Partida Rol por web

"¡Y es que tóquese los huevos!"

Que a veces Jimeno no parecía aún siervo de quien siervo era, no sino que parecía un mentecato falto de luces (y no es que estuviera leyendo las mentes de Potencio y Tariq, sino que también lo piensa un servidor así), porque al cuarto de la hora deambulando un poco por Vencemoza, bien que se hizo de noche... ¿Sería posible? Cualquiera de vosotros hubiera podido responderle con razones, aún aventurándose a no cobrar más paga de la estipulada, si no fuera porque aún de noche era cuando algunas mujeres salían a la calle a deambular... con hombres... efectivamente. Y es que al parecer la aldea hacía honor a su designación (eso o fruto de la pura casualidad), y enseguida un par de buenas mozas se apoyaron en una casa riendo indiscretamente ante las lascivas miradas de todos vosotros... (bueno, de algunos), puesto que no todos teníais el corazón en la entrepierna en esos momentos (algunos si pensaba en el macabro asunto referido).

Por amor de Dios... -el de Arguilla miraba al cielo apelando a su dios un poco desesperado-: dejemos esos meneteres para otra ocasión -decía Jimeno al grupo sin referirse a nadie en especial haciendo referencia al par de mancebas que había allí dispuestas- ¿por dónde empezamos?

-Sería menester ir a esas ruinas y ver que es lo que por allí acontece, aunque probablemente no sea nada quizás encontremos algo que tenga que ver con estas muertes-dijo el caballero que de nuevo se había ataviado con sus ropas. Se agradecía la armadura ahora que el sol se había escondido puesto que le protegía del frío.

-Sí, id, id a las ruinas -dije con un brillo en la mirada al ver a aquellas buenas jacas mostrando su "mercancía", y tuve que hacer un esfuerzo por que no se me cayera la baba-. Yo puedo pesquisar por aquí... seguro estoy de poder sacar información, et non vos habedes de preocupar, que prometo ser tierno et educado. Si a don Jimeno le paresce bien.

La apostilla la pronuncié con un tono menos entusiasta; todos sabían lo poco que me gustaba someterme a las órdenes de nadie, pero no tenía más remedio. En cualquier caso, sabido era que las prostitutas veían mucha calle y estaban al tanto de los secretos del lugar, así que mi propuesta no era descabellada.

La lealtad es una cosa y la sangre es otra. Y por mucho que Damián le fuese ciegamente fiel al bueno de Don Pelayo de Arbás, sus quince años se rebelaban contra su persona y un problema de exceso de equipaje en el pantalón parecía que nublaba los sentidos del muchacho y el entendimiento.

- Cierto es, mi señor... - adujo Damian al comentario del moro con un temblor en la voz a medio camino entre la vergüenza y el deseo irrefrenable - ... que las meretrices son famosas por saber de todos los chismorreos del lugar. Y meterse así como así en las ruinas quizá sea imprudente.

Presto, el muchacho enrojeció como un tomate. Realmente se veía indigno de acompañar a tan noble espíritu como el de Arbas pero... la sangre es la sangre.

En el Yantar y en el Joder  hay que gastar como decían en aquélla...

Potencio estaba de un humor de perros, odiaba a aquel santurrón altivo que parecía estar un escalón por encima del resto, cuando su mierda en realidad era del mismo color que la de todos los demás y aquel niñato relamido que parecía sacado de una de esas historias bretonas, pero lo que más le jodía era que le iba a tocar esforzarse por unos mocosos muertos de hambre hijos de unos campesinos que no tenían donde ser enterrados ¡ Y NI SIQUIERA HABÍA TIEMPO PARA PUTAS!

lo único que hizo fue resoplar con desdén sin tratar de ocultar su cabreo

- Las meretrices no están para hablar con ellas... muchacho- por no decir, gilipollas.

No me importa -dijo Jimeno respondiendo a Tariq-. Ve y "habla" con ellas, a ver qué puedes averiguar... Y ni una palabra de nuestra misión por aquestas tierras... Yo iré con vos a ese castillo, Pelayo; cuanto antes marchemos, antes bajaremos...

Pelayo chasqueo la lengua sin poder aprobar el comportamiento de sus compañeros. Después le dio un pequeño pescozón a Damián.

-Tu ya tendrás tiempo para mozas mas adelante, muchacho. Ven conmigo y con Don Jimeno y descubramos que es lo que ocurre. No es tiempo ahora de ir con esas mujeres de medio manto-dijo con un deje de desprecio a su joven pupilo.

Asentí al Jimeno y esperé a que todos se fuesen. Aquello requería intimidad, y aún no sabía si Potencio iba a seguirles... aunque, de todos ellos, es el que menos le importaba que se quedase; me daba que él sí que sabía tratar con furcias.

Si no se las podía tirar Potencio prefería ni verlas, así que siguió a la comitiva hacia el castillo y dejó allí al morito en buena compañía, aunque no le iba a servir de nada excepto que fuera uno de aquéllos que en medio Padre Nuestro ya estaban.

