Partida Rol por web

Elenna se para en seco al escuchar la reacción del joven, durante unos segundos se queda inmóvil y con la tez pálida. Se gira de repente dirigiéndose a los presentes que la observaban- ¿¡y vosotros que carajos miráis!?- dice con un tono severo.

Rápidamente da media vuelta y con paso ligero se dirige de nuevo hacia la taberna. Antes de abrir la puerta pega un suspiro.

Elenna entra de nuevo en la taberna, desde la puerta observa que todos sus compañeros se han ido ya a descansar- vaya, ya se han ido… sí que he estado rato fuera…-piensa a la vez que se dirige hacia la barra y se sienta en uno de los pequeños taburetes

-¡tabernero!- lo llama para que la atienda -ponme una jarra bien cargada de lo más fuerte que tengas…- le pide con cara de pocos amigos. Apoya su frente en sus manos, con los ojos cerrados e intentando olvidar la situación del exterior- pensaba que me iba a animar… pero creo que me siento igual de vacía…

El tabernero le deja la jarra en frente suyo, la joven la agarra con fuerza y observa el espeso liquido de su interior- ¡Por esos hombres que no sabes satisfacer a una mujer!- dice a la vez que la alza y pega un gran sorbo.

-Ese licor* son tres monedas de cobre, preciosa-rumia el posadero. Un tipo alto, fornido, con cara de pocos amigos, cuyo mostacho de densas guías se le confunde con sus pobladas y morenas patillas. Casi parece un animal. Tú tuerces el gesto. Qué desconfiado, ya ni dejan a una ahogar a gusto tus penas en alcohol. De repente, tus ojos se abren como platos, tu corazón da un respingo. ¡Ese tahúr hijo de puta, mientras te metia mano, te ha robado!**

Cyryatan titubea entonces. Elhediel para también, preguntando al capitán si todo va bien. El asiente, taciturno. Tenía esto planeado, le gustaba mucho esa muchacha -eso sin contar que llevaba mucho tiempo sin echar leche-, ya había pensado en yacer con la corsaria en algún tugurio de Pelargir. El riesgo añadido añadiría morbo y emoción al asunto. Pero una vez aquí se sentía exhausto por el viaje, y extrañamente nervioso por la inminente misión -tenía unas ganas locas de tener el jodido cofre en su poder-. Mas, finalmente, descarta todos esos fantasmas y deja volar su mente. Elhediel ya se había rociado con el perfume, y a la luz del velón de sebo, estaba más hermosa que nunca. O eso le pareció a Cyryatan.

Así que, con mucha flema le quita los cordones de las botas, que eran de la vitela más fina, y la tumba sobre el jergón. El resto os lo podéis imaginar...

Elenna mete su mano en su bolsita, comienza a rebuscar- que raro…diría que tenía el dinero aquí…- piensa para sí misma a la vez que comienza a inquietarse, de golpe un flashback le viene en mente- ¡será canalla! ¡Ese hijo de puta, me ha robado!- dice en voz alta sin percatarse, al darse cuenta de su exaltación intenta volver a mantener la compostura.

Mira al tabernero apartando un poco la jarra de ella- seguro que podemos llegar a un acuerdo…-dice con una pequeña risita- me hospedo aquí, seguro que mis amigos me prestan el dinero…-hace una pequeña pausa tragando saliva con cierta dificultad, a la espera que el tabernero tenga algo de compasión... aunque no guardaba grandes esperanzas de él.

El Huargo, que así apodan al posadero, te espulga durante un buen rato, que se te hace eterno. Evalúa si tu actitud implica menoscabo de la honra, al dejarse engañar por una númenóreana -y en su propio local-, o efectivamente, te han robado, lo cuál, tampoco sería su jodido problema. 

Entonces pasa sus gruesos dedos por la guía de su frondoso mostacho, con mucha flema también. Tarda mucho -piensas- Este está pensando en cómo matarme sin hacer mucha bulla.

-No se disminuya vuaced, Don Huargo -suena una voz desde el otro lado de la barra- que esa tusona númenórena seguro que se está columpiando* a su costa. Es un jayán alto, de ancha mandíbula. Con un par de cicatrices apreciables en la mejilla y frente. Lleva dos enormes cuchillos al cinto.

-Cierra la puta boca -contesta seco el tal Huargo sin dejar de mirarte-, o te la cerraré yo. Y el muy hideputa sigue mesándose el bigote, impasible, y sin apartar su inextricable mirada de ti.

