Tras las palabras el hechicero, Losse se arrepintió de no haberle estampado el frasco en la cara. Lo apretó con bastante fuerza, tanta que casi se lo estalla en él mismo. Luego se recompuso y lo guardó. - ¿Pero habéis visto éso? - Losse sacó su bolsa de monedas y lo mostró a sus compañeros y a los regentes del palacio. - ¡Mirad vuestras bolsas y vuestras ropas! Tenemos más dinero del que nunca antes habíamos poseído. Por cada pueblo que pasamos, dejamos huella y, aún así, nos parece poco. ¡Tan poco, que tenemos que robar a un muerto en su velatorio! ¿En ésto nos hemos convertido? Tenemos más fama y más fortuna de la que muchos jamás disfrutásteis. E, incluso, aquellos que no la buscábamos, estamos enfrascados en la mayor aventura y en la mayor de las causas de las que nunca imaginamos. - El silencio se apoderó de la sala y sólo podían escuchar el correteo de los pies de Ogna escaleras abajo y los apenas perceptibles pasos de Zanc. Entonces el elfo lunar miró a Heomar. - Que los magos analicen el anillo. Estoy seguro de que no encontrarán rastro alguno de maldad en él. Para bien o para mal, le agradecería que nos hiciera llegar toda la información posible sobre él. Así veremos con qué tipo de persona estábamos. Por Mielikki, ¿qué tipo de persona menta a Belial? Ese medallón debe haberlo vuelto loco. -
El grupo, más desunido que nunca, debería elegir su siguiente paso, en caso que quisieran darlo en conjunto. - ¿Qué haremos ahora? ¿Allen? ¿Davros? ¿Kormack? - Dijo dirigiéndose a los compañeros que aún permanecían en la estancia. - ¿Es éste nuestro final juntos? Siempre imaginé que el combate nos separaría y no un anillo de tres al cuarto. -
Morwing bajó las escaleras tras dejar caer el anillo que había usurpado al cadaver de Hembelan. Allen, cabizbajo, cesó de oporner resistencia en el quicio de la puerta para dejar pasar a Heomar si así lo veía oportuno, ya no era necesario mantenerlo lejos del hechicero.
La sucesión de actos perpetrados por su compañero lo dejaron abatido. Desde el mero hecho de haber despojado al cadaver de Hembelan de uno de sus anillos, lo cual era ya suficiente razón para el enfado de Heomar, hasta su último gesto ante el nuevo regente y la mención de Belial en su promesa, descolocó por completo al paladín.
La incisiva reprobación de Ogna para con Heomar, quien fue la única que se puso del lado del hechicero, eran la prueba de que ella había formado parte del robo, -¿cómo si no una persona en su sano juicio defendería un acto como ése?- se preguntaba dolido.
Las palabras de Losse, dedicadas al hechicero mientras éste último abandonaba la sala, estaban cargadas de razón. -Su gesto ha sido muy desafortunado, pero su orgullo es imperdonable.- Añadió para apoyar así los comentarios del explorador. Allen estaba convencido de que el orgullo de Morwing había sido el causante de que los abandonase, pues ahora que lo pensaba no había oído las palabras "lo siento" aún pronunciadas por el hechicero y no parecía que las fuesen a escuchar, quizás, nunca.
-Creo que todo depende de Ogna, Losse-, comenzó respondiendo a las últimas palabras del everlunita. -Doy por sentado que los que repudiamos el acto cometido por Morwing aún estamos en el mismo barco, ¿no es así?. Yo continuaré hasta poner a mi hermano a salvo y hacer que se reúna con nuestros padres y, a partir de ahí, seguiré sirviendo a Tyr en lo que él me encomiende-.
