Partida Rol por web

Antes de empezar, se supone que habéis leido la pequeña escena de "breve ambientación".

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Bien, bien..., señores, -dijo nada más cerrar vuestra contratación-, hemos de partir de inmediato. Esta noche saldremos y caminaremos sin mucho descanso durante unos días..., hay mucha tela que tiene que ser cortada...

Jimeno de Arguilla. Asi se llamaba. Su rostro, cabellos y su vestimenta, no tan así su aparente prudencia y su forma de hablar, os parecían la de cualquier arrabalero de una gran ciudad, cualquier tipo que no dudaría en deshuesar a una vieja para poder sacarles un par de dineros con los que comprar un par de gallinas... Ciertamente era un noble de los de abajo, pero tenía más porte y vigorosidad a la vista de todos que muchos otros que habíais visto alguna vez y decíanse barones, condes, reyes o dioses... ¡imaginaos! Quizá ese desvarío en su aspecto y su verdadera persona fuera fruto de cierta humildad que le caracterizaba, su obediencia y lealtad a sus superiores (la misión es para su señor), y una cautela y razonamiento que más de uno lo quisiera para si. Aunque tampoco había que alzarle a los cielos, pues lo acabábais de conocer.

Durante la primera noche andásteis bajo el influjo lunar. Apenas descansásteis y no parásteis largamente como para hacer guardias. Sin embargo, sería ya el mediodía de la segunda jornada desde Alarcón cuando el estómago os llamaba... ¡no, no, no! ¡Os imploraba a voces! ¡Ya cantaba!

Allí al fondo veo una aldea... -dijo Jimeno-. Descansaremos aquí, en este claro, y prestos iremos pasaremos por alli. No creo que haya problemas, parece un lugar pequeño, no creo que nos de el alto ningún castellano*...

Quitáos una ración de lo que queráis. Si vuestro alimento no va por raciones, añadidle un "-1día"

Hacía horas que el hacha y el escudo a mi espalda me pesaban tanto o más que el saco donde llevaba las antorchas, el yesquero y mis provisiones. Al fin aquel señorito, Jimeno, que no era más que el perro de otro perro que servía al rey aragonés, decidió parar en una aldea. ¡Alabado sea Alláh o su puta madre! Que el culo ya me escocía, y eso que no iba a caballo. Si mi padre me viera de lacayo de un cristiano al servicio del rey de Aragón... bueno, ¿y qué? Bastantes disgustos le había dado yo ya como para que se asombrara en demasía de aquello; aunque, quién sabe, con la inquina que le tenía a los cristianos, tal vez pensara que aquello había sido lo peor. Al menos, cuando era pirata, asolaba las costas murcianas, recién conquistadas por los castellanos.

Pero para mí aquello eran bobadas. Musulmanes, cristianos... todos somos hombres, todos sangramos igual; y los nobles todos tienen oro, que sirve lo mismo aquí que donde Sindibad* perdió la yesca. Esa era la única luz, la única verdad para mí: la del dinero, que era lo que me proporcionaba el vino y las putas. Que por cierto, esperaba que alguna hubiera en aquel pueblucho, que llevaba demasiado tiempo sin desfogar.

Animado por la perspectiva de un merecido descanso, me limité a emitir un gruñido y saqué del saco un trozo de bizocho para matar el hambre mientras llegábamos.

Pelayo, pese a estar en peregrinaje, seguía vistiendo la sobrevesta con la cruz de su orden: la orden de Calatrava. Era castellano pero no por ello le importaba mucho el conflicto entre los aragoneses, al menos no hasta el punto de intervenir en contra de los intereses de Jaime. Había decidido viajar unos años en peregrinación y ver las tierras desde ojos mas terrenales en oposición a la vida dura pero elevada de los caballeros... y quizás así entender mejor los designios del Señor. Le dio un pequeño empellón al joven Damián, un joven que se había unido a él hacía un tiempo y que le recordaba a su propia hermana.

-No os preocupéis Jimeno. En Castilla se respeta la orden de Calatrava y a menos que esta aldea haya perdido la cabeza no querrán mal alguno para con nosotros. Y tu muchacho-le dijo a Damián- tras la comida saldrás corriendo como un gamo para la iglesia del pueblo y te asegurarás que todo esté bien a nuestra llegada.

¡ Menudo memo el Jimeno!

