Partida Rol por web

Tras pagar las provisiones del viaje de vuelta no quedarán más de cuarenta y cinco. - Negué con la cabeza.- Con eso no nos venderán ni un pollino, no hablemos ya de un caballo.

No terminaba de gustarme la idea, pero lo más probable es que tuviéramos que retomar el camino de vuelta caminando.

Eridane era un tipo que estaba en uno de los rediles en medio del campamento de casetas y tiendas. El redis se componía de maderos colocados aquí y allá, y cuerdas que lograban un efecto perfecto como para que los pollinos y otras bestias que había allí no pensaran en irse en absoluto. Era un muchacho bajo y fornido, de tez oscura y a la vez cabellos con reflejos dorados. Daba palmadas, cuando no estaba ocupado con sus bestias, al son de una música que se escuchaba desde algún otro lado. Estaba sentado en un taburete junto al redil, y en él había cuatro caballos, dos pollinos y unas cuantas gallinas revoloteando por allí. Los caballos parecían muy activos, pues relinchaban bastante y se movían de aquí para allá, sacudiéndose la crin con frecuencia.

Venimos de parte de la mujer de la tienda. Dijo señalando la tienda de donde hace un rato Eguzki y él habían salido corriendo. Queremos comprar monturas. ¿Caballos? ¿Asnos? Dijo mirando a sus compañeros con cara de tonto, el era marinero no sabía nada de bestias de tiro o caballos, el sabía de jarcias y trinquetes.  

Helos aquí, buen señor -respondió el tal Eridane al pirata Damiá-. Mirad cómo saltan y brincan estos cuatro -señalando a los cuatro caballos que tenían, de los cuáles dos eran potros fuertes y otros algo más viejos, como jamelgos-. Y también más allá, en ese sombraje, los dos pollinos, de muy buen hacer y muy obedientes-. ¿Cuántos precisáis, señor? -el muchacho contó con la mirada vuestro grupo-. Cada uno de los caballos son veinte maravedíes, y cada asno quince. No encontraréis monturas más baratas en muchas leguas a la redonda, os lo aseguro.

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   - A la pa'de Dios, - saludo al tal Eridane. - Sanador soy, y por curandero me tengo. De escasa bolsa por ser de clase bajuna, pero... - abro el zurrón que tengo a guisa de "botiquin" - quizá podamos llegar a un trueque, en servicio o en estos ungüentos para darse friegas. -

   Miro a los ojos al de los caballos. - No quiero que entre os haya impresión equivocada, que somos gente honrada, estos aceites ni van a curar enfermedad mortal ni van a hacer maravilla alguna, pero alivian los dolores, refrescan el aire de las salas y lavan las heridas. -

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20 maravedíes le parecía mucho mejor precio del que había esperado el de la Torre. Puso su mano sobre la Bolsa de Eguzki indicando al curandero que lo guardase. Aquel calvo había salvado su vida y, aunque esperaba que no, tal vez necesitasen tanto de sus ungüento como de las monturas. 

-Dos jóvenes potros veo, los otros dos más avanzados en años están. ¿Podríamos verlos más de cerca?- No quería ni bestias locas ni animales cojos. Debían ser capaces de mantener un buen ritmo, y también, esperaba, valientes como para responder lo suficientemente bien si se presentaba un combate. Por otro lado le parecía una suerte que, precisamente, hubiesen cuatro caballos, dos de ellos jóvenes y dos más mayores y sosegados para Damià y Eguzki. 

Que ya es sabido que a jinete viejo caballo joven, y a jinete joven caballo viejo. 

​​​​​El rostro serio del caballero no dejaba traslucir su gran necesidad y alegría, parecería que era un gran jugador si no supiesen que esa era su expresión habitual. 

El marinero miro a las monturas con curiosidad, pero a distancia, para no recibir una coz. Trato de hacerse el interesante, mirando las imperfecciones de los caballos, al igual que se hacia cuando uno compraba un bote nuevo. Aunque, claramente, nada tenía que ver un bote con un pollino.

Observé con detenimiento los animales que el vendedor nos ofrecía, pero no supe decir el estado en el que se encontraban. El vendedor tenía razón, no encontraríamos monturas a ese precio en lenguas y eso era buen motivo para preocuparse, por otro lado, eran tan baratas que si esta noche morían de viejas o cansancio podríamos dar por bien invertidos los maravedies gastados.

Decidí permanecer en silencio mientras mis compañeros cerraban el trato.