El enano no pudo llegar a Morwing antes de que todo se desencadenase, algo de lo que se culparía años más tarde. En ese momento tenía a Heomar y Allen delante y cuando ambos se retiraron el enano corrió a la sala. -M-MORRRRWWWWWING! No... no...NOOOOOOOOOOO1- Gritó confundido al no poder verlo, sólo el anillo en mitad de la estancia. Podía sentir el odio y el dolor del mago al sentirse traicionado por sus camaradas; para colmo Ogna saltaba con su afán de protagonismo y se creía la responsable, tenía que ser el explorador quien sacase al enano del engaño. Su discurso estaba lleno de odio por lo que allí había ocurrido. Un robo a un cadáver. El enano no podía reprochar nada a Ogna ni a Morwing, sí la mentira, pero no el acto, ya que él mismo había quitado a Spujnur su medallón, aunque después lo perdiese 2. Sin duda las palabras que allí se vertían sacaban de quicio al enano. -¡Sólo erra un anillo!- Exclamó dándole una patada antes que Heomar pudiese recogerlo 3. No daba crédito a las acciones y palabras de uno u otro. Bien le daban ganas de coger el anillo y quedárselo o tirarlo por la ventana, pero no haría tal cosa. -Elfo, tranquilízate.- Le dijo a Losse - Yo trrrabajo porrrr dinerrrro y ayudarrré a quien me de la gana.- Dijo muy orgulloso, pero sus palabras tenían una coletilla y cambió su mirada al general - A ti... ¡NO! No llevas ni unas horras en tu carrrrgo y ya te quierrrre la gente muerrrrto, chaval.- Le dijo de muy mala gana, ninguneaba al general porque no le merecía ningún respeto. El elfo dejaba en el aire una pregunta -Simplemente... sigamos.- Contestó el enano. Por supuesto desde que se había unido a sus compañeros no podía negar que se había llenado los bolsillos y vivía a todo trapo sin reparar en gastos, por eso no les abandonaría. Pero no estaba dispuesto a aguantar monsergas de lo que puede y lo que no puede hacer y menos de un elfo o de un tipo que hable de un dios manco. Kormack no rendía pleitesía a esas divinidades y mejor que no le preguntasen por ellas... Algunos del grupo se habían ganado su corazón y en otros podía sentir sus miradas de odio y envidia. El enano pasaba por alto esas cosas, no le importaba mientras sus bolsillos se siguiesen lleno de monedas, pero si un estúpido general meapilas se pensaba que iba a trabajar sin remuneración estaba bueno.
El enano comenzó a pronunciar en su lengua materna palabras con muchísimo rencor. Su mano señalaba al cielo y su última mirada tras escrutar a todos los de la sala acabó en Heomar. De saber hablar su idioma el paladín derramaría otra lagrimita.
Y el enano bajo las escaleras.
1si, era necesario...
2 Robaran
3 Recógelo!
Ogna llegó a la calle tras bajar las escaleras a toda carrera. Al llegar al exterior miró a todos lados inútilmente.
No seas tonta que está invisible.
-¡¡MORWING!!- Gritó cabreada consigo misma y con el hechicero. Avanzó unos pocos pasos más fijándose en el suelo por si notara cualquier cosa que delatara a su compañero.-¡MORWIIIIIING!- Gritó quebrándosele la aguda voz. Siguió avanzando obviando las miradas de asombro de guardias y transeúntes.- ¡Qué miráis!- Les gritó airada con un feo gesto de la mano.- ¡Morwing, vuelve, ha sido culpa mía!¡Losse no iba a hacerte daño! Sólo querían el puto anillo.- Después de haberse hecho a la idea de aprender magia del hechicero no quería perder su oportunidad.- ¡No seas así y habla conmigo, joder!¡¿Dónde vas a ir?!- Morwing era, al fin y al cabo, uno de los elfos más buscados de Amn. Sin ellos estaba condenado acabar muerto o vivir como un renegado.
Si por algo Heomar odiaba la política y amaba de corazón al ejército era precisamente por su disciplina castrense y por no tener que lidiar con aquellas situaciones. Se encontraba tan estupefacto que todo a su alrededor parecía fluir lentamente, como si él sólo fuese un mero testigo ajeno a aquella escena, incapaz de enderezar la situación. ¿Cómo era posible que hubiese estado tan equivocado con respecto a los aventureros? Desde luego, la imagen que éstos le habían dado la noche anterior en su reunión con el difunto Hembelan y los nobles más importantes de la ciudad había sido de personas honradas interesadas en salvar a Amn del mal que le afligía. Qué equivocado estaba... - Se lamentó amargamente levantando la vista para fijarse en la espalda de Kormack que en ese momento descendía por las escaleras. Contuvo sus instintos más primarios y respiró hondo.