Yazân observó la marcha del capitán y los demás desde el castillo del Manawnûl. Sin embargo a él le habían encomendado otros planes, por lo que se tomó unos instantes para cerrar los ojos y pensar. Sumido en sus pensamientos no se dio cuenta que estaba apretando fuertemente el salvoconducto que le habían entregado. Era irónico que justamente él fuera titulado, aunque falsamente, como haradrim de paz, por lo que esbozo una sonrisa de medio lado.

Sus ordenes eran claras, tenía que ir a Fanuilond a por provisiones. Básicamente necesitaban agua y una nueva ancla, por lo que si fuera una ocasión normal y mundana, habría ido con muchos de sus hombres con carretas y preparados para la carga, pero esta ocasión era diferente y Yazân sabía bien porque. No era la primera vez que se internaba en territorio enemigo, así que pensó que lo mejor sería ir pocos, para no llamar demasiado la atención, así podría tantear el terreno y si era necesario ya haría los arreglos necesarios para el avituallamiento.

Bajó a cubierta y se reunió con sus hombres. Aunque Yazân no era muy prejuicioso con los demás hombres, al final se había ganado el respeto rápidamente de los haradan que había en la embarcación y algunos de ellos eran de completa confianza.

- Salêm y Haak'r - dijo, rompiendo el silencio al fin. - Venid conmigo, tenemos unos asuntos pendientes en Fanuilond. - no necesito explicar mas detalles para que sus hombres comprendieran rápidamente que tenían algo entremanos. Se pertrecharon rápidamente y se acercaron al teniente para hablar y discutir mas en profundidad los detalles.

- Tenemos que ir a por avituallamiento, pero tenemos que pasar desapercibididos, por eso os elegí a vosotros, no me falléis. - se había comunicado con sus hombres en haradaico norte, que era el idioma que mejor hablaba, pues cuando usaba el adûnaico, su acento era muy marcado, arrastrando las eses y cambiando la entonación de la mayoría de vocales.

No había elegido a los hombres mas fuerte ni mas combativos, simplemente los dos en los que mas confiaba, que sabía que no harían ningún altercado ni nada innecesario, al menos mientras él estuviera cerca.

Algo, y no bueno a juzgar por el comportamiento de Cyryatán, debe de estar pasando por su cabeza. Inesperadamente se aparta, despegando sus labios de los míos, cogiéndome por sorpresa.

-¿Ocurre algo Capitán? – es lo único que acierto a decir. Mil pensamientos me sacuden, pero si de algo estoy segura es de que no pienso darme por vencida tan fácilmente.

Me rocío las muñecas y el escote con el perfume de Tilion, si esto… y el hecho de haber dejado uno de mis senos al descubierto no funciona tendré que empezar a preocuparme de verdad.

Mano de santo. Que inocencia la mía, por un momento he llegado a pensar que soy yo, que no le excito lo suficiente. Más mis fantasmas desaparecen cuando le veo rendido a mis pies, quitándome las botas para terminar echándome sobre el jergón.

Exhausta quedo, si bien repetiría no hay que abusar. Nos espera una dura noche y sería conveniente descansar. –Uaaaa- Bostezo, el sueño me invade. Mis ojos se cierran antes de consumirse la llama del velón de sebo que ilumina la estancia.

-Ya estamos listos, Yazân -te susurra Salêm-. Cuanto antes partamos mejor, esta bruma me pone los pelos de punta.

-Sí, nos ha favorecido mucho, cierto es, pero a mi tampoco me gusta un pelo-corrobora Haak'r.

Cyryatan arropa a Elhediel, se viste y se sienta meditabundo en un sillón de madera con reposabrazos tallados y un escabel, donde acomoda los pies -aunque no demasiado, al contrario que la númenóreana, él no podía permitirse el lujo de dormirse-. De la ardiente pasión de hace un rato ya sólo quedaba el aroma almizclado del sexo, también rumor del barullo de abajo. Y así se queda, mirando la silueta de la hermosa corsaria, recortado al contraluz de la vela, y en otras cavilaciones más siniestras que le tienen atormentado desde que llegara a territorio enemigo. Sobre todo sueños sobre islas misteriosas cuyas cumbres son calaveras de siniestras cuencas y ollares. Por eso, cuando de repente se apaga la vela, siente un escalofrío, mas no vuelve a encenderla, pues Elhediel ya roncaba levemente, y aunque sólo fuese una hora de sueño merecía un descanso.

Yazân se pertrechó con su equipo habitual, pero tampoco cogió armamento de mas, pues eso no haría sino que llamar la atención. Su idea era hacerse pasar por un mercader así que se enfundó la túnica típica sureña por encima de su armadura. Se reunió de nuevo con sus hombres y con un ademán les indicó que era el momento de bajar. Antes de abandonar el Manawnûl, informó a Kirik, el primer timonel, de su partida.