Señor, no se ofenda -le dijo Eridane a Eguzki-, pero ningún serivicio médico o ungüento no compra un caballo, a no ser que a uno -se refería a sí mismo- le vaya la vida en ello. Aquí no creemos en esos menesteres de curanderos, que muchos según dicen y hemos oído, son gentuzas del diablo... con perdón -le dijo entonces, antes de mirar al caballero de la Torre-. Andad, por supuesto, y entrad en el redil -Eridane levantó el alambre que sujetaba una estaca y hacía de entrada al improvisado redil-. Mirad lo que gusten, pero tened cuidado no les vaya a dar una coz Turco, ese de ahí -señalando a uno de los caballos viejos, totalmente de pelaje negro-, que es muy cazurro y tiene malas pulgas, pese a ser buena bestia.

Damiá miraba de lejos, como entendiendo los pormenores de las bestias cuadrúpedas, y agradeció en su interior el poder verlas mejor. Dalmau aguardaba en silencio a que las cosas se desarrollasen.

¡Entrad todos, si quieren, señores! -animó Eridane, como divirtiéndose-. El suelo del redil era una mezcla de barro, paja, heces y orines de los animales-.

A Sebastián no parecían molestarle los pormenores de entrar en el redil, si bien prefería que las cosas estuviesen limpias y ordenadas comprendía que con los animales era complicado, los caballos solían cagar cuando y dónde les venía en gana.

Quería comprobar los aplomos, los aires de los animales al moverse, si tenían motas blancas en las rodillas cuando todo el pelaje debiese ser oscuro, si los cascos estaban bien cuidados, si habían hongos en las orejas o si sus espaldas estaban hundidas o la cruz fuese poca o demasiada... sin embargo el Sol le daba de frente, y por que mentir, tampoco es que fuese un gran entendido en estas cosas, tan solo imitaba lo que había visto hacer al experto de su orden. Asentía levemente, se mesaba la barba pensativo, miraba como si estuviese estudiando a fondo a aquellos animales, chasqueaba muy suavemente la lengua en alguna ocasión, como si tal vez hubiese detectado algún pero. Los hizo correr y trotar con la voz. - tktktk - y trató de acercarse a ellos con la mano extendida y abierta para que le oliesen y valorar el carácter que tenían, tampoco querían bestias sin domar.

Lo cierto era que cuatro caballos habían, y dos pollinos, pero si lo que querían era ir rápidos no había mejor opción que los corceles. No dejaba de recordar las palabras de Alonso: "regatear con él siempre viene bien"

- ¿Qué opináis vosotros? - dijo dirigiéndose a los compañeros en aquella empresa. - ¿Veis lo mismo que yo?- Espero que ciertamente hayan visto más que yo. Y algo le decía que si alguno podía saber de estos animales bien debía ser Dalmau, por lo que sus ojos terminaron mirando a los del caballero de Montesa.

Pese a la invitación, Dalmau se quedó apoyado en la cerca exterior, sin dejar de observar a los animales en busca de algo que delatara su estado, pero si bien era cierto que había montado en corceles desde niño, no menos cierto era que de sus cuidados siempre se encargaban los siervos que trabajaban en las caballerizas.

Dalmau se encontró con los ojos de Sebastián, buscaba respuestas a sus mismas preguntas, con un ligero gesto de negación le indicó que él no las tenía.

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   Echo un vistazo, pero poco se yo de animales de nobles, salvo que me parecen un poco enfermos, sin ser demasiado grosero, miro si padecen alguna enfermedad que pudiera ser fastidiosa a los humanos y me rasco la cabeza. Luego me dirijo a los nobles y al marino murmurando en voz baja.

   - Entregando la totalidad de mi bolsa, alcazará justo para un asno, montura adecuada para alguien de mi clase, pero... ¿como alimentaré al animal antes de que desfayezca en este terreno invernal? -

   Me quedo dudando si aceptar trato o no... perdido en mis pensamientos.

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El caballero Sebastián trató de acercarse un poquito a las bestias, y además extendió su mano tratando de ver la reacción de los mismos. Uno de ellos pareció acercarse, pero cuando estaba justo a su lado el animal se encabritó, como de la nada, pues ningún estímulo le había llegado por otro lado. Cierto era que en aquel campamento de diversión y fiesta los animales estaba de por sí sobreexcitados, pues la música de algunos instrumentos era constante, y el trasiego de los mismos feriantes y los pocos curiosos como vosotros podía alertarlos. Damiá estaba a su lado, sin reconocer tampoco mucho, al igual que el caballero Dalmau, pues pese a montar caballos para el ejercicio de su oficio, otra cosa era reconocerlos en salud y templanza.