Potencio le había dado gato por liebre y ahora tenía la bolsa casi llena de maravedíes. Bueno llena no, ya había gastado cinco de ellos con una ramera negra que resultó tener más pelo en las sudorosas axilas que Potencio en los cojones y lo mejor de todo fue que cuando la "hembra" quedóse sin el trozo de tela ese africano hecho de juncos, tenía una verga del doble del tamaño que la de Potencio, que como bien es sabido por todos, es bajito.

La sorpresa fue mayúscula y Potencio dio un grito y se negó a pagar, pero entonces el invertido agarró al pobre Potencio del cuello con esa manaza que le había dado su Dios pagano y casi le estrangula, así que con un dolor de huevos tremendo, Potencio hubo de pagar por nada. ¡Le tenían que haber pagado a él!

El caso es que oyó que buscaban a alguien ducho con las armas, y como él manejaba bien el cuchillo, se ofreció para el puesto después de dar matarile disimuladamente en un oscuro callejón a al castellano que le había hablado del encargo y   que quería postularse para el mismo.

Así que no sabía el tal "Jimemo" a quién había contratado... Potencio caminaba el último por si las cosas se ponían feas salir cagando leches de allí o por si les hacian emboscada que matasen a los de delante mientras él escapaba. Anduvo y anduvo hasta estar a las pelotas de dar pasos, ya les podía haber dado un caballo o una mula, pero viéndolo por el lado positivo, así hacía hambre. Esperaba que aquel hidalgo o caballerucho o lo que fuera les diera una buena yantada, que para algo tenía que valer ir con él.

Al ver la aldea se alegró, pero al parecer, le duró poco pues el caballerito ya estaba dando por culo con las órdenes

- ¡Oh mi buen amado Señor! -era un adulador nato -esas gentes de allí a buen seguro serán pacíficas y tranquilas, de vidas sencillas, nada hemos de temer de ellos y podríamos cenar bien y dormir caliente  -de paso con alguna mocilla marrana -sin que nadie pregunte por nuestros asuntos.
 

-Tranquilos mis cojones -intervine aún con la boca llena de bizcocho, después de que Potencio hablara con aquella teatralidad que le caracterizaba-. Murcia es una puta a la que todo el mundo se quiere tirar, y a fe mía que asaz caro vende el coño. Más nos vale haber prestos los dineros si vamos a ir a pecho descubierto, que si la ramera abre las sus piernas es por oro et non por lealtad.

Hablaba con el convencimiento de quien había nacido, crecido y luchado en aquella tierra y había perdido. Desde mi más tierna infancia recordaba las movilizaciones militares, las sangrientas cabalgadas castellanas, los pueblos arrasados, los ríos de sangre en una amalgama cristiana y musulmana. Hasta el más pequeño pueblo podía estar vigilado por ambos bandos y sus habitantes ser unos sucios chivatos en busca de favores y oro de uno u otro bando; no creía que aquello hubiera cambiado mucho.

-Ampararnos en la cruz que el caballero lleva en su pecho -me expliqué, en relación a la cruz flordelisada que lucía don Pelayo- es declararnos abiertamente pro-castellanos*.

Damián frunció el ceño ante las palabras del bereber. Como bien sabía... como bien le había enseñado su señor Don Pelayo tras largo tiempo a su servicio, aquellos hombres de tez aceituna no eran de fiar y, si bien de tanto en tanto el camino colocaba a uno más o menos honrado junto a uno, la gran mayoría eran desleales, sucios, malhablados y unos traidores hijos de Satanás como la copa de un pino.

Y además aquel en concreto equiparaba cualquier situación al acto del fornicio. Y el otro... el Potencio le seguía la risa. Vaya par. Si el desenlace de aquel encargo dependía del buen ojo del de Arguilla para contratar personal a modo de guardaespaldas, casi seguro que todos darían con sus huesos en un presidio de mala muerte. O peor.

- Así se hará Don Pelayo... - replicó el muchacho al mandato del Caballero. - En la capilla podrá usted rezar tranquilo y a gusto que con tanto infiel a uno no le viene mal un par de padres nuestros de más para mayor protección. - añadió como infantil puya hacia la mala educación de Tariq.

Ante la puya de Damián, no hice más que una mueca divertida. El muchacho iba camino de convertirse en un doble del caballero, al menos tan estirado como él. Pero, a pesar de todo, no me caía mal; tal vez porque, por su aspecto infantil a pesar de su ya avanzada mocedad, me inspiraba cierta inocencia y encontraba divertida su beatería.