El teniente haradan tenía en mente la ruta que tenía que seguir para llegar, pero desconocía esas tierras. Al igual que sus hombres, no le gustaba ni un pelo esa bruma, era como andar descalzo en un nido de aspids haradwaith, aún así no formuló queja ni comentario alguno al respecto, pues no quería poner nerviosos a sus hombres.

Una vez estuvo en tierra firme, empezó a avanzar a buen pasó en la dirección correcta. Yazân iba a intentar buscar las zonas mas secas para poder atravesar esa marisma, pues sabía que de otra manera solo iba a retrasar el viaje, además de estar condicionado a un movimiento mas torpe si tenían que huir o correr por alguna razón. No solía hablar gratuitamente con sus hombres, ya que con un simple ademán o gesto se hacía entender.

Seguís el camino en la medida de lo posible, y por las zonas más secas. El trecho de las salinas os retrasa más de lo debido, más por tomar demasiadas precauciones que por torpeza o desconocimiento. Una vez en el camino principal -el men-i-lebinnevet- avanzáis despacio, no queréis llegar de noche, así que no tenéis prisa. Amén de que de noche se ve peor y es un terreno desconocido para vosotros. Y hostil.

Una claridad grisácea empezaba a ribetear el borde de las nubes, y muy pronto, bajo una banda opaca, un trazo más luminoso dibujó nítidamente el horizonte del mar. La cresta de las olas se tiñó ligeramente de tonos cobrizos y la espuma se tornó blanca. Al mismo tiempo, a vuestra izquierda, el litoral comenzaba a esbozarse confusamente en una tonalidad grisácea que iba emergiendo de la oscuridad. En fin, amanecía cuando os topáis  de morros con un puesto de vigilancia gondoriano. Joder, un puesto de vigilancia, en la oscuridad no lo habíais visto. Y tampoco pensasteis en rodearlo al verlo en el mapa.

Los guardias os dan el alto -eran soldados del ejército de Lebennin y no simples guardias de ciudad, la gura, que llamaban- cruzando dos imponentes alabardas delante de vosotros, con muy desabridas formas. Un tercer guardia marcha dentro de una caseta de campaña improvisada al borde de camino. Todo con aire muy serio y muy marcial. Salêm y  Haak'r se miran nerviosos. No os gusta ni un pelo. Menos aún que la jodida niebla.

Yazân se maldijo para sus adentros al encontrarse el puesto de guardia. En un principio ya había pensado en la opción de evitar caminos, pero eso no habría hecho sino que retrasar mucho el viaje, pero puesto que solo viajaban tres pensó que no llamarían la atención de nadie, al menos hasta llegar a Fanuilond.

El haradan se acercó con la mano alzada, en son de paz, pero se detuvo ante la brusquedad de las alabardas de aquellos soldados.

- Salud y buena hora.. - dijo tras aclararse la garganta. No intentó enmascarar demasiado su acento, pues aparte de ser algo que nunca se le había dado bien, era parte de la estrategia del capitán Cyryatan, al haberle dado el salvoconducto.

- Buenos hombres de los Cinco Ríos.. - siguió hablando - Somos mercantes haradan de Porosîr, venimos a vuestras tierras como haradrim de paz.

Los soldados continúan impertérritos como si la cosa no fuera con ellos. Al poco vuelve el tercer guardia acompañado de un oficial de la milicia de Lebennin. Parecía un requain veterano. Perro viejo. Uno de los guardias le dice algo al oído, después, os espulga durante un buen rato, confuso. O dando esa impresión.

-Haradrim de paz, decís... mercaderes-rumia por fin. Más para él mismo que para vosotros.

Hablaba quedo y grave, casi confidencial, pero de un modo apagado y áspero, que producía una incómoda desazón. Como si alguien le hubiera quemado las cuerdas bocales con alcohol puro. En lo formal, el tono era respetuoso, pero había una nota falsa en él. Una especie de insolencia no por disimulada menos inquietante. Os mira por fin con una mueca que parece hacerle las veces de sonrisa -a un tiempo amistosa y a otro siniestra-, blanqueándole bajo el bigote recortado. No resultaba difícil imaginarlo con el mismo gesto mientras os tortura o mientras os metía cuchilladas. Aquélla era una sonrisa tan desproporcionadamente simpática que daba escalofríos. Se toma su tiempo, ese cabrón sabía como manejar los tiempos. 

-Pues a mi me parecéis unos simples corsarios hijos de puta-dice por fin.