Sin embargo, Eguzki trató de vislumbrar con cierto tino a los animales. En su mente tenía pensado trocar un jamelgo por un asno, y en éstas estabas cuando, inconscientemente, divisó a los animales y trató de entenderlos como si de un paciente se tratase.

Está claro que los relinchos y saltos que dan los caballos no es normal. Algo los excita demasiado, algo que aparentemente no se ve (pues se les ve bien cuidados). Una mala alimentación los haría estar flaco, cosa que no era así; un mal cuidado físico podría hacer que tuvieran pústulas, llagas o algo peor a causa de maltrato o enfermedad, cosa que tampoco era así. ¿Entonces? Recordaste pues un viejo truco que en tus años mozos escuchaste, pero no llegaste a ver... hasta tal vez ahora.

Azogue.

Ese metal líquido y plateado, tan común para algunos árabes y la mayoría de los alquimistas. Según sabías en lo profundo de tu recuerdo, el azogue se ofrecía a algunos animales para mostrarlos más vivaces, una vez se les introducía por las fosas nasales o por sus orejas. ¿Sería tal vez aquello?

Sebastián no era entendido en la salud de estos animales ni en discernir si físicamente sería o no buen corcel para ellos y en la misión que les había sido encomendada, pero sí era un jinete con una experiencia que no podía despreciarse. 

Al tender su mano el animal debería haberla olfateado, con más o menos curiosidad y timidez, pero lo último que habría esperado es que se encabritasen. Por otro lado sus compañeros parecían tan perdidos como él, pero no estaba dispuesto a tirar la toalla ni ha pecar de ingenuo por la necesidad. No admitiría no tener ni idea de si aquellos animales estaban enfermos o si tenían algún defecto físico que les invalidaban para hacerles de montura apropiada, eso no jugaría a su favor. Además se le había ocurrido una última baza que jugar.

-Nos gustaría ver como se mueven montados ¿nos haría el favor?- Dijo a Eridane mientras extendía la mano hacia los corceles mientras miraba al hombre de tez morena. -Si todo fuese bien nos quedaríamos los cuatro- Había que hacerle ver que podía tener negocio, pero para optar a cerrar el trato tendría que montarlos, aunque fuese darles un par de vueltas al redil, para que el caballero pudiese ver si se desequilibraban al llevar jinete, si se hundían o si tiraban del bocado. 

Si rehúsa subirse ya sabremos que es muy posible que no estén domados.

Eso sería un fastidio, pero explicaría el precio que les ofrecía. Nadie da liebre por gato, si no más bien al revés.

El pirata sabía de peces y moluscos, no de animales de cuatro patas. Tras un rato de observar se apoyo contra el redil. ¿Qué queréis hacer? Mis dineros me dan para uno, pero no me dan para comprarle la comida, y sin pienso creo que el jamelgo no dure mucho con estas nieves. Comento en susurros a sus compañeros. 

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   Abro mucho los ojos como platos cuando examinando a las pobres bestias me viene una idea a la cabeza y un recuerdo. Cuando el caballero Don Sebastián hace amago, digo atropelladamente, - No mi señor... - mientras alzo una mano temerosa, luego me acerco a ellos mientras les susurro, intentando que no se me oiga fuera de nuestro corrillo de cabezas.

   - Creo, pero no afirmo, que... - miro de reojo a Eridane, - que a estas pobres bestias les han administrado azogue, este líquido alquímico es un viejo truco usado por algunos infieles sin escrúpulos que les dan a las bestias para que estén más vivaces. - Continuo con pesar, - realmente lo que hace es alterar los humores, la bilis amarilla en particular que... - me detengo al darme cuenta de que no van a seguirme con la teoría Hipocrática de los Humores, - ... bueno, al alterar la bilis amarilla, uno se vuelve más nervioso, más vivaz... y más colérico, amen de destrozar a la larga el interior del cuerpo. ¿Quién sabe cuanto han absorvido estas pobres bestias y si caerán reventadas y desfallecidas cuando se les pasen los efectos? -

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A punto estuvo de hablar Eridane, en cuanto a la proposición de Sebastián, pero Eguzki, que tras examinar a las bestias pareció notar algo, dio el alto a la acción. Luego hicísteis corrillo para hablar, delante del vendedor de bestias.

En  cristiano Eguzki. Dijo en voz baja al monje. Que estos caballos no son santos de nuestra devoción y no tenemos que gastar las perras en ellos. Pues dicho, a pata.

Vale más palmo de vela que remo de galera.