasaron desapercibidos detalles del lugar que no hacían sino sumar interés a la protagonista.

- Interesante... ¡Una imagen especular! ¡Es una imagen especular de mi habitación!

- "Tenemos tanto en común"- se dijo.

Se acercó aun más buscando mayor confirmación a su pensamiento. En concreto buscaba una bolsita similar a la que él tenía en su mano derecha, aunque temía que de hallarla al seguir el tubito este acabara en un instrumento que ni ángel ni mujer debían tener en común con el viejo científico.

Pedro seguía bombeando el pecho de la mujer cuando entró aquel hombre, bolsa de orina en mano, y con aquella mirada que la devoraba de forma lasciva.

-Qué cojones haces, pervertido -jadeó en medio de su masaje cardíaco y con una mirada asesina-. Doce, trece... O ayudas o te largas. Quince, dieciséis... -sumó mientras gotas de sudor caían por su frente-. Deja esa mierda en el suelo, gilipollas. ¿No ves que estoy tratando de revivirla? Veinte, veintiuna... -las manos cruzadas empujaban el pecho de forma sitemática, sin cejar en el esfuerzo-. Necesito que me sustituyas. Eso o te arranco el catéter y te juro que no follas en lo que te queda de vida. Veintiocho, veintinueve, treinta -dijo con una voz que no dejaba duda de que lo haría antes de concluir con su enumeración. Pinzó la nariz, empujó la barbilla y juntó su boca con la de ella para insuflar dos veces-. Ahora. Ahora o te doy una hostia.

Desde el interior de la habitación en la que han ido entrando todos, te llega una extraña conversación que parece tener lugar entre los dos primeros en entrar (Pedro y Archibald)

- Interesante... ¡Una imagen especular! ¡Es una imagen especular de mi habitación!

 -Qué cojones haces, pervertido. Doce, trece... O ayudas o te largas. Quince, dieciséis... Deja esa mierda en el suelo, gilipollas. ¿No ves que estoy tratando de revivirla? Veinte, veintiuna... Necesito que me sustituyas. Eso o te arranco el catéter y te juro que no follas en lo que te queda de vida. Veintiocho, veintinueve, treinta. Ahora. Ahora o te doy una hostia.

A medida que os habéis ido acercando, si os habéis fijado en los cuerpos tirados en el suelo, todos, excepto Edmond, habéis visto entre ellos a la enfermera que os atendió al despertar.

Todos los cuerpos tienen los ojos abiertos y una expresión de sorpresa en el rictus del rostro, y de sus ojos, oídos, nariz y boca salen hilos de sangre. Por lo demás no parecen estar heridos.

Cuando te asomas a aquella habitación, todo es bastante desconcertante. A pesar de que aquellos cristales habían reventado, todo seguía en su sitio: la camilla, el gotero, la cajonera, el taburete, la paciente...

Una cosa te llama la atención por encima de todo lo demás: la habitación es exacta a la tuya, dirías que casi al milímetro, excepto porque está en espejo, pero por lo demás es tan exacta que incluso hay un vaso de plástico usado y ligeramente doblado encima de la cajonera.

La mujer que está sobre la cama es muy guapa, y tiene en el rostro una expresión de calma que hace pensar que o está profundamente dormida y no se ha dado cuenta de absolutamente nada, o está muerta.

Una de las mujeres con bata de enfermera está tirada en el suelo, inmóvil.

Pedro está intentando discernir si la mujer de la camilla está viva o muerta.

Cuando habéis hablado entre vosotros, habéis tenido sensación de cierta familiaridad, como si la voz del otro no os fuese del todo desconocida.

Por mucho que lo intentáis cualquiera de los dos, la mujer no se reanima.

Con Archibald tienes una sensación muy parecida a la que tuviste con la enfermera, solo que esta vez, además, su voz y su rostro te son tremendamente familiares.

Edmond observó al hombre que encontrara primero junto a los enfermeros caídos tratando de reanimar a la mujer sobre la cama. Estaba tenso y enfadado. Junto a ellos estaba el histriónico paciente, bolsa de orina en mano, observando la situación y ayudando en el enfado y tensión del primero.