Es una pena que todo termine así. Sé que no hay maldad alguna en sus corazones. - Dijo dirigiéndose hacia Losse, Allen y Davros. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de aquellos que les acompañan. Por mi honor, y el de Lord Hembelan me veo obligado a expulsar a ese enano de la ciudad. Si vuelvo a encontrármelo tras estos muros me veré obligado a tomar medidas.
Gracias por la ayuda que han proporcionado a Crímmor. - Dijo sinceramente para después estrechar la mano de cada uno de ellos. No voy a pedirles nada más. Tienen la ciudad a su disposición para cuando quieran volver a visitarla ya que confío que resistiremos el ataque. - Añadió sin atisbo de duda en su rostro. Crímmor debía resistir aunque sólo fuese para dar tiempo al resto de ciudades para prepararse contra lo que se les venía encima.
Allí donde esté, tendrán un amigo, no lo duden. Ahora si me lo permiten, tengo unas defensas que planificar, va a ser un día muy largo. - Dejó escapar una leve sonrisa. Acto seguido acompañó a los tres compañeros hasta la escalera desde donde se despidió, dejando su escolta a manos de dos soldados que habían llegado atraídos por las voces.
El resto ha bajado a la planta baja.
No llegó respuesta alguna a los llamamientos de Ogna: el murmullo de las conversaciones, el paso rápido de los soldados de aquí para allá y el lejano retumbar de los tambores, acabó engullendo las voces de la joven bardo. Por supuesto aquello no significaba que Morwing no la hubiese escuchado, al contrario, el elfo era muy consciente de cada una de las palabras de la chiquilla. Sin embargo, la decisión estaba tomada. Morwing caminaría sólo soportaría con sus hombros el peso tanto de su pasado como el de su futuro. Ya no era el mismo Morwing que habían conocido en Oaksville Dekhanas atrás. Las vivencias que había sufrido durante todo este viaje puede que no le hubiesen hecho más fuerte físicamente pero, al final del día, no serían los músculos de sus brazos los que tendrían la última palabra.
Hasta luego Ogna...
Allen, Davros y Losse fueron los últimos en aparecer en compañía de dos soldados. El grupo fue recluido dentro del salón en el que habían cenado con Lord Hembelan la noche anterior para que éstos tuviesen unas palabras entre ellos antes de la visita del representante de los magos encapuchados. Qué lejos parecía estar aquella noche, parecía como si hubiesen pasado siglos. Por un momento dudaron si aquel lugar era el mismo o se trataba de otra de las numerosas salas de las que disponía el castillo. La decoración de la habitación había quedado reducida a una mesa enorme y a dieciséis pesadas sillas de madera. No había rastro alguno de las bandejas de plata repletas de comida ni de las jarras de vino, así como tampoco lo había de los grandes armarios con cubertería. Hasta los tapices habían desaparecido. Se podría conjeturar mucho acerca de qué se había hecho con ellos pero todo parecía apuntar a que se había invertido la mayoría en pagar a diversos mercaderes para equipar en la mayoría de los posible a todos los voluntarios que se acercaban a palacio buscando echar una mano.
Las miradas entre los miembros de la reducida compañía hablaban por si mismas, por lo que pasaron unos largos y tensos segundos hasta que alguien tuvo el arrojo para dirigirse al resto. Conversaron durante algunos minutos hasta que por fin un representante de los magos encapuchados hizo acto de presencia. Para sorpresa de todos la charla con él fue bastante trivial y sus preguntas estuvieron más orientadas a saber el número y composición de las fuerzas que los aventureros barajaban.
Era curioso ver como aquel hombre, si es que en realidad lo era pues no podía saberse debido a que allí donde debía estar su cara sólo existía un espacio vacío de oscuridad insondable, vestía con una túnica verde sin distintivos personales o que lo identificasen con orden alguna. No mostraba adornos o joyas tampoco y su voz carecía de inflexión alguna, lo que provocaba que su tono fuese monótono y aburrido. De vez en cuando destellos mágicos chisporroteaban a su alrededor cuando algún hechizo de los que le protegía saltaba al ser incompatible con las renovadas defensas del palacio. El mago parecía no percatarse de aquellos detalles ya que para él era algo normal. El encuentro con los demonios en la isla del río fue pasado por alto como si aquello no hubiese tenido lugar aunque algo les decía que los magos encapuchados lo tenían muy presente aunque no preguntasen por él. Las formas en las que estos magos podían acceder a la información que se desprendía de eventos sucedidos recientemente podía ser mucho mejor que la propia memoria de los que los habían vivido.