Jimeno negaba con la cabeza las pocas luces del moro, y se pensaba muy mucho si había hecho bien contratando los servicios del vicioso, por lo que rápidamente hizo un gesto para que todos, excepto él, dieran media vuelta y comenzaran a caminar. A pie íbais, y al menos una bonita luna os acompañaba. Poco a poco el camino hacia las ruinas, las cuáles estaban engarzadas en el altillo de una loma, se hacía ascendente. No había vereda definida, tan sólo seguíais las zonas donde no había matarroales ni peñas que rompían cualquier serena caminata, y ello hacía que estuviérais más atentos de lo normal... ¿Y todo, todo por unos crios? ¡No! Aquello era verdadera justicia, señores... Al menos eso pensaba Jimeno y el fiel caballero Pelayo, no tanto por, quizá, su escudero Damián o el pícaro de Potencio.

La marcha se retrasó un poco por el tema de la oscuridad, pero enseguida las ruinas se fueron acercando a vuestra visión. Más que ruinas, aquella estructura era ruinosa, pues tan sólo era una especie de muralla circular, vestigios de tiempos atrás más fructíferos, de algún fortín, con una especie de base de torre en su centro, la cual ahora no era más alta que dos caballos puestos en alturas. El resto del piso era hierba natural, y la única salida/entrada al muro de mamposte era por la que en breves accedísteis.

Habías entrado el primero en la estructura, encabezando la marcha,y entonces... ¡Pero qué! ¿Quién había allí?: Junto a los vestigios de la torre interior y central viste (tu sólo) que había alguien como agachado, así como buscando algo en el suelo, o más bien arrancando, al parecer, hierba o pasto del mismo suelo... ¡Y como diría Potencio... "Qué cojones..."!?

Jimeno te miró como no aprobando tu situación ahora mismo, y con el resto del grupo entero (incluido Potencio), se marcharon loma arriba, dirección las susodichas ruinas. Tu no: tu estabas, aunque sólo, junto a un par de bellez... en fín, que cualquiera miraría con buenos ojos aquellas dos poco agraciadas mujeres (cosa de la que te percataste cuando caminaste hacia ella), ya que tanto tiempo en presencia de hombres tus más bajos sentidos habíanse "aplomado"... hasta ahora.

Hola hermoso, se que no sois de por aquí... -decía una de ellas con la más poco sutil de las discreciones- ¿qué haces tan sólo por aquí?
 

Poco importaba lo agraciadas que fueran aquellas mozas; mozas eran , y aquello me bastaba. No perdería la ocasión de preguntarles sobre el dichoso asunto de los niños descuartizados, pero antes quería darme un homenaje... además, bien es sabido que las lenguas en la cama se desatan.

-Hola, preciosa -le dije, rodeándola firmemente con el brazo y llevándola a un lugar discreto mientras hablaba-. Pues ya veis, ando con ese grupo de mojigatos que no es capaz de apreciar la belleza cuando la ven. Al cuerno con ellos. ¿Cuánto queréis por dejarme disfrutar de vuestros encantos, mujer?

Conocía de sobra el juego de las prostitutas, y aunque no le gustaba hablar demasiado, sabía que la puerta se abría mejor engrasando las bisagras con la lengua, vanas palabras disfrazadas de sinceridad. Sin embargo, no era yo hombre que se perdiera en ellas y pronto iba al grano.

Caminaba resoplando

- pffffff pfff anda que tanta gaita para ver cuatro piedras mal puestas - entonces le dio por pensar que joder, que ya que estaba, igual si se fijaba bien y excavaba en el lugar preciso, podía encontrar alguna moneda antigua o algo que pudiera vender a algunos de esos nobles con dineros que las coleccionaban y con lo ganado, correrse una juerga de las suyas de varios días semiinconsciente.

Santo Cristo y el Rey Jaime... -dijo como blasfemando de forma murmurada-. Y es que Potencio tenía razón... ¡Pardiez! ¡Que la tenía! No es que Jimeno fuera a dar rienda suelta a sus más bajos instintos a la primera de cambio, pero al menos podría haber descansado esa noche para estar fresco al día siguiente en la misión secreta, puesto que ésto de las muertes le parecía de historia de lumbre mal contada y poco bien aderezada...

Quizá tengáis razón, Potencio, esto es... -paró en seco y miró un instante al escudero, pensando que bien podría haberle dejado desvirgarse hacía unos minutos, que no sabe uno cuándo la espada le atravesará el corazón...-.

Ambas mujeres se acercaron, y una de ellas, la que parecía mayor, comenzó a rodear a Tariq con sus brazos. Le tocó las ropas, algunos botones y luego la barba, un poco "rala", haciendo como que observaba bien al árabe antes de esbozar una sonrisa y finalmente tocarles las partes íntimas.

Olvídate de ellos... -decía como refinadamente refiriéndose a tus compañeros-, y si no puedes, por cinco monedas yo o mi amiga podemos hacer que te olvides de ellos... je je je...

En la aldea ya no había nadie por las calles.

Pelayo alzó la mano mandando callar a los otros dos. Aunque parecían cegatos como ancianos él había visto a quien allí estaba.

-Levantaos-dijo a la persona que se agachaba entre las rocas- no venimos a haceros daño, hablad con nos-le instó de manera correcta, no imperativa, pero de un modo que no se podría negar sin ser abiertamente descortés.

Aquellas furcias sabían cómo animarme.

-Olvidados quedan -dije.

Acto seguido, con una risotada tomé en brazos por sorpresa a la más joven y la llevé a un lugar discreto, dejando que la otra me siguiera.