Ante la petición de auxilio del asistidor, Edmond reaccionó acercándose a él para continuar con la reanimación. O eso intentó. Durante un instante su mirada se posó sobre la joven yaciente y sintió como todo él se detenía, quedando atrapado en esa observación intensa y metódica. Quedó plantado frente a la escena, con los ojos abiertos pero perdidos, como si no miraran a ninguna parte.

Charles reparó en la enfermera, y se acercó a ella con cuidado, pues lo último que quería era un corte con los cristales. Una vez cerca, intentó comprobar su estado. No sabía si seguía con vida, pero ella sabía como había llegado hasta allí, así que necesitaba que le respondiera a eso. 

Archibald se alejó del loco que como un loco gritaba. Por mucha ayuda que necesitara aquella mujer no tenían intención de acercarse a un hombre que además de insultarlo había amenazado su integridad física, haciendo además referencia a la parte más sensible a las amenazas –y lo que no son amenazas- que posee todo hombre. Todo eso mientras contaba. Además le había llamado pervertido.. Cómo se atrevía cuando la forma en la que él miraba era casta, tan casta que prometía amor eterno, que en su experiencia normalmente duraba hasta que la mujer descubría que estaba siendo observada.

- Yo… yo…- dudó mientras reculaba agarrándose bien fuerte a la bolsa y al tubito que la acompañaba. Por si acaso.- Esto… Con gusto ayudaré si se deja de amenazas. Y si se aleja de mí mientras ayudo, claro. Este caballero de aquí puede acompañarme si se necesitan más de dos manos- añadió señalando al que acababa de entrar.

De todos modos a pesar de la pésima primera impresión que le había dado al verle junto a todos los cuerpo inconscientes en el pasillo, confirmada luego por la retahíla de insultos y amenazas entre gritos, había algo en él que le decía que aquella no había sido realmente la primera impresión que había tenido de ese hombre. Ahora, como no lo recordaba no sabía si esa impresión anterior a la primera que sí recordaba era buena o mala.

- Por cierto, ¿le conozco? Quizá… ¿Estaba usted en el tren que descarriló? ¿Es un superviviente del accidente como yo?  ¿Se dirigía usted también a la convención de ordenadores cuánticos en Atlanta?

Usar tu Premonición sobre la mujer te permite darte cuenta de que no hay nada que hacer, está muerta. Pero no sólo eso. Te da la sensación de que a pesar de tener todos los huesos, músculos y entrañas intactas, el cuerpo estaba vacío. Si los religiosos y místicos tenían razón y el cuerpo alberga un alma, el de la mujer le ha abandonado.

Por alguna razón, ves como si alrededor de la mujer hubiera un aura brillante que se desvanece, y un conocimiento pelea fuerte por tomar forma en tu cabeza.

La mujer no es de... ¿este plano? ¿Esta dimensión?

Es confuso.

Edmond parpadeó, como volviendo en sí, después de unos momentos en los que pareció perderse. Su rostro denotó cierta tristeza mientras contempló la escena del hombre que se afanaba en ayudar a la mujer de la cama y lanzaba improperios contra el amanerado que entró en segundo lugar, y la réplica de este, ofendido por momentos, que educadamente pedía respeto y repentinamente... preguntaba sobre el accidente del tren.

La sorpresa le duró unos momentos, mientras asimilaba que los presentes allí, todos ellos, podían tener que ver con el accidente de tren que le informaran.

¿Todos en el mismo hospital y en la misma planta? ¿En habitaciones contiguas?, se preguntó incrédulo ante tanta coincidencia. Su perplejidad duró poco pues su atención retornó al hombre que trataba de reanimar a la joven. Edmond suspiró levemente y colocando una mano en el hombro del hombre para llamar su atención, o tal vez de pésame, le hizo con gesto grave una negación de cabeza. No hacían falta palabras.

Posteriormente lanzó una mirada a la enfermera caída en el suelo, dentro de la habitación, y acuclillándose observó su estado.