- No seáis impertinente, moro, pues ser declarado castellano es mucho mas noble que ser declarado infiel. Al menos podéis dar gracias a vuestro dios por que os amparamos y no dejaremos que os arresten-dijo el caballero serio pero sin alzar la voz- Como dice el muchacho no os haría mal un par de padre nuestros o quizás lavaros esa sucia lengua-Pelayo chasqueó la lengua molesto-. No os debéis preocupar pues por el momento son castellanos los que habitan el poblado y y en cualquiera de los casos respetaran a un caballero de la orden asi que no llaméis la atención y atravesémoslo lo antes posible.

Solté una risotada cuando escuché lo de los padrenuestros.

Sin embargo, la respuesta del caballero había sido la esperada. Al menos no era uno de aquellos fanáticos matamoros y toleraba mi compañía. Yo, que había sido un temido capitán pirata en Murcia, habría contestado en otro tiempo rebanando pescuezos a comentarios mucho más gentiles que aquel. Pero aquello me habría privado de permanecer a las órdenes de Jimeno (y sobre todo de percibir de él mis honorarios). Además, durante años había soportado las beaterías de mi padre y mis hermanos, así que no era nada nuevo para mí estar en compañía de gente tan remilgada.

Murcia no es ninguna puta -dijo respondiendo a las minuciosas y pecaminosas palabras de Tariq-, más bien está lleno de maleantes, que no es lo mismo, aferrados al yugo de un rey no merecedor de trono alguno... Y pronto será nuestra... Quizá el emblema de la órden, sin desmerecer al caballero, nos abra más puertas de las que podríamos conseguir sin él... Y algo más que decir tengo, que cuidéis bien vuestra lengua cuando estemos en compañía y seáis cautos... esto no es ningún encargo por un plato de sesos calientes... ¡Andando! ¡Arde el mediodía! -decía mirando al sol-.

Algo seco, Jimeno ordeno poner pies ligeros hasta la aldea que se les presentaba.

Nada más acercaros, comprobásteis la pequeña aldea. Poseía incluso nombre, pues alguien había colocado un pequeño cartel de madera pinchado sobre un suelo lleno de mierda de venado. "Vencemoza", ponía (o eso parecía poner). La aldea, pese a ser casi minúscula, unas pocas casas y tierras de labranza, poseía castillo, es decir, estaba bajo la jurisdicción de éste. El tal castillo estaba en lo alto de una loma, vigilante, no muy lejos de allí (lo divisábais desde ya). Nada más llegar y antes de entrar en Vencemoza (habiendo pasado ya el sofocante cartel informativo), vísteis un pequeño puente de piedra hasta donde continuaba la débil vereda: había que cruzarlo para llegar a la aldea, pues por debajo un pequeño riachuelo, procedente desde lo alto de la loma del castillo, bajaba con cauce rápido, no muy voluminoso pero rápido. Cruzábais el pequeño puente con la mirada puesto ya en la aldea... ¡y qué calor!

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Cuando era pequeño intentó robar a un fraile que sabía que acostumbraba a llevar un mendrugo de pan bajo el hábito, el fraile que era más ancho que un tonel de roble, dióse cuenta del ardid de potencito y le comulgó de por vida del ostión. Con tal mala, malísima suerte de que el pobre muchacho que no tendría más de media docena de años, cayó al pilón del pueblo y por poco no se ahoga. Desde entonces lo de caminar sobre las aguas como que no va con él, iba a protestar en lo de cruzar el puente cuando reparó en algo...

Damián calló ante las palabras de los mayores. Además estaba de acuerdo con lo dicho por el señor Jimeno de Arguilla y la ofensa del bereber a la noble villa de Murcia bien valía una reprimenda aunque sólo fuese verbal. Estos moros no sabían de decoro ni de prudencia... Y sin embargo el muchacho no les guardaba ningún tipo de odio o aversión racial. Su buen amo Don Pelayo le había advertida acerca de sus costumbres y sus malas formas... de su paganismo y del hecho de que arderían todos en el infierno cuando el nuestro Señor dijese "aquí estoy yo". Quizá por esto merecían después de todo cierta misericordia. Además, Tariq en concreto, resultaba divertido en ciertas ocasiones. Sus comentarios zafios y poco venturosos la mayor de las veces al menos hacían más llevadero el caluroso sendero.