Cuando ya se disponía a irse se detuvo un instante antes de abrir la puerta. Inevitablemente todos pensaron en Morwing, al cual no había mencionado en ningún momento, sin embargo se equivocaron. El mago simplemente deseó buena suerte a los compañeros y salió de la habitación.
Quedaba así la reducida compañía navegando de nuevo a su suerte, sin un destino fijo pero con multitud de posibles frentes abiertos ante ellos. Aquello no era más que un preludio de lo que les esperaba en un futuro cercano, ya fuese en Crímmor, Athkatla o en el fin de los Reinos. Se encontraban en el ojo de un gigantesco tornado donde pese a la aparente calma todo lo que estaba a su alrededor se movía a una velocidad endiablada dejando consecuencias terribles a su paso.
Cuando el sendero se acaba
"Podría sacar muchas conclusiones del mundo que se extiende más abajo del Bosque Alto. Las costumbres, indudablemente, cambian según las regiones, así como sus vestimentas, comida, diferentes formas de cultivar la tierra... y así con un sinfín de aspectos más que conforman nuestra vida diaria. Sin embargo, el trasfondo de los seres que habitan unas u otras tierras, es el mismo allá donde vayamos. Esa cosa que llaman honor persigue a muchos devotos de sus dioses, mientras que otros tantos deciden labrarse su propio camino no sujetos a conductas marcadas, ya sea siguiendo los designos de los dioses o no. Pero, sea cual fuere el grupo en el que cada uno nos encontremos, para mí, lo realmente importante es la finalidad que damos a nuestros actos. Siempre buscaré el bien para la mayor parte de los seres de Faerun y perseguiré a aquellos que busquen todo lo contrario. Sin embargo, hay otros muchos que viven entre dos aguas, con los que no es difícil llevarse una impresión errónea al cabo del tiempo. Ese tipo de personas es con las que hay que tener más cuidado, pues son aquellas con las que tu mundo puede voltearse en cuestión de segundos y encontrarte solo allá donde creías tener un apoyo.
Abandonamos Nashkel con dirección, una vez más, a los Picos Nublados. El camino aún continuaba bloqueado y teníamos una misión que cumplir. Morwing tuvo una gran ocurrencia para echar abajo el muro que se levantaba frente a nosotros y resolvimos el problema acompañados por soldados de la ciudad a la que nos dirigíamos: Crimmor.
Nuestro primer paso en esta ciudad, que se halla junto al río Alandor, fue visitar al gobernador, Lord Hembelan Findoren, gracias a la recomendación traída desde Nashkel. Con mucha amabilidad, este señor nos recibió, aunque pronto supimos que unos hilos más oscuros se movían en el gobierno de la ciudad. Nuestra advertencia sobre el inminente ataque fue recibida con una frialdad inusitada. En los ojos de aquel hombre podía leerse el miedo y la inquietud de las sombras que planeaban el palacio.
Nuestra visita duró poco tiempo y rápidamente nos dirigimos hacia los aposentos que nos habían preparado en la que, probablemente, fuera la mejor posada de la ciudad. No obstante, ya me disponía a descansar cuando Zanc y Morwing llamaron a la puerta de mi habitación. Ambos reclamaban mi presencia en una segunda visita al palacio y, con la cabeza aún dándole vueltas a todo el asunto que nos habíamos encontrado, decidí que acompañarles sería una buena opción. Kormack fumaba tranquilamente en la salida de la posada y, al vernos, decidió unirse al grupo.
