Partida Rol por web

-¡Un momento! He de hablar con aqueste peregrino que asistenos et acompañábanos a Ucero, en aquesta santa tarea .- 

Con un gesto brusco, Froilán se zafa del guardia que le agarraba y prende a su vez a Nuño, al que susurra al oído algo. 

-Por amor de Diós, buen amigo Nuño, tenede merced de nos, ca sin el bendito hungüento que yo portaba, non podremos soportar los ardores del yerro al fuego. Salid a buscar corriendo el hungüento que llaman Pallium Salamandrae, o en vulgar Manto de Salamandra, et dádnoslo en la plaza et nosotros entrenteremos a los feligreses con rezos fasta que tornéis.-

Tres mozos vestidos con pellizas de cordero y con cayados como el que Sancho lleva salen por la puerta, y todos los congregados empiezan a dar vivas y a orar al señor. Los mozos se ríen mirándose entre sí, hasta que uno levanta los brazos y anuncia en alto. 

- ¡Non somos nosotros los conjuradores!, ¡mas ayna salen tras nuestro!- 

Los mozos se ponen a andar a paso ligero hacía la puerta de la muralla, perdíendose tras el corro de gente que rodea la puerta de la venta de Timoteo. 

Non entendía cuanto alli acaesçía. Más hube de esperar, non teniendo remedio, a ver como se resolvía aquello...

No los reconoces, pero definitivamente, los mozos son pastores.

Tras meditar las palabras de Orosia unos instantes, Diego coge su morral, del que cuelga su rodela, empuña su azcona que apoya en su hombro y se acerca a los guardias con aire tranquilo, dispuesto a ser guiado donde tercien las fuerzas del orden

Comencé a abrir la puerta y seis soldados entraron, casi arrollandome con la brusquedad que empujaron la puerta. Los seguí al interior de la sala, intrigado por la prisa que tenían.

A los frailes, excepto a Godosteo no les sentó bien la interrupción de los soldados que venían a buscarlos, sobre todo a Pere, que palideció rápidamente al verlos. 

Los soldados se los llevaron a la salida de la posada, y agarrando mis cosas les seguí. Más después de lo que me comento Froilán antes de salir.

Me sorprendió lo que me dijo Froilán. Que demonios sería el maldito ungüento. Sin embargo, después de la reacción que tuvieron todos no podía ignorar su ruego, así que les ayudaría si podía averiguar donde encontrarlo.

- Más, ¿donde, Froilán puedo hallarlo? - le pregunte susurrando como él antes de que se lo llevarán - ¿quién lo face?-

No entendía lo que allí ocurría, y mucho menos sabía que hacer o actuar. Me limité, por tanto, a que los acontecimientos se fueran resolviendo por si solos...

Tras pensar con la mirada perdida en el vacío un instante

-¡El carretero! ¡El carretero!- 

Acierta a decir Froilán antes de que lo saquen por la puerta. 

Un murmullo que viene del exterior crece al salir los pastores por la puerta, para extinguirse de nuevo al poco. Pero cuando los soldades atraviesan el umbral al exterior tirando de los ensalmadores, un alboroto estalla. Seguis a los soldados al exterior para encontraros rodeados de una multitud variopinta de campesinos, burgueses y peregrinos, que, hermanados en su entusiasmo se han puesto a orar Credo tras varios vivas dirigidos a ensalmadores y obispo. Entre el ruido, os parece oir balidos de oveja, como si realmente fuera esto un rebaño tal y como dicen en las escrituras. Los soldados los empujan hasta un gran carro tirado por dos caballos que les espera, a cuyas riendas hay un hombre de que mira la escena perplejo, y que parecía charlar con un gigantón con barba que viste parecido a los pastores que salieron previamente, y que está rodeado de ovejas.

El desconcierto crece cuando los se oyen tañidos de campana provenientes del campanario andamiado de la catedral. Parece que aún a medio hacer, no se han olvidado de subir campanas. 