El calor era sofocante cuando llegaron al cartel que anunciaba el nombre aquellas tierras. - "Vencemoza"... - leyó Damián por lo bajini. ¿Qué querría decir aquel nombre? Tras largo tiempo recorriendo trochas y senderos con el de Arbás, Damián había aprendido algunas cosas interesantes. Las muchas veces, los nombres de los pueblos hacían referencia a acontecidos del pasado, a leyendas acerca de las gentes del lugar o, las que más, a la simple geografía. "Arroyo claro"... ya sabes, aguas frescas para abrevar e incluso asearse si toca. "La degollada"... una señora que fue ajusticiada a buen seguro por practicar brujería. Todo así... pero ¿Vencemoza?

Bien podría ser que hubiera en aquellas tierras una moza pertrechada para la batalla en aquel castillo y que los lugareños tomaron por alguna razón. Pero aquella opción no le satisfacía a Damián. Una muchacha ataviada como un guerrero conquistador no encajaba mucho. ¿Qué otra cosa entonces? A lo mejor, aquel lugar era famoso por tener mozas... buenas mozas "que se dejaban vencer". Una sonrisa bobalicona se le puso en la cara al muchacho pensando en "la victoria sobre una moza vencida". Y es que en días de sol, entre el calor de fuera y el de dentro, el demonio no da a basto en sus quehaceres.

Pelayo notaba su espalda mojada por el calor bajo el gambesón. Se había quitado el bacinete y lo llevaba en la mano zurda para dejar que el aire le acariciara el pelo. No le gustaba llevar aquellas ropas aunque se había acostumbrado y sabía que aquella apariencia le había evitado cruzar su hierro con muchos indeseables. Esperaba que aquello les evitase problemas con la gente del pueblo,pero aquello era difícil de saber dada la compañía que le rodeaba.

-Anda zagal, adelantate un poco y mira a ver por el pueblo. Me extrañaría que no estuviera repleto de guardias o soldados-le dijo quitándose el sudor de la frente-me alegro de que hayamos comido antes y no parar aqui.

Conforme nos acercábamos al pueblo, puse los cinco sentidos en escrutar los alrededores en busca de una posible emboscada. Que yo no pocas había urdido y bien sabía qué lugares eran propicios para ello. Avancé con las manos apoyadas en los mangos de los cuchillos que portaba en la pretina, mirando sosegadamente a ambos lados; aquella tranquilidad había sido siempre mi aliada, pues el no mostrar tu verdadera disposición al enemigo siempre ayudaba a la victoria final; así pues, si veía algo sospechoso, no quería que el fulano se diera cuenta de que lo había visto.

Nada más cruzar el puente, observáis en la orillita del río (uno quizá por el miedo al agua y otro por su advocación a la precaución y la cautela), una especie de zurrón, saco o tal vez y más bien parecía ésto, unas mantas marrones o negras reliadas entre sí, las cuáles están flotando sobre dicha orilla. Más que flotar, parecía que aquel tumulo estaba enganchado en unos matorrales que crecián en la orilla, entre las piedras. Allí había quedado.

Nada más cruzar el río, parecía que entrábais ya en Vencemoza... ¿A qué diantres vendría ese nombre?

Si, anda a ver, muchacho -dijo Jimeno apostillando las palabras del de Arbás-, búscanos una buena taberna, que tengo las botas tan llenas caldo como para hacer un potaje con pezuñas... ¿tal vez pongan vino en esa casa alta de allí? -Jimeno levantó ligera y velozmente hacia una casucha de doble planta, raro para el lugar en que estaba ubicada, tan pequeño pueblito-.

Damián reaccionó. Igual tardó unos segundos más de lo esperable pero teniendo en cuenta las "tribulaciones" que se debatían en su cabeza, y en sus pantalones, bastante fue que consiguiera reaccionar.

- Si, mi señor Don Pelayo. - afirmó mientras comenzaba a dar algunos pasos más ágiles para echar a correr. - Como usted mande, vuecencia... - apostilló al de Arguilla.

Y con esas, a buen trote, Damián se aproximó a buena velocidad al conjunto de casas que habían avistado. Quizá, como decía el tal Jimeno, la más grande diese vino.

¡ALTOPARAOS! - dijo de sopetón

AHÍ VEO EN EL LECHO DEL RÍO UN LÍO DE MANTAS QUE PARECEN UN MORRAL - dijo señalando a uno de los márgenes del río, en una de las orillas había una especie de zurrón enredado en las ramas. Se acercó a comprobar qué era mientras susurraba - que sean monedas por favor...