Partida Rol por web

                Cero ingresó en la parte de atrás del restaurante. La profesora quiso quedarse afuera con Gabriel arguyendo que cuatro iban a estorbar y que lo más probable es que se mataran uno al otro. Agos entró con él.

                Lo primero que vieron era el ingreso al almacén del sitio: al sitio en donde se guardaba la comida y que tenía una puerta que daba a la cocina. El almacén era un sitio de unos 6 metros por ocho hasta dar con una enorme puerta marrón. Esa, por un cartelito a un costado, daba al sector de alimentos frescos y verduras. Al lado de ella había una puerta de metal que daba a la sala de congelados.

                La tercer puerta, enfrente de ellos dos, daba acceso a la cocina. Esa puerta era la única que poseía una ventana de cristal circular por la cual se podía observar lo que había del otro lado. En este caso era una cocina amplia, con cacerolas tiradas por el suelo y que parecía ser el centro de un desorden colosal. Muertos en ese sector no se veía.

                -¿Probamos la puerta de alimentos secos? Abrí vos que yo te cubro –dijo la chica tensando el arco…

Cero asintió con la cabeza ante el comentario de su profesora, sin embargo no estaba de acuerdo con que se quedaran fuera, ahora no tenían quien cubriera las otras puertas, sobre todo la cocina, mientras ellos se concentraban en buscar los alimentos secos.

-Ok- le dijo a Agostina y completamente tenso abrió la puerta con sumo cuidado intentando ser lo más silencioso posible.

          Cero abrió la puerta con sigilo. Dentro había uno de esos cuerpos que no morían. Extrañamente este no atacaba. Al principio no entendieron la razón hasta que la luz del exterior iluminó las sombras de la sala de alacena. El cuerpo era solo un torso, alguien le había rebanado las piernas y los brazos y, sin embargo, no le había pegado el tiro final. Agos se llevó la mano a la boca, horrorizada. Cero la conocía lo suficientemente bien para entender que ese gesto no se debía al muerto en sí, una abuela de unos 70 años, sino al que hizo aquello. Si había una cosa que habían aprendido todos en el grupo era que los vivos eran peor que los podridos. 

         -Démosle paz... pido la pelirroja y tensó su arco. De un certero flechazo acabó con la mujer. Luego recogió la saeta.

        La alacena tenía 3 paquetes de medio kilo de fideos chinos, unas latas de especias, un bidón de aceite de girasol, dos docenas de papas que aun servían (había varios alimentos descompuestos pero a esos no les prestaron atención), un kilo de garbanzos, tres latas de pescado en aceite, dos paquetes de harina, uno de sémola, y unas botellas de agua mineral. Lo demás o estaba podrido o había sido robado anteriormente.
 

En algún momento había estado de acuerdo con el alma generosa de Agostina, que se preocupaba incluso de aquellos... monstruos en los que los muertos se habían convertido.  Pero lo pero de todo era en las abominaciones que la falta de un sistema de castigo había desatado en el alma humana.  En un momento tan crítico para el hombre la compañía de otros se había convertido en un peligro, en algo de lo que cuidarse y desconfiar.  En lugar de brindarse solidariamente unos a otros, los demonios cultivados por años de instrucción consumista y capitalista se habían desatado cuando no hubo ninguna institución que impusiera respeto a través de la fuerza.  Eso eran los humanos, o al menos lo eran en su generalidad, seres que respetaban al otro por miedo a un castigo y que en cuanto ese miedo desaparecía eran capaces de liberar toda clase de perjuicios y maldades sobre los suyos.

Miró los ojos de Agostina y sintió como su ánimo, arrasado por aquellos pensamientos, se recuperaba.  Se acercó y la abrazó entregándole tanto cariño como fue capaz en él.  La admiraba por ser capaz de mantener aquella compasión, aquellos sentimientos tan hermosas.  Se separó y le sonrió, luego le dijo.

-carguemos todo lo que podamos en la mochila.  Con cuidado y silencio.  Después volvamos con los demás, creo que quizás nos convenga salir por el frente del local en lugar del callejón-

             Agos recibió el abrazo de Cero con cariño. Ese sentimiento estaba casi en extinción en este mundo nuevo, pero ella renegaba de vivir sin él. Así que el gesto de su compañero renovaba su esperanza, esa de que quizás hubiese humanidad luego de la humanidad. Duró poco lo de la ternura porque había que ponerse a guardar lo que habían hallado. Entre ambos se dispusieron a recoger todo eso que la alacena aún conservaba.

            Cero planteó entonces el salir por el frente del local en vez de ir por el corredor trasero.

              -Bueno, dale. Pero tenemos que mirar la cocina, porque podemos salir por ahí. ¿O vos decís de volver todo el recorrido, por donde estaba el autobús antes? Porque si es salir por delante desde adentro hay que pasar por la cocina. Y hay que avisarle a Gabriel y Mariana que andan vigilando afuera.

              Un golpe se produce fuerte en la zona de la cocina. Agos sale solo a ver porque la puerta está cerrada, entonces lo ve. Detrás del hueco del vidrio, del que permite mirar hacia el interior de la cocina, hay uno de esos caminantes. Es una joven que seguramente trabajaba de empleada en el restaurante. Ahora es parte de los podridos, su mirada vacía registra los alrededores. Aun no vio a la pelirroja o a Cero, y la puerta esa está bloqueada. 

         La pelirroja no dice nada, ya ha guardado las cosas, y pueden salir por donde entraron sin problema o intentar pasar a la cocina. Hay una puerta más, la de las heladeras, pero la electricidad no funciona y la podredumbre se huele desde lejos allí dentro.