El primer pensamiento que le paso a Yazân por la cabeza fue degollar a aquel bastardo y dar de comer su cabeza a las serpientes. Respiró profundamente, no tanto por el mismo, sino para tranquilizar a sus dos compañeros haradan, para que no desenfundaran ni hicieran ninguna estupidez.. por ahora.

- Falsas acusaciones dictan vuestras palabras - dijo en tono neutral - Entiendo que nos puedan confundir con otros, pero como ya he dicho somos simples mercaderes de paz. Se nos permite comerciar en estas tierras y haremos honor a ese derecho. - mientras hablaba sopesaba una posibilidad de combate. En ese momento estaban en inferioridad numérica, y no existía el factor sorpresa ni nada a su favor.

Luego cambió el semblante de su rostro a una cara amistosa. - Y qué clase de corsarios seriamos, si viniéramos por nuestro propio pie - hizo hincapié en esa ultima palabra - en este puesto de guardia.

La sonrisa le había desaparecido de la boca para refugiarse en sus ojos negros, que relucieron de modo peligroso.

-Simplemente, me parecéis corsarios, aunque ese pasavante os proteja. Y aún a riesgo de una bronca de mis superiores, os haría detener aquí mismo. Unos mercaderes sin mercancías y sin carreta sería suficiente acusación para que pasarais a las mazmorras. Y en un par de meses a lo sumo estaríais bogando en una galera de la Armada Real-te espetó sin dejar de mirarte a los ojos.

-También me parecéis unos bellacos. Además de que tu cara me suena mucho -dice moviendo despectivamente la barbilla hacia ti-. Que me aspen si no te detuvimos hace unos meses. A ti, o a un sarraceno vil muy parecido a ti -hace una pausa para meditar unos instantes. O eso finge-. Pero no, aquel hijo de puta era algo más menudo que tú, y más oscuro.

Finalmente hace un ademán con la mano y los guardias apartan las alabardas. También veis una pequeña caballeriza, así que el contingente aquí destinado debe ser más numeroso de lo que veis a simple vista.

-Podéis pasar. Pero tened mucho cuidado. No os quitaremos ojo de encima. Y si la liáis, ahí estará Brago para joderos bien.

Hijo de puta, pensó Yazân mientras asentía a aquel hombre mientras escuchaba lo que tenía que decir. Aún así, la verdad que no tenían mucha pinta de comerciantes, pues como había dicho aquel soldado no llevaban carretas ni nada con lo que comerciar. Aún así parecía que aquel tipo solo los estaba amedrentando, para mantener el orden e infundir miedo a cualquiera que pudiera provocar algún altercado.

Yazân no era de los que olvidaba las caras, y sabía que si algún día tenía la ocasión de partirle la cara a ese bastardo, lo haría con sumo placer. Ese último pensamiento lo hizo sonreír y aprovechó para asentir al capitán.

- Muchas gracias soldado - dijo marcando el acento forastero en su voz. Esperó a que le quitaran las alabardas del camino y se puso a andar, sin mirar atrás y con paso confiado.

Según te das la vuelta oyes como escupe por el colmillo. Un esputo que suena como un jodido ballestazo. Esos hijos de puta tenían cara de querer joder a Gondor -oyes de fondo- pero mientras esté aquí Brago, os aseguro que serán ellos los jodidos. Según avanzáis, Haak'r esboza media sonrisa. Al menos tenía razón. Ni era la primera vez que ibais a conspirar contra Gondor ni sería la última; pero Salêm tenía el gesto torcido, el requain había conseguido su propósito, y le había metido el miedo en el cuerpo.

Por el camino iban y venían campesinos con cestas, carretones repletos arrastrados por bueyes y arrieros con acémilas bien cargadas de comida para la ciudad. 

Unos centinelas os dan el alto cuando llegáis ante la doble Puerta de Tierra de Fanuilond, que a estas horas todavía está cerrada. Las normas sobre las entradas y salidas de la ciudad entre la puesta del sol y el amanecer son rigurosas -la Puerta de Tierra se cierra a la oración y la de Mar a las ánimas-, pero un permiso oficial o unas monedas deslizadas en la mano oportuna facilitaban el trámite. Os identificáis como dotación del jabeque El gondorili -no fuera que alguien hubiera oído hablar del Manawnûl- y mostráis los pasavantes en regla. Los tres marinos cruzáis bajo el muro de piedra, erizado de garitas e iluminado por un farol a cada lado de la muralla. A la izquierda se encuentra el ancho espigón del muelle, rematado por dos columnas  con las estatuas de Edhelion y Eldacar. Más allá, en la bahía y bajo la turbidez del amanecer habíais visto las siluetas de algunos barcos, que se mecían suavemente sobre sus anclas, aproados a la brisa de poniente, con sus fanales de posición todavía encendidos.