Partida Rol por web

Marcháis en fila, siguiendo la estela del hábil Mahir, que guía vuestra marcha. Habéis pasado ya un día viajando a través del desierto, que era exactamente como los urbanitas esperábais: una duna tras otra, indistinguibles entre sí, de dorada arena.

El sol os golpea incansablemente, y el calor es casi inaguantable.

Pero, de pronto, la monotonía del paisaje se ve alterada.

No cabe duda de que habéis entrado en un nuevo territorio que, sin dejar de ser un desierto, ofrece un aspecto completamente distinto. El suelo es rocoso y de un color rojizo, casi como la sangre. Las dunas han dado paso a una inmensa llanura, que se extiende ante vosotros hasta donde alcanza la vista.

Ésta debe de ser la famosa planicie de Izdrel.

Sabes de buena tinta que en la planicie de Izdrel no hay ningún pozo conocido, por lo que durante vuestra estancia en ella sólo podréis recurrir al agua que llevéis con vosotros.

Ekurzakir estaba cansado. No estaba acostumbrado a tanto trasiego. No tenía ganas de continuar más ese día, pero se había propuesto seguir avanzado hasta que cayera el sol. 

- Mahir, creo que deberíamos seguir hasta que caiga el sol, aunque en este terreno creo que hay tener cuidado al avanzar o los animales acabarán reventados. ¿Qué opinas?

El hombre chacal había permanecido distante durante todo el camino. Parecía que mantenerse al margen era una opción que había elegido y en la que se encontraba muy cómodo. Aquí, en mitad del desierto, no servía de nada el dinero de Ekurzakir ni la belleza de Ushkanni. Las vidas de todos ellos estaban en sus manos.

Continuaremos hasta que yo considere oportuno respondió mientras examinaba la zona. Su actitud había cambaido al llegar a planicie de Izdrel. Ahora sus movimientos eran mucho más cautos. Parecía que Mahir sabía de algo que le preocupaba. Si los demás supieran lo poco que le importaban sus vidas...

-Tenía entendido que era mejor siempre viajar por la noche en lugar de aguantar este calor sofocante.

Zobaru caminaba distraidamente montado en su dromedario con el traqueteo incesante de la bestia. A su alcance tenía el vasto y ancho desierto, caluroso, con la arena metiendose por entre las juntas de su peto de cuero, con las piernas entumecidas por el largo viaje, y la comezón en la entrepierna por la vista de la dama que cabalga con ellos. 

Desechó los lascivos pensamientos mientras tomaba un sorbo de agua para combatir el calor sofocante, pero no mucha, no sabía cuando iba a poder llenar el pellejo. Avanzaba en silencio, en demasiado silencio para sus costumbres. 

Al ver el cambio de actitud en el chacal que les servía como guía, Kushar había tomado el arco entre sus manos, dejando la lanza a mano sobre el petate que llevaba atado al camello.

Añoraba una buena cerveza o un licor de cactus fermentado pero sabía que tenía que tratar de mantenerse atento a la misión para la que le habían traído: proteger al contingente.

- Hombres, vulgares animales, continua murmurando la pequeña Ushkanni para si, ¿como querrán compararse a mi amado comportandose de estas vulgares maneras? pufff, no veo la hora en que baje de esta horrible bestia, me está matando.

Agazapadas tras unas de las rocas que os rodean, en el lado izquierdo de la ruta que estáis siguiendo (es decir, en el lado sur de la ruta), acertáis a adivinar varias figuras.

Parecen mujeres Mushkenu, o quizá Awilu, con poca ropa y de piel muy blanca. Parece que hablan entre ellas mientras os observan.

Quedaros aqui dijo comenzando a caminar hacia el sur. Hizo un gesto de complicidad a  Ekurzakir. Sin duda el explorador se había percatado que éste había visto lo mismo que él. No creo que tarde demasiado. añadió justo antes de poner distancia entre él y el grupo.

Zobaru se revuelve inquieto en su silla de montar mientras echa mano de manera instintiva a su arco y a una flecha. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo ya la tenia preparada por si había problemas, pero no apuntaba a nada. Principalmente, no había nada que apuntar, pero según rezaba el dicho, hombre precavido valía doble. 

Miró a su hermano con gesto dudoso. Parecía que él tampoco había percibido nada, por lo que continuó en su montura, esperando a ver que hacía el chacal. 

¡Haced caso a Mahir! Zobaru, guarda tu arco, maldita sea. Aun así, no bajéis la guardia. 

Ekurzakir intentaba no ponerse nervioso. Confiaba en el buen hacer de Mahir. Además, es cierto que no era especialmente diestro luchando, pero se palpaba con seguridad la daga que guardaba bajo la ropa.

Os bajáis de los camellos y, con cautela, avanzáis hacia unas rocas que se encuentran en el sur, dónde visteis a las mujeres. Llegáis a vuestro destino y, al asomaros tras las rocas, lo único que encontráis es una vaporosa y delicada tela de color rosa.

El sonido de lo que parecen unos cuchicheos, o susurros, os llama la atención, y al levantar la vista podéis contemplar, encaramadas tras otra formación rocosa algo más al sur, a las mujeres de antes, que os miran.

Observáis como Ekurzakir y Mahir se bajan de los camellos y, con cautela, avanzan hacia unas rocas que se encuentran en el sur. Los perdéis de vista en el momento en el que se sitúan tras la formación rocosa.