Morwing accedió a dejarme el medallón para ocultarlo mientras adoptaba forma de lobo. Haciéndome pasar por la mascota de uno de mis compañeros, nos plantamos en la puerta para formar parte de una inesperada reunión compuesta por las personalidades más poderosas de la ciudad. Actué como un buen espectador, puesto que Morwing llevó la voz cantante en todo momento. La labia de ese elfo aumentó nuestra reputación hasta el punto de hacer que aquellas personalidades confiaran en nuestras advertencias. No obstante, uno de ellos estaba involucrado en la invasión de la ciudad, y sobre nosotros recaía la responsabilidad de descubrir de quién se trataba.
Cuando la reunión dio por finalizada, nos quedamos un momento hablando con Hembelan y, ya dispuestos a abandonar el palacio, el resto de nuestros compañeros apareció junto a un niño a quien el gobernador tenía gran aprecio.
Todos parecían alertados por la vigilancia de unos ojos controlados por magia que los espiaban en la posada. Ésto no hizo otra cosa que despertar nuestra curiosidad y responsabilidad y, sin descansar, nos dividimos para investigar: unos se dirigirían hacia el pozo en el que había tenido lugar un extraño suceso con algún ser demoníaco; y, otros, seguiríamos las huellas de la carreta de Lord Angirwar Gheldieg, cuyo historial y actitud, despertó nuestras sospechas casi de inmediato.
Mentiría si dijera que me fue fácil seguir el rastro de la carreta, pues la dureza del pavimento dificultaba la labor, aunque uno ya va adquiriendo una experiencia en la materia y logramos alcanzar el destino sin mucha dilación. Zanc y Kormack fueron mis acompañantes, cuya relación con ellos había mejorado notablemente.
Trepé por la pared de la casa hasta la ventana en la que Lord Angirwar discutía con su esposa. Él la apremiaba, junto al resto de su personal, a abandonar la ciudad cuanto antes. Su sobresaltada actitud nos sirvió de inmediato para descartarlo como uno de nuestros sospechosos. Con lo cual, un tanto desolados, comenzamos a caminar para reunirnos con nuestros compañeros.
Las oscuras calles de Crimmor estaban a punto de recibir los primeros rayos de sol cuando detecté unas figuras extrañas sobre los tejados de las casas. Aquello que parecerían estatuas ante unos ojos dormidos, resultaron ser unas feroces gárgolas que nos emboscaron entre las calles. El combate transcurrió, en primera instancia, mejor de lo que cabría esperar. Teníamos a todas abatidas excepto a una, que alzó el vuelo para escapar. Utilicé mi habilidad para la escalada para trepar hacia el tejado y, allí, la criatura decidió volver a la carga. Luchamos mano a mano hasta que le di muerte, aunque me causó profundas heridas. Sólo el uso de la magia consiguió mitigarlas ligeramente.
Cansados y heridos tras nuestra aventura nocturna, buscamos la recomendación de Lord Hembelan para recibir curación en el templo de Khauntea. No teníamos más noticias sobre Allen, Ogna, Cuinthere, Davros y Morwing salvo el revuelo que se había formado alrededor de los muelles de la ciudad. Un cerco formado por los soldados de Crimmor nos impedía ver con claridad qué estaba ocurriendo, hasta que una sollozante Ogna se abalanzó hacia mí para recibir consuelo. Se encontraba malherida y lloraba desconsoladamente. Cuando nuestros ojos atravesaron la barrera de soldados, pudimos comprobar que la frialdad se había apoderado del cuerpo del paladín se Tyr. Unos escarabajos gigantes habían logrado sorprenderlos y acabar con la vida de Allen y Cuinthere, el simpático Kóbold que se había visto obligado a acompañarnos desde la Isla de la Sirena Muerta.
Sin esperanza, transportamos sus cuerpos hacia el templo de la Señora de la Cosecha y, de paso, recibir curación. La Semilla Verdadera del templo, el señor Rillifar, nos mostró el poder y la comunión que una persona puede alcanzar con su diosa, trayendo a Allen de nuevo a la vida. Era casi imposible no emocionarse con aquel magnífico acto. Jamás lo olvidaré.
Además de la imponente muestra de magia, los sacerdotes nos obsequiaron con un caldo de efecto reparador que hizo olvidarnos del cansancio y las heridas que habíamos recibido en cuestión de segundos. Nos encontrábamos preparados para continuar nuestra búsqueda. No obstante, todos tuvimos que lamentar la pérdida de Cuinthere. Que Mielikki lo tenga a buen recaudo.