Cuando los cantos y vítores habían decaído en murmullo otra vez, la puerta de la venta se vuelve a abrir, y tras un instante de silencio expectante, la multitud vuelve a estallar en vítores al ver asomar la testa al aguacil. Seguido del resto de los soldados que habían entrado a la venta. Pero no salen sólos, sino que tiran de cuatro hombres con aspecto de peregrinos, que parecen asustados. 

A alguien se le ocurre comenzar a cantar el Credo,y otro da vivas al obispo y a los ensalmadores periódicamente. Los soldados disfrutan tirando con fuerza de los peregrinos, que parecieran frailes desarrapados de órdenes imaginarios, para subirlos al carro de Zacarías. Uno de ellos, el más joven, sonríe como un niño en la comunión, pero los otros tienen semblante sombrío, y el que parece más mayor, está lívido.

Pero algo os llama la atención. Del umbral han salido otras tres figuras.  

Mientras tanto, el aguacil se ha subido al lado de Zacarías y empieza a dar órdenes

Salí de la posada pensando en las palabras de Froilán: el carretero. Había una multitud esperando. No se porque el obispo había convocado a los frailes, pero debía ser importante para que tanta gente se reuniera.

Debía empezar la búsqueda del carretero. Supuse que se refería a aquel que nos habíamos encontrado anoche a la entrada de la villa, al fin y al cabo había dicho que vendía ungüentos. El mejor sitio para empezar a buscarlo sería en la plaza donde se suelen poner los puestos del mercado, así que me encamine hacía la ciudad, con prisa, tratando de adelantar a la multitud.

A más tiempo pasaba en aquel lugar más confundido me encontraba. En mala hora hube de hacer caso a padre y meterme en semejante lío. Bien tranquilo estaba yo en mi tierra cuidando de las bestias y disfrutando del sosiego propio del campo. La algarabía allí formada parecía ir en aumento, sumándose a ella nuevas caras por momentos. Algo impaciente, casi angustiado, recordé las palabras que padre me dedicó antes de partir:

-As de ir a Burgo de Osma aqueste domingo, desde y, van partir ensalmadores et exorcistas para acabar con la plaga. El consejo de mesta et dará buena paga por seguirles.

Esperaba que la reciente aparición del Obispo y de los ensalmadores me aclarara el siguiente paso a dar pues, fuera de mis tierras y pastos, me sentía confuso y perdido...

Siendo Diego hombre de armas y habiendo luchado en varias guerras, uno diría que era hombre de carácter gregario. Nada más alejado de la realidad. Fuera de los círculos de su gente, los almogávares, Diego era reticente a acercarse a muchedumbres. El verse de repente rodeado de una algarabía de tal dimensión lo turbó en sobremanera, aunque trató de mantenerse impasible en su semblante. Acercó el hombro a Orosia, la figura que reconocía más familiar en esa festiva turba y se mantuvo cerca, bajo pretexto de proteger a una dama, que siempre es muestra de viril gallardía.

- No alcanzo a ver que mierda está pasando, -trató de susurrar a la mujer, aunque su sordera le hizo hablar alto de más- pero permaneced cerca mío, Doña Orosia, no os vayan a hacer mal estos haraganes

Sus nudillos estaban pálidos de la fuerza con que sostenía la azcona y su mano izquierda estaba fija en el coltell. No se sentía seguro.

Confuso ante aquel panorama y desfile de gentes, desde el carro me me asomé por encima de toda la gente para tratar de vislumbrar algo. Al menos parecía que se movía el asunto. Mas no entendía nada, ni a quién tenía que llevar, ni a dónde. Así que desistí y me recosté esperando a que apareciese de nuevo el alguacil y me diese nuevas órdenes.

Justo cuando Zacarías se había vuelto a recostar a descansar con expresión de resignación, el aguacil se sube al carro, y le golpea suavemente con la rodilla. Comienza a hacer ademanes con las manos para que los soldados suban a los cuatro religiosos al carro.

Una vez cargados los religiosos, uno a uno, con la asistencia del entusiasta público, dos de los cinco soldados restantes se suben al carro también, mientras otros dos se posicionan a pie al lado de los caballos, y otro se pone detrás. 

-¡Arrancad, ¡a la plaza!-  Grita el aguacil.