Cualquier plan que tuviera, cualquier idea, se había esfumado en cuestión de segundos con la presencia de aquella horrible criatura, era una sola y podían intentar acabar con ella, pero era preferible escapar antes de que los vea y alertara a otros.  Podían salir sin ser vistos y volver con los suyos y eso es lo que harían. 

Cero se puso en cuclillas, cargando con su mochila en la espalda y avanzó lento y tan sigilosamente como le fue posible.

                Volvieron a salir, Cero y la chica. Afuera, Mariana y el muchacho esperaban. Cuando vieron venir al resto y los notaron con las mochilas llenas, Mariana preguntó:

                -Bueno, seguimos. ¿Vamos directamente al final del callejón o probamos con el otro restaurante. Por aquí no estamos viendo muchos caminantes, pero no sé pasando la calle que tal esté la cosa.

                -Nosotros vimos a una en la cocina del restaurante chino, pero no podía salir –dijo Agos.

                -Y bueh, ya nos deberíamos acostumbrar pero nunca pasa… nunca –respondió la profesora.

-Nosotros tenemos las mochilas llenas- dijo Cero -Si quieren probar con el otro restaurante vayan ustedes.  Agos y yo nos quedamos acá para que nadie los agarre por atrás.  Después, dependiendo de que encuentre tendríamos que ir volviendo- no dijo nada más pero entonces, cuando sus amigos estaban por entrar agregó -No se arriesguen y si ven un bidón agárrenlo-

                Gabriel asintió con la cabeza y empezó a encaminarse para el otro restaurante pero entonces Mariana lo tomó del brazo. –No –dijo y no había un atisbo de duda en su voz –no lo veo bien. Volvamos… ya tuvimos bastante suerte cuando ellos entraron. –Mira a Cero y se explica mejor, -cuando entraron ahí pasaron unos diez caminantes por el callejón, derechito. Tuvimos la fortuna de que no hayan girado la cabeza ni una vez. No creo que vuelva a darse, si agarraron víveres nos vamos.

                Volvieron al sitio de partida. Alrededor del autobús ahora había varios de los caminantes que antes habían aparecido por la calle, en cuanto salió el gato y escaparon con él. En total los muertos sumaban doce. Dos pegados a la puerta de entrada, seis en la parte de atrás. El resto a una distancia de unos metros del vehículo. Mariana calculó las chances y dijo: -si matamos a los de la puerta podemos entrar y arrancar, y pisar a los pocos que hay adelante. ¿Qué hacemos?

Pensó un instante la idea de Mariana era buena, pero si el autobús no arrancaba estarían en peligro.  -Mejor busquemos una posición segura e intentemos matarlos a todos.  Si el colectivo no arranca se nos va a complicar mucho-

                Cero pensó de nuevo lo del autobús y si no arrancaba estarían en problemas. Posición segura inmediata era nuevamente sobre el techo del kiosko de revistas. Hacia allí se dirigió él y Mariana. Gabriel y Agos permanecieron en la entrada del callejón. Desde esos dos flancos podrían atacar con mejor probabilidad a los muertos.

Habían logrado subir al techo del kiosco sin ser vistos, sin embargo dos des sus compañeros estaban todavía en la calle y por ende podrían ser alcanzados con más facilidad por los caminantes.   Cero tomó posición, apuntó y disparó, pero antes gritó para que los caminantes avanzaran hacia ellos.

-Acá- no sabía que decir, ellos no entendían las palabras, pero si escucharían el sonido y se acercarían permitiendo que Gabriel y Mariana atacasen por detrás.

                Cero gritó para atraer a los caminantes hasta su posición y dejar más liberados a los otros así como tener los disparos más precisos. Su primera flecha, sin embargo, no tuvo mucha suerte. Rozó el cabello de un señor de unos 50 largos y fue a impactar contra un lado del autobús. La segunda fue directa a la frente de una persona cercana, una mujer de aspecto ceniciento y rodete en la cabeza.

                La profesora entonces estiró su cuerda y soltó el proyectil que le dio al de 50 sus últimos segundos de “vida”.  Dos menos… muchos más para impactar. Así que la chica se dedicó a otro caminante cercano, éste era un policía… no que por eso esquivara mejor. ¿O sí? Cuestión que esa saeta pasó por el hombro del poli y se quedo ahí. Podría ser cómica la forma en la que el muerto miró su herida sino fuese por lo horroroso de la situación.

                Gabriel disparó a un tipo que tanto en vida como muerto era uno del montón: remera gris, zapatillas grises y shorts. El pobre no tenía nada que destacar, al menos entre el gentío. La flecha en la frente casi podría ser vista como un gesto de piedad. A su lado había un adolescente con mucho acné juvenil. El pobre arquero no pudo dar el tiro cuando leyó la insignia de Metallica en su camiseta.

                -¡Despertate Gabriel! –dijo Agos que con una maestría enorme lanzó dos flechas seguidas, una remató al chico y otra a un tipo pelirrojo que andaba cerca. Sin embargo se veía la preocupación en su rostro. Cero no podía ver qué le decía a Gabriel pero seguro era una reprimenda.

                La escena se despejaba un poco pero los caminantes se movían también. Sólo el zombie uno se quedó en su lugar, entre un grupo y otro como sin saber qué le parecía más apetitoso comer.

La situación era peligrosa, todas lo eran, quería correr y ayudar a Agostina y Gabriel, pero era demasiado arriesgado, incluso suponiendo que llegara allí y acabase con los zombies cercanos podía arriesgarse a atraer a los demás.  Intentó dejar atrás aquellas ideas, despejar su mente y volvió a disparar.