Pero, antes de abandonar aquel templo, me resistía a no aprovechar la sabiduría de Rillifar, con lo que decidí formularle algunas preguntas sobre los Siervos del Equilibrio. Me arrojó luz sobre sus orígenes y sobre el cambio que se produjo en ellos. Y, cómo no, también me dio alguna pista sobre dónde investigar. La grandeza de la Semilla Verdadera no tiene límites.
Otra vez optamos por dividirnos. Mientras los demás investigaban los sucesos de las sospechosas muertes en los intentos de asesinato de Lord Hembelan, Ogna y yo optamos por dirigirnos al palacio, en el que ya no se encontraba el gobernador, para simular que descansábamos. Era primordial encontrar a los espías que se habían infiltrado allí. Ogna creó una ilusión sobre el lecho que nos habían asignado mientras hacíamos guardia. Esperábamos un ataque directo y, sin embargo, localizamos un extraño sonido en el pasillo. La envergadura de la amenaza espía era mayor de lo que esperábamos, pues uno de los demonios, que cambiaba su aspecto a voluntad, acabó con una de las sirvientas. En aquel momento pensábamos que sería uno más de los intentos de asesinato al gobernador, aunque ahora podemos estar seguros que era esa criatura quien vaciaba la mente de ese honorable hombre que ahora descansa en paz.
Al final, pusimos en conjunto toda la información, y decidimos que lo mejor era caminar hasta el distrito de los muelles para interrogar a uno de los maleantes que controlaba la zona: Urkedimel.
Todas las miradas se posaron sobre nosotros de inmediato, aunque, el recibimiento fue bastante más pacífico de lo que teníamos planeado. Al final, se pudo negociar con él y, a cambio de desviar la atención de Lady Ophal sobre su séquito, él nos proporcionaría el nombre de la persona que controlaba los túneles. Teníamos un nuevo objetivo.
Durante aquel encuentro, nuestra disposición fue casi perfecta, pues, mientras unos conversaban, los demás vigilábamos desde fuera. Me llamó la atención los gestos de dos hombres que estaban apostados calle abajo sobre una de las casas. Ambos comenzaron a hacer señas y Ogna decidió utilizar su magia para dejarlos embelesados. Aproveché esta distracción para subirme al tejado y vigilar desde arriba. Transcurridos unos segundos, un hombre apareció en un callejón a través de una puerta secreta y, a sabiendas de lo visto anteriormente, no lo dudé: debía evitar que enviara información a su jefe, Grimbel "El Oso". Dos certeros flechazos alcanzaron a aquel hombre, dejándolo al borde de la muerte, para que Zanc, como siempre, atento, rematara el trabajo. Entonces se desató la lucha y más hombres aparecieron.
Arrasamos con todos cuantos osaron atacarnos y logramos cercar a uno de esos hombres para que nos diera la información que necesitábamos a cambio de su vida. El hombre no vaciló y cantó cuanto quisimos.
La Taberna del Mirlo Azul fue el lugar designado por Groomar para investigar sobre Lusgremir, un secuaz de Grimbel, que, si todo salía bien, nos llevaría hasta él. Zanc, Ogna y Morwing entraron en la taberna mientras que el resto vigilábamos. Pero la quietud de los de fuera duró poco tiempo y, un pasadizo encontrado por Davros, nos puso en bandeja el rastro reciente de los que debían ser ayudantes de Grimbel.
Minutos más tarde, alcanzamos una puerta secreta que Kormack y Davros se encargaron de abrir gracias a los conocimientos del enano. Pocas veces recurro a la palabra para engañar a la gente, pues no se me da nada bien, pero en aquella ocasión, tuve la suficiente agilidad mental como para conseguir que se tragara nuestra treta y que nos dejara frente a la persona que buscábamos.
Grimbel no se sorprendió de nuestra presencia y supo cual era la causa por la que nos encontrábamos allí. Decidimos escuchar su versión antes de utilizar nuestras armas y, lo cierto es que nos convenció. Acató aquello que reclamábamos, pues todos nosotros teníamos el interés común de salvar la ciudad del ataque enemigo. Nuestros otros tres compañeros aparecieron al momento y continuamos con el mucho trabajo que teníamos pendiente. Al final optamos por la opción que desencadenaría el combate más complicado al que nos enfrentamos.
Volvimos hacia los muelles para que Allen se hiciera pasar por Lord Hembelan al llegar a la fortaleza que se encontraba al norte. Cruzamos, con una de las barcas, el río congelado y Allen adoptó la apariencia del gobernador. Los soldados se sorprendieron, tanto como enorgullecieron, por la visita del que sería su caudillo en la batalla.
Desde allí comprobamos que el ejército estaba más cerca de lo que pensábamos en un principio y optamos por volver a la ciudad tan pronto como pudimos. Sin embargo, un estruendo sacudió la torre y, ante nosotros, aparecieron varios demonios. Repelimos ese primer ataque y descendimos de la torre tan pronto como pudimos. Una vez abajo, la voz de un demonio aterrador llegó hasta nuestros oídos, algo que Kormack y varios de los soldados no pudieron soportar y huyeron con todas sus ganas. Los demás, le hicimos frente y, junto a aquel demonio, aparecieron otros tantos como los que habíamos derrotado en la torre, además del causante de ese mal, el susurrante que vaciaba los recuerdos del gobernador y que escapó de nosotros en Nashkel.
Todo había comenzado bastante bien, puesto que nos preparamos adecuadamente para la embestida, pero, he de admitir que, el ataque del susurrante con una bola de fuego me pilló por sorpresa. Mi vista se nubló y caí inconsciente. Cuando me desperté, Ogna me había devuelto la vitalidad con una de las pociones que nos regalaron en el templo de Khauntea. Al verla, pensé que Mielikki reclamaba mi presencia, pero un par de pestañeos me devolvieron a la realidad y ataqué con fiereza a todos los demonios que me rodeaban. No obstante, fue Ogna la que acabó con el demonio, un tanto debilitado, con un último flechazo. Habíamos devuelto a su plano a ese engendro cuya finalidad era sembrar el mal en nuestro mundo.
El problema inicial de la guerra se había transformado en otro mayor con la presencia de los demonios. Así lo corroboramos al llegar de nuevo al palacio del gobernador: Lord Hembelan había muerto a manos de uno de esos seres. Heomar, el ahora general de las tropas de la ciudad, nos confirmó la fatal noticia. Sobre él recaía la responsabilidad de defenderla.
Pero lo que parecía un encuentro cordial, aunque triste, se tornó en demencia. Frente a los ojos del paladín, Ogna y Morwing se empeñaron en arrebatar al cadáver de Lord Hembelan el anillo que portaba. Ésto provocó un enfrentamiento directo de Morwing y Heomar que nos salpicó a los demás. Varios de nosotros nos opusimos, incluso con amenazas de las que no me arrepiento, al comportamiento del hechicero y, éste, devolvió el anillo, pese a la indiferencia de Ogna y Zanc. Pero esa devolución no sería gratuita, y así fue como decidió desaparecer y abandonar la compañía que habíamos trabajado durante tanto tiempo.
Con la marcha de Morwing, Ogna salió en su búsqueda, en lo que quizá sería una aprobación a su deleznable comportamiento, mientras que Zanc abandonó la sala con total indiferencia. Por su parte, Kormack amenazó a Heomar mientras que Allen insistía, principalmente, en poner a salvo la vida de su hermano por encima de las ciudades amenazadas. Si todo ésto se pudiera resumir de alguna manera, sería con dos palabras: ambición personal. Todos ellos han demostrado lo poco que importa la unidad de este grupo y la lucha contra el mal que se cierne sobre la ciudad.
Y aquí me hallo yo, en medio de esta descomposición y con la certeza de lo poco que importa combatir por un fin, sea cual fuere el sentimiento que te lleve a hacerlo. Quizá me equivoqué abandonando la búsqueda de mi pasado y aceptar la invitación de estos compañeros hacia nuevas aventuras. Por suerte, tengo dos faros que nunca me abandonan, Mielikki y mi arco, los cuales me marcan el camino hacia nuevos retos.
El sendero por el que caminábamos se ha terminado y, ahora, tal vez sea el momento de andar campo a través."